SERMÓN A LOS FIELES DE LA IGLESIA DE CESAREA

por San Aurelio Agustín

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA

Ambigüedad de Emérito

1. Sabéis cuánto gozo nos produce la animación de vuestra caridad. Saltamos de alegría en el Señor nuestro Dios, de quien nos dice el Apóstol: Él es nuestra paz: él, que de dos pueblos hizo uno 1. Damos, pues, gracias al mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo, que nos ha concedido, aun antes de saber cuál es la voluntad de nuestro hermano Emérito, conocer cuánto ama la unidad. Escuchad, no obstante, cuáles son los principios que Dios ha querido recibiéramos de su boca.

Tan pronto como entró en esta Iglesia, estando en aquel lugar donde comenzamos a hablar con él, bajo la inspiración de Dios, que gobierna el corazón y la lengua, nos dijo: "No puedo no querer lo que vosotros queréis, pero puedo querer lo que yo quiero". Ved qué prometió quien dijo que no podía no querer lo que queremos. Si no puede no querer lo que queremos sabe qué es lo que queremos. Nosotros queremos lo que también vosotros queréis, todos queremos lo que quiere Dios. Ahora bien: lo que quiere Dios no es un secreto. Leemos, en efecto, el testamento de aquel que nos ha constituido en herederos suyos; en él se dice: Os dejo la paz, os doy mi paz 2. Por consiguiente, tarde o temprano, no puede no querer lo que queremos. Pero nos insinúa algún retardo la segunda parte: "Puedo querer lo que quiero", pues él dijo: "No puedo no querer lo que vosotros queréis, pero puedo querer lo que yo quiero".

Puede querer lo que quiere, aunque no puede no querer lo que queremos. Vemos, sí, lo que él dice que puede. Quiere, en efecto, al presente lo que quiere, aunque lo que quiere ahora no lo quiere Dios. ¿Y qué es lo que quiere ahora? Estar apartado de la Iglesia católica, permanecer aún en la comunión del partido de Donato, permanecer aún en el cisma, permanecer aún entre los que dicen: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas 3. Pero esto no lo quiere Dios, puesto que replica el Apóstol: ¿Está dividido Cristo? 4 Por consiguiente, puede querer lo que quiere, pero sólo por un tiempo, sólo en el tiempo del respeto humano, no puede querer lo que quiere según los postulados de la sabiduría. Esto es lo que ahora quiere; puede querer lo que quiere. Pero como no puede no querer lo que nosotros queremos, que deje pronto de querer lo que él quiere y haga lo que queremos nosotros.

Por tanto, hermanos, que no os preocupe una ligera dilación mientras quiere lo que quiere; antes bien, rogad para que haga lo que prometió, a fin de que no pueda no querer lo que queremos. (Y todos gritaron: "Que sea aquí o en ninguna otra parte".)

Vosotros, que habéis manifestado a voces lo que sienten vuestros corazones, ayudadnos también con vuestras oraciones. Bien puede el Señor, que ordena la unidad, cambiar para mejor la voluntad. Lo que acaba de reclamar vuestra caridad: "Que sea aquí o en ninguna otra parte", lo reconocemos y apreciamos como un grito de vuestra caridad para con él. Esto es también lo que nosotros, no ahora por primera vez, sino siempre, estamos pensando y deseando. Tal es también, y esto es lo principal y necesario, el espíritu de nuestro hermano y colega en el episcopado, vuestro obispo Deuterio. De antiguo nos es conocido su espíritu. Junto con nosotros elevó sus plegarias al Señor con el concilio, en que hemos prometido y ofrecido esto a los que están fuera. De esto dan fe nuestras firmas. Jamás nosotros mantenemos nuestro cargo a expensas de la unidad. Descendamos de nuestro cargo, ya que tenemos más caridad. Sabemos cómo tenemos que invitar a los débiles para llevar a cabo la unidad.

Qué es de los herejes y qué es de Dios

2. No decimos esto, hermanos, para indicar que los que permanecen aún en el cisma tengan alguna esperanza ante el Señor. Son muchos los que disputan y entienden poco lo que hablan, diciendo: "Si son cismáticos, si son herejes, ¿por qué los reciben así?"

