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LA DINAMICA DEL ESPIRITU PARA VIVIR


"El Espíritu Santo no sustituye La Ley de Dios en la vida del cristiano, ni tampoco se opone a La Ley de Dios en nuestra conducta."

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Hemos visto anteriormente que el carácter santo de Dios, del cual la Ley es una trascripción, es inalterable y mas allá de todo reto; en consecuencia la Ley santa de Dios no puede ser alterada hoy en día ni crotorada por las tradiciones de los hombres. Hemos observado también que la obediencia perfecta de Cristo, la cual es el modelo para la conducta del cristiano, fue sujeta a cada detalle y faceta de los mandamientos de Dios; en efecto, cada creyente que se dedica imitar al Salvador debe someterse a la Ley de Dios tal como la honró Cristo. Tanto el carácter de Dios el Padre como la vida de Dios el Hijo apunta a la Ley de Dios como válida moralmente para los cristianos de hoy. Además, la obra de Dios el Espíritu no se debe ver en ninguno manera como algo que nos aparta de nuestra obediencia a la Ley de Dios; de ser así la unidad de la Deidad Trina se disolvería y tendríamos tres dioses (con voluntades e intenciones separadas, actitudes y principios diversos) en vez de uno.

La verdad es, como está presentada en la Escritura, que el Espíritu Santo es el Espíritu "de Dios" (1a a los Corintios 2:12) y es dado por el Padre (Juan 14:16; 15:26; Hechos 2:33). Igualmente se le designa como el Espíritu "del hijo" (Gálatas 4-:6; véase Filipenses 1:19; Romanos 8:9) y es mandado por Cristo (Juan 15:26; 16:7; 20:22; Hechos 2:33). El Espíritu Santo no obra contrario a los planes y propósitos del Padre y del Hijo sino los completa o los lleva a cabo. La armonía de Sus obras con las del Padre y del Hijo es ilustrada en Juan 16:15, donde leemos que todas las cosas que el Padre posee son compartidas con el Hijo, y a la vez todo lo que posee el Hijo es revelado por el Espíritu, El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo trabajan como uno, Ellos no están en contensión el uno con el otro. Por consiguiente, no debiéramos esperar que la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas vaya en contra del carácter del Padre y el ejemplo del Hijo. No debiéramos esperar que este Espíritu, quien inspiró lo escrito en la Ley santa de Dios, se oponga a la Ley negando su validez, sustituyendo su función, o extraviándonos de la obediencia a ella.


Cuando pensamos en la ética bíblica o la conducta cristiana debiéramos pensar en una vida llena del Espíritu y guiada por el Espíritu. El Espíritu Santo nos da nueva vida (Juan 3:3-8), nos renueva (Tito 3:5-6), y nos capacita para hacer una profesión de Fe en Cristo (la a los Corintios 12:3); de cierto, sin la obra del Espíritu, una persona no puede ser un cristiano en absoluto (Romanos 8:9; Gálatas 3:2). El Espíritu Santo ilumina al creyente (Efesios 1:17), le guía (Romanos 8:14), y escribe la Palabra de Dios sobre su corazón (2a a los Corintios 3:3); por medio del Espíritu podemos comprender las Cosas dadas a nosotros gratuitamente por Dios (1a a los Corintios 2;12—16). El Espíritu sella al creyente (Efesios 1:13; 4:30), mora en él como un río de agua viva que siempre corre refrescando su vida (Juan 14:17; Romanos 8:9;la a los Corintios 3:16; Juan 7:38-39), y constituye el pago inicial de Dios por nuestra herencia eterna (Efesios 1:14).


El hombre "espiritual" ― el creyente como sujeto a tales influencias del Espíritu de Dios―—manifestará los efectos o resultados dramáticos del ministerio del Espíritu en su vida. Por el Espíritu él hará morir las obras pecaminosas de su cuerpo (Romanos8:13), porque el Espíritu produce santidad en las vidas de los hijos de Dios (2a a los Tesalonicenses 2:13; 1a de Pedro 1:2). Siendo lleno del Espíritu (Efesios 5:18), la vida del creyente manifestará adoración, alabanza gozosa, acción de gracias, y sumisión a otros (vs. 19-21). Los cristianos deben andar en el Espíritu (Gálatas 5:16) y con eso dará evidencia de una cosecha de amor, goza, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza(vs. 22―24). Por lo tanto, la vida y conducta cristiana pueden ser resumidos como un "andar en el Espíritu."
La Santificación

Esto tiene consecuencias amplias para los creyentes. En primer lugar, indica que la salvación exige la santificación en la vida de uno. El creyente en Cristo no solo se salva de su culpa moral ante Dios, sino también se salva de la contaminación moral en la cual vivía anteriormente. El cristianismo no es meramente una cuestión de creer ciertas cosas y anticipar la felicidad eterna; no comienza y termina con el perdón de nuestros pecados porque hemos aceptado a Cristo como Salvador. Igualmente el cristianismno requiere que uno ande continuamente bajo el señorío de Cristo, que elimine el pecado que mora adentro, y ande justamente delante de Dios.



