Sexta exposición: El calvinismo y el futuro

El propósito principal de mis exposiciones en este país era erradicar la idea equivocada de que el calvinismo representa solo un movimiento dogmático y eclesiástico.

El calvinismo no se detuvo en el orden de la iglesia, sino se extendió en un sistema de vida, y no agotó su energía en una construcción dogmática, sino creó una cosmovisión, y una tal que sigue capaz de adaptarse a cualquier etapa del desarrollo humano, en cada área de la vida. El calvinismo levantó nuestra religión cristiana a su esplendor espiritual supremo: creó un orden eclesiástico que se convirtió en el ejemplo de lo que son las confederaciones de estados; demostró ser el ángel de la guarda de la ciencia; emancipó las artes; propagó un esquema político que produjo el gobierno constitucional, tanto en Europa como en América; incentivó la agricultura y la industria, el comercio y la navegación; puso un sello plenamente cristiano sobre el hogar y los lazos familiares; promovió con su estándar moral elevado la pureza en nuestros círculos sociales; y para alcanzar todo esto, puso bajo la iglesia y el estado, bajo la sociedad y el hogar, un concepto filosófico fundamental que fue estrictamente derivado de su propio principio dominante.

Esto, de por sí mismo, excluye todo pensamiento en una imitación. Lo que deben hacer los descendientes de los calvinistas holandeses antiguos, y de los Padres Peregrinos, no es copiar el pasado, como si el calvinismo fuera petrificación; sino volver a la raíz viviente de la planta calvinista, para limpiarla y regarla y así hacerla retoñar y florecer nuevamente, pero ahora de acuerdo con nuestra vida actual en estos tiempos modernos, y con las demandas de los tiempos por venir.

Esto explica el tema de mi exposición final: Un nuevo desarrollo calvinista es necesario por las demandas del futuro.


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Como todo estudioso de la sociología admitirá, el futuro no se presenta en colores brillantes. No iría tan lejos para decir que estamos al borde de una bancarrota social universal, pero sí que las señales de los tiempos son ominosas. Por cierto, en el control de la naturaleza y sus fuerzas se hacen avances inmensos cada año, y nuestra imaginación más audaz no puede decir a qué alturas de poder llegará la humanidad en el próximo medio siglo. Como resultado de ello, la comodidad de la vida aumenta. El intercambio y la comunicación mundiales se vuelven cada vez más rápidos y extendidos. Asia y África, durmiendo hasta hace poco, gradualmente se sienten jalados en el círculo más amplio de la vida desarrollada. Los principios de la higiene ejercen una influencia creciente. En consecuencia, somos físicamente más fuertes que la generación precedente. Vivimos más años. Y al combatir los defectos y enfermedades que amenazan nuestra vida física, la ciencia médica nos deja maravillados ante sus logros. En breve, el lado material de la vida nos promete lo mejor para el futuro.

Pero se escuchan voces descontentas, y la mente que reflexiona no puede suprimir la desilusión: No importa cuanto uno valora las cosas materiales, ellas no llenan nuestra existencia humana. Nuestra vida personal no se alimenta de las comodidades que nos rodean, ni del cuerpo que es nuestro enlace con el mundo exterior, sino del espíritu que actúa internamente; y en esta conciencia interna nos damos cuenta con dolor, que la hipertrofia de nuestra vida externa resulta en una atrofia seria de la vida espiritual. No como si las facultades de pensamiento y reflexión, o las artes de poesía y letras, estuviesen disminuyendo. Al contrario, la ciencia empírica es más brillante en sus logros que nunca, el conocimiento universal alcanza círculos cada vez más amplios, y la civilización, por ejemplo en Japón, se queda pasmada ante sus logros demasiado rápidos. Pero aún el intelecto no constituye la mente. La personalidad se encuentra más profunda en nuestro ser interior, donde se forma el carácter, se enciende la llama del entusiasmo, se ponen los fundamentos de la moral, retoña el amor, surge la consagración y el heroísmo, y donde al sentir lo Infinito, nuestra existencia confinada al tiempo desea tocar las puertas de la eternidad.

En cuanto a este asiento de la personalidad, escuchamos por todos lados la queja de un empobrecimiento, degeneración, y petrificación. Este estado malsano explica el auge de un espíritu como el de Arturo Schopenhauer, y la aceptación amplia de su doctrina pesimista revela hasta donde ya se secaron los campos de la vida. Es cierto, los esfuerzos de Tolstoi demuestran una fuerza del carácter, pero aun su teoría religiosa y social es una única protesta contra la degeneración espiritual de nuestra raza. Nietzsche puede ofendernos con su burla sacrílega, ¿pero qué es su exigencia del "Uebermensch" (super-hombre), sino el grito de desesperación al darse cuenta que espiritualmente, la humanidad se está consumiendo? ¿Y qué es la democracia social, sino una sola protesta gigantesca contra la insuficiencia del orden existente de las cosas? Incluso el nihilismo y el anarquismo demuestran abiertamente que hay miles y miríadas que preferirían demoler y aniquilar todo, en vez de seguir cargándose con las condiciones presentes. El autor alemán de la "Decadencia de las naciones" no describe nada para el futuro sino descomposición y ruina social. Aun el sobrio Lord Salisbury hace poco habló de pueblos y estados para cuyo entierro ya se hacen los preparativos. Cuántas veces no se hizo la paralela entre nuestro tiempo y la edad dorada del Imperio Romano, cuando igualmente el brillo externo de la vida asombró el ojo, pero el diagnóstico social solo arrojó el veredicto "Podrido hasta los tuétanos". Y aunque en el continente americano, un mundo más joven, prevalece una nota de vida relativamente más saludable que en la Europa envejecida, esto no desviará la mente que reflexiona. Es imposible para Uds aislarse herméticamente del mundo viejo, pues Uds. no son una humanidad aparte, sino un miembro del gran cuerpo de la raza. Y una vez que el veneno entró el sistema en un solo punto, a su tiempo impregnará el organismo entero.

