SERMONES SOBRE JOB
Por Juan Calvino
Sermones
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SERMÓN N° 20
EL SEÑOR RESPONDE A JOB*

"Entonces respondió Jehová a Job desde un torbellino, y dijo: ¿quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como varón tus lomos; yo te preguntaré, y tú me contestarás. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia" (Job 38:1-4).

Previamente hemos visto que Eliú, queriendo amonestar a Job, afirmó que él mismo también era un hombre mortal, para que Job no pudiera quejarse de ser tratado por un poder demasiado alto. Luego mostró que Dios quería que procediera por medio de la razón y con dulzura; como también la usa con nosotros; porque nos protege, haciendo que su palabra nos sea predicada por hombres semejantes a nosotros, de manera que podamos acercarnos con más familiaridad a lo que él propone; la doctrina es masticada para nosotros.1 Vemos entonces que Dios ha tenido piedad de nosotros cuando ordena a hombres como ministros de su palabra, y a aquellos que nos enseñan en su nombre y por su autoridad. Porque él sabe lo que podemos llevar, y puesto que somos débiles, pronto seríamos tragados por su majestad, y abatidos por su gloria. Y por eso es que condesciende a nuestra pequeñez cuando nos instruye por medio de hombres. Sin embargo, también es preciso que nosotros seamos tocados a efectos de rendirle la reverencia que él merece; porque sin esto abusaríamos de su bondad, y finalmente, al acercarse a nosotros, sería como que le hiciéramos compañía. Esto es lo que ahora se nos narra, que Dios viendo que Job no fue suficientemente sumiso a las proposiciones y razones presentadas por Eliú, le hace experimentar su grandeza desde un torbellino; para que, siendo atemorizado así, pudiera reformarse por el reconocimiento de sus faltas, y que pudiera obedecer enteramente lo que le es presentado. Así vemos que Dios se acomoda de todos los modos posibles a nosotros, a efectos de ganarnos. Porque por un lado él mismo se humilla. ¿Y por qué? Porque ve que nosotros somos demasiado crudos y groseros para ascender a él. Sin embargo, puesto que hay un orgullo demasiado grande en nuestras mentes, es preciso que los experimentemos a él tal como es, a efectos de aprender a temerle y de oír su palabra en toda humildad y solicitud. Este es un punto que tenemos que observar bien; porque por este medio vemos el amor que tiene a nuestra salvación. Porque ciertamente tiene que estar preocupado por nosotros para transfigurarse de tal manera por así decirlo, que no se conforma a hablar en términos iguales; en cambio, viendo que es bueno y propicio para nosotros, él nos implora; y luego, viendo que semejante bondad no puede volvernos de nuestro desprecio, él se levanta y se magnifica en la medida que le es propia a él; para que nosotros podamos conocer nuestra condición a efectos de sujetarnos enteramente a él. Y, tanto más debiéramos desear ser enseñados en su palabra viendo que ella ha sido conformada a la medida de nuestro entendimiento y que Dios no ha olvidado nada de lo que se requería y de lo que era útil para nuestra salvación. Viendo entonces que nuestro Dios estaba dispuesto a descender a nuestro nivel y que, sin embargo, asciende para reformarnos de modo que le obedezcamos, tomemos tanto más coraje para escucharle cuando habla. Y no usemos la frívola excusa de que la palabra de Dios es demasiado elevada y oscura para nosotros, o que quizá sea demasiado aterradora, o quizá demasiado simple. Porque cuando cada cosa ha sido evaluada y reducida, es cierto que nuestro Señor nos propone una majestad en su palabra, que hará temblar a toda criatura; también hay una simpleza para que pueda ser recibida por el más ignorante y necio; hay una claridad tan grande en ella que podemos recibirla sin haber ido a la escuela, con tal de estar dispuesto a ser enseñados; porque no es sin motivo que él sea llamado "Maestro" por los humildes y pequeños.