Escuchad, hermanos: si los aceptáramos así, recibiríamos sin más a nuestro hermano Emérito, fuera bueno o malo, pero hermano. Digo esto porque él sabe que por el profeta se nos ha dicho lo que recordamos también en la Conferencia: Decid: "Sois hermanos nuestros", a los que os aborrecen 5. Nos odian, creemos debe acabarse este odio; sin embargo, mientras odia oye llamarse "hermano", y mientras se acaba el odio, será el nombre de hermano como un reproche.

Por consiguiente, no los recibimos como son, Dios nos libre, pues son herejes; los recibimos como católicos: cambian y se los acepta. Pero por el mal que tienen no podemos perseguir en ellos los bienes que conocemos: el mal de la disensión, del cisma, de la herejía es un mal que ellos tienen; en cambio, los bienes que en ellos reconocemos no son suyos: tienen bienes de nuestro Señor, tienen bienes de la Iglesia. El bautismo no es propio de ellos, sino de Cristo. La invocación del nombre de Dios sobre su cabeza, cuando son consagrados obispos, es de Dios, no de Donato. Yo no acepto a alguien como obispo si al ser consagrado se invocó sobre su cabeza el nombre de Donato. Cuando un soldado vagabundea o deserta, posee el pecado del desertor, pero la marca que lleva no es del desertor, sino del emperador. Pero nuestro hermano no pudo desertar de donde nunca estuvo, ya que el error del desertor nació en él cuando lo marcó otro desertor. Fue desertor el primero que hizo el cisma, el que se separó de la Iglesia católica, con todos aquellos que arrastró consigo. Los restantes fueron marcados por desertores, no ciertamente con la marca del desertor, sino con la del emperador: pues el desertor no les marcó con su propia marca.

¿Qué es lo que quiero decir con estas palabras: el desertor no les marcó con su propia marca? Donato no bautizó en nombre de Donato. Si Donato, cuando creó el cisma, hubiera bautizado en nombre de Donato, habría impreso la marca del desertor. Y yo, si al llamar a la unidad, me topara con la marca del desertor, trataría de suprimirla, destruirla, anularla, alejarla, no la aprobaría, la rechazaría, la anatematizara, la condenaría. Nuestro Dios y Señor Jesucristo busca al desertor, destruye el crimen del error, pero no suprime su propia marca. Así yo, cuando me acerco a un hermano mío y recojo a mi hermano errante, lo que tengo presente es la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Esta es la marca de mi emperador. Esta es la marca que mandó a sus soldados, o mejor, a sus acompañantes, que imprimieran a los que congregaban en su campamento, con aquellas palabras: Id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 6. Esta es la marca que Pablo conocía haber dicho el Señor que se debía imprimir a todos, y por eso se estremece ante los que querían ser de Pablo y les dice: ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? 7 ¿Por qué queréis ser míos y no más bien de mi Señor? ¿Por qué queréis ser míos y no más bien de quien yo soy? Reconoced, advertid vuestra marca: ¿Acaso habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? 8

Por tanto, nosotros los acogemos de suerte que no se lisonjeen aquellos a quienes no acogemos; que también estos sean acogidos, que no se ensoberbezcan; que vengan, serán recibidos. No odiamos en ellos lo que es de Dios. Tampoco los odiamos a ellos, porque son de Dios y lo que tienen es de Dios. Son de Dios por ser hombres, y todo hombre es criatura de Dios; de Dios es lo que tienen: el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; el bautismo de la Trinidad es de Dios; de Dios es el Evangelio que tienen, la fe que tienen de Dios es.

