(Versículos 1 y 2 del Génesis)







CAPÍTULO PRIMERO

Confianza de alcanzar la verdad.

1. Muchas cosas anhela mi corazón, Señor, en esta pobreza de mi vida, impulsado por las palabras de vuestra santa Escritura. Y por eso generalmente la escasez de la humana inteligencia es abundante en palabras: porque más se habla al investigar que al hallar; y más se tarda en pedir que en alcanzar; y más trabaja la mano en llamar que en recibir.

Tenemos una promesa: ¿quién la hará fallida? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom., 8, 31). Pedid y recibiréis; buscad y halla-réis; llamad y se os abrirá: Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, le abrirán (Mt., 7, 7-8). Promesas vuestras son: y ¿quién temerá ser engañado cuando promete la Verdad?


CAPÍTULO 2

Que además de ese cielo, existe el cielo del cielo.

2. Alaba a vuestra Alteza la humildad de mi lengua, porque Vos hicisteis el cielo y la tierra. Ese cielo que veo y esta tierra que piso, de donde es esta tierra que llevo; Vos lo hicisteis.

Pero ¿dónde está, Señor, el cielo del cielo, del cual hemos oído en la voz del salmo (113, 16): El cielo del cielo para el Señor, mas la tierra la dio a los hijos de los hombres? ¿Dónde está el cielo que no vemos, en cuya com-paración es tierra todo lo que vemos? Porque este todo corpóreo no todo en todas sus partes recibió igual hermosura, principalmente en las inferiores, cuyo fondo es la tierra; pero en comparación de aquel cielo del cielo, aun el cielo de nuestra tierra es tierra. Y estos dos grandes cuerpos juntos (nuestro cielo y tierra) pueden no absurdamente llamarse tierra en comparación de aquel no sé qué cielo, que es para el Señor, no para los hijos de los hombres.



CAPÍTULO 3

Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo.

3. Y, por cierto, esta tierra era invisible e informe, y no sé qué profundi-dad de abismo; sobre la cual no había luz, porque no tenía ninguna apariencia; por lo cual mandasteis que se escribiese que las tinieblas estaban sobre el abis-mo. ¿Qué son las tinieblas sino ausencia de luz? Porque ¿dónde estuviera la luz, si la hubiera, sino encima, sobresaliendo e iluminando? Donde, pues, aún no había luz, ¿qué era estar presentes las tinieblas, sino estar ausente la luz? Sobre el abismo, pues, estaban las tinieblas, porque sobre él estaba ausente la luz; así como donde no hay sonido, hay silencio. Y ¿qué es haber allí silencio, sino no haber allí sonido?

¿No sois Vos, Señor, quien habéis enseñado a esta alma que os alaba? ¿No sois Vos, Señor, quien me habéis enseñado que antes que dieseis forma y distinción a esta materia informe, no era cosa alguna, ni color ni figura, ni cuerpo ni espíritu? Sin embargo, no era enteramente nada, sino un no sé qué de informe sin ninguna apariencia.



CAPÍTULO 4

Nombre que puso Dios a la materia prima.

4. ¿Cómo, pues, se había de llamar, a fin de dar alguna noción de ella aun a los de inteligencia más tarda, sino con algún vocablo usado? ¿Y qué puede hallarse en todas las partes del mundo más parecido a una informidad absoluta, que la tierra y el abismo? Porque menos hermosos son, conforme a su grado ínfimo, que todas las demás superiores resplandecientes y luminosas. ¿Por qué, pues, no admitiré que aquella materia informe, que sin apariencia habíais hecho para de ella hacer el mundo hermoso, fuese así cómodamente señalada a los hombres, llamándola «tie-rra invisible e incompuesta»?



CAPÍTULO 5

Este nombre expresa nuestro conocimiento imperfecto

5. De suerte que, cuando en ella busca el pensamiento qué es lo que percibe el sentido, y se dice a sí mismo: «No es forma inteligible, como la vida o como la justicia, porque es la materia de los cuerpos; ni sensible, porque en cosa invisible e incompuesta no hay nada que ver ni sentir»; cuando esto se dice a sí mismo el pensamiento humano, se esfuerce o por conocerla ignorándola, o por ignorarla conociéndola.



CAPÍTULO 6

Sus diversas opiniones sobre la materia

6. Mas yo, Señor, si con mi boca y con mi pluma os he de confesar todo cuanto en esta materia me habéis enseñado, yo antes, al oír su nombre y no entenderlo por las explicaciones de los que tampoco lo entendían, me la representaba con innu-merables y variadas formas, y, por tanto, no me la representaba. Feas y horribles formas en tumultuoso desorden revolvían mi espíritu, pero formas al cabo; y lla-maba informe, no a lo que carecía de forma, sino a lo que tenía tal, que si se dejase ver, mi sentido la rechazara por insólita e incongruente, y conturbárase mi flaqueza de hombre. Pero, en realidad, lo que yo me representaba era informe, no por privación de toda forma, sino por comparación con formas más hermosas; y la verdadera razón aconsejaba que, si quería representarme una cosa totalmente informe, la despojase de cualesquiera reliquias de toda forma; y no podía, porque más fácil me era pensar que lo que estaba privado de toda forma era nada, que representarme un ser entre la forma y la nada, que ni fuese formado ni fuese nada, sino informe y casi nada.

Y cesó mi mente de interrogar sobre esto a mi espíritu, lleno de imágenes de for-mas corpóreas que a su arbitrio mudaba y variaba. Y fijé la atención en los mis-mos cuerpos y examiné más a fondo su mutabilidad, con que dejan de ser lo que habían sido y empiezan a ser lo que no eran; y sospeché que el paso mismo de forma a forma se efectúa mediante algo informe, no mediante la pura nada. Pero yo deseaba saber, no sospechar.

Y si mi voz y mi pluma os confesaran todo cuanto acerca de esta cuestión Vos me descubristeis, ¿qué lector soportará su lectura? Mas no por eso cesará mi corazón de rendiros honra y cántico de alabanza por las cosas que no basta a consignar. Porque la mutabilidad de las cosas mudables, ella misma es capaz de todas las formas en que se mudan las cosas mudables. Pero ella ¿qué es? ¿Tal vez alma? ¿Tal vez cuerpo? ¿Tal vez una modalidad del alma o del cuerpo? Si decirse pudie-ra un nada-algo, un ser-no ser, yo así lo llamaría; y, sin embargo, ya de algún modo era, para recibir estas formas visibles y compuestas.



CAPÍTULO 7

De la nada hicisteis el cielo y la tierra.

7. Y ¿de dónde «de algún modo era», si no era de Vos, de quien reciben el ser todas las cosas en todo cuanto son? Pero tanto más distantes de Vos cuanto más desemejantes; pues no es por distancia de lugares.

Así, pues, Vos, Señor, que no sois unas veces de un modo y otras de otro, sino lo mismo, lo mismo, lo mismo: Santo, Santo, Santo, Señor Dios omnipotente (Apoc., 4, 8) en el Principio (Gen., 1, 1) que procede de Vos, que nació de vuestra sustancia, hicisteis algo de la nada. Porque hicisteis el cielo y la tierra; no de Vos, pues habría algo igual a vuestro Unigénito, y, por tanto, a Vos; y en ningún modo fuera justo que fuese igual a Vos lo que no fuera de vuestra sustancia. Y fuera de Vos, otra cosa no había de donde los hicierais, ¡oh Dios, Trinidad una y Unidad trina!; y, por tanto, de la nada hicisteis el cielo y la tierra: una cosa grande y otra pequeña; porque sois omnipotente y bueno para hacer todas las cosas buenas, el cielo grande y la tierra pequeña. Erais Vos, y fuera de Vos, la nada, de donde hicisteis el cielo y la tierra, dos cosas: una, sobre la cual estáis Vos; otra, debajo de la cual no hay nada.