Ahora nos enfrentamos con la pregunta seria si podemos esperar que por evolución natural se desarrollará una fase superior de vida social. La historia provee una respuesta desalentadora. En la India, en Babilonia, en Egipto, en Persia, en China y en otros lugares, a los períodos de crecimiento vigoroso les siguieron tiempos de decadencia espiritual; pero en ninguno de estos países este rumbo hacia abajo se resolvió en un movimiento hacia cosas superiores. Todas estas naciones han permanecido en su paralización espiritual hasta hoy. Solo en el Imperio Romano, la noche oscura de la desmoralización fue quebrantada por el amanecer de una nueva vida. Pero esta luz no surgió de una evolución; sino brilló desde la Cruz del Calvario. El Ungido de Dios apareció, y solo por Su Evangelio la sociedad de aquel tiempo se salvó de la destrucción segura. Y otra vez: cuando al fin de la Edad Media Europa fue amenazada con la bancarrota social, se observaron una segunda resurrección de los muertos y una manifestación de un nuevo poder vital, ahora entre los pueblos de la Reforma. Pero también esta vez, no fue por medio de una evolución, sino por el mismo Evangelio cuya verdad fue proclamada libremente como nunca antes. Entonces, ¿qué antecedentes nos provee la historia para hacernos esperar que al presente haya una evolución de muerte a vida, mientras los síntomas de la descomposición ya evocan la amargura de la tumba? Es cierto que Mahoma en el siglo VII tuvo éxito al levantar los huesos muertos por todo el Levante, al imponerse sobre las naciones como un segundo Mesías, más grande que Cristo mismo. Y si la venida de otro Cristo, con mayor gloria que el Cristo de Belén, fuera posible, entonces hubiéramos encontrado el remedio para la corrupción moral. Por eso, algunos realmente han estado esperando ansiosamente la venida de algún "Espíritu Universal" glorioso, que podría dar nuevamente su poder vivificante a las naciones.¿Pero por qué demorar en tales fantasías inútiles? Nada puede sobrepasar al Cristo dado por Dios, y lo que debemos esperar, en vez de un segundo Mesías, es la segunda venida del mismo Cristo del Calvario, esta vez viniendo para el juicio, no para abrir una nueva evolución para esta vida bajo la maldición del pecado, sino para llegar a su meta y solemnemente concluir la historia de este mundo. Entonces, o esta segunda venida es cercana y lo que vemos es la agonía mortal de la humanidad, o un rejuvenecimiento nos espera todavía; pero si es así, este rejuvenecimiento puede venir solo desde el Evangelio antiguo y siempre nuevo, que al inicio de nuestra época, y otra vez en la Reforma, ha salvado la vida amenazada de nuestra raza.

El rasgo más alarmante, sin embargo, de la situación presente es la ausencia lamentable de esta receptividad en nuestro organismo enfermo, que es indispensable para efectuar una curación. En el mundo grecorromano existía una tal receptividad; los corazones se abrieron espontáneamente para recibir la verdad. Esta receptividad era aun más fuerte en los tiempos de la Reforma, cuando grandes masas clamaron por el Evangelio. En aquellos tiempos como hoy, el cuerpo sufría de anemia, e incluso de intoxicación, pero no hubo ningún rechazo al antídoto. Ahora es precisamente esto lo que distingue nuestra decadencia moderna de las dos precedentes: que en las masas, la receptividad para el Evangelio disminuye, mientras entre los científicos el rechazo está en aumento. La invitación de doblar las rodillas ante Cristo como Dios, encuentra como respuesta un encoger de hombros, o el comentario sarcástico: "Esto es para niños y abuelitas, no para nosotros hombres!" La filosofía moderna prevaleciente se considera como haberse emancipado del cristianismo.


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Por tanto, tenemos que responder primero a la pregunta: ¿Qué fue que nos trajo a esta situación? Solo un diagnóstico correcto puede llevar al tratamiento eficaz. Históricamente, la causa del mal se encuentra en la degeneración espiritual que marcó el fin del siglo anterior (XVIII). Esta degeneración es parcialmente la culpa de las misma iglesias cristianas, incluidas las de la Reforma. Cansadas de su lucha contra Roma, estas iglesias se habían dormido, habían dejado marchitarse las hojas y flores en sus ramas, y aparentemente se habían olvidado de su deber en cuanto a la humanidad en general, y en cuanto a la esfera entera de la vida humana. Hacia el fin de aquel siglo, la nota general de la vida era desabrida e indiferente, común y vil. La literatura de aquel período lo comprueba. En reacción contra esto, los filósofos deístas y ateístas propusieron entonces, primero en Inglaterra, pero después principalmente en Francia por parte de los enciclopedistas, colocar la vida entera sobre una nueva base, invertir el orden existente, y arreglar un nuevo mundo sobre la suposición de que la naturaleza humana sigue en su estado no corrompido. Este era un concepto heroico y despertó aceptación; tocó algunas de las cuerdas más nobles del corazón humano. Pero en la gran revolución de 1789, este concepto fue ejecutado en su forma más peligrosa, pues en esta revolución, en esta subversión no solo de las condiciones políticas, sino de las convicciones, ideas y costumbres de la vida, tenemos que distinguir claramente dos elementos. En un aspecto, era una imitación del calvinismo, mientras en otro aspecto era la oposición directa contra sus principios. No olvidemos que esta gran revolución estalló en un país católico romano, donde primero en la noche de San Bartolomeo, y después en la revocación del edicto de Nantes, los hugonotes habían sido asesinados y expulsados. Después de esta supresión violenta del protestantismo en Francia, y en otros países católico romanos, el despotismo antiguo surgió nuevamente, y para esas naciones se perdieron todos los frutos de la Reforma. Esto llevó al intento, como caricatura del calvinismo, de alcanzar la libertad por medio de la violencia, y de establecer un estado seudo-democrático para impedir para siempre el regreso al despotismo. Entonces la Revolución Francesa, al enfrentar la violencia con violencia, el crimen con crimen, buscó la misma libertad social que el calvinismo había proclamado entre las naciones, pero que el calvinismo buscó alcanzar por medio de un movimiento puramente espiritual. Así, en cierto sentido la Revolución Francesa ejecutó un juicio de Dios, cuyo resultado es razón de alegrarse, incluso para los calvinistas.