El cristiano es alguien que ha sido liberado no sólo de la maldición del pecado sino que también de la esclavitud del pecado. La experiencia cristiana se extiende mas allá del momento de creer y del perdón hasta el ejercicio diario de buscar la santificación sin la cual nadie vera a Dios (Hebreos 12:14). Esto implica vida en el Espíritu Santo, le que sólo significa una santidad progresiva de conducta. Somos salvos por la gracia por medio de la fe (Efesios 2:8-9) — a una vida de obediencia: "somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras" (v. 10).


Si el andar por el Espíritu indica que la salvación debe traer santificación, entonces quiere decir que la salvación produce una vida de obediencia alegre a la Ley de Dios. La salvación nos libera de la esclavitud del pecado para poder andar conforme a la Ley (Santiago 1:25; Gálatas 5:13—l4), es decir, con una actitud de amor (véase 1a de Juan 5:1―3), porque la evidencia principal de la obra del Espíritu en una vida es el amor (Gálatas 5:22). Los que se han salvado por medio de la fe deben ser diligentes en practicar las buenas obras del amor (Tito 3:5-8; Santiago 2:26; Gálatas 5:6), y tanto el estándar de la buena conducta como del amor se encuentran en la Ley revelarla (Salmos 119:68; Romanos 7:12, 16; 1a Timoteo 1:8; Juan 14:15; 2a de Juan 6).

El Espíritu Santo obra en el creyente para llevar a cabo el acatamiento a la Ley inspirada de Dios como un modelo de santidad. El "requisito de la ley" es cumplido "en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Romanos 8:4). Cuando Dios pone Su Espíritu dentro de una persona, causa que esa persona ande en los estatutos del Señor y que guarde Sus ordenanzas (Ezequiel 11:19-20). Por lo tanto, ya que la salvación requiere la santificación, y puesto que la santificación requiere  la obediencia a los mandamientos de Dios, el Nuevo Testamento nos enseña que Cristo "llegó a ser el autor de la salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hebreos 5:9). Esto no contradice la salvación por gracia; es su inevitable realización.


La Iglesia y la Ley de Dios
Tristemente, la Iglesia de hoy suele suavizar las demandas de la Ley de Dios a causa de un deseo erróneo de exaltar la gracia de Dios y evitar todo legalismo en donde la salvación se basa en las propias obras de la Ley.

En vez de encontrar el lugar correcto para la Ley de Dios dentro del plan de Salvación y buscar su función dentro del reino de Cristo, la iglesia con frecuencia promueve una "fe fácil" que no proclama la necesidad del arrepentimiento de todo corazón, ni manifiesta claramente la culpa total del pecador y su necesidad del Salvador, ni da seguimiento a la conversión con exhortación y disciplina en el justo vivir.
Desde luego, sin la Ley de Dios que revela la voluntad inmutable de Dios para las actitudes y actividades en todas las áreas de la vida, hay una falta de énfasis correspondiente a los pecados concretos de los cuales los hombres deben arrepentirse, y una falta de culpa genuina que les impulse a Cristo, y a los principios específicos de conducta justa en el creyente. Sacando a Pablo fuera de contexto, algunas iglesias y maestros preferirían que su mensaje fuera "no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia." Así presentarían el evangelismo y la maduración cristiana como sí no tuviesen que ver con los principios justos de Dios tal como los estipulan Sus mandamientos. Destacarían en cambio la obra extraordinaria del Espíritu en una supuesta segunda bendición y los dones carismáticos. La totalidad del mensaje bíblico y la vida cristiana sería moldeada en una forma tergiversada, truncada, o modificada bajo el interés de una religión de pura gracia. Sin embargo, la Palabra de Dios nos advierte contra el convertir la gracia de Dios en una ocasión o causa de libertinaje (Judas 4); insiste que la fe no anula la Ley de Dios (Romanos 3:31), Uno tiene que estar engañado, dice Pablo, para pensar que los injustos de alguna manera podrían heredar el reino de Dios (1a a los Corintios 6:9-10). Los que degradan aun el requisito mas pequeño de la Ley de Dios serán degradados ellos mismos en el reino del Señor (Mateo 5:19).