Esto es lo que hemos de notar en primer lugar de este pasaje; es decir, cuando Dios nos habla por boca de hombres, es para que nos acerquemos a él con mayor libertad, que recibamos lo que él nos presenta de su parte con mayor facilidad y que no nos asombremos en medida excesiva; pero puesto que estamos endurecidos más allá de toda esperanza, y no le rendimos el honor que él merece, nos hace experimentar cómo él es, y se eleva en majestad, para que ello pueda inducirnos a rendirle homenaje.
Ahora, se dice específicamente que "el Señor habló a Job desde un torbellino"; que no fue suficiente con darle una señal de su presencia, sino que estuvo allí semejante a un torbellino. Muchas veces encontramos en las escrituras que Dios se movía así mediante el estrépito de truenos queriendo hablar a sus creyentes; pero, especialmente aquí, tenemos que evaluar la circunstancia de que Job todavía no estaba totalmente en jaque mate,3 y que Dios tuvo que mostrarle una fuerza terrible. Por este motivo entonces, tronó y se movió en un torbellino, a efectos de que Job pudiera saber con qué maestro se las tenía que ver. En general se dice que Dios realmente habita en una nube oscura, o quizá que esté rodeado de claridad; sin embargo, es algo que no podemos captar; si queremos contemplar a Dios nuestros sentidos se marean, de manera que hay una oscuridad muy especial. Entonces se describe correctamente, en términos generales, la gloria de Dios, a efectos de que no queramos inquirir demasiado en sus consejos que para nosotros son imposibles de captar; sino que de esa manera podamos gustar lo que a él le agrade revelarnos, y que, entre tanto, sepamos que todos nuestros sentidos son indignos, a menos que él se complazca en acercarnos a nosotros, o quizá de elevarnos hacia él; pero para una consideración aun diferente, es decir, debido a nuestra rebelión Dios tiene que mostrarse en forma aterradora. Es cierto que tal vez él no quiera otra cosa que acercarnos a él con dulzura; y vemos que usa modos amorosos, cuando los hombres están dispuestos a someterse a él, que él nos invita con tanto sentido de humanidad como es posible; pero cuando percibe alguna dureza de corazón, tiene que abatirnos en el comienzo mismo. Porque de otra manera, ¿de qué aprovechará que nos hable? Su palabra será despreciada por nosotros, o tal vez ni siquiera entre en nuestro corazón. Es por eso que, publicando su ley se movía en torbellinos, para que las trompetas sonaran en el aire, para que cada uno temblase, que la gente estuviese atemorizada por ello, como diciendo, "Que no nos hable el Señor, de lo contrario todos seremos muertos, seremos abatidos." ¿Por qué es que Dios movió así toda la tierra, y que su voz haya resonado en forma tan aterradora? ¿Acaso quería alejar tanto a su pueblo que éste ya no pudiera escucharlo? Al contrario, está dicho, "No en vano dio su ley," pero quiso dar ciertas instrucciones a su pueblo, es decir, el camino de vida.
De manera entonces, no era para atemorizar que moviese a los estruendos y tempestades del aire; no fue esa, digo, su intención; pero esto servio como preparación para hacer descender4 la altivez de la gente; ésta jamás habría obedecido a Dios o a su palabra, jamás habría conocido siquiera la autoridad de aquel que habla sin estas señales que fueron agregadas. Entonces notemos bien que no es una cosa superflua que Dios haya hablado así desde un torbellino. Y si un hombre tan santo, que había aplicado todo su estudio al propósito de honrar a Dios, tenía que ser refrenado de tal manera, ¿qué de nosotros? Comparémonos con Job. Aquí hay un espejo de santidad angelical. Hemos visto las protestas que presentó aquí abajo; y si bien fue afligido hasta el límite, a pesar de murmurar, y aunque se le escaparon expresiones extravagantes; con todo ello siempre retuvo el principio de adorar a Dios, y de humillarse bajo su majestad; en general cumplió con esto, aunque en parte cayó. Ahora nosotros somos carnales a más no poder, y nuestras vanidades nos extravían de tal manera que, por así decirlo, estamos embriagados; difícilmente consideramos que existe un juez en el cielo; y cuando nos es propuesta su palabra somos más crudos incluso que los asnos. Entonces, ¿acaso no es necesario que nuestro Señor nos haga experimentar su majestad, y que seamos conscientemente afectados por ella? Ahora, es cierto que Dios no levanta tempestades a efectos de que conozcamos que es él quien habla; pero él tiene que usar otros medios para que nos dispongamos a venir a él, como también vemos que lo hace. Entonces, cuando alguien tenga