CAPÍTULO 8

De la nado hizo Dios la materia prima; y de ella todas las cosas visibles.

8. Mas aquel cielo del cielo es para Vos, Señor; pero la tierra que diste a los hijos de los hombres para que la viesen y la tocasen, no era tal cual ahora la vemos y tocamos; porque era invisible e incompuesta; y un abismo era, sobre el cual no había luz. O bien: las tinieblas estaban sobre el abis-mo, es decir, más que en el abismo. Porque este abismo de las aguas ya visi-bles, aun en sus profundidades tiene su manera de luz, en algún modo sensible a los peces y animales que se arrastran en su fondo; pero aquel todo (la tierra infor-me) era casi la nada, puesto que todavía era enteramente informe. Porque Vos, Señor, hicisteis el mundo de una materia informe; la cual de la nada hicis-teis casi nada, para de ella hacer las cosas grandes que admiramos los hijos de los hombres. Muy admirable es este cielo corpóreo, firmamento entre el agua y el agua que el segundo día, después de la creación de la luz, dijisteis: Hágase, y así se hizo. Al cual firmamento llamasteis cielo (Gen., 1, 6-8); pero cielo de esta tierra y mar, que hicisteis el tercer día, dando forma visible a la materia informe que hicisteis antes de todo día. Porque ya habíais hecho tam-bién el cielo antes de todo día; mas aquél es el cielo de este cielo; porque en el principio habíais hecho el cielo y la tierra. Pero esta misma tierra que habíais hecho, era una materia informe, pues era invisible e incompuesta y tinieblas sobre el abismo; para, de aquella tierra invisible e incompuesta, de aquella informidad, de aquello casi-nada, hacer todas las cosas de que consta este mundo inconstante y mudable, donde aparece la misma mutabilidad que nos per-mite sentir y contar los tiempos; porque con las mudanzas de las cosas se hacen los tiempos, mientras van viniendo y transformándose unas en otras las especies, cuya materia es la ya dicha tierra invisible.



CAPÍTULO 9

Por qué, sin hacer mención de días, se escribió: En el Principio creó Dios el cielo y la tierra.

9. Por eso el Espíritu, maestro de vuestro siervo (Moisés), cuando refiere que Vos hicisteis en el Principio el cielo y la tierra, no habla de tiempos, no men-ciona días. Sin duda, porque el cielo del cielo, que en el Principio hicisteis, es una criatura intelectual; y aunque de ningún modo coeterna con Vos, ¡oh Trini-dad!, como es partícipe de vuestra eternidad, limita en gran manera la mutabilidad con la dulzura de vuestra felicísima contemplación, y sin ningún desfallecimiento adherida a Vos desde que fue creada, se eleva sobre toda voluble vicisitud de los tiempos.

Pero esta informidad, la tierra invisible e incompuesta, tampoco es contada entre los días; porque donde no hay forma, no hay orden; nada viene y nada pasa; y donde esto no sucede, no hay ciertamente vicisitud de espacios tem-porales.



CAPÍTULO 10

Pide a Dios le dé a conocer las Escrituras.

10. ¡Oh Verdad, luz de mi corazón, no me hablen mis tinieblas! Me volví hacia ellas, y me quedé a oscuras; pero aun desde ellas, sí, desde ellas estuve enamorado de Vos. Descarriado anduve, y me acordé de Vos. Oí vuestra voz detrás de mí, para que volviese, y a duras penas la oí por los tumultos de mis alborotadas pasio-nes. Pero ahora, he aquí que, abrasado y anhelante, vuelvo a vuestra fuente. Nadie me estorbe: en ella beberé; y de ella viviré. No sea yo mi propia vida; malamente he vivido de mí; la muerte fue para mí: en Vos torno a vivir. Habladme Vos; con-versad Vos conmigo. He dado fe a vuestros Libros, y sus palabras son harto miste-riosas.



CAPÍTULO 11

Lo que Dios le ha dado a conocer.

11. Ya me dijisteis, Señor, con voz poderosa al oído interior, que Vos sois eterno, el único que tiene inmortalidad (1 Tim., 6, 16), porque con ningu-na forma ni movimiento os mudáis, ni con los tiempos varía vuestra voluntad, puesto que no es inmortal la voluntad que ya es una, ya es otra. Esto lo veo claro en vuestra presencia, y os suplico se me esclarezca más y más, y en este conoci-miento permanezca yo humilde debajo de vuestras alas.

También me dijisteis, Señor, con voz poderosa al oído interior que todas las natu-ralezas y sustancias que no son lo que sois Vos, y que, sin embargo, son Vos las hicisteis; y que solamente no procede de Vos lo que no es; y tampoco el movi-miento de la voluntad que se aparta de Vos, que sois, hacia lo que es menos que Vos; porque tal movimiento es delito y pecado. Y que ningún pecado de nadie os daña a Vos, ni perturba el orden de vuestro imperio ni en lo sumo ni en lo ínfimo. Esto parece claro en vuestra presencia, y os suplico se me esclarezca más y más; y que en este conocimiento permanezca yo humilde debajo de vuestras alas.

12. También me dijisteis con voz poderosa al oído interior, que ni aun aquella criatura es coeterna con Vos, cuyo deleite sois sólo Vos, y gozándoos en castidad perseverantísíma, en ningún lugar ni tiempo experimenta su mutabilidad; y están-dole siempre presente Vos, a quien ella con el afecto está asida, no teniendo futuro que esperar, ni transmitiendo al pasado objetos que recordar, no varía con ninguna vicisitud, ni se distiende a diversos tiempos. ¡Oh dichosa criatura –si alguna hay así–, por estar adherida a vuestra bienaventuranza; dichosa en teneros a Vos por su eterno morador e iluminador! No encuentro cosa que con más gusto juzgue se ha de llamar cielo del cielo para el Señor que vuestra misma casa, que contempla vuestra suavidad (Ps., 26, 4) sin ningún desfallecimiento por salir a otra cosa: inteligencia pura, concordísimamente unida con el vínculo de la paz de los santos espíritus, ciudadanos de vuestra ciudad, en aquellos cielos que están sobre esos cielos.

13. Por aquí entienda el alma, cuya peregrinación se ha prolongado, si ya tiene sed de Vos, si ya sus lágrimas han llegado a ser su pan, en tanto que le dicen cada día: ¿Dónde está tu Dios? (Ps., 43, 3): si ya una sola cosa os pide, y esta sola reclama: morar en vuestra casa todos los días de su vida (Ps., 26, 4) –y ¿cuál es su vida, sino Vos?, y ¿cuáles nuestros días, sino vuestra eternidad, como vuestros años que no fenecen porque sois siempre el mismo? (Ps., 101, 28)–; por aquí, pues, entienda el alma, la que es capaz, cuán sobera-namente sobre todos los tiempos sois eterno, cuando vuestra casa, que no ha pere-grinado [los ángeles], a pesar de que no es coeterna con Vos, sin embargo, por estar adherida incesante e inseparablemente a Vos, no padece vicisitud alguna de tiempo. Esto me parece claro en Vuestra presencia, y os suplico se me esclarezca más y más, y que en este conocimiento persevere yo humilde debajo de vuestras alas.

14. Veo no sé qué de informe en estas mudanzas de las cosas inferiores e inconsis-tentes; mas ¿quién me dirá –si no es alguno que con sus fantasmas divaga y se revuelve por los vacíos de su espíritu–, quién, sino un tal, me dirá que, si, destrui-da y consumida toda forma, quedase aquella informidad, por medio de la cual la cosa se mudaba y se convertía de una forma en otra, podría producir las vicisitudes de los tiempos? Porque de ningún modo puede; porque sin variedad de movimientos no hay tiempos; y ninguna variedad hay donde no hay forma alguna.