Pero esta es solo una cara de la moneda. Su reverso nos muestra un propósito directamente opuesto a la sana idea calvinista de la libertad. El calvinismo, por medio de su concepto profundamente serio de la vida, había fortalecido y consagrado los lazos sociales y éticos; la Revolución Francesa los soltó completamente, y así desprendió la vida no solamente de la iglesia, sino también de las ordenanzas de Dios, incluso de Dios mismo. El hombre como tal, cada individuo, desde entonces era su propio señor y amo, guiado por su propio libre albedrío y buen placer. El tren de la vida iba a avanzar más rápidamente todavía, pero ya no en el riel de los mandamientos divinos. ¿Qué otra cosa pudo resultar sino fracaso y ruina? Investigue en Francia hoy qué fruto dio la idea fundamental de su gran revolución para la nación después de su primer siglo, tan abundante en horrores, y la respuesta será un cuento muy deplorable de decadencia nacional y desmoralización social.

Humillada por el enemigo del otro lado del Rin, internamente desgarrada por la furia de partidarios, deshonrada por la intriga de Panamá y más todavía por el caso Dreyfus, desgraciada por su pornografía, la víctima de una recesión económica, disminuyendo en su población, Francia fue llevada a degradar el matrimonio, a destruir la vida familiar por la lujuria, y presenta hoy el espectáculo repulsivo de hombres y mujeres perdidos en pecados sexuales desnaturalizados. Estoy consciente de que todavía hay miles de familias en Francia que viven sin reproche y lamentan la ruina moral de su país; pero ellos son los mismos círculos que resistieron las pretensiones equivocadas de la revolución; y por el otro lado, los círculos casi bestializados son aquellos que sucumbieron ante el primer ataque del volterianismo.

Desde Francia, este espíritu de disolución, esta pasión de emancipación salvaje, se extendió a otras naciones, especialmente por medio de una literatura infamemente obscena, e infectó sus vidas. Entonces unas mentes más nobles, especialmente en Alemania, que se dieron cuenta de la profundidad de maldad a la que había llegado Francia, hicieron el intento de realizar esta idea seductora de una "emancipación de Dios" en una forma superior, pero reteniendo su esencia. Los filósofos de primera, uno por uno, construyeron una cosmología que iba a devolver su fundamento firme a las relaciones sociales y éticas, colocándolas sobre la base de la ley natural, o dándoles un ideal derivado de sus propias especulaciones. Por un momento, este intento parecía tener éxito: en vez de expulsar a Dios de su sistema a manera de los ateos, estos filósofos se refugiaron en el panteísmo. Así fundamentaron la estructura social, no como los franceses sobre el estado de la naturaleza como tal ni sobre la voluntad del individuo, sino sobre el proceso de la historia y la voluntad colectiva de la raza que inconscientemente apunta a la meta suprema. Y de hecho, durante más de medio siglo, esta filosofía dio cierta estabilidad a la vida; no porque su sistema hubiera tenido una estabilidad inherente, sino porque el orden establecido y las fuertes instituciones políticas en Alemania apoyaron con su tradición este edificio que de otra manera hubiera colapsado inmediatamente. Aun así, no pudo impedir que también en Alemania los principios morales se volvieran más y más problemáticos, los fundamentos morales más y más inseguros. Ningún otro derecho aparte de la ley actual fue reconocido; y Francia y Alemania estaban de acuerdo en su rechazo contra el cristianismo tradicional. El "Ecrasez l&rsquoinfàme" ("Aplasten la infame", en respecto a la iglesia) de Voltario fue sobrepasado desde lejos por las declaraciones blasfemas de Nietzsche sobre Cristo, y Nietzsche es el autor cuyas obras son más ávidamente devoradas por la Alemania moderna de nuestros días.

De esta manera llegamos, en Europa por lo menos, a lo que se llama vida moderna, con una ruptura radical con las tradiciones cristianas de la Europa del pasado. El espíritu de esta vida moderna se caracteriza más claramente por el hecho de que busca el origen del hombre no en la creación según la imagen de Dios, sino en la evolución desde el animal. Esto implica dos ideas fundamentales: (1) que el punto de partida ya no es lo ideal o lo divino, sino lo material y lo vil; (2) que la soberanía de Dios que debería ser suprema, es negada, y el hombre se entrega a la corriente mística de un proceso infinito. De la raíz de estas dos ideas, ahora se está desarrollando un doble tipo de vida. Por un lado, la vida interesante, rica y bien organizada de los círculos universitarios, solo al alcance de las mentes más refinadas; y por el otro lado, una vida materialista de las masas que persiguen el placer, que en su manera también toman como punto de partida la materia, y que igualmente, a su manera, se emancipan de todas las ordenanzas fijas. Especialmente en nuestras grandes ciudades crecientes, este segundo tipo empieza a dominar, imponiéndose en contra de la voz de los distritos rurales, y está moldeando la opinión pública que declara su carácter impío más abiertamente en cada generación sucesiva. El dinero, el placer, y el poder social, solo estos son los objetos de todo esfuerzo; y la gente es cada vez menos considerada en cuando a los medios que utilizan para alcanzarlos. La voz de la conciencia es menos y menos audible. El fuego de todo entusiasmo superior fue ahogado, solo las cenizas muertas permanecen. En medio de la fatiga de la vida, ¿qué puede detener a los decepcionados de refugiarse en el suicidio? Privado de la influencia saludable del descanso, el cerebro es sobreestimulado y sobreejercitado hasta que los manicomios ya no alcanzan para alojar a los locos. Se discute más y más seriamente si la propiedad privada no es sinónimo de robo. Se acepta más y más que la vida debe ser más libre y el compromiso matrimonial menos serio. Ya no se defiende la monogamia, pues la poligamia y poliandria se glorifican sistemáticamente en todos los productos del arte y de la literatura realista. En armonía con todo esto, la religión se declara superflua porque entristece la vida. Pero para el arte hay mucha demanda, no por su valor ideal, sino porque complace e intoxica los sentidos. Así la gente vive en el tiempo y para cosas temporales, y cierra sus oídos ante el sonido de las campanas de la eternidad. Toda la perspectiva de la vida se vuelve concreta, concentrada, práctica. De esta vida privada modernizada emerge un tipo de vida social y política que se caracteriza por una decadencia del parlamentarismo, por un deseo fuerte de tener un dictador, por un conflicto agudo entre pauperismo y capitalismo, mientras el armamento pesado, aun al precio de la ruina económica, se vuelve el ideal de estos estados poderosos que en su deseo de expansión territorial amenazan la misma existencia de las naciones más débiles. Gradualmente, la lucha entre el fuerte y el débil llegó a ser el rasgo dominante de la vida, surgiendo del darwinismo con su idea central de la lucha por la vida. Desde que Bismarck lo introdujo en la política, el concepto del derecho del más fuerte fue aceptado de manera casi universal. Los eruditos y expertos de nuestros días exigen con más y más audacia que el hombre común se incline ante su autoridad. Y el fin solo puede ser que una vez más los principios sanos de la democracia serán rechazados, para dar lugar, esta vez, no a una nueva aristocracia de sangre noble e ideales supremos, sino a una kratistocracia tosca y arrogante, basada en el poder brutal del dinero. Nietzsche no es una excepción, sino proclama el futuro de nuestra vida moderna. Y mientras Cristo, en compasión divina, mostró misericordia hacia los débiles, la vida moderna asume la posición opuesta de que el débil tiene que ceder su lugar al más fuerte. Este es, dicen, el proceso de selección al cual nosotros mismos debemos nuestro origen, y este proceso tiene que ejercerse hasta sus últimas consecuencias.