algunos escrúpulos, y algunos problemas de conciencia, cuando otro sea afligido por enfermedad, y otro tenga otras adversidades, sepamos que es Dios quien nos llama a sí mismo viendo que no venimos a estas cosas por nuestra libre voluntad, que no nos acercamos para oír su palabra; él refrena esa dureza de corazón tal como se requiere para que nuestros espíritus puedan ser doblegados a la correcta obediencia. Entonces, Dios ve esa rebelión en nosotros; él se ve precisado a usar estos modos y medios que ya he mencionado para acercarnos a él y ganarnos para sí mismo; para que nosotros podamos oírle él tiene que hablarnos desde un torbellino; no es que así sea con todos; porque vemos a algunos que dan coces contra el aguijón, y actúan como caballos salvajes, y aunque Dios los cuide, ellos no ganan nada así. ¿A cuántos de estos tipos malogrados se ve, a quienes Dios habrá castigado de tantas maneras, a quienes habrá golpeado en la cabeza con fuertes martillazos, de manera que, por muy duros que sean, tendrían que haberse ablandado? Sin embargo, nunca dejan de castañetear sus dientes. Se ve que no pueden moverse sin mostrar que están llenos de orgullo y rebelión contra Dios, y que lo desprecian a más no poder.
De manera entonces, es muy necesario que aquellos y quienes Dios castiga tendrían que estar dispuestos a acercarse a él; porque esa es su intención. Entonces, seamos sabios para no frustrar a nuestro Dios; siempre y cada vez que nos envíe alguna adversidad, aprendamos a ir corriendo a él, como si hablase con truenos, y como si nos ocurrieran a nosotros, a efectos de hacernos oír. Sepamos esto, y sepámoslo de tal manera que nuestro espíritu sea realmente refrenado debajo de él, y que no pretendamos otra cosa sino humillarnos totalmente en obediencia a él. Eso es lo que tenemos que recordar en este pasaje. Además sepamos que, aunque actualmente Dios no truene desde los cielos, todas las señales que han sido dadas en tiempos antiguos prueban que su palabra debiera servirnos hoy. Cuando nos es predicada la ley de Dios tenemos que agregarle lo que nos es narrado en el capítulo 19 de Éxodo; esto es, que la ley ha sido debidamente ratificada y que nuestro Señor le ha dado plena autoridad al enviar truenos y relámpagos del cielo lo cual hizo para traer a la memoria la aparición de trompetas; que todo esto fue para que su ley fuese recibida hasta el fin del mundo en toda reverencia. Así es en este pasaje. Porque cuando dice que "Dios apareció en un torbellino," hemos de saber que quiso ratificar lo que está contenido en este libro; y no solamente eso; sino que tenemos que extender esta autoridad a través de todo su mundo. Aun existe esta consideración, que si Dios comenzó de un modo amable a llamarnos a él, y si al final se mostró rudo y amargo, ello no debe parecemos de ninguna manera extraño; más bien examinemos nuestras vidas para saber si le hemos obedecido; y de esa manera sepamos que su bondad es de una sola pieza, y entonces sabremos que es muy necesario que él use esta segunda forma para ganarnos cuando ve que no ha aprovechado nada mediante la gracia que nos había mostrado. Ejemplo: A veces el Señor puede ser bueno hacia nosotros cuando quiere tenernos como propios y miembros de los suyos; sin enviarnos ninguna aflicción, él nos propondrá su palabra. O quizá nosotros veamos que es su voluntad y estemos de acuerdo con ella. Sin embargo, no la aprovechamos al tener la debida seguridad de su bondad, renunciado a nuestros deseos malvados, olvidando al mundo, y entregándonos enteramente a él. El nos soporta por un tiempo; pero al final, cuando ve que somos tan indiferentes, comienza a golpear. Mediante esto ciertamente debiéramos experimentar que no habla sin causa como desde un torbellino, porque no le hemos oído cuando quiso enseñarnos con gracia, y de modo humano y paternal. Entonces, es necesario que Dios nos hable con esa vehemencia, puesto que él ve que nunca nos acercaríamos hasta no habernos preparado de esa manera. Es cierto que a algunos los ganará por la simple palabra; pero cuando ve que otros son displicentes, les envía algún problema, alguna aflicción. En efecto, hay muchos que jamás habrían venido al evangelio, que jamás habrían sido tocados correctamente en sus corazones para obedecer a Dios, si no fuera por alguna señal que él les envió indicando que quería castigarlos. Además de esto, cuando experimentaron, por las aflicciones, que sólo hay miserias en este mundo, fueron constreñidos a estar descontentos consigo mismos y a cortar las delicias en las que previamente estaban sumergidos.