CAPÍTULO 12

Dos creaturas no sujetas al tiempo.

15. Consideradas estas cosas, Dios mío, cuanto Vos me lo concedéis, cuanto Vos me incitáis a llamar, y cuanto abrís al que llama, dos cosas hallo que hicisteis que carecen de tiempo, aunque ninguna de las dos es coeterna con Vos: una, que de tal suerte está formada, que sin ningún desfallecimiento en la contemplación, sin nin-gún intervalo de alteración, aunque mudable, pero no mudada, goza de vuestra eternidad e inmutabilidad; otra, que de tal suerte era informe, que no tenía forma de que mudarse en otra forma ni de movimiento ni de reposo, por donde estuviese sujeta a los tiempos. Mas a ésta no la abandonasteis para que quedase informe. Porque hicisteis antes de todo día, en el Principio el cielo y la tierra, estas dos cosas de que vengo hablando. Mas la tierra era invisible e incompuesta y tinieblas sobre el abismo; con las cuales palabras se insinúa la informidad –a fin de que sean gradualmente preparados los que no pueden pensar una total privación de forma, que, sin embargo, no se reduce a la nada–, de donde se hiciese el otro cielo, y la tierra visible y compuesta, y el agua hermosa, y todas cuantas cosas después en la formación del mundo, no sin días, se conmemoran haber sido hechas; porque son tales, que en ellas se realizan las vicisitudes de los tiempos, por medio de las mudanzas de los movimientos y de las formas.



CAPÍTULO 13

Cuáles son esas dos criaturas

16. Esto es lo que por ahora entiendo, Dios mío, cuando oigo a vuestra Escritura que dice: En el Principio hizo Dios el cielo y la tierra; mas la tierra era invisible e incompuesta, y había tinieblas sobre el abismo; y no menciona qué día hicisteis; así por ahora lo entiendo, refiriéndolo a aquel cielo del cielo, cielo intelectual donde el entender es conocer de una vez, no parcialmente (1 Cor., 1 12) no en enigma, no por espejo, sino totalmente, en manifestación, cara a cara, (l. c.); no ahora esto, ahora aquello, sino, como he dicho, conocer de una vez, sin vicisitud alguna de tiempos; y refiriéndolo a aquella tierra invisible e incompuesta, sin vicisitud alguna de tiempos, la cual suele tener ahora esto ahora aquello, porque donde no hay forma alguna, en ninguna parte hay esto ni aquello.
Por razón de estas criaturas, la una desde el principio formada y la otra totalmente informe; aquélla cielo, pero cielo del cielo, y ésta tierra, pero tierra invisible e incompuesta: por razón de estas dos entiendo por ahora, Dios mío, que sin hacer mención de días, dice vuestra Escritura: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; porque inmediatamente añadió de qué tierra hablaba. Y como el segundo día refiere que fue hecho firmamento y llamado cielo, da a entender de qué cielo habló primeramente sin mención de días.



CAPÍTULO 14

Profundidad de las Escrituras.

17. ¡Maravillosa profundidad la de vuestras Escrituras, cuya superficie, he aquí, se nos presenta acariciando a los pequeñuelos; pero maravillosa profundidad, Dios mío, maravillosa profundidad! Vértigo da fijar la vista en ella: vértigo de respeto y temblor de amor. Violentamente aborrezco a sus enemigos. ¡Oh si les dierais muerte con la espada de dos filos, y no fueran sus enemigos! Porque de tal suerte quiero que sean muertos para sí, que vivan para Vos.

Mas he aquí otros, no detractores, sino encomiadores del libro del Génesis, que dicen: No es eso lo que en estas palabras quiso dar a entender el Espíritu de Dios que por su siervo Moisés escribió estas cosas: no quiso dar a entender eso que tú dices, sino otra cosa, lo que decimos nosotros. A los cuales yo, tomándoos por árbitro a Vos, Dios de todas las cosas, respondo de esta manera.



CAPÍTULO 15

Lo que de Dios, de los ángeles y de la primera materia afirma el autor es indiscutible.

18. ¿Acaso diréis que son falsas las cosas que la verdad con voz poderosa me dice al oído interior sobre la verdadera eternidad del Creador: que su sustancia de nin-guna manera varía a través de los tiempos, y que su voluntad no está fuera de su sustancia? De ahí que Él no quiere ahora esto y luego aquello, sino de una vez y simultáneamente y siempre quiere todo lo que quiere; no una vez y otra vez, ni ahora esto y luego aquello, ni quiere después lo que antes no quería; porque seme-jante voluntad es mudable, y todo lo mudable no es eterno; mas nuestro Dios es eterno (Ps., 47, 15).

¿Asimismo [diréis que es falso] lo que me dice al oído interior: que la expectación de las cosas venideras se torna visión cuando llegan; y que esta visión, cuando han pasado, se torna memoria? Y todo conocimiento que de esta suene varía, es mudable; y todo lo que es mudable, no es eterno; mas nuestro Dios es eterno.

Estas verdades recojo y las junto, y hallo que mi Dios, Dios eterno, no formó la creación por una nueva voluntad, ni su ciencia está sujeta a nada transitorio.

19. ¿Qué, pues, diréis, contradictores? ¿Son, por ventura, falsas estas cosas?

–No –dicen.

–¿Qué, pues? ¿Es acaso falso que toda naturaleza formada, o la materia formable, no tiene el ser sino recibido de Aquel que es sumamente bueno, porque sumamen-te es?

–Tampoco negamos esto –dicen.

–¿Qué, pues? ¿Negáis tal vez que exista una criatura sublime, unida con casto amor al Dios verdadero y verdaderamente eterno, que de Él no se desprende, ni cae en ninguna variedad o vicisitud de los tiempos, sino reposa en la verdaderísi-ma contemplación de solo Él? Porque Vos, oh Dios, os mostráis a quien os ama cuanto Vos mandáis; y le bastáis, y por eso no se desvía de Vos, ni siquiera hacia sí mismo.

Esta es la casa de Dios, no terrena ni corpórea, con mole alguna, aunque sea celes-tial, sino espiritual y participante de vuestra eternidad, puesto que está sin mancha para siempre. Porque Vos la fundasteis por los siglos de los siglos; pusísteisle un precepto, y no pasará (Ps., 148, 6). Y, sin embargo, no es coeterna con Vos, porque no es sin principio, pues ha sido hecha.

20. Pues si bien antes de ella no hallamos tiempo, porque primero que todas las cosas fue creada la sabiduría (Eccli., 1, 4), no ciertamente aquella Sabidu-ría enteramente coeterna e igual a Vos, nuestro Dios, su Padre, y por la cual fue-ron creadas todas las cosas, y que es Principio en el cual hicisteis el cielo y la tierra, sino precisamente la sabiduría que fue creada es, a saber, la naturaleza intelectual que por la contemplación de la Luz es luz, puesto que ella también, aunque creada, se llama sabiduría. Sino que, cuanta diferencia hay entre la Luz que ilumina y la que es iluminada, tanta hay entre la Sabiduría que crea y ésta que es creada; como entre la Justicia justificante y la justicia que en la justifi-cación ha sido hecha. Porque también nosotros hemos sido llamados justicia vuestra, pues dice así uno de vuestros siervos: A fin de que nosotros sea-mos justicia de Dios en Él (en Cristo) (2 Cor., 5, 21), primero, pues, que todas las cosas fue creada una cierta sabiduría, la que es creada, la mente racional e intelectual de vuestra casta ciudad, madre nuestra, que es de arriba y es libre (Gal., 4, 26) y eterna en los cielos: ¿en qué cielos, sino en los cielos de los cielos que os alaban? (Ps., 148, 4). Porque esto es tam-bién: Los cielos de los cielos para el Señor. Si bien antes de ella no halla-mos tiempo, por cuanto la que primero que todas las cosas fue creada, pre-cede aun a la creación del tiempo; antes de ella, sin embargo, existe la eternidad del mismo Creador, hecha por el cual tuvo principio, aunque no de tiempo, pues aún no existía el tiempo, pero sí de su propia creación.

