LA ELECCIÓN QUE SALVA
Por Juan S. Boonstra

La elección es, para mucha gente, doctrina aborrecible. Dicen que hace autómatas a los hombres, que echa por tierra con el libre albedrío, que los vuelve indiferentes y muchas otras cosas más.  Desde el punto de vista humano, la doctrina es, ciertamente aborrecible. Es por esta razón que una vergonzosa mayoría del pueblo evangélico inclusive, ha rechazado esta doctrina o, cuando más, la ponen en último lugar entre las doctrinas que proclaman.
La pregunta que debe hacerse, sin embargo, no es jamás, ¿qué piensa el hombre? o ¿cómo le place a la humanidad? o ¿satisface esta doctrina los caprichos humanos? La pregunta que debe contestarse con amplia sinceridad es ¿qué enseña Dios sobre estas cesas? o ¿qué ha revelado Dios en su Palabra? La fe cristiana no es invención de hombres -es una fe que brota de las Sagradas Escrituras que, a su vez, son la Palabra de Dios. No habría cristianismo si no se aceptase la Biblia como fuente de información. 
Ocurre esto con muchas doctrinas del evangelio. ¿Quién puede concebir intelectualmente, por ejemplo, la doctrina de la Trinidad? Al estudiar las Escrituras en su totalidad es evidente que Dios se manifiesta en tres personas distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nada puede estar más lejos de la lógica humana: un Dios, tres Personas y cada Persona es Dios en toda plenitud. ¡Totalmente irracional!

Todo el mundo cristiano, pese a ello, acepta la preciosa doctrina de la Trinidad. La doctrina de la elección no es irracional. Dados los datos de la Biblia, es absolutamente lógica.  Lo que ocurre es que no es del agrado del hombre porque lo reduce a niveles más bajos de los acostumbrados; lo hace menos importante de lo que quiere ser; lo limita a considerarse menos que supremo; en una palabra, lo obliga a recordar que no es Dios sino humano; no creador, sino criatura. La doctrina de la elección es humillante para el hombre y en su orgullo reconocido tratará por todos los medios de probar que tal doctrina no es bíblica o por lo menos se mostrará indiferente ante ella.
Hay otra cosa.  La doctrina de la elección es bíblica ciertamente pero no es fácil extraerla de las Escrituras. Se requieren conocimientos bíblicos avanzados y mucha santificación. En el esfuerzo de salvar al hombre, de llevarlo a los pies de la cruz, muchas veces se pierde el canino bíblico. Nos estancamos en alguna ciénaga, dejarnos de crecer doctrinalmente. El hecho innegable es que esta doctrina ha sido sostenida y enseñada por los más grandes teólogos de la historia y ha sido fuente de inspiración para millares y millares de creyentes. En efecto, puede establecerse una relación muy directa entre aceptar esta doctrina y la salud y fortaleza de la iglesia. La iglesia ha sido fuerte y se mostró activa precisamente cuando vivió a la luz refulgente de esta magnífica doctrina de la Biblia. ¿Porqué hemos de estancamos en nuestro crecimiento espiritual? ¿Por qué no hemos de avanzar en nuestra comprensión de las riquezas del evangelio? Cuando Pablo hablaba de su obra específica habló del "total consejo de Dios".  Es necesario que analicemos las Escrituras y aprendamos cada vez más como alumnos aplicados que asisten a la escuela de la vida cristiana. Debemos escudriñar las Escrituras para sacar de ellas la sustancia y alimento que nuestros espíritus necesitan. Cuando hacemos tal cosa, nos encontraremos frente a frente con la doctrina de la elección.
¿A qué se refiere esta doctrina? ¿Como puede definirse? Bueno, es ese acto de Dios por el cual El, soberanamente, sin mérito alguno de nadie, elige para vida eterna a quienes han de ser salvos. Ilustremos la doctrina en términos prácticos. Aquí hay dos hombres que escuchan el evangelio,  uno de ellos se interesa en Jesucristo y en su obra. Descubre que es pecador -¡pecador ante el cielo y destinado a la condenación!  Se arrepiente de sus pecados, busca refugio en Cristo, nace de nuevo, es hecho nueva criatura y heredero del cielo eterno. El otro hombre, escuchó el mensaje, se encogió de hombros, se fue por su canino y jamás en la vida le dio importancia alguna al mensaje de Jesucristo. Dos hombres, un solo mensaje —y dos reacciones totalmente opuestas. ¿Por qué?  ¿Porque uno de ellos es salvado de sus pecados y el otro no? La respuesta es simple: uno fue elegido por Dios desde antes cié la fundación del mundo para ser hijo de Dios y heredero de su reino. Dios lo eligió en su soberanía inescrutable, lo llevó a oír su Palabra, "transformó su vida entera por la obra del Espíritu Santo. El mismo no podía salvarse ni se salvó. No fue que él fuese bueno o malo, que su madre hubiese sido blanca o negra, que su oficio haya sido albañil o agricultor. Fue Dios quien lo eligió desde la eternidad y fue Dios quien lo llevó al fin a esa condición de salvado. Ni siquiera el evangelista o pastor que predicó el Evangelio tuvo responsabilidad en esto. Fue todo, desde el principio hasta el fin, la obra exclusiva de Dios. Es aquí precisamente que el hombre se disgusta. Quiere ser él quien lo hace todo; quiere ser él quien se dio cuenta de su condición; quiere ser él quien se dirige a Jesucristo; quiere ser él quien encuentra la solución a su dilema.  Pero ¿a quién servimos?  ¿A los hombres o a Dios soberano?  ¿A quién buscaremos de agradecer, a los hombres o a Dios? Si nuestra sabiduría proviene de la Biblia, la respuesta puede ser una sola: Dios es el autor de la salvación humana y nadie más que Dios.