Sin la caridad, es superfluo todo lo demás

3. Entonces -me dirá alguien-, ¿qué es lo que no tienen los que tienen todo esto? Tú dices: ¿tienen el bautismo? Sí, lo afirmo. Tú dices: ¿tienen la fe de Cristo? Sí, lo afirmo. Si tienen esto, ¿qué es lo que no tienen? ¿Qué es el bautismo? Un misterio. Escucha al Apóstol: Si conociera todos los misterios. Es mucho conocer todos los misterios de Dios; por muchos misterios que conozcamos, ¿quién los conoce todos? ¿Qué dice el Apóstol? Si conociera todos los misterios, si tuviera el don de profecía, y aún más, y toda la ciencia... -Pero habías hablado de la fe. Escucha todavía: Si tuviera toda la fe. Es difícil tener toda la fe, como es difícil conocer todos los misterios. Y ¿qué es lo que dice? Toda, como para trasladar montañas; si no tengo caridad, nada soy 9. Atended, hermanos, atended, os ruego, la voz del Apóstol y ved por qué buscamos a nuestros hermanos con tales trabajos y peligros. La caridad es la que los busca, la caridad que procede de nuestros corazones. Por amor de mis hermanos y compañeros, dice el salmo, hablaba sobre la paz a propósito de ti 10, dirigiéndose a la Jerusalén santa. Ved, pues, hermanos míos, lo que dice el Apóstol: Aunque tuviera todos los misterios, toda la ciencia, profecía y fe, ¿qué fe? -como para trasladar montañas-, si no tengo caridad, nada soy. No dijo: "Todo esto es nada", sino: Si no tengo caridad, nada soy.

¿Quién va a ser tan insensato que diga: "Los misterios no son nada"? ¿Quién tan demente que pueda decir: "La profecía no es nada, nada la ciencia y nada la fe?" No se dice que ellas no son nada, sino que siendo grandes como son, teniendo yo esos dones tan grandes, si no tengo caridad, nada soy. Grandes son ellas y yo tengo cosas grandes, y nada soy si no tengo caridad, mediante la cual me son provechosas las cosas grandes. En efecto, si no tengo caridad, pueden ellas estar presentes, pero no pueden aprovechar.

El sello de Cristo

4. Préstame atención, hermano; préstame atención, te suplico. Me preguntas: "¿Por qué me buscas?" Yo te respondo: "Porque eres mi hermano". Me responderás diciéndome: "Si perecí, ¿por qué me buscas?" Y yo te respondo: "Si no hubieras perecido, no te buscaría". "¿Por qué me buscas?", me dices. "Si he perecido, ¿por qué me buscas?" Y yo te respondo: "Te busco porque has perecido". Y ¿por qué te busco, con qué finalidad te busco? Para que alguna vez se me diga: Este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida, estaba perdido, y ha sido hallado 11.

Me respondes y me dices: "Pero tengo el sacramento". Lo tienes, lo reconozco; por eso precisamente te busco. Has añadido un importante motivo para buscarte con mayor diligencia. Eres, en efecto, una oveja del rebaño de mi Señor, te descarriaste con la marca; por eso te busco con mayor empeño, porque tienes la misma marca. ¿Por qué no poseemos la única Iglesia? Tenemos una sola marca; ¿por qué no estamos en el único rebaño? Por eso te busco, para que este sacramento te sirva de ayuda para la salvación, no de testimonio de perdición. ¿Ignoras que el desertor es condenado precisamente por su marca, por la que se honra al que presta servicio? Por eso precisamente te busco, para que no perezcas con tu marca. Es ella un signo de salvación, si posees la salvación, si tienes caridad. Esta marca puede estar en ti sólo por fuera, y en ese caso no puede serte útil.

Ven a fin de que te sea útil lo que ya tenías; no para recibir lo que tenías, sino para que empiece a serte útil lo que ya tenías y recibas lo que no tenías. Cierto que tenías el signo de la paz, no tenías la misma paz. En esta casa, es decir, en ti, habitaba la discordia y tenía clavado en el dintel el título de la paz. Reconozco el título, pero busco el morador. Leo el título de la paz: el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es el título de la paz, lo leo; pero busco quién es el que habita. Espero a mi hermano, reconozco el título de la paz. También tengo yo ese título, quiero entrar. ¿Qué significa "quiero entrar"? Recíbeme como hermano, para que juntos oremos al Padre. "No rezo contigo". ¿Hay título de paz y me contradice la discordia? Ciertamente me esforzaré con la ayuda del Señor para arrojar la discordia, que por desgracia domina, e introducir la paz como legítimo dueño. Cuando, pues, expulso la discordia e introduzco la paz, ¿por qué voy a descolgar los títulos de la paz?