Así es entonces cómo Dios acerca de diversas maneras a los hombres a sí mismo. Pero, aprovechemos siempre los medios que usa con nosotros; además cuando no habla desde un torbellino, procedamos nosotros, por nuestra parte, a familiarizarnos con él, y permitamos ser gobernados por él como ovejas y corderos; porque si él ve cierta dureza en nosotros quizá tenga que refrenarnos con alguna maldición; y si por algún tiempo nos deja correr como caballos desbocados; aun así, al final experimentaremos su terrible majestad para ser atemorizados por ella, en efecto, si le complace darnos su gracia; porque es un beneficio especial que Dios nos da, cuando nos despierta de esa manera y truena con su voz, a efectos de que nos entre por los oídos y que podamos estar profundamente apenados por su causa. Ese, digo, es un beneficio que no concede a cualquiera. Además, cuando truena contra los incrédulos es demasiado tarde; porque ya no hay ninguna esperanza de que puedan volver a él. Dios los convoca para que escuchen la condenación. Además, debiéramos recibir apaciblemente esta ayuda que Dios nos da, cuando levanta a algún torbellino para refrenar todas las rebeliones de nuestra carne; es decir, nos hace experimentar su majestad. Esto es en resumen, lo que tenemos que recordar de este pasaje.
Ahora venimos a lo que dice aquí, "¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como varón tus lomos; yo te preguntaré, y turne contestarás." Aquí, en primer lugar, Dios se mofa de Job, ya que este era rebelde, y el parecía que mediante argumentos ganaría su caso. Es por eso que dice, "¿Y tú quién eres?" Y ahora, cuando la escritura nos muestra quiénes somos, es para vaciarnos de todo orgullo. Es cierto que los hombres se estiman demasiado, haciéndose creer que hay alguna gran dignidad en ellos. Ahora, bien pueden valorarse ellos mismos, pero Dios solamente los conoce en olor y hediondez, él los rechaza; en efecto, los considera detestables. Y así, aunque nosotros podamos ser tan necios, y aunque seamos presunciosos pensando en glorificarnos a nosotros mismos en nuestra propia imaginación, pensando que tenemos poder y sabiduría; sin embargo, Dios para vaciarnos y entregarnos turbados, solamente usa la palabra, "Y tú, hombre, quién eres?" Cuando esto es pronunciado, realmente es para despojarnos completamente de toda ocasión para gloriarnos. Porque sabemos que no hay una sola gota de bien en nosotros; y entonces ya no tenemos ocasión de ninguna clase para recomendarnos.
Y eso es por qué Dios también agrega, "ciñe como varón tus lomos," es decir, "vístete como te plazca, convéncete a ti mismo de que realmente eres un gigante, equípate bien, ármate de la cabeza a los pies. Muy bien, ¿al final qué ganarás con ello, cuando yo me oponga a ti, pobre criatura? ¿Piensas subsistir de alguna manera? ¿Qué tienes?" Aquí vemos entonces la intención de Dios. Porque (como ya lo he dicho) esta necedad de preciarnos a nosotros mismos presumiendo que valemos algo está tan arraigada en nosotros que es muy difícil llevarnos al conocimiento correcto de nuestra pobreza, de manera de quedar libres de todo orgullo y presunción. Además, entonces, tenemos que notar bien los pasajes de la Escritura, en los cuales se nos muestra que no hay valor alguno en nosotros. Y esto pensémoslo bien; porque ello no se dice únicamente de una parte del mundo, sino de la humanidad en general.