21. De donde en tal manera procede de Vos, Dios nuestro, que es totalmente otra cosa que Vos y no lo mismo. Y si bien no hallamos tiempo, no ya antes de ella, pero ni siquiera en ella –porque es idónea para ver siempre vuestra faz, y jamás se aparta de ella, lo cual hace que no varíe con mudanza alguna–, le es, sin embargo, inherente la mutabilidad; por donde se entenebrecería y enfriaría, si no fuese porque, adhiriéndose a Vos con grande amor, resplandece y arde de Vos como perpetua mediodía.

¡Oh casa luminosa y hermosa! ¡Amo tu hermosura y el lugar donde mora la gloria (Ps., 25, 8) de mi Señor, tu Hacedor y poseedor! A ti suspire mi pere-grinación; y digo a Aquel que te hizo, que a mí también me posea en ti, pues Él me hizo también a mí. Erré como oveja perdida (Ps., 118, 176); pero en los hombros de mi Pastor (Lc., 15, 5), tu Hacedor, espero ser a ti redu-cido.

22. ¿Qué me decís, contradictores a quienes me iba dirigiendo, que, sin embargo, creéis a Moisés, siervo piadoso de Dios, y sus libros, oráculos del Espíritu Santo? ¿Es o no esta casa de Dios, no digo coeterna con Dios, pero sí, a su modo, eterna en los cielos (2 Cor., 5, 1), en donde inútilmente buscáis vicisitudes de tiempos que no encontráis? Porque sobrepasa toda distensión y todo espacio voluble de edad, ella, cuyo bien es estar siempre adherida a Dios (Ps., 72, 28).

–Sí lo es –dicen.

–Pues ¿cuál de las cosas que mi corazón clamó al Señor, cuando oía inte-riormente la voz de su alabanza (Ps., 25, 7), cuál de ellas, finalmente, pro-testáis que es falsa? ¿Acaso que existía la materia informe, en la cual, porque no había forma alguna, no había ningún orden? Pero donde no hay ningún orden no podía haber vicisitud alguna de tiempo. Y, sin embargo, esta nonada, por cuanto no era pura nada, ciertamente, procedía de Aquel de quien procede cuanto es, cuanto en alguna manera es algo.

–Eso tampoco lo negamos –dicen.



CAPÍTULO 16

Con quiénes desea discutir el autor.

23. Pues quiero hablar un poco delante de Vos, Dios mío, con los que conceden ser verdadero todo lo que interiormente en mi inteligencia no cesa de enseñarme vuestra verdad. Porque los que esto niegan, ladren cuanto quieran, y atruénense a sí mismos. Yo me esforzaré en persuadirles que se calmen y abran camino hacia ellos para vuestra palabra. Y si ellos no quisieren y me rechazaren, os suplico, Dios mío, que Vos no calléis para mí (Ps., 27, 1). Hablad Vos a mi cora-zón verazmente, pues sois el único que así habla. Y a ellos los dejaré fuera so-plando en el polvo y levantando tierra sobre sus propios ojos. Y entraré en mi cá-mara y os cantaré canciones de amor gimiendo con gemidos inenarrables (Rom., 8, 26) en mi peregrinación, y acordándome de Jerusalén, dilatando en alto hacia ella mi corazón, hacia Jerusalén, mi patria; Jerusalén, mi madre (Gal., 4, 26), y hacia Vos, que le sois rey, sol, padre, tutor, marido, castas y fieles delicias, gozo sólido y todos sus bienes inefables, todos a la vez, porque sois el único, supremo y verdadero Bien. Y no me apartaré hasta tanto que me recojáis, todo cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, y me confirméis para siempre en aquella paz de Jerusalén, mi madre carísima, en donde están las primicias de mi espíritu, de donde me vienen estas certidumbres, ¡oh Dios mío, misericordia mía!

Mas a estos otros que no dicen ser falsas todas estas cosas que son verdaderas, y que honran y ponen como nosotros en la cumbre de la autoridad que ha de seguir-se aquella vuestra santa Escritura, promulgada por el santo Moisés, pero que, no obstante, en algo nos contradicen, he aquí lo que les digo:

–Vos, Dios nuestro, sed el árbitro entre mis confesiones y sus contradicciones.



CAPÍTULO 17

Diversas significaciones de «el cielo y la tierra»

24. Dicen, pues: Aunque eso sea verdad, Moisés no pensaba en esas dos cosas cuando, por revelación del Espíritu, dijo: En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Por el nombre cielo no significó aquella creatura espiri-tual o intelectual que contempla siempre la faz de Dios; ni por el nombre tierra la materia informe.

–¿Qué significó, pues?

–Lo que nosotros decimos –responden– eso es lo que sintió aquel varón, y eso es lo que expresó en aquellas palabras.

–Y eso, ¿qué es?

–Con el nombre de cielo y tierra –añaden– quiso, primero, en general y brevemente, significar todo este mundo visible, para después exponer en particu-lar, con la enumeración de los días, las cosas que al Espíritu Santo plugo enunciar de esta manera. Porque eran tales hombres los de aquel pueblo rudo y carnal a quien hablaba, que juzgó no debía encomendarles otras obras de Dios, sino solas las visibles.

Pero convienen en que por la tierra invisible e incompuesta, y el abismo tene-broso, de donde a continuación se muestra haber sido hechas y dispuestas, durante aquellos días, todas estas cosas visibles que son conocidas de todos, no es incongruente entender aquella materia informe.

25. Y ¿qué, si algún otro dijese que la misma informidad y confusión de la materia fue primero significada por el nombre de el cielo y la tierra, porque de ella fue formado y perfeccionado este mundo visible, con todas las naturalezas que en él manifestísimamente aparecen, que suelen frecuentemente llamarse con el nom-bre de el cielo y la tierra?

¿Y qué si algún otro dijese que la naturaleza invisible y la visible, no, cierto, im-propiamente son denominadas el cielo y la tierra; y, por tanto, toda la creación que Dios hizo en la Sabiduría y en el Principio está comprendida en estas dos palabras?; pero, sin embargo, como todas las cosas fueron hechas, no de la sustancia de Dios, sino de la nada –porque no son lo mismo que Dios, y hay en todas ellas alguna mutabilidad, sea que permanezcan como la eterna Casa de Dios [los ángeles], sea que se muden, como el alma y el cuerpo del hombre–, por eso la materia común de todas las cosas, invisibles y visibles, materia todavía informe, pero ciertamente formable, de donde debían hacerse el cielo y la tierra, es decir, la creación invisible y la visible, una y otra ya formadas, fue designada con aquellos nombres, apellidándose tierra invisible e incompuesta, y tinieblas sobre el abismo, con esta distinción: que por tierra invisible e incompuesta se entienda la materia corpórea, antes de toda cualidad de forma; y por tinieblas sobre el abismo, la materia espiritual [los ángeles], antes de serle cohibida cierta no moderada fluidez, y de ser iluminada por la Sabiduría.

26. Cabe todavía otra interpretación, si alguno la prefiere; es, a saber: Cuando se lee En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, por el nombre del cielo y la tierra no se significan las naturalezas invisibles y visibles, ya acabadas y formadas, sino que por aquellos nombres se designa la misma incoación, todavía informe, de las cosas, la materia formable y creable, porque en ella estaban ya, confusas todavía, no distintas por cualidades y formas, estas cosas que ahora dis-tribuidas en sus órdenes, se llaman El cielo y la tierra: aquél, creación es-piritual; ésta, corporal.



CAPÍTULO 18

Que cuando es incierto el sentido de la Escritura, basta atribuirle uno verdadero.