Digo claramente a mi Señor: "Oh Cristo, que eres nuestra paz, que has hecho de dos pueblos uno solo. Haz que seamos uno solo, para cantar conforme a verdad: ¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos unidos! 12 Introduce la concordia, arroja la discordia; entra tú en la casa de tus títulos. Permanece tú, no vaya a poseerla otro y engañe con tus títulos. Cambia tú a este contradictor, tú que en una sola hora cambiaste al ladrón en la cruz".

Un único Padre y una única Madre: Dios y la Iglesia

5. Veamos qué es lo que tienes. "Tengo -dices- el sacramento, tengo el bautismo". Si yo te dijera: "Pruébalo", me muestras lo que has recibido, dices qué es lo que has confesado, dices qué es lo que tienes. Lo reconozco, no lo cambio, no lo expulso, lejos de mí buscar la salud del desertor haciendo injuria al emperador.

Me has probado que tienes el sacramento; al explicar el sacramento me has demostrado que tienes la fe. Pruébame que tienes la caridad: mantén la unidad. No quiero que me digas: "Tengo la caridad"; demuéstralo. Tenemos un solo Padre: oremos juntos. ¿Qué es, por favor, lo que dices tú cuando oras? Padre nuestro, que estás en el cielo 13. Gracias a Dios. Según la enseñanza de nuestro Señor has añadido: Que estás en el cielo.

Cada uno teníamos un padre en la tierra, hemos encontrado uno solo en el cielo. Padre nuestro, que estás en el cielo: lo invocas como a Padre. Nuestro Padre ha querido tener una sola esposa. Por consiguiente, quienes adoramos a un único padre, ¿por qué no reconocemos una única Madre? Si dices que tú has nacido de otra, ella te dio a luz de un seno ajeno.

Lo que acabo de decir no habéis podido entenderlo todos. Sabemos que las legítimas esposas han hecho que se asocien en la misma herencia aun los que no nacen de esposas legítimas. Esto lo hizo la voluntad de la esposa. Pues fue desheredado Ismael, a quien había dado a luz Sara, aunque de un seno ajeno. Sara lo había dado a luz en seno ajeno, con su deseo. Ella dijo: Quiero que me des hijos por medio de ella 14. Por esto lo hizo Abrahán. Pues no dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer 15. Ismael sería hijo, si no se hubiera enorgullecido; por su soberbia fue desheredado. Levantó la esclava la cerviz, y vinieron aquellas palabras: Despide a esa criada y a su hijo, pues no va a heredar el hijo de esa criada juntamente con mi hijo Isaac 16.

¿Quieres saber lo que puede la paz, lo que puede la concordia, lo que puede la humildad, y el impedimento que es la soberbia? Desheredó a Ismael, y en cambio sabemos cómo fueron llamados a la misma herencia los hijos de las esclavas de Jacob, porque fue voluntad de las legítimas esposas que nacieran aquéllos. Doce fueron en total el número de los patriarcas; a ninguno separó del otro la diversidad del seno, porque los unió a todos la caridad.

¿Qué importa, pues, dónde has recibido el bautismo? El bautismo es mío, te dice Sara; el bautismo es mío, te dice Raquel. No te enorgullezcas, ven a la herencia, sobre todo teniendo en cuenta que la herencia no es aquella tierra que se dio a los hijos de Jacob. Se les dio a los hijos de Israel la tierra; cuanto más eran los poseedores, más se reducía. Nuestra herencia se llama la paz; lee el testamento: Os dejo mi paz, os doy mi paz 17.

Tengamos todos juntos lo que no puede dividirse. No lo reducen el número de poseedores, por muchos que sean, como está prometido: Tu descendencia será como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa. En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra 18. También dice en el Apocalipsis: Y vi una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de todos los pueblos, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos 19.

Acudan, posean la paz; nuestra posesión no se reduce; la reducción sólo la causa la disensión. He aquí, pues, hermanos míos, que la disensión de nuestro hermano es la que nos hace sufrir aun esta estrechez difícil. Consienta él en la paz, y quedará agrandada.