Para poder comprender la hermosura de esta doctrina de la elección es indispensable requisito, primero, entender otras dos doctrinas igualmente bíblicas. Si comprendemos estas dos doctrinas, la de la elección será mucho más fácil de entender y aceptar.
La primera premisa es la Soberanía de Dios. ¿Quién es Dios? ¿Es Dios algún anciano consumido que hizo sí, muchas cosas en tiempos pasados pero ahora está casi jubilado? ¿Es Dios una fuerza misteriosa que existe en alguna parte escondida sin jamás mostrar su rostro en los eventos del mundo? Nada de eso. Dios es simplemente eso: Dios. Su soberanía no puede ponerse en duda si hemos de mantener la seriedad de la Biblia. Contemple usted este vasto universo en el que vivimos. ¿Qué le parece su majestad indescriptible? En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Los vastos continentes con sus montañas y valles y ríos y planicies inmensas es producto de la mano creadora de Dios. Lo creo soberanamente. Nadie le dijo cómo debía hacerse ni cuándo ni con que motivos. Dios, en su sabiduría infinita, soberanamente decidió en la eternidad crear este universo. Dijo que fuese la luz y fue la luz. Creó al hombre a su imagen y semejanza no porque el hombre le dijese "Créame así o de otra manera" sino porque en su soberanía Dios resolvió así crearlo. No tenemos la menor idea todavía, pese a los avances científicos de nuestra era, de lo que es este universo. Hemos llegado sí, a la luna y plantado allí una bandera pero la infinidad del universo es tal que aún los altivos hombres de ciencia se estremecen al explorar esas inmensidades siderales. La amplitud del universo manifiesta la soberanía de Dios como lo expresa el salmo 19, cuando dice "los cielos cuentan la gloria de Dios". Dios es soberano en su creación.
Dios es soberano en la marcha de la historia. Puede no parecer así al observador casual o descuidado. Pero cuando uno analiza los eventos de la historia humana es inmediatamente manifiesto que Dios es soberano. David quiso dárselas de soberano absoluto en cierta ocasión.  Su reinado lo llenó de orgullo y quiso atribuirse tal vez más importancia de la que merecía.  Ordenó pues que se contase el pueblo que tenía bajo su mando. Dios intervino rápidamente y el pobre rey David, tuvo que sufrir las consecuencias trágicas de ver su reino herido y miles de muertos a causa de su insensatez orgullosa. Dios es soberano. Esta soberanía divina puede verse a lo largo de la historia y en todos sus detalles. Mire usted la cruz del Calvario, por ejemplo. Herodes hubiera querido que el nacimiento de Cristo se postergase. Pero no importa lo que un rey desea. Dios envió a su Hijo al mundo en el cumplimiento del tiempo. Los hombres, aún los hombres mejores, hubiesen querido que Jesús no muriese. Pedro quiso impedir que la turba se llevase a. Jesucristo —hubiera empezado una guerra para rescatar a su amado Maestro. Pero Dios es soberano y ni siquiera un Pedro con todas sus emociones puede desviarlo de su plan. Jesús podría haber muerto una muerte natural o por enfermedad o alguna otra causa. Pero Dios utilizó a un Pilato y un Sanedrín, un Judas Iscariote y unos soldados romanos para que su Hijo fuese colgado en una cruz y muriese la muerte de un criminal.
Dios es soberano y no solicita el consejo de sus criaturas cuando se trata de llevar a cabo sus planes. El primer asalto a la soberanía de Dios ocurrió allá, en el principio mismo de la historia. Los primeros hombres habían recibido órdenes bien claras sobre su conducta. Dios se mostró soberano sobre sus criaturas. Pero aquellos esposos decidieron que esa soberanía de Dios no era soberana. Tomaron resoluciones por su propia cuenta. Se dijeron a sí mismos que ellos podían tomar decisiones como fue la de corner del fruto prohibido. Ese es el conflicto de las edades: el hombre que quiere ser soberano se destruye a sí mismo porque el soberano es Dios y nadie más.