27. Oídas y consideradas todas estas cosas, no quiero contiendas de pala-bras, pues para nada aprovechan, sino para trastornar a los oyentes (2 Tim., 2, 14). Mas para edificación, buena es la ley, si alguno usa legítimamente de ella; porque su fin es la caridad, que nace de corazón puro y de buena conciencia y de fe no fingida (1 Tim., 1, 8 y 5); y sabe nuestro Maestro de qué dos preceptos hizo depender toda la Ley y los Profetas (Mt., 22, 40). Y confesando yo esto ardientemente, Dios mío, luz de mis ojos en lo interior, ¿qué mal se me sigue, pudiendo por estas palabras entenderse diversas cosas –que son, sin embargo, verdaderas–, qué mal se me sigue, repito, si yo entiendo cosa distinta de lo que otro entiende que intentó el que lo escribió? Sin duda, todos los que leemos nos esforzamos por indagar y comprender lo que quiso decir el autor que leemos; y cuando le creemos verídico, no osamos pensar que haya dicho cosa alguna que nosotros conocemos o juzgamos que es falsa. Así, pues, cuando cada cual se esfuerza por entender en las Escrituras santas lo que en ellas entendió el que las escribió, ¿qué mal hay en que entienda lo que Vos, luz de todas las mentes verídicas, le mostráis ser verdadero, aunque no lo entendió así el autor que lee, pues él también entendió algo verdadero, aunque no esto mismo?



CAPÍTULO 19

Verdades que de lo dicho se desprenden.

28. Porque es verdad, Señor, que Vos hicisteis el cielo y la tierra; y es verdad que el Principio es vuestra Sabiduría, en la cual hicisteis todas las cosas (Ps., 103, 24).
Asimismo, es verdad que este mundo visible tiene dos grandes partes: el cielo y la tierra, compendiando brevemente todas las naturalezas hechas y creadas.
Y es verdad que todo lo mudable sugiere a nuestro pensamiento una cierta informidad, en virtud de la cual toma forma o se muda y se trueca.
Es verdad que ninguna acción de los tiempos experimenta lo que de tal manera está adherido a la forma inconmutable, que, aunque sea mudable, no se muda
Es verdad que la informidad, que es casi nada, no puede experimentar las vicisitu-des de los tiempos.
Es verdad que aquello de que una cosa se hace, puede, según la forma de hablar, tener ya el nombre de la cosa que de ella se hace; y así puede llamarse cielo y tierra cualquiera informidad de donde fueron hechos el cielo y la tie-rra.
Es verdad que de todo lo creado y formado nada está más próximo a lo informe que la tierra y el abismo.
Es verdad que no sólo todo lo creado y formado, sino también todo lo que es crea-ble y formable, lo hicisteis Vos, de quien proceden todas las cosas (1 Cor., 8, 6).
Es verdad que todo lo que es formado de lo informe, primeramente es informe y después formado.



CAPÍTULO 20

Diversos sentidos de estas palabras: «En el principio hizo Dios el cielo y la tierra.»

29. De todas estas verdades, de las cuales no dudan aquellos a quienes habéis con-cedido verlas con los ojos interiores, e inconmoviblemente creen que vuestro sier-vo Moisés habló en espíritu de verdad; de todas estas verdades, pues, una toma para sí el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es: en su Verbo, coeterno con Él, hizo Dios la creación invisible y la visible, o sea, la espiritual y la corporal.

Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es: En su Verbo, coeterno con Él, hizo Dios toda esa mole de este mundo corpóreo, con todas las naturalezas manifiestas y conocidas que contiene.

Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es: En su Verbo, coeterno con El, hizo Dios la materia informe de la creación espiritual y de la corporal.

Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es: En su Verbo, coeterno con Él, hizo Dios la materia informe de la creación corporal, donde todavía estaban confundidos el cielo y la tierra, que ahora ya vemos distin-tos y formados en la mole de este mundo.

Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es: En el comienzo mismo de su crear y obrar hizo Dios la materia informe que confusa-mente contenía el cielo y la tierra, los cuales, formados de ella, ahora campean y hacen muestra de sí con todos los seres que en ellos hay.



CAPÍTULO 21

Significados de las palabras «La tierra era invisible», etc.

30. Asimismo, por lo que atañe al sentido de las palabras siguientes, de todas aquellas verdades (c. 19), una toma para sí el que dice: Pero la tierra era invi-sible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el abismo; esto es: aquello corpóreo que hizo Dios era la materia de las cosas corpóreas, todavía informe, sin orden, sin luz.

Otro, el que dice: Pero la tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas es-taban sobre el abismo; esto es: este todo que se ha denominado cielo y tierra era la materia todavía informe y tenebrosa, de la cual se habían de hacer el cielo corpóreo y la tierra corpórea, con todos los seres que en ellos hay, conocidos por los sentidos del cuerpo.

Otro, el que dice: Pero la tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas es-taban sobre el abismo; esto es: este todo que se ha denominado cielo y tierra era la materia todavía informe y tenebrosa, de la cual se había de hacer el cielo inteligible –que en otro lugar se llama cielo del cielo– y la tierra, es decir, toda la naturaleza corpórea, bajo cuyo nombre se ha de entender también el cielo corpóreo; esto es: de ella se había de hacer toda la creación invi-sible y visible.

Otro, el que dice: Pero la tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas es-taban sobre el abismo; esto es: con los nombres de cielo y tierra no designó la Escritura aquella informidad; sino ya existía –dice– la dicha informidad, que denominó tierra invisible e incompuesta y abismo te-nebroso, de la cual había dicho antes que hizo Dios el cielo y la tierra, es, a saber: la creación espiritual y la corporal.

Otro, el que dice: Pero la tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas es-taban sobre el abismo; esto es: era ya una cierta informidad la materia de que antes dijo la Escritura que había Dios hecho el cielo y la tierra, es decir, toda la mole corpórea del mundo, distribuida en dos grandísimas partes, la supe-rior y la inferior, con todas las criaturas que en ellas existen y nos son familiares y conocidas.



CAPÍTULO 22

Se responde a algunas dificultades.

31. Porque cuando alguien intentase oponerse a estas dos últimas opiniones, di-ciendo:
Si no queréis ver designada con el nombre de el cielo y la tierra la materia informe, entonces había algo que Dios no había creado, de donde hiciese el cielo y la tierra; porque la Escritura no ha contado que Dios hubiera hecho semejante ma-teria; a no ser que la entendamos significada por el vocablo el cielo y la tie-rra, o solamente la tierra, donde se dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; de suerte que lo que se sigue: Pero la tierra era invisible e incompuesta, aunque [a Moisés] le pluguiese denominar así a la materia informe, no hemos de entender, sin embargo, sino aquella misma tierra que hizo Dios, de la cual había escrito: hizo Dios el cielo y la tierra; los defensores de estas dos opiniones que en último lugar (cap. 21) mencionamos, o los de la una o los de la otra, responderán al oír esto y dirán:

No negamos, ciertamente, que esta materia informe haya sido hecha por Dios; por Dios, de quien procede toda la creación sobre manera buena. Porque como decimos que es más bueno lo que fue creado y formado, así confesamos que es menos bueno lo que fue hecho creable y formable, pero, al cabo, bueno. Mas la Escritura no mencionó que Dios hubiese hecho esta materia informe, como no mencionó otros muchos seres, por ejemplo, los querubines y serafines, y aquellos que distintamente nombra el Apóstol: los tronos, dominaciones, principados y potestades (Col., 1, 16), y, sin embargo, es manifiesto que todos ellos fue-ron hechos por Dios.