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Por mientras, como observamos arriba, no debemos olvidar que en la vida moderna hay una corriente marginal de un origen más noble. Un ejército de hombres con motivos elevados se levantó, que se alarmaron por la brutalidad del egoísmo predominante, e intentaron dar un nuevo calor a la vida, por parte con altruismo, por parte con un culto místico de las emociones, por parte incluso con el nombre del cristianismo. Aunque siguen la Revolución Francesa en su ruptura con la tradición cristiana, y no reconocen ningún otro punto de partida excepto el empirismo y racionalismo, sin embargo estos hombres aceptaron, como Kant, un dualismo cortante, para así escapar de las consecuencias fatales de su propio principio. Es precisamente este dualismo que les inspiró a muchas ideas nobles. En ellos, la conciencia mantuvo su autoridad al lado del intelecto, y esta conciencia es tan ricamente instrumentada por Dios. A la iniciativa de estos hombres debemos las investigaciones sociológicas numerosas, y las medidas prácticas que han aliviado tanto sufrimiento, y que con su altruismo ideal han hecho avergonzar el egoísmo de muchos corazones. Con su predisposición personal para el misticismo, algunos de ellos reclamaron el derecho de emancipar la vida interior del alma de toda crítica. Perderse en lo Infinito, y sentir el río de lo Infinito pulsar en su vida interior más profunda, es para ellos la piedad deseable. Otros, especialmente teólogos, asumieron la tarea de transformar a Cristo, de manera que Él siga brillando desde el trono de la humanidad, como el ideal supremo del corazón humano modernizado. Todos inspirados por la sinceridad, podemos trazar estos intentos desde Schleiermacher hasta Ritschl. Entonces no miremos a estos hombres con desdén. Deberíamos darles gracias por lo que ellos intentaron salvar. Incluso el espiritismo, tan equivocado como es, recibió a menudo su impulso desde la esperanza de que el contacto con el mundo eterno, destruido por el criticismo, podría ser restablecido por medio de visiones. Desafortunadamente, detrás de cualquier forma de este dualismo ético se esconde siempre el sistema naturalista, racionalista que el intelecto ha inventado. Ellos exaltaron el carácter normal de su cosmología en contra del anormalismo de nuestra fe; y la religión cristiana que es anormalista en su principio y en su manifestación, perdió su terreno en tal medida que algunos de nuestros mejores hombres profesaron que preferían el espiritismo, el mahometismo, o aun el budismo a la vieja fe evangélica. Es cierto que todo el frente de teólogos desde Schleiermacher hasta Pfleiderer seguía honrando altamente el nombre de Cristo; pero lo hicieron solamente después de someter a Cristo y la confesión cristiana a unas metamorfosis más audaces. Esto es tristemente evidente cuando comparamos el credo que ahora es corriente en estos círculos, con la confesión por la cual murieron nuestros mártires.

Aun limitándonos al Credo Apostólico, que por casi dos mil años ha sido el estándar común de todos los cristianos, encontramos que se abolió la fe en Dios como "Creador del cielo y de la tierra"; pues la creación fue sustituida por la evolución. Se abolió también la fe en Dios el Hijo, nacido de la virgen María, concebido por el Espíritu Santo. Además, muchos abolieron la fe en Su resurrección y Su ascensión y Su regreso para el juicio. Y finalmente, se abolió la fe de la iglesia en la resurrección de los muertos, o por lo menos en la resurrección del cuerpo. Todavía se mantiene el nombre de la religión cristiana, pero en esencia se volvió una religión muy diferente, incluso de un carácter diametralmente opuesto. Nos acusan incesantemente de que en realidad el Cristo tradicional de la iglesia pasó por una metamorfosis completa del Jesús genuino, mientras la interpretación moderna levantó el velo sobre el carácter verdadero del histórico Jesús de Nazaret. Solo podemos responder que después de todo, históricamente, no este concepto moderno de Jesús de Nazaret, sino la confesión de la iglesia acerca de Cristo es lo que conquistó el mundo; y que siglo tras siglo, los hombres mejores y más piadosos de nuestra raza rindieron homenaje al Cristo de la tradición, y se regocijaron en Él como su Salvador en la sombra de la muerte.