Pero paralelamente a esta doctrina de la soberanía de Dios, es necesario también postular otra que brota exuberante de la Escritura. Es la doctrina de la incapacidad humana. Teológicamente, se habla de esto como "depravación total". Significa que el hombre, a raíz del pecado, ha perdido sus poderes, sus virtudes, su capacidad. Cierto es que el hombre no es un tonto, sin inteligencia alguna o sin talentos. Nada de eso. El hombre es muy capaz de muchas cosas. Mire usted esas naves espaciales que vuelan hacia planetas remotos. Ha sido creación del hombre. Pero no podría el hombre hacer semejante maravilla si no fuera porque Dios ha impuesto normas y orden en su creación. Si un planeta se desviase tan solo unos centímetros de su ruta habitual, no hay hombre en la tierra que pudiese calcular el impacto de un cohete. Mire usted los anales de la historia. Torne la cuestión de la guerra, por ejemplo. ¿Cuántas guerras no se han luchado en el mundo? Los hombres han buscado la forma de quitar la desolación de las guerras de su mundo; han organizado Liga de las Naciones o Naciones Unidas; se han armado hasta les dientes, han firmado tratados de paz, hacen propaganda constante sobre las ventajas de la paz. Y, pese a todo ello, las guerras continúan —es que el hombre no tiene capacidad, es impotente a raíz del pecado. El hombre quiere eliminar la injusticia en el mundo, enseña y educa, aprueba leyes cada vez más modernas pero sigue la injusticia en nuestro mundo. ¡Es que el hombre no puede hacer lo que quiere! ¡Es totalmente incapaz! Esto no significa, por supuesto, que el hombre es un fracaso total o que nada puede hacer sino solo descender a más bajos niveles. Significa que no hay parte de hombre que sea pura y perfecta; todos sus miembros y facultades y sentidos se ven afectados por su condición de pecado. Significa que no hay una sola zona de actividad en la cual el hombre puede funcionar a la perfección. Es totalmente incapaz.
Esta es la clara enseñanza de las Escrituras. Caín, el primer hermano que jamás pisó esta tierra se hizo homicida, — ¡mató a su propio hermano! Noé parecía hombre perfecto y la Biblia así lo declara pero también Noé se emborrachó un día al punto de convertirse en escándalo vergonzoso para sus hijos. David era amigo de Dios pero cayó en adulterio y homicidio también.  Pedro era gran apóstol pero tenía un genio muy fuerte y hasta Jesús le dijo un día que representaba a Satanás con sus comentarios insensatos. Tal vez piensa usted en un gigante espiritual como lo era el apóstol Pablo. El más influyente de los apóstoles, gran maestro y destacado teólogo de la fe cristiana. Pero ¿qué dice él mismo de su realidad personal? Oiga usted: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago". El salmista dio voz a esa misma realidad cuando exclamó en el salmo 3: "¿Que es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que le visites?". El Señor Jesucristo mismo, que tanto amó a los hombres, tuvo que decir de ellos que ni siquiera un codo podrían añadir a su estatura. El hombre tiene muy poca capacidad. Pero ahora estamos hablando de ese gran misterio de la salvación. ¿Puede el hombre por sus propios medios alcanzar salvación? Dice un teólogo sobre esta materia: "La naturaleza pecaminosa del hombre produce en él la más obscura ceguera, insensatez y oposición a las cosas de Dios. Su voluntad se halla bajo el control de un entendimiento entenebrecido que confunde lo dulce con lo amargo y lo amargo con lo dulce, el bien con el mal y el mal con el bien. En lo que respecta a sus relaciones con Dios, solo desea lo que es malo aunque lo desea libremente". Hay prueba bíblica de estas fuertes palabras en 1Corintios 2:14: "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente".
Usted ve entonces el abismo que separa al hombre de Dios. Dios es absolutamente soberano y nadie le dicta lo que debe hacer. Es absolutamente omnipotente, capaz de crear con su Palabra y gobernar con su poder. El hombre, por otra parte, es esclavo de su naturaleza deformada, obedece a su voluntad encadenada, nada puede hacer para levantarse de la ciénaga y elevarse a sí mismo hacia las alturas de la salvación.
En su soberanía absoluta, es Dios quien ha decidido salvar al hombre pecador. Lo que el hombre no puede hacer, Dios lo hace. Es necesario que volvamos a las fuentes bíblicas con candor infantil y ardor de convicción porque estamos en peligro de perder los senderos bíblicos en el bosque de los caprichos humanos. Vivimos momentos en que la verdad evangélica está siendo tergiversada. Dicen las Escrituras que nadie viene a Cristo a menos que el Padre lo lleve al Hijo pero en nuestros días se proclama el evangelio como si Cristo no pudiese tocar al pecador a menos que éste se lo permita. Las alternativas son tres: primero, el hombre se salva porque él quiere salvarse; segundo, el hombre recibe ayuda de Dios para salvarse y tercero, Dios lo salva.  La primera alternativa es salvación por obras y en ese caso Dios está obligado a conceder salvación a quien haga lo que Dios le pide. En el segundo caso tenemos una teología romana y peligrosa que insiste ver que el hombre es bueno aunque débil; sólo necesita una "ayudadita" como decimos en nuestras tierras; un pequeño empujoncito, un poco de ánimo para que se salve. En el tercer caso, por supuesto» el hombre no hace nada y Dios lo hace todo. Es esta tercera posición la que las Escrituras obviamente declaran como la realidad.