La respuesta al legalismo no es la fe fácil, el evangelismo sin la necesidad de arrepentirse, la búsqueda de una mística segunda bendición del Espíritu, o una vida cristiana libre de justa instrucción y consejo. Se debe enfrentar el legalismo por una comprensión bíblica de la "verdadera vida en el Espíritu." En tal vivir, el Espíritu de Dios es por la gracia el autor de una nueva vida, quien nos condena por nuestro pecado y miseria a causa de la violación de la Ley de Dios, quien nos une a Cristo en salvación para que podamos compartir Su vida santa, quien nos capacita a comprender la dirección dada por la Palabra de Dios, y quien nos hace crecer por la gracia de Dios en personas que obedecen los mandamientos de Dios. La razón precisa por la cual Pablo afirma que estamos bajo la gracia y por lo tanto no bajo la condenación ni la maldición de la Ley es para explicar como es que el pecado no tiene dominio sobre nosotros - es explicar por qué hemos llegado a ser esclavos de la obediencia cuyas vidas ya se caracterizan por su conformidad a la Ley de Dios (Romanos 6:13-18). Es la gracia de Dios la que nos hace hombres espirituales que honran los mandamientos de Dios.

Los Poderes Espirituales

La respuesta al legalismo no es pintar la Ley de Dios como contraria a Su promesa (Gálatas 3:21) sino darse cuenta que, así como la vida cristiana comenzó por el Espíritu; esta vida tiene que también ser nutrida y perfeccionada en el poder del Espíritu (Gálatas 3:3).

La dinámica de vivir en justicia no reside en la 'fuerza del creyente, sino en el poder capacitador del Espíritu de Dios. Nosotros somos por naturaleza esclavos al pecado ya que vivimos sujetos a su poder (Romanos 6:6-20; 7:23); de cierto, Pablo declara que somos muertos en el pecado (Efesios 2:1). Sin embargo, si estamos unidos a Cristo en virtud de Su muerte y resurrección hemos llegado a ser muertos al pecado (Romanos 6:3-4) y así ya no vivimos mas en él (v. 2). Tal como Cristo resucito a una nueva vida por el Espíritu (la a Timoteo 3:16; 1a de Pedro 3:l8; Romanos 1:4; 6:4, 9), así también nosotros que tenemos Su poder resurrección en nosotros gracias al Espíritu vivificador (Efesios 1:19-20; Filipenses 3:10; Romanos 8:11) tenemos el poder para vivir nuevas vidas libres del pecado (Romanos 6:4-11). El resultado de ser liberados del pecado por el Espíritu es la santificación (v. 22). El poder de gracia de la vida nueva y justa del cristiano es el poder de la resurrección del Espíritu Santo. He aquí el antídoto al Legalismo.

Debemos observar acerca de esto que el Espíritu Santo no sustituye la Ley de Dios en la vida del Cristiano, ni se opone a la Ley de Dios en nuestra conducta.

El Espíritu de gracia que da poder a nuestra Santificación no habla por Sí Mismo para dar un nuevo modelo de conducta cristiana (Juan 16:13). Mas bien da testimonio a la Palabra del Hijo (Juan 14:23-26; 15:26; 16:14). El Espíritu no es una fuente independiente de dirección o consejo en la vida cristiana, porque Su ministerio ocurre en conjunción con la palabra ya dada por Dios (véase 1a a los Corintios 2:12-16). En Cuanto a nuestra santificación esto significa que el Espíritu nos capacita par comprender y obedecer el estándar objetivo de la ley revelada de Dios. No significa que los cristianos que tienen el Espíritu Santo se convierten en su propia ley, produciendo dentro de si mismos los principios por los cuales viven. La que el Espíritu hace es suplir lo que faltaba en la Ley misma -- el poder para requerir su cumplimiento. "Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Romanos 8:3-4).

Conclusión

La Ley de Dios es aún el modelo de la conducta santificada. Esto no cambia con el ministerio ético del Espíritu en el creyente. El Espíritu Santo no se opone a esa Ley ni siquiera un poco; mas bien, da poder para obedecerla. "Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis  preceptos, y los pongáis por obra" (Ezequiel 36:27). Por cuanto la letra de la Ley produjo la muerte en el hombre por cuanto no pudo cumplirla por sí mismo, el Espíritu vivifica a los hombres lo que les permite ajustarse a los estándares de Dios (2a a los Corintios 3:6). Por lo tanto, la prueba segura si alguien tiene el Espíritu morando en el o no es preguntar si el guarda los mandamientos de Dios (la de Juan 3:24). Una perspectiva bíblica de la obra del Espíritu Santo refuerza la validez de la Ley de Dios para el cristiano, y muestra como la Ley (como modelo) y el Espíritu (Como poder) son ambos indispensables para la santificación.

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EL ESTANDAR


La Autoridad de la Ley

de Dios para Hoy

por

Greg L. Bahnsen


Instituto para la Economía Cristiana


Tyler, Texas



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