Entonces, a pesar de que aprecio sinceramente lo que es noble en estos intentos, estoy plenamente convencido de que no podemos esperar ayuda de aquel lado. Una teología que virtualmente destruye la autoridad de las Sagradas Escrituras; que ve en el pecado nada más que una falta de desarrollo; que reconoce a Cristo como nada más que un genio religioso; que mira la redención como nada más que la reversión de nuestra manera subjetiva de pensar; y que se complace en un misticismo que es de manera dualista opuesto al mundo del intelecto; - una tal teología es como un dique que se quebranta al primer levantamiento de la marea alta. Es una teología que no alcanza las masas, una seudo-religión que no puede restaurar nuestra vida moral deshecha.


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¿Podemos quizás esperar más de la energía maravillosa que Roma desplegó en la última mitad de este siglo? No rechazaremos la pregunta demasiado rápidamente. Aunque la historia de la Reforma estableció una antítesis fundamental entre Roma y nosotros, sería señal de una mente estrecha, subestimar el poder verdadero que aun ahora se manifiesta en la guerra de Roma contra el ateísmo y el panteísmo. Calvino ya reconoció en sus días que contra un espíritu del Gran Abismo, aun a los creyentes romanistas les consideraba sus aliados. Un protestante ortodoxo solo tiene que marcar en su confesión y catequismo aquellas doctrinas que no son sujetas a una controversia entre Roma y nosotros, para percibir que lo que tenemos en común con Roma, concierne precisamente aquellos fundamentos de nuestro credo cristiano que ahora son más ferozmente atacados por el espíritu moderno. Sin duda, en cuanto a la jerarquía eclesiástica, la naturaleza del hombre antes y después de la caída, la justificación, la misa, la invocación de santos y ángeles, la adoración de imágenes, el purgatorio, y muchos otros asuntos, somos tan inalterablemente opuestos a Roma como nuestros padres. ¿Pero no demuestra la literatura actual que estos no son los puntos en los cuales se concentra la lucha de la época? ¿No son estas las líneas de batalla ahora: el teísmo en contra del panteísmo; el pecado en contra de la imperfección, el Cristo divino de Dios en contra de Jesús solo hombre; la cruz como sacrificio de reconciliación en contra de la cruz como un símbolo del martirio; la Biblia dada por inspiración de Dios en contra de un producto puramente humano; los Diez Mandamientos como ordenados por Dios en contra de un mero documento arqueológico; las ordenanzas de Dios absolutamente establecidas en contra de una ley y moralidad cambiante, inventada en la conciencia subjetiva del hombre? Ahora, en este conflicto Roma no es un antagonista, sino está de nuestro lado, en cuanto reconoce también la Trinidad, la Deidad de Cristo, la Cruz como sacrificio expiatorio, las Escrituras como Palabra de Dios, y los Diez Mandamientos como una regla para la vida divinamente impuesta. Por tanto, déjenme preguntar: Si los teólogos romanistas levantan la espada para pelear valientemente contra la misma tendencia que nosotros intentamos combatir a muerte, ¿no sería sabio aceptar la ayuda preciosa de su elucidación? Calvino por lo menos estaba acostumbrado a apelar a Tomás Aquino. Y yo por mi parte no me avergüenzo de confesar que en muchos puntos, mi perspectiva fue clarificada por mis estudios de los teólogos romanistas.

Pero esto no significa en lo más mínimo que pongamos nuestra esperanza para el futuro en los esfuerzos de Roma, y que perezosamente esperemos la victoria de Roma. Un panorama rápido de la situación nos convencerá de lo contrario. Empezando con nuestro propio continente, ¿puede Sudamérica tan solo por un momento soportar la comparación con el Norte? Ahora, en América Central y en Sudamérica domina la iglesia católica romana. Tiene un control exclusivo en su territorio; el protestantismo ni siquiera se toma en cuenta. Entonces, aquí hay un campo inmenso donde Roma puede ejercer libremente todo el poder social y político que puede ofrecer para la regeneración de nuestra raza; un campo, además, donde Roma no ha llegado recientemente, sino que lo ha ocupado por casi tres siglos. El desarrollo de la juventud del organismo social de estas naciones estuvo bajo su influencia; ella permaneció en control también de su vida intelectual y espiritual desde su liberación de España y Portugal. Además, la población de estos estados se deriva de aquellos países europeos que siempre estaban bajo el señorío indiscutible de Roma. Entonces, la comparación es tan completa y tan justa como fuera posible. Pero en vano buscamos en aquellos estados romanistas de América una vida que se levante, que desarrolle energía, y que ejerza una influencia saludable en el exterior. Financieramente son débiles, poco progresivos en sus condiciones económicas. En su vida política presentan el triste espectáculo de peleas internas interminables. Y si uno quisiera diseñar un cuadro ideal del futuro del mundo, casi podría hacerlo imaginándose lo contrario de toda la situación actual en Sudamérica. Tampoco podemos excusar a Roma con que esto se debe a circunstancias excepcionales. Este atraso político lo encontramos no solamente en Chile, sino igualmente en Perú, Brasil, y la República Venezolana. Cuando cruzamos del Nuevo al Antiguo Mundo, llegamos a la misma conclusión en Europa: Todos los estados protestantes tienen un alto crédito, pero los países del sur que son católicos romanos, están dolorosamente atrasados. Los asuntos económicos y administrativos en España y Portugal, y no menos en Italia, son causas de quejas continuas. El poder y la influencia externa de estos estados está disminuyendo visiblemente. Y lo que desanima aun más, la infidelidad y el espíritu revolucionario han hecho tantos estragos en estos países que la mitad de la población, aunque nominalmente católicos, han en realidad roto con toda religión verdadera. Esto lo podemos ver en Francia que es casi enteramente católica romana, pero que vez tras vez ha votado con mayorías abrumadoras en contra de los defensores de la religión. De hecho podemos decir que para apreciar los rasgos nobles y llenos de energía del romanista, tenemos que observarlos no en sus propios países, sino en el norte de la Alemania protestante, en la Holanda protestante, en Inglaterra, y en vuestros propios Estados Unidos protestantes. En las regiones donde ellos no pueden controlar la situación, y se ajustan a la política de otros y concentran sus fuerzas como un partido de la oposición, allí excitan nuestra admiración como defensores entusiastas de su causa.