Entonces, grandes y chicos, aprendan a avergonzarse; puesto que Dios incluye todo, realmente como si fuera en una garba, cuando dice que la sabiduría del hombre sólo es necedad y vanidad, que en lugar de poder sólo hay debilidad, que en lugar de justicia solamente hay impureza y suciedad. Porque cuando Dios habla en estos términos, no es para dos o tres personas, sino para cada uno en general. Aprendamos entonces desde el más grande hasta el más insignificante, a humillarnos, sabiendo que todas nuestras glorias solamente son vergüenza y confusión delante de Dios. De esa manera, pensemos en la palabra "¿Quién es él?" No la tomemos como referida únicamente a la persona de Job, más bien tomémosla como refiriéndose a todas las criaturas mortales; como si nuestro Señor dijera; "¿Por qué?" ¿Acaso hay tal audacia en una persona, siendo solamente un vaso frágil de barro, y en una persona que es menos que nada, que exista semejante audacia de disputar contra mí y de querer inquirir tanto? ¿Adonde va a parar esto? ¿Quién eres tú, hombre?" Como también vemos que San Pablo nos amonesta mediante esta palabra (Romanos 9:20), "Quién eres tú para que alterques con Dios?" Cuando ha establecido las objeciones que los hombres suponen eficaces para disputar de alguna manera con Dios diciendo, "¿Y por qué perderá Dios a los que ha creado? Y que sin razón alguna pueda discernir uno del otro; para que uno sea llamado a salvación, rechazando a otro; ¿por qué es esto?" Entonces, cuando San Pablo dijo esto, aunque los hombres se complazcan con tales objeciones, dice, "Oh hombre, ¿quién eres tú para dirigirte así contra Dios?" Esto es lo que tenemos que notar de la palabra "¿Quién es él?" Entonces, que cada uno, siempre y toda vez que sea tentado con orgullo, piense así de sí mismo, "Pero, ¿en realidad, quién eres?" No es aquí cuestión de entrar en combate contra criaturas que son nuestros semejantes, y contra aquellos que sin iguales a nosotros; pero si queremos ser tan osados como para inquirir en los secretos de Dios; si soltamos las riendas a nuestras fantasías y a nuestras lenguas para imaginar cosas inútiles, o hablar contra Dios y su honor, debemos pensar,
"Ciertamente, ;,y yo quién soy?" Cuando cada uno haya mirado a su propio interior, y considerado su propia debilidad cuando, en resumen, haya conocido que en sí no es nada en absoluto; entonces seremos suficientemente amonestados, todo este cacareo6 que hayamos concebido previamente será silenciado; incluso todas nuestras fantasías serán refrenadas y cautivadas, lo que sería declarado luego, pero en forma más completa.