Fuera de la Iglesia no hay salvación

6. Pero ¿qué tenemos que hacer sino soportar la debilidad del hermano y no desfallecer? Creemos que este mi sudor dará sus frutos. El Señor nuestro Dios, que quiso que viniera yo a vosotros, que mandó que le buscásemos, que nos ha otorgado el encontrarnos entre tanto con él cara a cara, nos concederá, ayudados por vuestras oraciones, encontrar su corazón, alegrarnos con su concordia, dar gracias a Dios por su salvación, que no puede poseer sino en la Iglesia católica. Fuera de la Iglesia católica él puede tenerlo todo menos la salvación: puede tener el honor del episcopado, puede tener los sacramentos, puede cantar el "aleluya", puede responder "amén", puede tener el Evangelio, puede tener y predicar la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; pero nunca podrá encontrar la salvación sino en la Iglesia católica.

Todo esto pasa, hermanos míos. Piensa ahora que será grande ante los suyos si no se pone de acuerdo con la Iglesia y si es considerado como mártir del partido de Donato. ¡No lo permita Dios! Destiérrese de su corazón, en el nombre del Señor, esta hinchazón. Bien conoce él y bien lee: Aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha 20 . Yo no digo que si se jacta de haber soportado algunas injurias o algunas pérdidas terrenas por el partido de Donato, no le aprovecha nada. Yo digo aún más: Si sufre fuera a enemigo de Cristo -no digo a su hermano católico que busca su salvación-, sino si sufre fuera a un enemigo de Cristo y le dice fuera de la Iglesia de Cristo ese enemigo de Cristo: "Ofrece incienso a los ídolos, adora a mis dioses", y fuera muerto por ese enemigo de Cristo por no adorarlos, puede derramar la sangre, pero no puede recibir la corona.

Los donatistas, perseguidores

7. Ellos saben cuándo estuvieron en nuestra conferencia celebrada en Cartago, saben cómo confesaron que sus antepasados persiguieron al obispo Ceciliano. Fue entonces cuando al ponerse en desacuerdo con la Iglesia consumaron el cisma. Lo persiguieron sus antepasados, es decir, los primeros que formaron el partido de Donato persiguieron a Ceciliano. En su persecución lo llevaron hasta el tribunal del emperador, presentaron al emperador sus acusaciones, que no tenían fundamento alguno. El emperador ordenó que se instruyera la causa. Se celebró ésta ante un tribunal de obispos, se descubrió la falsedad de aquellas acusaciones y fue absuelto Ceciliano. No cesaron ellos en su persecución, sino que apelaron una y otra vez al emperador, en cuyo tribunal se nombró después un juez de la causa, y él mismo estuvo presente e intervino. Trató la causa personalmente y juzgó inocente a Ceciliano.

Al objetarles nosotros esto, se revolvieron contra nosotros, y dijeron que el emperador había condenado a Ceciliano al destierro. Esto es falso. Sin embargo, ved lo que dijeron: que, persiguiéndole sus antepasados, fue Ceciliano llevado ante el emperador y enviado al destierro. Hemos leído las actas, las intervenciones son del mismo Emérito, se conserva la firma de su propia mano con sus propias palabras.

Prestad atención, os ruego, juzgad ahora nuestra causa. Ciertamente sus antepasados persiguieron a Ceciliano, ciertamente lo llevaron al emperador, ciertamente trataron de que le condenara. No quiero decir que no fue condenado, no quiero decir que fue declarado inocente, sino que esto es lo que dicen. Cuando le perseguían, cuando trataron de que fuera condenado, ¿qué era entonces Ceciliano? ¿Qué era cuando sufría persecución de parte de los antepasados de éstos? Dígaseme: ¿Qué era? ¿Era cristiano? ¿Era católico? ¿Qué era? No dicen: "No era católico", sino simplemente: "Era un criminal". Por consiguiente, los criminales pueden sufrir persecución por parte de los hombres. Admitámoslo así: era Ceciliano un criminal que sufría persecución. Así no digo que "mentían", sino que "se engañaban". Para estar de acuerdo con ellos: "era un criminal".