Pero aun aparte de este testimonio de pobreza que Roma misma provee por medio de su mala administración en Sudamérica y el sur de Europa, donde tiene todo el poder; aun en la competencia entre las naciones su poder e influencia están disminuyendo. El poder en Europa está pasando gradualmente a las manos de Rusia, Alemania e Inglaterra, todos ellos países no romanistas. En vuestro propio continente, el norte protestante tiene el dominio. Desde 1866, Austria ha retrocedido continuamente, y después de la muerte del emperador actual se verá amenazada con su disolución. Italia intentó vivir más allá de sus recursos; se esforzó para ser un poder grande, colonial y naval; y como resultado llegó al borde de la ruina económica. España y Portugal perdieron absolutamente toda influencia en el desarrollo social, intelectual y político de Europa. Y Francia, que hace tan solo cincuenta años hizo temblar a todo Europa ante su espada, está ahora ella misma angustiada por su futuro. Aun desde el punto de vista estadístico, el poder de Roma está disminuyendo. La depresión económica y moral hizo disminuir considerablemente la tasa de natalidad en varios países romanistas. Mientras en Rusia, Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos la población crece, en algunos países romanistas se detuvo. Al presente, apenas la mitad de todos los cristianos pertenecen a la iglesia católica romana, y podemos predecir que dentro del próximo medio siglo su porción será menos de cuarenta por ciento. Entonces, a pesar de que estoy valorando el poder inherente de la unidad y erudición católico romana para la defensa de mucho de lo que es sagrado para nosotros también, sin embargo no hay ningún indicio de que el dominio político vuelva a pasar a las manos de Roma. Y aun si esto sucediera, ¿quién podría alegrarse de ello, al ver las condiciones actuales en el sur de Europa y en Sudamérica reproducirse en otros países?

Podemos decirlo de manera aun más fuerte: esto sería un paso hacia atrás en la historia. La cosmovisión de Roma representa una etapa anterior y por tanto inferior en el desarrollo de la historia humana. El protestantismo le siguió, y por tanto ocupa un nivel espiritual superior. Aquel que no quiere retroceder, sino busca las cosas superiores, entonces tiene que adherirse a la cosmovisión protestante, o, si esto es imaginable, apuntar a un punto de vista aun más elevado. Esto es exactamente lo que la filosofía moderna actual pretende hacer, al reconocer a Lutero como un gran hombre para su tiempo, pero exaltando a Kant y Darwin como los apóstoles de un evangelio aun más rico. Pero esto no debe detenernos. Pues nuestra propia época, tan grande en inventos, en poderes de la mente y de energía, no nos hizo avanzar ni un solo paso en el establecimiento de principios, no nos ha dado de ninguna manera una vista superior de la vida, ni nos dio más estabilidad ni un mejor fundamento en nuestra existencia religiosa y ética. En el lugar de la fe sólida de la Reforma puso hipótesis cambiantes, y cuando se esforzó por una cosmovisión sistematizada y estrictamente lógica, entonces no procedió hacia adelante sino hacia atrás, a aquella sabiduría pagana de los tiempos pre-cristianos, de la cual Pablo dijo que Dios la avergonzó por la locura de la cruz. Entonces, que nadie diga: "Ustedes que protestan contra un regreso a Roma, porque la historia no retrocede, ustedes mismos no tienen el derecho de defender el protestantismo, porque después del protestantismo vino el modernismo." Esta objeción tenemos que negar como impertinente, mientras no se pueda refutar mi declaración de que el avance material de nuestro siglo no tiene nada en común con un avance en cuanto a los principios éticos, y que lo que el modernismo nos ofrece no es moderno, sino muy antiguo y anterior al protestantismo, derivado de la Stoa y de Epicuro.


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Entonces, solo en la línea del protestantismo podemos avanzar, y de hecho se busca la salvación en esta línea al presente, de parte de dos tendencias diferentes, que ambas tienen que llevar la decepción amarga. La primera es práctica, la otra mística. La primera, la práctica, sin esperanza de una defensa contra el criticismo moderno, sostiene que los cristianos solo pueden apoyarse en toda clase de obras cristianas. Sus devotos están inciertos en cuanto a la actitud que deben asumir frente a las Escrituras; están enajenados de la doctrina; pero esto no les impide sacrificar su persona y su oro para la causa de la filantropía, el evangelismo, y las misiones. Así tienen una triple ventaja: se unen cristianos de todos los matices de opinión; se alivia mucha miseria; y tiene una atracción conciliatoria para el mundo no cristiano. Esta propaganda por medio de la acción es digna de ser alabada. En el siglo pasado, la actividad cristiana estaba demasiado limitada; y un cristianismo que no comprueba su valor en la práctica, degenera en un escolasticismo seco y palabras vanas. Pero sería equivocado suponer que el cristianismo pueda limitarse a esta manifestación práctica. Nuestro Salvador sanó a los enfermos y alimentó a los hambrientos, pero lo más importante en Su ministerio era que Él, en estricta lealtad a las Escrituras del Antiguo Testamento, proclamó Su propia Divinidad y Su ministerio de Mediador, la expiación de los pecados por Su sangre, y Su venida para el juicio. La Iglesia de Cristo nunca confesó un dogma central que no hubiera sido la definición intelectual de lo que Cristo proclamó acerca de Su propia misión hacia el mundo; y acerca del mundo al cual Él fue enviado. Él sanó el cuerpo enfermo, pero más todavía vendó nuestras heridas espirituales. Él nos rescató del paganismo y del judaísmo, y nos trasladó a un mundo completamente nuevo de convicciones en el cual El mismo, como Mesías ordenado por Dios, constituye el centro. Además, en lo que concierne nuestra disputa contra Roma, no perdamos de la vista el hecho de que Roma siempre nos sobrepasa en cuanto a las obras cristianas y la devoción. Sí, admitamos que incluso el mundo incrédulo empieza a competir con nosotros, y que en las obras de filantropía intenta más y más adelantarse a nosotros. En las misiones, por cierto, la incredulidad no sigue en nuestras huellas; pero ¿cómo podemos continuar haciendo misiones mientras no tenemos un Evangelio bien definido a predicar? ¿O es posible imaginarse algo más monstruoso que los así llamados misioneros liberales que predican solo humanidad y piedad descolorida, y reciben de parte de los sabios paganos la respuesta de que ellos mismos, en sus círculos civilizados, nunca pensaron o enseñaron otra cosa que este mismo humanismo moderno?