Todo el contenido de las Escrituras da esa nota divina. ¿Quién fue a Ur de los Caldeos y seleccionó a Abraham y su familia en aquella tierra pagana? Poco se sabe de las circunstancias de este hombre de Dios en aquellas regiones pero no cabe duda que vivía en medio de una civilización paganizada, adoradora de dioses extraños, ídolos y otros elementos religiosos por el estilo. ¿Puede concebirse en quien conoce las Escrituras que Abrahán se haya despertado una mañana y resuelto salirse de aquel ambiente y servir al Dios verdadero? ¡Por supuesto que no!  Fue Dios quien en su soberanía, seleccionó aquel hombre" y le dijo que se pusiese en marcha hacia una tierra que no conocía. Dios lo eligió. Hay un sin numero de expresiones divinas en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento. Todas ellas indican también con fuerza inexorable la elección divina. Oiga usted, por ejemplo, estas palabras tan claras como la luz de mediodía dirigidas al pueblo de Dios: "Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial; más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos”. Es por pura elección soberana de Dios —no porque eran más que otros.
Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento. Allí tiene usted esa multitud de personas en el día de Pentecostés, miles y miles. ¿Qué había de especial en aquella gente? Absolutamente nada, salvo que estaban en Jerusalén en ese momento crucial. Cuando oyen la predicación apostólica, hasta empiezan a burlarse de ello, diciendo que los apóstoles están llenos de mosto —como si fuese una borrachera. Sin embargo, tres mil personas son añadidas a la iglesia en ese momento histórico. ¿Por qué esos tres mil y no otros o menos o más que esos tres mil? ¿Era acaso porque los apóstoles predicaron solo a ellos o porque ellos eran algo especial? La respuesta se encuentra en les versículos explicativos que siguen al relato de Pentecostés. Leernos de aquellos días gloriosos que "el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. Desde antes de la fundación del mundo, en su soberanía incomparable, el Señor eligió a esos tres mil para que fuesen salvos y ha elegido desde entonces a los que debían ser salvos. Observe usted los sucesos en Antioquia cuando el primer viaje de Pablo por esas regiones misioneras. Dictaron conferencias muy poderosas en aquella ciudad de modo que cuando se reunieron la segunda vez dice el libro de los Hechos que "se juntó casi toda la ciudad para oír la Palabra de Dios".  ¡Imagínese usted: toda una ciudad, quizá miles y miles de personas que vienen a oír el mensaje!  Pero ¿quiénes se salvan? Bueno, aparentemente, sólo algunos o por lo menos —no todos. Pero ¿quiénes? Bueno, esto es le que dice el historiador bíblico: "Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor y creyeran todos les que estaban ordenados para vida eterna” — ¡Estaban ordenados para vida eterna! solo la gracia de DIOS que soberanamente elige en la eternidad quienes están, desde entonces, ordenados para vida eterna.  Una última instancia es el caso de Licia,  Se reunieron allí, junto al río, varias mujeres según el relato de Hechos 16. Pablo predica. Entre todas aquellas personas reunidas y que escuchan, esto es lo que dice la Biblia: "Una mujer llanada Lidia... que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía”. ¿Porqué Lidia y no las otras, circunstantes? Bueno, porque Dios en su soberana elección, "abrió el corazón de ella".
Dios elige quienes han de heredar la vida eterna. Solo por gracia. Como protestantes repetidos y repetimos que la salvación es por gracia solamente. ¿Como puede ser por gracia si es el hombre quien tiene capacidad de entregarse a Jesucristo, de abrir su corazón, de obrar su salvación? Las Escrituras enseñan que es por gracia y no por mérito de ninguna especie.  ¿Recuerda aquel pasaje que se refiere al pueblo de Dios? No fueron elegidos por ser más que otros pueblos de la tierra —la realidad es que eran "insignificantes". Tome el caso de Jacob y Esaú. Dos hermanos. Desde el punto de vista humano, tal vez Esaú era mejor persona que Jacob.  Jacob era un engañador, oportunista, mentiroso. Esaú hasta era el mayor de los dos y por todas las reglas de aquel tiempo, era heredero evidente de la bendición paternal.  Pero es Jacob quien la recibe. ¿Por qué? Bueno, nos lo dice claramente el apóstol en Romanos 9:13: “A Jacob amé, más a Esaú aborrecí”. Es por gracia —no es por mérito; ni siquiera el mérito que podría ver Dios en el futuro. Nada de eso. Hay quienes sí admiten la elección divina pero luego lo echan todo a perder afirmando que Dios elige porque sabía que iban a ser buenos o creyentes o entregarse a Jesucristo. ¿Qué clase de elección puede ser esa? ¡Eso es una tonta paradoja! Esa misma cuestión se le presentó a Pablo en Romanos y bien claramente afirma que la elección de Dios es por pura gracia y no por mérito. Oiga cómo lo expresa con respecto a Esaú y Jacob: “Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el prepósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama”.