Ahora, aquí dice especialmente: "Ciñe como varón valiente tus lomos" para significar que cuando todo el mundo haya reunido sus fuerzas, y las haya exhibido, ello no será absolutamente nada. Es por eso, entonces, porque Dios desafía aquí a Job diciendo, "Que se equipe, y que venga con armadura y armado como un gigante, o como el hombre más ágil que se pueda encontrar." Con ello se expresa aun mejor lo que hemos dicho, esto es, que cuando los hombres son condenados en las Escrituras, ello no está dirigido simplemente a los vulgares, y aquellos que son despreciables, que carecen de crédito y dignidad; sino que se extiende a los más grandes, a aquellos que suponen tocar las nubes. Y así entonces, aunque los hombres piensen tener alguna apariencia en sí mismos para recibir honor; que sepan que esto no es nada con respecto a Dios. Como por ejemplo: aquellos que son excelentes cuando se comparan a sí mismos con sus semejantes, es cierto que concebirán alguna opinión propia y estarán satisfechos consigo mismos; cuando una persona sea reputada sabia, de buen entendimiento, con gracia - bien, la misma será apreciada a los ojos de aquellos que no tienen las mismas cualidades; una persona puede ser rica, investida de virtudes grandes y dignas de alabanza - a los ojos de quienes pasan. Eso entonces, bien podría capacitarnos para sentirnos muy anchos (como ellos dicen) para recomendarnos a nosotros mismos cuando tengamos tales virtudes especiales; pero cuando nos acerquemos a Dios es preciso que todo sea vaciado. Entonces, no hay ninguno tan robusto y galante que tenga una sola gota de fuerza; aquí ya no queda ninguna santidad, ya no queda ninguna sabiduría, no queda nada en absoluto. De manera entonces, que todo el mundo sepa que todo su equipamiento de nada aprovechará delante de Dios; en cambio, tenemos que ser totalmente vaciados, Dios tiene que anularnos, a efectos de no dejar ninguna gota de virtud' en nosotros, excepto aquello que tomemos de él, como prestado, sabiendo que todo procede de su pura bondad. Ahora vemos lo que implica la palabra "varón valiente"; es para significar que, aunque tengamos ciertas virtudes especiales, ello no debiera darnos ocasión para enorgullecemos delante de Dios.
Además también dice que "Job envolvió (u oscureció) el consejo con palabras sin sabiduría." Con ello Dios declara que, habiendo tratado sus secretos, ciertamente debiéramos pensar en nosotros mismos, a efectos de proceder aquí sobriamente y en todo temor; porque con la palabra "consejo" Dios quiere significar las cosas elevadas de las que Job había estado hablando. Nosotros bien podemos disputar acerca de muchas tonterías menores, y podemos disputar deliberadamente - bien, nuestras proposiciones serán vanas y frívolas – sin embargo, no habrá blasfemias, y el nombre de Dios no será profanado en absoluto. Pero cuando venimos a la doctrina de salvación, cuando entramos a las obras de Dios, y cuando disputamos acerca de su providencia y de su voluntad; no es propio que vengamos tan apresuradamente; porque envolvemos o entregamos el consejo en proposiciones sin conocimiento. Entonces vemos para qué es que Dios amonesta a Job; es decir, por el hecho de haber hablado demasiado pronto de cosas que están más allá de su comprensión; porque si bien tenía dones excelentes, no obstante, tenía que haberse humillado siempre, reconociendo su debilidad; y también debía haberse refrenado cuando realmente hubo llegado al final de sus sentidos, y que sólo debía haber pensado en los juicios de Dios; y, viéndose turbado de esa manera, debía haber considerado la debilidad de su espíritu; y conociéndose a sí mismo como hombre mortal, debía haber dicho: "Ciertamente, sólo hay ignorancia y necedad en mí." Entre tanto también tendría que haber considerado la inestimable majestad de Dios y su consejo incomprensible; ello lo debía haber humillado. Job no hizo ni una cosa ni la otra. De manera entonces, aunque no se extravió del camino correcto, sino que siempre aspiró al verdadero fin no obstante vemos aquí que es amonestado por la boca de Dios.
