6 LA SANTIDAD Y LEY INMUTABLE DEL PADRE


"El requisito divino inmutable es la santidad en cada aspecto de la vida a imitación Dios. En todas las épocas, se les requiere a los creyentes manifestar la santidad y perfección de su Dios a través de sus vidas."


Existe un sentido en el cual el propósito de la vida de cada hombre es ser como Dios. Todos los hombros están luchando para imitar a Dios de una manera u otra. Desde luego no todos los intentos de ser como Dios son honrados por el Señor y recompensados por Su favor, porque hay una diferencia radical entre someterse a una tentación satánica de llegar a ser como Dios (Génesis3:5) y responder al mandato de Cristo que debiéramos sur como Dios (Mateo 5:48). El primero es un intento de sustituir la autoridad de Dios con la propia, mientras que el segundo es un intento de demostrar la piedad como una virtud moral.

El carácter básico de la moralidad piadosa se manifestó en la prueba dada a Adán y Eva en el huerto, Dios les había otorgado permiso para comer de todos los árboles del huerto, menos uno.

Se les prohibía comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, pero no porque su fruto contenía un veneno literal. Esto mas bien era una prueba de si ellos vivirían exclusivamente bajo la autoridad dé la Palabra de Dios. Dios lo había prohibido, A pesar de su investigación empírica y sus deseos personales, ¿se someterían Adán y Eva al mandamiento en base a la mera orden de su Creador? ¿Cumplirían Su deber simplemente por ser éste Su deber? ¿O evaluarían el mandamiento de Dios en base a un estándar externo de sentido común, practicabilidad y beneficio humano?

El resultado de la historia es bien conocido. Satanás engañó a Eva, negando lo que Dios le había dicho. Esto la llevó a asumir la posición de autoridad neutral, determinando por sí mismo cuál era la "hipótesis‘‛ acertada, la de Dios o la de Satanás. Satanás señaló que los mandamientos de Dios eran severos, demasiado estrictos e irrazonables. Él en electo condenó la autoridad suprema, absoluta, e inalterable de Dios. Continuo sugiriendo que en realidad Dios estaba celoso. y que Él había prohibido a Adán y Eva que comiesen del Árbol de miedo que ellos llegasen a ser como Él―de miedo que llegase a ser rivales Suyos en determinar lo que es el bien y el mal.

De este modo nuestros padres se dejaron llevar por la búsqueda de un estilo de vida que no estaba ordenado por la Ley de Dios; así que fueron tentados a decidir por sí mismos lo que sería contado como el bien y el mal. Dios no formularía la Ley para ellos, ya que ellos la formularían por sí mismos. Manifestando la rebelión del pecado (1a de Juan 3:4) ellos se volvieron "como Dios"- legisladores por su propia cuenta y autoridad. La Ley de Dios, que debía haber sido su delicia, se covertió en una carga para ellos.

Jesús y la Ley de Dios

En contraste, el segundo Adán, Jesucristo, vivió una vida de obediencia perfecta a las Leyes de Dios. Cuando Satanás le tentó a que se saliese del camino de total obediencia a los mandamientos de Dios, el Salvador respondió repitiendo la Ley del Antiguo Testamento: "No tentarás al Señor tu Dios. . . al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás. . . de toda palabra que sale de la boca de Dios vivirás" (véase Mateo 4:l-11). En esta tentación vemos exactamente lo opuesto de la respuesta de Adán y Eva a Satanás. Cristo dijo que la actitud que genuinamente honra a Dios acepta solamente la autoridad moral de Dios, no cuestiona la sabiduría dar Sus preceptos, y observa cada detalle de Su palabra. Este es el camino recto del hombre hacia la semejanza de Dios. El vivir así muestra la imagen y semejanza de Dios a la cual el hombre fue originalmente hecho (Génesis 1:27), porque esta imagen es andar "en justicia y santidad de la  verdad" (Efesios 4:24). Una vida genuinamente piadosa a Dios, como está man dado en la Escritura, se logra imitando la santidad de Dios al nivel de criatura — no redefiniendo atrevidamente el bien y el mal en algunas áreas de la vida según se nos antoje.