Mas si en aquellas palabras: hizo el cielo y la tierra están comprendidas todas las cosas, ¿qué decir de las aguas, sobre las cuales era llevado el Espíritu de Dios? (Gen., 1, 2). Porque si con nombrar la tierra van incluidas todas ellas, ¿cómo por el nombre de la tierra se ha de entender ya la tierra informe, cuando vemos las aguas tan hermosas? Y dado que lo entendamos así, ¿por qué dice la Escritura que de la misma materia informe fue hecho el fir-mamento y llamado cielo, y no dice que fueran hechas las aguas? Porque no son ya informes ni invisibles las que vemos correr con tan hermoso aspec-to. Y si tal hermosura recibieron cuando dijo Dios: Congréguese el agua que está bajo el firmamento (Gen., 1, 7), de suerte que esta reunión sea su misma formación, ¿qué se responderá de las aguas que están encima del firmamento, las cuales, de ser informes, no habrían merecido recibir tan honorable asientos ni está escrito con qué palabra fueron formadas?

De donde, si el Génesis calla haber hecho Dios alguna cosa, que, sin embargo, ni la sana fe ni la razón segura dudan haberla hecho Dios, ni por eso ninguna juiciosa doctrina osará decir que aquellas aguas son coeternas con Dios, porque en el libro del Génesis lo oímos mencionar, pero no hallamos cuándo hayan sido formadas, ¿por qué no hemos de entender, enseñados por la verdad, que también la materia informe que la Escritura llama tierra invisible e incompuesta ha sido por Dios hecha de la nada, y, por tanto, no es coeterna con Él, por más de que la na-rración bíblica haya dejado de contar cuándo fue hecha?



CAPÍTULO 23

Dos géneros de divergencias.

32. Oídas y consideradas estas opiniones según la capacidad de mi flaqueza –la cual os confieso, Dios mío, a Vos, que la conocéis–, veo que pueden originarse dos géneros de divergencias, cuando con la pluma se consigna un hecho por na-rradores verídicos: uno, si hay divergencia sobre la verdad de las cosas; otro, si la hay sobre la intención del que lo narra. Porque una cosa es inquirir qué hay de verdad sobre la naturaleza de las cosas creadas, y otra diferente qué fue lo que Moisés, egregio siervo de vuestra fe, quiso que el lector y el oyente entendiesen por aquellas palabras.

En el primer género de divergencias, apártense de mí todos los que tienen por ver-daderas doctrinas falsas; igualmente, en el segundo género, apártense de mí todos los que piensan que Moisés dijo cosas que son falsas.

Mas dejadme, Señor, que a Vos me junte y en Vos me goce con aquellos que se apacientan de vuestra verdad en la anchura de la caridad; y juntos nos acerquemos a las palabras de vuestro Libro, y busquemos en ella el intento vuestro por medio del intento de vuestro siervo, por cuya pluma nos la comunicasteis.



CAPÍTULO 24

Dificultad de acertar con el verdadero sentido del Génesis.

33. Mas entre tanta abundancia de verdades como en aquellas palabras diversa-mente entendidas se ofrecen a los que investigan vuestro intento, ¿quién de noso-tros lo encuentra de tal suerte, que pueda con tanta seguridad afirmar ser esto lo que sintió Moisés, esto lo que quiso se entendiese en aquella narración, como afirma seguramente que tal cosa es verdad, tanto si es eso lo que dice Moisés, co-mo si él habló de otra cosa? Porque ved aquí, Dios mío, que yo, siervo vuestro, que os he ofrecido sacrificio de alabanza en esto que escribo, y os pido que por vuestra misericordia os cumpla yo mis promesas (Ps., 115, 16, 17 y 14), he aquí que ya con la confianza que digo que en vuestro Verbo inconmutable hicisteis todas las cosas, invisibles y visibles, ¿acaso con igual confianza digo que no otra cosa sino ésta pensaba Moisés cuando escribía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra? Porque así como en vuestra verdad veo ser esto cier-to, así no veo en la mente de él que lo pensase cuando esto escribía. Porque cuan-do decía: En el principio, pudo pensar en el comienzo mismo de vues-tras obras; pudo también pretender que por el cielo y la tierra se en-tendiese en este lugar la naturaleza espiritual y corporal, no ya formada y perfecta, sino incoada y todavía informe.

Veo, sin duda, que cualquiera de estas cosas que se dijesen podrían decirse con verdad; pero cuál de ellas pensaba decir Moisés en estas palabras, no lo veo de la misma manera: si bien lo que aquel gran varón tuvo en su mente al escribir estas palabras, ya sea alguna de estas cosas, ya alguna otra que por mí no ha sido men-cionada, no dudo que él veía la verdad y convenientemente la enunciaba.



CAPÍTULO 25

Que nadie atribuya a Moisés el propio pensamiento.

34. Ninguno me sea ya molesto diciéndome: «No entendió Moisés eso que tú di-ces, sino esto que yo digo». Porque si me dijera: «¿De dónde sabes tú que Moisés entendió aquellas palabras suyas en el sentido que tú dices?», debería yo llevarlo con ecuanimidad y respondería tal vez lo que arriba he respondido, o con alguna mayor amplitud si el tal fuese algo duro de convencer. Pero cuando dice: «No sintió Moisés eso que tú dices, sino esto que digo yo», y, sin embargo, no niega que las cosas que uno y otro decimos son entrambas verdaderas, oh Vida de los pobres, Dios mío, en cuyo seno no hay contradicción!, lloved sobre mi corazón amansamientos para que soporte con paciencia a los tales, que no me dicen esto porque sean adivinos y hayan leído en el corazón de vuestro siervo lo que dicen, sino porque son soberbios; ni han conocido el pensamiento de Moisés, sino que aman el suyo propio, no porque sea verdadero, sino porque es suyo. De otra suerte amarían también cualquier otro pensamiento igualmente verdadero; como amo yo lo que ellos dicen, no porque es de ellos, sino porque es verdadero, y, por tanto, no es ya de ellos, puesto que es verdadero. Pero si lo aman porque es verdadero, ya es tanto de ellos como mío, porque pertenece en común a todos los amadores de la verdad.

Mas que ellos pretendan que no sintió Moisés lo que yo digo, sino lo que ellos dicen, eso no lo acepto, no lo quiero; porque, aun dado que así fuese, sin embargo, semejante temeridad no proviene de ciencia, sino de audacia; ni es hija de visión, sino de hinchazón. Y, por tanto, Señor, espantosos son vuestros juicios; porque vuestra verdad ni es mía ni de aquel ni del otro, sino de todos nosotros, a quienes públicamente llamáis a la comunión de ella, amonestándonos terriblemente que no queramos retenerla en privado, para no ser privados de ella. Porque cualquiera que reserva para sí propio lo que Vos ofrecéis para que sea disfrutado por todos, es rechazado del bien común a lo suyo propio: esto es, de la verdad a la mentira; porque el que habla mentira, habla de su cosecha (Jn., 8, 44).

35. Atended, pues –óptimo Dios, la misma Verdad–, a lo que voy a decir a este contradictor; atended, porque delante de Vos lo digo, y delante de mis hermanos, que usan legítimamente de la ley (1 Tim., 1, 8) hasta el fin de ella, que es la caridad (l. c., v. 5); atended y ved si os agrada lo que voy a decir. Porque a ese tal le dirijo esta palabra fraternal y pacífica: si ambos vemos que es verdad lo que Tú dices, y ambos vemos que es verdad lo que yo digo, pregunto: ¿en dónde lo vemos? Ciertamente, ni yo en ti ni tú en mí, sino ambos en la misma inconmutable Verdad, que está sobre nuestras inteligencias. Pues siendo así que no contendemos acerca de la misma luz de nuestro Señor Dios, ¿por qué contender sobre el pensamiento del prójimo, que no podemos ver como se ve la inconmutable Verdad, cuando, si el mismo Moisés se nos aparecie-se y dijese: «Esto pensé», ni aun así veríamos su pensamiento, sino que le cree-ríamos?