¿Tiene quizás la otra tendencia, la mística, un poder de defensa más fuerte? ¿Cuál pensador o historiador afirmaría esto? Sin duda, el misticismo irradia un fervor que calienta el corazón; y ay del gigante del dogma y del héroe de la acción, que es extraño a su profundidad y ternura. Dios creó la mano, la cabeza y el corazón; la mano para la acción, la cabeza para el mundo, y el corazón para el misticismo. Rey en la acción, profeta en la profesión, y sacerdote en el corazón, así debe el hombre presentarse en este triple oficio ante Dios, y un cristianismo que descuida el elemento místico, se vuelve frígido y se congela. Por tanto, debemos considerarnos afortunados cuando un ambiente místico nos envuelve y nos hace respirar el aire suave de la primavera. Por medio de ello, la vida se hace más auténtica, más profunda y más rica. Pero seria un triste error suponer que el misticismo por sí mismo pueda lograr un revés en el espíritu de la época. No Bernardo de Clairvaux sino Tomás Aquino, no Tomás a Kempis sino Lutero, gobernaron los espíritus de los hombres. El misticismo, por su misma naturaleza, se aísla y evita el contacto con el mundo exterior. Su fuerza está en la vida del alma, y esto no es suficiente para asumir una posición ofensiva. El misticismo fluye en un lecho subterráneo y no muestra líneas bien demarcadas por encima del suelo. Lo que es peor, la historia demuestra que todo misticismo unilateral se volvió mórbido, y que finalmente degeneró en un misticismo de la carne, asombrando al mundo con su infamia moral.

Entonces, aunque me alegro del avivamiento tanto de la tendencia práctica como de la mística, ambas resultarán en pérdida en vez de ganancia, si se espera de ellas que superen el abandono de la Verdad de la Salvación. El misticismo es dulce, y las obras cristianas son preciosas, pero la semilla de la iglesia, tanto en el nacimiento del cristianismo como en la época de la Reforma, fue la sangre de los mártires; y nuestros santos mártires derramaron su sangre no por el misticismo ni por proyectos filantrópicos, sino por sus convicciones en cuanto a la aceptación de la verdad y el rechazo del error. Vivir con conciencia es la prerrogativa divina del hombre, y solo de la visión clara, no oscurecida de la conciencia procede la palabra poderosa que puede hacer que los tiempos cambien su rumbo, y que puede causar una revolución en el espíritu del mundo. Entonces se engañan a sí mismos si estos cristianos prácticos y místicos creen que puedan seguir adelante sin una cosmovisión cristiana propia. Nadie puede avanzar sin ello. Cualquiera que piensa que puede abandonar las verdades cristianas, y poner de un lado el catequismo de la Reforma, sin darse cuenta prestará su oído a las hipótesis de la cosmovisión moderna, y sin saber cuan lejos ya se ha desviado, jurará por el catequismo de Rousseau y de Darwin.


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Por tanto, no nos quedemos en medio camino. Tan cierto como cada planta tiene una raíz, un principio está escondido debajo de cada manifestación de la vida. Estos principios son interconectados y tienen su raíz común en un principio fundamental; y de este principio fundamental se desarrolla sistemática y lógicamente el complejo entero de ideas y conceptos gobernantes que constituyen nuestra cosmovisión. Con una tal cosmovisión coherente, descansando firmemente sobre su principio y consistente en su estructura espléndida, el modernismo ahora se enfrenta al cristianismo; y contra este peligro mortal, Uds. los cristianos no pueden defender exitosamente vuestro santuario, excepto colocando en oposición contra todo esto, una cosmovisión propia, fundamentada con igual firmeza sobre la base de vuestro propio principio, elaborada con la misma claridad y brillando en una consistencia igualmente lógica. Ahora, esto no se consigue ni con obras cristianas ni con misticismo, sino solamente regresando, con el corazón lleno del calor místico y con nuestra fe personal manifestada en fruto abundante, regresando a aquel punto del cambio histórico que se alcanzó en la Reforma; y esto es equivalente a un regreso al calvinismo. Aquí no hay otra alternativa. El socinianismo murió una muerte sin gloria; el anabaptismo pereció en orgias revolucionarias. Lutero nunca elaboró completamente su pensamiento fundamental. Y el protestantismo en un sentido general, sin diferenciar más, o es un concepto puramente negativo sin contenido, o un nombre camaleónico que les gusta adoptar como escudo a aquellos que niegan al Dios-Hombre. Solo del calvinismo se puede decir que siguió de manera consistente y lógica las líneas de la Reforma, que estableció no solo iglesias sino también estados, que puso su sello sobre la vida social y pública, y que así, en el pleno sentido de la palabra, creó para la vida humana entera un mundo de pensamiento enteramente propio.