Jesús terminó su discurso sobre la Ley de Dios en el sermón del monte por decir, "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto" (Mateo 5:48). Los que no están luchando para llegar a ser rivales de Dios sustituyendo Sus mandamientos según su propia sabiduría mas bien procurarán reflejar Su perfección moral obedeciendo todos Sus mandamientos, Juan Murray ha dicho, No podemos suprimir el carácter genérico de esta declaración, "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Abarca la extensión entera de la perfección divina con respecto al comportamiento humano, y expresa la consideración mas importante que regula la disposición y la conducta humana. La razón de la ética bíblica es la perfección de Dios; el criterio básico de la conducta éticaă es la perfección de Dios .... ¿Y podemos alguna vez en la vida decir que este estándar principio deja de ser relevante? Es jugar con cosas santas que siempre nos comprometen como criaturas de Dios, hechas a Su imagen, el pensar que algo menos que la perfección conforme a la del Padre podría ser la norma y la meta de la ética del creyente.1

Dios espera de Su pueblo nada menos que la adaptación plena a Su carácter santo en todos sus pensamientos, palabras, y obras.


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1.



John Murray, Principles of Conduct (Grand Rapids, Michigan, Eerdmans, l957), pág, 180.





Su pueblo debe imitar Su perfección en Cada aspecto de Conforme a la ética del Antiguo Testamento, la santidad de Dios es el modelo para la conducta humana: "Santos seréis, porque santo soy Jehová vuestro Dios" (Levítico 19:2). Este es también el modelo exacto de la conducta moral para el creyente del Nuevo Testamento; ". . sino, como aquel que es llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: sed santos, porque yo soy Santo" (1a de Pedro l:l5-16). No ha habido ninguna alteración o reducción del estándarde conducta moral entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El requisito permanente sobre toda la vida es la santidad que imita a Dios. En todas las edades, se requiere que los creyentes manifiesten, a través de sus vidas, la santidad y perfección de su Dios.

Deben ser como Dios, no en un sentido satánico que equivale a la calidad de odiar la Ley, sino en el sentido bíblico que supone la sumisión a los mandamientos de Dios.

Obviamente, si hemos de modelar nuestras vidas a la santidad perfecta de Dios entonces, lo necesitamos a Él para que nos diga lo que serían los efectos de esto en nuestra conducta práctica.

Necesitamos una regla perfecta con la cual medir la santidad de nuestras vidas.



La Biblia nos enseña que el Señor nos ha entregado esta guía y estándar en Su santa Ley (véase Romanos 7:12).


La Ley es una trascripción de la santidad de Dios a nivel de criatura; es el estándar último de la justicia humana para cualquier área de la vida, porque refleja la perfección moral de Dios, su Autor.

La relación íntima que la Ley tiene con la persona misma de Dios se indica por el hecho de que esta fue escrita originalmente por el dedo mismo de Dios (Deuteronomio 9:l0) y depositada en el área del pacto que era un tipo del trono y presencia de Dios en el lugar santo (Deuteronomio 10:5). Además, se debe aceptar que esta Ley tiene un lugar o posición muy especial porque tiene las cualidades exclusivas de Dios mismo atribuidas a ella. Según la Escritura, sólo Dios es santo (Apocalipsis 15:4) y bueno (Marcos l0:l8). No obstante la Ley de Dios es de la misma manera designada santa y buena (Romanos 7:12,16; la a Timoteo 1:8), y la obediencia a ella es el estándar del bien humano (Deuteronomio 12:28; Salmos 1I9:68; Micaías 6:8). Dios es perfecto (Deuteronomio 32:4; Salmos 18:30; Mateo 5:48), y la Ley que Él ha proclamado para nosotros es igualmente perfecta (Salmos 19:7; Santiago 1:25). Cada estatuto revelado por Dios define autoritativamente la santidad, bondad, y perfección que el pueblo de Dios ha de emular en todas las edades.