Dios salva y solo El en su gracia soberana. El elige para vida eterna. ¡Preciosa doctrina de la gracia de la cual depende tanto de la fe cristiana! Debemos ver ahora, cuáles son algunos corolarios prácticos de esta doctrina tan bíblica.

PRECAUCIONES Y CONSECUENCIAS DE LA ELECCIÓN

Por gracia somos salvos. Este es el hilo ininterrumpido que corre por todas las páginas de la Escritura,  Es el estandarte del mundo evangélico desde los días agitados del apóstol Pablo. Fue esa la bandera que volvió a flamear por todas partes como resultado de la Reforma del siglo XVI.  Debe ser el lema del cristianismo en nuestros tiempos "cambien porque ese es el mensaje indiscutible de la Palabra de Dios. No es del agrado del hombre natural. Muchos llamados cristianos se oponen a esta verdad cuando niegan la elección divina. Pero si somos fieles a la Palabra de Dios debemos mantener esta doctrina y aceptar las consecuencias que de ella se derivan. Es penoso ver cómo mucha gente que pregona la salvación por la gracia de Dios, combaten la elección. Nada puede ser más paradójico porque si es por gracia la salvación, es porque Dios la dispensa, porque todo el proceso por el cual un hombre se salva es de absoluta jurisdicción divina. Si es por gracia, el hombre solo recibe. Si es por gracia, no valen las obras; si es por gracia, el hombre simplemente es beneficiario y no partícipe.
Si reconocemos que la elección es doctrina bíblica debemos también dejar sentadas ciertas precauciones y consecuencias de esta doctrina. En primer lugar hay consideraciones de carácter doctrinal. Deben acentuarse estos corolarios de la elección porque si no lo hacemos se desvirtúa o se niega la doctrina que pretendemos profesar. Lamentablemente hay muchos que cometen este error, siempre buscando la forma de darle algún mérito al hombre. Se ven forzados a aceptar la doctrina de la elección pero luego continúan sus esfuerzos por zafarse del lazo divino. Insisten en que el hombre debe jugar un papel de mayor importancia en su salvación.
Hay quienes admiten la elección divina pero la fundamentan en un conocimiento anticipado por parte de Dios. Dicen que Dios elige ciertamente pero lo hace porque El sabía, de antemano, que tal persona se entregaría a su Salvador. Dicen que Dios es omnisciente, es decir, que todo lo sabe y, en consecuencia, también sabe quiénes aceptarán el evangelio y quienes no. A los que lo aceptarían. Dios los elige. Obviamente, esto es una monstruosidad intelectual. Es forma elegante de negar la soberanía de Dios y afirmar la capacidad humana, justamente lo contrario a lo que las Escrituras enseñan y nosotros examinamos en nuestra última conferencia.  Si Dios depende de lo que hace el hombre o de lo que hará. Dios deja de ser DIOS para convertirse en un sufrido esclavo de la voluntad humana. Si Dios no puede elegir y extender su gracia sino solo a quienes creerán en Jesucristo, en última instancia, es el hombre quien decide y quien tiene la llave de su salvación en su mano.  El cuadro que resulta es radicalmente opuesto al que presentan las Escrituras. Admitir la elección o la salvación por gracia solamente y luego afirmar que Dios elige en base a lo que el hombre haría es mera contradicción.  Esa no es elección sino salvación por mérito; no es salvación por gracia sino porque el hombre puede salvarse a sí mismo. Lo único que Dios ha hecho en ese caso es enviar a su Hijo al mundo a morir en una cruz. Por lo demás, todo depende del hombre. Cristo está a disposición de la humanidad y solo falta que los hombres se den cuenta y doblen su rodilla ante el Calvario. Al fin de cuentas, es el hombre, el hombre, y Dios solo puede implorar, esperar y enfermarse de ansiedad.
Los que así consideran la elección creen tener base bíblica para esta opinión desastrosa.  El pasaje favorito es el de Romanos 8:29 donde leemos estas palabras: "Porque a los que antes conoció, también los predestinó... ya los que predestinó, a estos también llamó...''.  "A les que antes conoció" —esos son los que Dios ha predestinado para ser salvos, según, dicen estos teólogos. A primera vista parece que tienen razón: Dios "antes conoció" quiénes iban a creer y a eses predestinó y llamó y justificó y todo el resto. Pero esta opinión se basa en una mala interpretación del verbo "conocer antes". Esto no significa que Dios sabía de antemano como iban a conducirse los hombres, que iban a creer en Jesucristo. Ese significado ocurre sí ciertamente en la Biblia. Pero no es así en este pasaje de Romanos 8.
Allí debe interpretarse como en muchos otros pasajes de la Escritura donde "conocer" " se refiere a esa intimidad de Dios por la cual acepta o admite a quien conoce como parte de sí mismo. Dios "conocía, por ejemplo, a su pueblo en el Antiguo Testamento, es decir, lo amaba tiernamente, lo había hecho suyo. Véase Romanos 11:2 donde leemos que "no ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció”. Además debe notarse también que en Romanos 5:29 Dios "antes conoció" no se aplica a quienes hicieren alguna cosa sino a quienes serían predestinados por la gracia divina: "No depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. La elección pues es por pura gracia de Dios y no por el conocimiento anticipado que Dios tiene.