Que, pues, más allá de los límites de lo que está escrito, el uno no se infle co-ntra el otro en favor de un tercero (1 Cor., 4, 6). Amemos al Señor Dios nuestro con todo el corazón, con toda el alma, con toda nuestra mente, y al prójimo como a nosotros mismos (Mt., 22, 37). Si no creyéremos que en or-den a estos dos preceptos de la caridad escribió Moisés todo lo que escribió en aquellos libros, haremos mentiroso al Señor (1 Jn., 1, 10), opinan-do del alma de aquel consiervo nuestro otra cosa de lo que él enseñó.

Ved, pues, cuán necia cosa es, entre tanta abundancia de verdaderísimas senten-cias que de aquellas palabras pueden deducirse, afirmar temerariamente cuál de ellas es la que sobre todas entendió, y con perniciosas discusiones ofender la mis-ma caridad, en orden a la cual dijo todas las cosas aquel cuyas palabras nos esfor-zamos por explicar.



CAPÍTULO 26

Que unas palabras bíblicas pueden contener diversos sentidos.

36. Y, con todo, yo, Dios mío, Excelsitud de mi bajeza y descanso de mi trabajo, que oís mis confesiones y perdonáis mis pecados, no puedo creer de vuestro fide-lísimo siervo Moisés menos de aquel don que yo hubiera querido y deseado me otorgaseis, si hubiera nacido al tiempo que él nació, y me hubieseis colocado en tal lugar, que por ministerio de mi corazón y de mi lengua fuesen comunicados aquellos Libros que después habían de ser de tanto provecho a todas las gentes, y con tan encumbrada autoridad habían de prevalecer por el orbe universo sobre todas las palabras del orgullo y de la mentira.

Porque quisiera, si yo entonces hubiera sido Moisés –puesto que todos venimos de la misma masa (Rom., 9, 21) y ¿qué es el hombre sino porque Vos os acordáis de él? (Ps., 8, 5)–, quisiera, pues, si entonces fuera yo lo que él, y Vos me hubieseis encargado de escribir el libro del Génesis, que me fuese dada tal facultad de decir y tal modo de componer las palabras, que, por una parte, los que no pueden todavía entender de qué manera crea Dios, no rechazasen mis asertos como superiores a sus alcances, y por otra, los que ya pueden entenderlo, cual-quiera sentencia verdadera a que hubiesen llegado con su pensamiento, no la en-contrasen preterida en las breves palabras de tu siervo; y si otro en la luz de la Verdad viese otra distinta, tampoco ésta dejase de estar en aquellas palabras en-tendida.



CAPÍTULO 27

La fuente abundante de la Escritura.

37. Porque así como la fuente en reducido espacio es más abundante y por muchos arroyuelos suministra corriente a más dilatados espacios, que cada uno de estos arroyuelos, que desde la misma fuente por muchos lugares se desliza, así la narra-ción de vuestro dispensador (Moisés), que a muchos predicadores había de apro-vechar, en escaso número de palabras mana raudales de verdad cristalina, de don-de cada cual, lo verdadero que puede, éste esto, aquél aquello, derívalo para sí por largos rodeos de lenguaje.

Porque los unos, cuando aquellas palabras leen o escuchan, se imaginan que Dios, como si fuese un hombre o un poder dotado de inmensa mole, con un nuevo y repentino querer produjese fuera de sí mismo, como en lugares distantes, el cielo y la tierra, el uno superior e inferior la otra, en los cuales se contienen todas las co-sas. Y cuando oye: «Dijo Dios: Hágase tal cosa; y se hizo tal cosa», se representan palabras que sonaron un tiempo y pasaron, y después de pasadas, al instante exis-tió lo que se ordenó que existiese. Y se imaginan tal vez otras cosas por el estilo, conforme a su familiaridad con la carne. En los cuales, todavía pequeñuelos ani-malitos, mientras en este humildísimo género de palabras, como en el regazo de una madre, es llevada su debilidad, saludablemente se edifica la fe con que tienen por cierto y retienen que Dios hizo todas las naturalezas que en derredor contem-plan sus sentidos con maravillosa variedad. Y si alguno de ellos, como desdeñoso de la trivialidad de aquellas sentencias, con soberbia imbecilidad, se abalanza fue-ra de la cuna que le nutre, ¡ay!, caerá el miserable; y apiadaos de él, Señor Dios, para que los transeúntes no pisoteen al polluelo implume, y enviad vuestro ángel que torne a ponerle en el nido, para que viva hasta que vuele.



CAPÍTULO 28

Diversas opiniones sobre el pasaje de Moisés.

38. Mas otros, para quienes estas palabras [de Moisés] son, no ya nido, sino arbo-ledas sombrías, ven en ellas frutos escondidos y revolotean alegres y gorjean es-cudriñándolos y les echan mano. Porque cuando leen y oyen estas palabras vues-tras, Dios eterno, echan de ver que todos los tiempos pasados y futuros son supe-rados por vuestra estabilidad permanente, y, sin embargo, nada hay en la creación temporal que no lo hayáis hecho Vos; que por ser vuestra voluntad una misma cosa con Vos, sin mudarse de ningún modo, ni nacer en Vos algún querer que antes no existiese, hicisteis todas las cosas: no sacando de Vos una semejanza vuestra, forma de todas, sino formando de la nada una desemejanza informe, que sería formada por vuestra semejanza, retornando a Vos Uno a proporción de su ordenada capacidad, cuando a cada una de las cosas en su género le ha sido dado, y así llegarían a ser todas las cosas sobre manera buenas (Gen., 1, 31), tanto las que cerca de Vos permanecen fijas [los ángeles], como las que, separadas por una distancia gradualmente mayor, hacen o padecen por los tiempos y lugares hermosas transformaciones. Esto ven, y se gozan en la luz de vuestra verdad lo poquito que pueden.

39. Y uno de ellos repara en lo que está dicho: En el principio hizo Dios..., y reconoce a la Sabiduría en este principio, pues también ella nos habla (Jn., 8, 14): y otro igualmente en las mismas palabras y por el princi-pio entiende el comienzo de las cosas creadas y lo interpreta así: En el principio hizo; como si dijese: Primeramente hizo...

Y entre los que por la frase «En el principio» entienden que «en la Sabidu-ría hizo el cielo y la tierra», uno de ellos cree que por el cielo y la tie-rra es la materia creable del cielo y la tierra [materia prima] la que así es de-signada; otro cree que son las naturalezas ya formadas y distintas; otro, que con el nombre cielo lo es una naturaleza ya formada, la espiritual, y con el nom-bre tierra, otra informe, la materia corpórea.

Mas los que en los nombres cielo y tierra entienden la materia todavía informe, ni aun éstos lo entienden de la misma manera, sino uno: «de donde fuese acabada la creación inteligible y la sensible»; otro, solamente: «de donde fuese acabada esta mole sensible que en su espacioso seno contiene todas las naturalezas sensibles y manifiestas».

Ni los que creen que en este pasaje son apellidados cielo y tierra las criatu-ras ya dispuestas y distribuidas opinan del mismo modo, sino que el uno entiende la creación invisible y la visible; el otro, solamente la visible, en la cual vemos el cielo luminoso y la tierra oscura y los seres que en ellos se contienen.



CAPÍTULO 29

De cuatro maneras cómo una cosa es primero que otras.

40. Mas aquel que no interpreta: En el principio hizo..., sino como si dije-se: Primeramente hizo..., no tiene manera de entender con verdad el cielo y la tierra, sino entendiendo «la materia [informe] del cielo y la tierra»; esto es, de toda la creación, a saber, de la inteligible y de la corpórea. Porque si la quiere entender ya toda «formada», con razón se le podrá preguntar: Si esto es «lo primero» que hizo Dios, ¿qué es lo que hizo después?, y una vez hecho el univer-so, no hallará nada que decir; y, por tanto, oirá de mala gana que le digan: ¿Cómo fue aquello «lo primero», si nada hizo «después»?