Ahora, este pasaje debería advertirnos de la reverencia que Dios quiere que tengamos ante sus grandes misterios, y por aquello que concierne a su reino celestial. Si disputamos acerca de nuestros asuntos - muy bien - no necesitamos proceder con cautela tan extrema; porque estas son cosas que pasan: pero siempre y toda vez que se trate de hablar de Dios, de sus obras, de su verdad, de aquello que está contenido en su palabra, vengamos a ello con temor y solicitud, no tengamos la boca abierta, para aspirar todo aquello que nos venga a la imaginación; que ni siquiera tengamos nuestras mentes demasiado abiertas para inquirir en aquello que no nos atañe y que no nos es lícito; en cambio, refrenemos nuestra mente, pongamos rienda a nuestra lengua. ¿Y por qué? Porque es el consejo de Dios, es decir, estas cosas son demasiado oscuras para nosotros, y demasiado elevadas. Entonces, no tenemos que presumir de venir a ellas a menos que Dios quiera instruirnos por medio de su pura bondad. Y quiera Dios que estas cosas puedan ser practicadas correctamente y que no tengamos los combates que hay en todas partes del mundo. Pero, ¿por qué existen? Es evidente que muy pocos son afectados por la majestad de Dios. Cuando uno discute su palabra y la doctrina de nuestra salvación, y toda la Santa Escritura, cada uno tendrá su propio camino; cada uno que habla de ella a la sombra de una lámpara, querrá despedirse de ella. Estas son cosas que sobrepasan todo entendimiento humano; sin embargo, se ve que debemos ser más osados para discutir tan elevados misterios de Dios - los cuales deberían llenarnos de asombro, y deberíamos adorarlos con toda solicitud - para balbucear de ellos debemos ser, digo, más osados que discutiendo una transacción por cinco centavos, y no sé qué. ¿Y cuál es la causa de esto sino que los hombres no han considerado que Dios se oculta de nosotros y oscurece su consejo y que en las Escrituras nos ha expuesto su voluntad a la cual tenemos que estar sujetos? Por un lado vemos a los papistas que blasfeman contra Dios, que trastornan, falsifican, depravan y corrompen la totalidad de las Sagradas Escrituras, de manera que no les cuesta nada burlar a Dios y a toda su palabra. ¿Y por qué? Porque nunca gustaron el significado de la palabra "consejo." Entre nosotros se ven personas ebrias que también sujetarían a Dios a sus fantasías. Aunque fuesen los más ágiles del mundo, los más experimentados en las Santas Escrituras, tendrían que llegar a esta conclusión: El consejo de Dios es superior a nosotros. Pero aquellos son estúpidos y totalmente embrutecidos; no tienen sentido ni razón, el vino los gobierna como a puercos; y sin embargo, querrán ser teólogos, y trastornar las cosas de tal manera que si actualmente les creyéramos, tendríamos que construir y forjar8 un evangelio totalmente nuevo. Pero recordemos todavía que aquí se nos muestra que cuando hablamos de Dios no tenemos que tomarnos la licencia de charlar y balbucear lo que nos parezca bien; en cambio, sepamos que él nos ha revelado su consejo en su Santa Escritura, para que tanto grandes como chicos puedan someterse y adorarlo. Y esto es lo que se dice acerca de "palabras sin sabiduría." Entonces Dios muestra aquí que siempre y toda vez que hablamos de él, y de sus obras, es una doctrina de consejo, una doctrina elevada. Y contrariamente, lo que podamos presentar, y lo que podamos concebir en nuestras mentes, ¿qué es? Proposiciones sin sabiduría. Que los hombres mismos se pongan en la balanza, y se hallará que son más livianos que la vanidad, tal como dice en el Salmo/ Entonces, además tenemos que notar bien esta doctrina, que en nosotros no habrá sabiduría, para saber cómo discutir las obras de Dios, a menos que él nos haya instruido. Es así como seremos sabios, siendo gobernados por el Espíritu de Dios y por su palabra. Sin embargo, cuando no hallemos en la palabra de Dios lo que queremos conocer, sepamos que hemos de seguir ignorantes; y luego, después de ello tenemos que mantener cerrada nuestra boca; porque tan pronto queramos decir una palabra, faltará la sabiduría; solamente habrá decepción en nosotros. Esta es entonces la acusación que Dios presenta contra Job.