Ahora bien, ¿qué eran los que hacían esto? Elige lo que quieras. Si eran unos malvados, abandona a los malvados, ven con nosotros; pero si eran santos, puede ocurrir que los santos persigan al injusto. No te enfades con nosotros, si perseguimos; no digas: "Sois unos injustos, puesto que perseguís"; pues ya habéis demostrado que puede ocurrir que aun los santos persigan al injusto. ¿Puede o no puede suceder? Dígaseme una de las dos cosas. Si no puede suceder, ¿por qué los vuestros persiguieron a Ceciliano? Si puede suceder ¿por qué te maravillas? ¿Por qué alabas la pena y no muestras la causa? Bienaventurados, dice el Señor, los perseguidos. Añade: Por causa de la justicia 21; y así has separado los salteadores, has separado los hechiceros, has separado los adúlteros, los impíos, los sacrílegos, los heréticos. Estos padecen persecución, pero no por la justicia.

Una persecución justa

8. Sin embargo, ¿qué persecución sufre nuestro hermano, que ha sido conducido ante nosotros? Es una persecución bien gloriosa; de ella proclamo que la hago. Repréndame quien quiera: proclamo que hago semejante persecución. Leo en el salmo: Al que difama en secreto a su prójimo, yo le perseguía 22. Si persigo justamente al que difama a su prójimo en secreto, ¿no persigo con más justicia al que insulta públicamente a la Iglesia de Dios al decir: "No es ésta"; al decir: "La auténtica es la de nuestro partido"; al decir: "Aquélla es una prostituta"? ¿No voy a perseguir a quien blasfema de la Iglesia? Sí, lo perseguiré abiertamente, porque soy miembro de la Iglesia; lo perseguiré abiertamente, porque soy hijo de la Iglesia. Me sirvo de la voz de la misma Iglesia, la misma Iglesia dice por mí en el salmo: Perseguiré a mis enemigos y les daré alcance, y no cesaré hasta que desfallezcan 23. Desfallezcan en su mal, progresen hacia el bien.

Hermanos, no penséis que se ha hecho algo especial con nuestro hermano. Cuando tenía poder en Constantina el partido de Donato, Petiliano apresó a un catecúmeno laico nuestro, nacido de padres católicos, lo violentó, lo buscó cuando huía, lo descubrió escondido, lo sacó aterrado, le bautizó tembloroso, le ordenó contra su voluntad. ¡He aquí cómo ejercitó la violencia en nuestro hermano! Lo arrastró hacia la muerte; nosotros, ¿no lo arrastramos hacia la salvación?

Unidad de deseos

9. He dicho esto a vuestra caridad con relación a aquel grito que lanzasteis: "Que sea aquí o en ninguna otra parte". Esto mismo es lo que queremos nosotros, que sea "aquí, aquí", pero en la paz; "aquí, aquí", pero en la unidad; "aquí, aquí", pero en la sociedad de la caridad. Entonces sí está bien "aquí". Porque si no es así, mejor es "en ninguna otra parte" que "aquí". Pero conceda el Señor que sea "aquí" mejor que "en ninguna parte". Si no es aquí, no quiera Dios que no sea en otra parte, no lo quiera.

Aquí o en otro lugar, lo habéis oído, lo ha oído. Qué es lo que ha hecho Dios en su espíritu, él lo sabe. Nosotros golpeamos externamente el oído, él sabe hablar dentro, él predica dentro la paz, y no cesa de predicarla, por si se le oye. Su misericordia no faltará con la ayuda de vuestras oraciones, para que sea fructuoso nuestro trabajo.

Sin embargo, si él no quiere entrar hoy en nuestra comunión, aunque no debamos cansarnos, sí debemos, sin embargo, insistir cuanto esté a nuestro alcance, bien que ni aun así debemos cansarnos. Podemos diferir nuestra insistencia, pero no podemos ni debemos abandonarla; el que nos lo trajo hasta nosotros, estará con nosotros, para concedernos complacernos con él en la unidad con vosotros y en su paz.

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