También debe recordarse que la elección divina no quita al hombre su responsabilidad ante Dios.  Es cierto que hay quien pueda decir: "Bueno, si Dios elige a quienes han de ser salvos, no tengo yo perqué preocuparme. Dios sabrá cómo hacerlo y cuándo. Yo solo esperaré hasta que a El se le ocurra salvarme". ¿Habráse visto pretensión más vergonzosa del hombre pecador? ¿Quién es el hombre para hablar de esa manera? Bueno, no nos sorprende realmente, si uno recuerda que es pecador y que odia a Dios en su interior. ¡Por supuesto que el hombre es responsable ante Dios! En primer lugar, el hombre no tiene la menor idea de si es elegido o no; esto de la elección es doctrina que solo se comprende en toda su magnitud, después de haber conocido la gracia de Dios. El hombre natural no puede entenderla perqué debe entenderse espiritualmente. Además de esto, aunque Dios podría salvar por la fuerza, no lo hace. Dios podría ciertamente tomar a un hombre por el cuello y meterlo por fuerza en su reino pero no es así como Dios ha decidido proceder. Todo lo contrario. Dios prefiere persuadir a su criatura, indicarle el camino, mostrarle la senda que debe andar, llamarlo, invitarlo a recibir su gratuita salvación. El hombre ejerce libremente su voluntad porque el Señor le ha transformado esa voluntad; incondicionalmente lo ha cautivado con los lazos de su amor.
Mire usted al apóstol Pablo. ¡Magnífico teólogo del Nuevo Testamento! ¡Absolutamente convencido de la elección divina! Pero ¿abandonó él por eso sus esfuerzos extraordinarios, su lucha contra el pecado en su propio corazón o la obra difícil que Dios le había encomendado?  ¡Por supuesto que no! Se afanó de día y de noche, trabajó de sol a sol viajó por mar y tierra, predicó en ciudades y sinagogas, habló con Judíos y Gentiles, jamás desperdició una sola oportunidad de llevar a cabo la obra importante que el Señor le había dado. Si usted se fija en el apóstol Pablo, máximo exponente de la doctrina de la elección, usted verá también que jamás claudicó él su responsabilidad de realizar las obras de Dios. Se sentía absolutamente responsable ante Dios aunque también se sabía elegido por la poderosa gracia de Dios.
En segunda instancia, hay precauciones y consecuencias de carácter práctico en esta doctrina de la elección. Hay varias que es indispensable tener en cuenta constantemente. La primera es que la iglesia debe predicar el evangelio. La elección divina toma forma y surte efecto según métodos recetados específicamente por Dios. Sería posible, por ejemplo, que Dios en su soberanía dictase que los elegidos fuesen salvados por algún método arbitrario. Dios podría salvar a los elegidos, directamente o por medio de una tormenta o enviando un ángel a la tierra para informar a esa persona que ha sido elegida. Pero Dios, También en su soberanía, ha estimado conveniente salvar a quienes han de ser salvos por la predicación de su Palabra.  Tómese el caso de Lidia en el libro de los Hechos. Dios podría haber salvado a esta mujer por cualquier método que El quisiese. Pero en su soberanía El quiere que esta se haga por la predicación de su Palabra. Por eso fue allí Pablo y por eso se reunió ella junto al río y por eso ella escuchó atentamente a lo que Pablo decía. Exactamente lo mismo puede decirse de los tres mil que se agregaron a la iglesia en Pentecostés y el carcelero de Filipos y el eunuco de Etiopía y los creyentes de Macedonia y en Corinto y Galacia. Todos ellos, llegaron al conocimiento de su salvación por medio de la Palabra de Dios. Habían sido elegidos desde antes de la fundación del mundo. Pero no fueron traídos a la salvación hasta que el evangelio les fue predicado. Es por esta razón que debe ponerse tanto acento sobre la predicación en nuestro mundo. ¿Quién sabe cuantos millones y millones en nuestro mundo han sido elegidos por Dios para vida eterna? ¿Serán mil o diez mil o cinco millones o cien? Solo Dios lo sabe. Pero sí sabemos que Dios llama a sus escogidos por medio de la predicación del evangelio. Así se entiende la orden de Jesucristo de ir por todo el mundo a predicar su evangelio —es que en todas partes pueden haber aquellos que han sido elegidos por Dios para ser sus hijos. ¿Quién nace, por ejemplo, si Dios no ha elegido a las multitudes de Colombia o de Argentina o de México para formar su pueblo en este siglo? Por eso predicamos a Cristo por radio y en la página impresa y en iglesias y tantos misioneros. ¡La doctrina de la elección es una orden de marcha para ir a predicar! Tal es el ejemplo magnífico del apóstol Pablo mismo. Cuando llegó a Corinto se vio frente a grandes dificultades y mucha oposición pero este fue el mensaje que recibió del Señor en visión: "No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad”. ¡Dios sabia que allí en Corinto vivían sus elegidos!