Además Dios dice: "Responde a todas mis preguntas; ciertamente, si tienes sabiduría me puedes responder aquello que yo quiero saber de ti." Aquí Dios persiste en burlarse de la necia presunción de los hombres, cuando piensan ser tan sutiles como para poder disputar y pleitear contra él. Entonces Dios dice, "Muy bien, es cierto que ustedes son muy ingeniosos; a ustedes les parece al hablar que yo les doy rienda suelta; pero voy a tener mi turno, y voy a hablarles un poco, y ustedes me tienen que responder y seguramente verán su engaño." ¿Cuál es la causa entonces de que los hombres sean tan temerarios para avanzar tan neciamente contra Dios? Es porque ellos mismos se toman la libertad de hablar, y de ocupar el lugar, y les parece que Dios no tiene respuesta. Ahora, aquí está el remedio que nos da Dios para abatir la necia temeridad que hay en nosotros; esto es, que pensemos en aquellos que él pueda preguntarnos. Si Dios comienza a interrogarnos, ¿qué vamos a responder? Si nos acordásemos de esto, ¡oh! es cierto que nos refrenaríamos totalmente; y aunque tuviéramos mentes muy vivarachas, y aunque pareciera que podemos mover todo el mundo, realmente seríamos puestos en nuestro lugar siguiendo sencillamente aquello que nuestro Señor nos ha mostrado; siempre y cuando, digo, que supiéramos pensar: "¡Ciertamente! Y si venimos delante de Dios, /.acaso no tiene abierta su boca, y acaso no tiene la autoridad y maestría para interrogarnos? ¿Y qué vamos a responderle?" A esto pues debemos llegar. Es lo que debemos recordar de este pasaje a efectos de obtener correcta instrucción de él. Luego, que no seamos demasiado apresurados para hablar; es decir, que por naturaleza tengamos el vicio de entremeternos en más cosas de las que nos corresponden. Aprendamos a mantener la boca cerrada. Pues, por qué es que inmediatamente abrimos la boca para vomitar lo que no conocemos? Es porque no pensamos que nuestro oficio sea más bien el de responder a Dios que el de adelantarnos para hablar. Porque, ¿acaso no es para trastornar el orden de la naturaleza, que el hombre mortal que no es nada se anticipe a su Creador y le obligue a dar audiencia, y que entre tanto Dios guarde silencio? ¿Adonde irá esto? Sin embargo, eso es lo que hacemos siempre y cada vez que murmuramos contra Dios, cuando rompemos en pedazos su palabra, cuando moldeamos proposiciones a voluntad, diciendo: "Esto es lo que me parece." ¿Cuál es la causa de esto excepto que queramos que Dios guarde silencio ante nosotros, y que seamos escuchados con más atención que él? ¿No es esto pura locura? Entonces, para corregir esta arrogancia que hay en nosotros, aprendamos a no tener la presunción de responder a Dios; sabiendo que al presentarnos ante él, él tendrá la autoridad de examinarnos - ciertamente, conforme a nuestra condición; y cuando él nos haya cerrado la boca, y cuando él haya comenzado a hablar, nosotros seremos más que turbados; aprendamos a humillarnos, de manera que seamos enseñados por él; y cuando hayamos sido enseñados que él nos haga contemplar su resplandor en medio de las sombras de este mundo. Entre tanto, aprendamos también a servirle y a adorarle en todo y por todo. Porque es así también cómo habremos aprovechado la escuela de Dios; será cuando hayamos aprendido a magnificarle, y a atribuirle tal gloria que pueda parecemos bien todo aquello que procede de él. Entre tanto, que también seamos sabios para estar disgustados con nosotros mismos, a efectos de correr a él para hallar el bien que nos falta. Y más allá de ello, que se complazca en gobernarnos de tal manera por su Santo Espíritu que, siendo llenos de su gloria, tengamos con qué glorificarnos a nosotros, no en nosotros mismos, sino solamente en él. Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.

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NOTAS DELTEXTO
SERMÓN NO. 20

*Sermón 147 en Calvini Opera, Corpus Reformatorum, V. 35, pp. 351-362.
1.Es tarea del predicador presentar la doctrina de Dios de tal manera que los oyentes la puedan digerir.
2.Actualmente diríamos: "Trataríamos a Dios como a cualquier hijo de vecino.'
3.Estoy casi seguro que Calvino toma la metáfora del tablero de ajedrez.
4.O hacerles "jaque mate."
5.O herido.
6.6.   Francés: coquees. 1.  O poder.
7.Referido a un herrero; no a la falsificación literaria.
8.Salmo 62:9.