La Herencia Puritana

Los puritanos eran celosos de vivir en la pureza moral que reflejara la pureza de Dios, Consecuentemente ellos apoyaban el honor y la calidad válida de cada mandamiento de Dios. La opinión de Tomás Taylor fue típica de ellos: "Es posible que un hombre rompa la ley del príncipe, sin violar su persona; pero no la Ley de Dios: porque Dios y Su imagen en la Ley, están tan estrechamente unidos, que uno no puede ofender al uno sin ofen der al otro" (Regal Vitae, The Rule of the Law under the Gospel, [Regula Vitae, El dominio de la ley bajo el evangelio], 1631), Si Dios anulase Su Ley, djo Antonio Burgess, "negaría Su propia justicia y bondad" (Vindiciae Leqis, 1646). Así que, los puritanos no alteraban o anulaban, ninguna parte de la Ley de Dios como muchos creyentes modernos. "El culpar a la Ley, es culpar a Díos" (Ralph Venning, Sin, the Plague of Plagues, [El pecado, plaga de las plagas], 1669). Por lo tanto, en la teología puritana la Ley de Dios, como su autor, era eterna (véase Eduardo Elton, God´s Holy Minde Touching Matters Morall, [La mente santa de Dios tocante a los asuntos morales], 1625), y como tal "Cristo no ha borrado ninguna parte de ella" (Juan Crandon, Mr. Baxter: Aphorisms Exoricized and Antorized, [Los aforismos del Señor Baxter exorcizados y antorizados], 1654).

A diferencia de los teólogos modernos que evalúan los requisitos de Dios según sus tradiciones culturales y quienes siguen la tentación satánica de definir la santidad según su propia estimación de la pureza moral, los puritanos no buscaron esquemas por los cuales reducir todo el deber del hombre hacia la Ley de Dios a sus nociones preconcebidas. Venning dedujo, "Cada creyente es responsable por la obediencia a toda la Ley." 2

Como Siempre, los puritanos eran eminentemente bíblicos. La Santidad de Dios es el modelo de la moralidad en el Antiguo y Nuevo Testamentos, y esa santidad se refleja en nuestras vidas al obedecer todos Sus mandamientos "Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios. Y guardad mis estatu-tos, y ponedlos por obra" (Levítico 20:7- 8). Una vida que está verdaderamente consagrada A Dios, una que es genuinamente santa tiene respeto por todos los preceptos de Dios. Él dice que la manera de "ser santo ante su Dios" es "acordarse y hacer todos mis mandamientos" (Números 15:44)). El dejar a un lado una parte de la Ley de Dios o ver sus detalles como inaplicables en la actualidad es oponerse al estándar de Dios para la santidad; es definir el bien y el mal en esa área de la vida por medio de la sabiduría y ley propia, es llegar a ser un rival de Dios como el dador de la Ley.

Desde luego esta supresión del estándar propio de Dios de la perfección moral - la Copia de la Ley de Su santidad ― es atacar el corazón mismo de la ética bíblica. Esto es precisamente ser "semejante a Dios" de la manera complemente contraria. Es buscar la perfección moral pura algún aspecto de la vida que fue originalmente abarcado por la Ley de Dios pero que ya se define según nuestra propia determinación del bien y del mal. Esta fue el carácter rebelde de Adán contra la Palabra santa de Dios: su propia ley sustituyó la de Dios.



2

. Para esta cita véase Ernest F. Kevan, The Grace of Law (Grand Rapids, Michigan. Baker Book House, [1965] 1983).

Conclusión

La Ley refleja la santidad de Dios, y la santidad de Dios es nuestro estándar permanente de la moralidad, Además, el carácter de Dios es eterno e inmutable. "Porque yo Jehová no cambie"(Malaquías 3:6). No hay ninguna variación en Él (Santiago 1:17).
Desde el siglo y hasta el siglo El es Dios (Salmos 90:2), Por lo tanto, debido a que Su santidad no cambia, la Ley que refleja esa santidad no puede cambiarse. Sea que leamos en el Antiguo Testamento o el Nuevo Testamento, encontramos que la actitud del hombre hacia la Ley de Dios es el índice de su relación con Dios (Salmos 1; Romanos 8:1-8). Como Juan dice con tanta claridad, "EI que dice: yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está un él" (la de Juan 2:4).

La Santidad inmutable de Dios y por ende Su Ley inmutable es un estándar permanente para conocerlo y ser como Él.

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La Autoridad de la Ley

de Dios para Hoy

por

Greg L. Bahnsen


Instituto para la Economía Cristiana


Tyler, Texas



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