Una segunda precaución necesaria. Preciosa como es esta doctrina de la elección, hay que ejercer muchísimo cuidado con ella al predicarla. Calvino recomendó en su "Institución" que esto es muy importante. Dice él: "Si alguno hablase de esta manera al pueblo: Si no creéis es porque Dios os ha predestinado ya para condenaros; esto no solamente alimentaría la negligencia, sino también la malicia. Y si alguno fuese más allá y dijese a sus oyentes que ni en el futuro habían de creer por estar ya reprobados, esto sería maldecir en vez de enseñar". No es aconsejable hablar de las doctrinas de la elección a quienes ciertamente no pueden comprenderlas. Esta doctrina no es el aperitivo sino el postre de una excelente comida intelectual; es el amén de una oración perfecta. Debe empezarse con el ABC para terminar con la última letra del alfabeto. Cuando el carcelero de Filipos le preguntó a Pablo que debía hacer para ser salvo, Pablo no empezó a dictarle una conferencia sobre la elección. Le hizo ver su necesidad primordial diciéndole que creyese en Cristo Jesús y sería salvo, él y su casa. Aquí va una ilustración de esta imperiosa necesidad de no acusar esta doctrina de la elección en nuestra predicación. Hablamos a veces de la casa de la salvación. Entre otras cosas, una casa tiene cimientos y una puerta. El cimiento de esta casa es la doctrina de la elección y Cristo es la puerta. Quienes están fuera deberán ver la puerta. Es bueno ciertamente, al invitarlos a entrar por la puerta, señalarles la solidez de la casa que está edificada sobre tan buenos cimientos. Pese a ello, no se les debe invitar a entrar en la casa a través de los cimientos sino a través de la puerta. Una vez que han entrado pueden ver la maravilla de esa casa de salvación. Podrán admirar y consolarse y sentirse fuertes al saber que están en una casa edificada sobre el firme fundamento de la soberana elección de Dios.
Una tercera consideración; esta vez es una consecuencia y por cierto maravillosa. Si somos salvos por elección divina tenemos también la seguridad plena del futuro. No es ya cuestión de los sentimientos efímeros del hombre que se deja llevar por todas las brisas de doctrina o pensamientos de hombres o sus propias emociones pasajeras. La salvación está en manos de Dios y lo que El comienza ciertamente lo ha de llevar a feliz conclusión. Un resultado de esta doctrina es lo que podríamos llamar la "perseverancia de los santos". Esto quiere decir que quien ha sido salvado por la gracia de Dios será guardado hasta el día final. ¡Qué tremendo consuelo es saber que nuestra salvación no depende de nuestros sentimientos sino de la firme gracia de Dios! Esto nos permite un grado  de certeza que otros no tienen. Tome usted una de esas pobres almas que nunca saben si están en estado de gracia o no. Van al confesionario, dicen diez Padre Nuestros, consultan con superiores religiosos y viven siempre al borde del abismo. Nunca pueden estar seguros de si son salvos al fin o no. No es así para quienes han comprendido la doctrina de la elección —saben que el futuro está totalmente en las manos de Dios. Se ven libres de ese temor constante, libres para servir al Señor con todo su ser.
Otra consecuencia de la doctrina de la elección es el incentivo hacia la santidad. Aquel que se sabe redimido por la gracia de Dios se sabe también responsable de servirle en todas las esferas de actividad humara. ¡Dios en su gracia soberana se dignó elegirle a él para ser heredero de la vida eterna! ¡Qué maravilla es la gracia de Dios! ¿Como podrá pagar semejante beneficio sino viviendo de día y de noche a La gloria de ese Dios tan maravilloso que lo eligió para su reino? Supóngase, por otra parte, aquella persona que no cree en la elección. Cree que fue él, quien descubrió a Jesucristo; que fue él quien renunció a su vida mundanal; fue él quién escuchó el evangelio; fue él quien decidió servir al Señor y abandonar a sus padres o amigos del pasado; fue él quien tuvo la brillante idea de entregarse a Jesucristo. Todo lo hizo él. ¿Qué incentivo tendrá tal persona de dedicarse totalmente a Dios? Pensará más bien que suficiente hizo ya para tener contento a Dios y que Dios debe estar contento con él —tan bueno que ha sido. ¡Qué error es pensar así de nuestra relación con Dios quien nos eligió a vida eterna! Es Justamente lo contrario: porque Dios tuvo tanto amor por él, porque Dios lo buscó en las tinieblas y le dio luz porque Dios lo eligió de entre otros miles de iguales, se sentirá feliz únicamente si dedica su vida entera al servicio de Dios en señal de eterna gratitud por tan grande gracia.  Esa vida será una vida de santificación cotidiana, de servicio cristiano, de gratitud desbordante y de alabanza incesante.