Mas cuando dice que «primeramente» hizo la materia informe, y «después» le dio forma, no dice nada absurdo, con tal que sea capaz de discernir qué es lo que «precede» por eternidad, qué por tiempo, qué por intención, qué por origen. Por eternidad, como Dios a todas las cosas; por tiempo, como la flor al fruto; por in-tención, como el fruto a la flor; por origen, como el sonido al canto. De estas cua-tro «precedencias», la primera y la última que he mencionado muy difícilmente se entienden: las dos de en medio, muy fácilmente.

Porque rara visión es y ardua en demasía contemplar, Señor, vuestra eternidad, que inconmutablemente produce las cosas mudables, y por eso es «primero» que ellas.

Después, ¿quién tendrá tan aguda la vista del espíritu, que sin gran trabajo pueda distinguir cómo «primero» es el sonido que el canto, por razón de que el canto es un sonido «formado», y una cosa puede existir «no formada», mas lo que no es no puede formarse? Así, «primero» es la materia que lo que de ella se hace; «prime-ro», no porque sea ella quien hace, pues más bien es hecha. Tampoco es «prime-ro» por intervalo de tiempo; porque no emitimos en un primer tiempo los sonidos informes sin canto, y en otro tiempo posterior los adaptamos y amoldamos a la forma de cántico, como se trabajan las tablas o la plata de que se fabrica el arca o la copa; porque estas materias preceden en el tiempo a las formas de las cosas que de ellas se hacen. Pero en el canto no es así; porque su «sonido» se oye a la vez que se canta. Porque lo que primeramente de cualquier modo hubiere «sonado», pasa, y nada de ello encontramos para, volviendo a tomarlo, adaptarlo a las reglas del arte. Y por ende, el canto consiste en su sonido; este sonido suyo es su mate-ria, pues él es el que recibe la forma para ser canto.

Y por eso –como yo decía–, «primero» es la materia del sonar que la forma del cantar: «primero», no por potencia eficiente, pues el sonido no es el artífice del cantar, sino que, procedente del cuerpo, está sujeto al alma que canta para que de él haga el canto. Ni «primero» en tiempo, pues simultáneamente con el canto es emitido. Ni «primero» en la intención, porque no es mejor el sonido que el canto, puesto que el canto es no solamente sonido, sino lindo sonido. Pero es «primero» en origen, porque no recibe forma el canto para ser sonido, sino el sonido recibe forma para ser canto.

Por este ejemplo entienda el que puede que «primero» fue hecha la materia (in-forme) de las cosas, y apellidada el cielo y la tierra, porque de ella fueron hechos el cielo y la tierra; y que fue hecha «primero» no en tiempo, puesto que las formas de las cosas son las que dan origen al tiempo, y aquella materia era infor-me, y simultáneamente con el tiempo es percibida (y formada). Y, sin embargo, nada puede decirse de ella, sino cual si tuviese cierta «prioridad» en el tiempo; que en valía es la última, porque, sin duda, mejores son las cosas formadas que las informes; y es «precedida» por la eternidad del Creador, para que de la nada hubiese de qué hacer algo.



CAPÍTULO 30

Concordia de las opiniones discordantes.

41. En esta diversidad de opiniones verdaderas, la misma Verdad haga nacer la concordia, y nuestro Dios tenga misericordia de nosotros (Ps., 66, 2) para que legítimamente usemos de la ley, teniendo por fin del precepto la pura caridad (1 Tim., 1, 8 y 5).

Y por esto, si alguien me pregunta cuál de estas interpretaciones sintió aquel vues-tro siervo Moisés, no son estas palabras las de mis Confesiones si no os confieso: No lo sé. Y sé, sin embargo, que son verdaderas aquellas opiniones, excepto las carnales, de las cuales he dicho lo que me parecía. Sin embargo, los pequeñuelos [que las sostienen] son de buena esperanza, pues no les espantan las palabras de vuestro Libro, humildemente sublimes y copiosamente concisas.

Mas todos los que en estas vuestras palabras confieso que ven y dicen cosas ver-daderas, amémonos mutuamente, y a la vez amemos a Vos, Señor Dios nuestro, fuente de verdad, si es que de ella misma tenemos sed, no de cosas vanas. Y de tal suerte honremos a vuestro mismo siervo Moisés, dispensador de esta Escritura y lleno de vuestro espíritu, que creamos que cuando por revelación vuestra escribía estas cosas, tenía puesta la mira en lo que, más que nada, en ellas sobresale por la luz de la verdad y el fruto de la utilidad [la caridad].



CAPÍTULO 31

Moisés intentó todos los sentidos verdaderos que se pueden dar a sus pala-bras.

42. Así, cuando uno dice: «Moisés sintió lo que yo digo», y otro: «No, sino lo que digo yo», me parece que más religiosamente respondo: ¿Por qué no más bien las dos cosas, si una y otra son verdaderas? Y si alguno viese en aquellas palabras un tercer sentido verdadero, o un cuarto, o cualquier otro número, ¿por qué no se ha de creer que todos ellos los vio aquel por cuyo medio el Dios único atemperó las sagradas Letras a las interpretaciones de muchos que en ellas habían de ver diver-sos y verdaderos sentidos?

Yo, ciertamente –de todo corazón lo afirmo intrépido–, si, elevado a la cumbre de la autoridad, escribiese alguna cosa, prefiriera escribir de tal suerte, que mis pala-bras sonaran a lo que cada cual pudiese alcanzar de verdadero en estas cosas antes que poner una sola sentencia verdadera claramente, con objeto de excluir las de-más, cuya falsedad no pudiera ofenderme. No quiero, pues, Dios mío, ser tan irre-flexivo que no crea que tal varón mereció de Vos semejante favor. Sintió él, indu-dablemente, en estas palabras, y pensó, cuando las escribía, cuanto de verdadero hemos podido hallar, y cuanto no hemos podido nosotros, y, sin embargo, puede hallarse en ellas.



CAPÍTULO 32

Sólo desea ser apacentado por Dios con la verdad.

43. Finalmente, Señor, que sois Dios, y no carne y sangre, si algún sentido no vio Moisés, ¿Acaso también a vuestro Espíritu bueno que me conducirá a la tierra llana (Ps., 142, 10) pudo ocultársele nada de cuanto en aquellas palabras Vos mismo habíais de revelar a los venideros que las leyesen, aunque aquel por quien fueron escritas pensase quizá en una sola entre muchas verdaderas sentencias? Y si esto es así, téngase, pues, la que él pensó por la más excelsa entre todas; mas a nosotros, Señor, mostradnos o aquella misma u otra verdadera que os plazca; de suerte que, ora nos descubráis la misma que a aquel varón vuestro, ora alguna otra con ocasión de aquellas mismas palabras, seáis Vos quien nos apacentéis, no nos engañe el error.

¡Ved aquí, Señor, Dios mío, cuántas cosas he escrito, cuántas cosas –perdonadme–, sobre tan pocas palabras! A este tenor, ¿qué fuerzas, qué tiempo me bastará para explanar todos vuestros Libros? Permitidme, pues, que en ellos os confiese más brevemente, y que elija una sola cosa que Vos me inspirareis, verda-dera, cierta y buena, aunque se ofrezcan muchas donde muchas podrán ofrecerse; y con tal fidelidad de mi confesión, que si yo acertara a decir lo que sintió vuestro ministro, ¡bien, magnífico!, pues a eso me debo esforzar; mas si no lo alcanzare, diga yo al menos lo que por aquellas palabras quisiere decirme vuestra Verdad, que también a Moisés le dijo lo que quiso.

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Las Confesiones
por San Agustín
Libro XII