Hay una última consecuencia o precaución que debe notarse. Esto es de extrema importancia en la vida de nuestro pueblo evangélico. Se trata de la forma de predicar o llamar al arrepentimiento. La doctrina de la elección divina pone ciertos límites sobre lo que debemos hacer en presentar el mensaje del evangelio al mundo incrédulo. ¡Qué vergüenza es ver algunas de las cosas que se hacen en el nombre del cristianismo! Allí ve usted un pastor o evangelista que predica el mensaje. Y llega al fin el momento de la invitación. ¿Qué sucede? Bueno, el poder del pecador recibe todo el acento. Se le hace saber que puede aceptar a Cristo o puede rechazarlo.  Se presenta a Cristo corno si fuese un objeto de arte en un remate de campo; un artículo que solo les tontos podrán rechazar. Todo depende del pecador que está oyendo. Todo lo que el pecador debe hacer es levantar la mano o pasar delante o arrodillarse frente a su receptor de radio y repetir la fórmula del predicador: "Acepto a Cristo como mi Salvador personal" y el problema de la salvación está resuelto. Si el pecador hace esto, el Espíritu Santo vendrá a su corazón y lo hará nacer de nuevo. En vista de que la cosa es tan simple y de que el pecador es capaz de hacerlo, se utilizan entonces medios muy naturales para conducirlo a que lo haga. Allí vienen pues las invitaciones que son la cúspide del sermón, el momento en que el sermón se ha terminado y el predicador puede decir prácticamente cualquier cosa que le parezca bien. Todo se hace con la intención de despertar las emociones del oyente. El sentimentalismo ocupa el lugar de la predicación de la Palabra. Música suave o algún himno bien conocido se toca y se repite. El predicador implora, ruega, se deshace casi físicamente para hacer que el oyente acepte a Cristo está dentro de su capacidad; puede abrir su corazón, puede permitir que Cristo entre allí y haga su morada en él. El predicador sigue hablando de un Dios que implora como si fuese impotente, casi llorando porque su hijo rebelde no quiere oír su tierna voz. El resultado lógico de esta conducta es que las iglesias necesitan cada vez nuevas y mejores formas de emocionalismo para mantenerse en existencia. Se contratan evangelistas especiales, hombres o mujeres, que vienen de lejanas regiones con su propia forma de hacer que los hombres abran sus corazones por su propia voluntad, sin ayuda de Dios y con toda la ayuda que ellos pueden dispensar. Se necesitan luego campañas de avivamiento que se toman práctica casi regular; no se hace otra cosa que invitar e invitar y seguir invitando al oyente hasta que al fin se quebranta su resistencia a punto de entregarse a Jesucristo.
No hay en toda la Escritura un solo ejemplo de este tipo de actividad. Ni cosa remotamente parecida. Es una invención totalmente humana. Es más: es una invención casi netamente americana. Ninguna iglesia de Cristo por siglos y siglos tuvo semejantes prácticas. Es una costumbre que nace de un período de intensas campañas en los Estados Unidos por parte de alguien que no creía en la doctrina bíblica de la elección. Es tiempo de que nuestras iglesias llamen a la reflexión en estas cosas. En vez de tanta invitación es tiempo de que prediquemos la sana doctrina, instruyamos a jóvenes y adultos en la verdad del evangelio y prediquemos las riquezas de Cristo al necesitado pecador que solo puede acercarse a Cristo por obra del Espíritu Santo en su corrupto corazón. ¿Puede acaso ese hombre a quien se invita a aceptar a Cristo, hacerlo? La Escritura dice que está muerto en delitos pecados y, que está en tinieblas, que ama las tinieblas más que la luz, que no teme a Dios. ¿Podrá tal persona genuinamente abrirle su corazón al Cristo de luz y esperanza? ¡Por supuesto que no! Eso es tan imposible como que un muerto se levante de su sepulcro.
La doctrina de la elección es una maravilla bíblica. Tal vez no sea del agrado del hombre pero eso poco importa. Le esencial es recordar que es doctrina bíblica. Y lo es. El término que se usa para hablar de la elección divina aparece unas cuarenta y siete o cuarenta y ocho veces en el Nuevo Testamento solamente. ¿Como pues puede alguien negar su importancia y su carácter bíblico?
La suma total de todo el asunte es esta: ¿Como llega el hombre a ser salvo? Hay tres alternativas. Una: se salva a sí mismo porque es capaz. Dos: se salva a sí mismo con la ayuda de Dios quien le da el impulso inicial. Tres: Dios lo salva perqué en su soberana gracia le eligió desde antes de la fundación del mundo. Si usted mira a los hombres y escucha sus opiniones, aprobará la alternativa número uno. Si usted consulta la Biblia pero quiere ajustarla al pensamiento humano, aprobará la segunda.  Si oye simplemente el mensaje eterno de Dios en su Palabra y se deja guiar solamente por lo que esa Palabra dice, aprobará usted la tercera alternativa. Dios es el autor de la salvación y por eso, la salvación es segura y la predicación de esa Palabra indispensable. Así podrá comprenderse el mensaje bíblico con más facilidad. ¡Gracias, oh Señor, por tu gracia soberana!



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