Estoy convencido que después de lo que dijo en mi primera exposición, nadie me acusará de subestimar el luteranismo. Sin embargo, el emperador actual de Alemania proveyó no menos de tres veces un ejemplo de los malignos efectos posteriores de los errores aparentemente pequeños de Lutero. Lutero se desvió al reconocer al soberano del país como la cabeza de la iglesia establecida, ¿y qué es lo que hemos testificado ahora, como resultado de ello, de parte del emperador excéntrico de Alemania? Primero, que Stocker, el campeón de la democracia cristiana, fue despedido de su corte, solo porque este defensor audaz de la libertad de las iglesias había expresado el deseo de que el emperador abdique de su sumo episcopado. Después, al viajar los escuadrones alemanes a China, le instruyó al príncipe Enrique de Rusia que lleve al Lejano Oriente, no el Evangelio cristiano, sino el "evangelio imperial". Y más recientemente, él exhortó a sus sujetos leales que sean fieles en sus deberes, porque después de su muerte iban a presentarse ante Dios y ... ¿Su Cristo? ... No; sino ante Dios ... y el gran Emperador. Y finalmente, en el banquete de Porta Westfalia, que Alemania tenía que continuar su labor bajo la bendición de la paz, como es concedido por la mano extendida del gran Emperador que aquí está parado por encima de nosotros. Cada vez una intrusión más audaz del cesarismo en la esencia de la religión cristiana. Como Uds. ven, estas no son trivialidades; esto toca principios de aplicación mundial, por los cuales nuestros padres en la época de la Reforma pelearon sus grandes batallas. Para colocar en defensa del cristianismo un principio en contra del otro principio, una cosmovisión en contra de la otra cosmovisión, es obvio para un protestante verdadero que solo el principio calvinista provee un fundamento sobre el cual se puede edificar


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Entonces, ¿qué entendemos con este regreso al calvinismo? ¿Estoy diciendo que todos los protestantes creyentes deben firmar tan pronto como posible las confesiones reformadas, y que toda la multiformidad eclesiástica sea absorbida en la unidad de la organización de la iglesia Reformada? Estoy muy lejos de entretener un deseo tan crudo, tan ignorante, tan en contra de la historia. (...) Ante todo, ningún estándar reformado, ni aun el más puro, es infalible como la Palabra de Dios. Y después, la confesión calvinista es tan profundamente religiosa, tan altamente espiritual que excepto en períodos de conmoción religiosa profunda, las grandes masas nunca la entenderán, sino solo un círculo relativamente pequeño. Además, nuestra parcialidad innata siempre llevará necesariamente a la manifestación de la Iglesia de Cristo en muchas formas. Y por fin, la absorción a gran escala de miembros de iglesias por una iglesia diferente puede suceder solamente en momento críticos de la historia. En la vida ordinaria, ochenta por ciento de la población cristiana mueren en la iglesia en la cual nacieron y fueron bautizados. Además, una tal identificación de mi programa con la absorción de una iglesia por otra estaría en contra de la entera tendencia de mi argumento. Les encomendé el calvinismo histórico, no eclesiásticamente limitado a un círculo estrecho, sino como un fenómeno de significado universal. Por tanto, lo que pido puede reducirse a los siguientes cuatro puntos:

(1) que el calvinismo ya no sea ignorado donde sigue existiendo, sino que sea fortalecido donde su existencia continúa.

(2) que el calvinismo sea nuevamente una materia de estudio, para que el mundo exterior llegue a conocerlo.

(3) que sus principios sean nuevamente desarrollados de acuerdo con las necesidades de nuestro tiempo, y que sean aplicados de manera consistente a las varias áreas de la vida,

y (4) que las iglesias que siguen confesando el calvinismo, que ya no se avergüencen de su propia confesión.

Primero, entonces, que el calvinismo ya no sea ignorado donde sigue existiendo, sino que sea fortalecido donde sus influencias históricas siguen siendo manifiestas. Señalar en detalle las huellas que el calvinismo dejó tras sí en la vida social y política, científica y estética, demandaría un estudio más amplio de lo que se puede hacer en una exposición rápida. Permítanme, entonces, al hablar a una audiencia americana, señalar un solo rasgo de vuestra propia vida política. Ya observé en mi tercera exposición como en el preámbulo de más de una de vuestras Constituciones, mientras asume una posición decididamente democrática, sin embargo no se tomó el punto de vista ateísta de la Revolución Francesa, sino la confesión calvinista de la soberanía suprema de Dios, como fundamento; a veces incluso repitiendo literalmente las palabras de Calvino. No se encuentra entre Uds. ni una huella de este anti-clericalismo cínico que fue identificado como la misma esencia de la democracia revolucionaria en Francia y en otros lugares. Y cuando vuestro presidente proclama un día nacional de acción de gracias, o cuando las cámaras del Congreso reunidas en Washington se abren con oración, esta es una evidencia de que por la democracia americana sigue corriendo una vena que se originó con los Padres Peregrinos y sigue ejerciendo su poder hasta el presente. Aun vuestro sistema escolar común, en cuanto es bendecido con la lectura de las Escrituras y la oración de apertura, señala, aunque con una distinción disminuyente, hacia el mismo origen calvinista. De manera similar, en vuestra educación universitaria que surge en su mayoría desde la iniciativa individual; en el carácter descentralizado y autónomo de vuestros gobiernos locales; en vuestra observancia estricta pero no nomista del Día de Reposo; en la estima que tiene la mujer entre Uds, sin caer en la deificación parisiense de su sexo; en vuestro sentido de hogar; en la cercanía de vuestros lazos familiares; en vuestro campeonato de oratoria libre, y en vuestra consideración ilimitada por la libertad de la conciencia; en todo esto, vuestra democracia cristiana está en oposición directa contra la democracia de la Revolución Francesa.

(N.d.Tr.): Note como los Estados Unidos han pasado por unos cambios enormes durante el siglo XX: Hace cien años, Kuyper todavía encontró un Congreso y un sistema escolar que se ponían bajo la bendición de Dios y la lectura de las Escrituras. Hoy en día, ¡la oración y la lectura Bíblica son prohibidos en las escuelas públicas de los Estados Unidos!

Históricamente también se puede demostrar que Uds. deben esto al calvinismo y solo al calvinismo. Pero, he aquí, mientras Uds. están así gozando de los frutos del calvinismo, y mientras incluso más allá de vuestras fronteras el sistema constitucional de gobierno, un resultado de la lucha calvinista, levanta el honor nacional, se dice en el extranjero que todo esto ha de ser considerado como una bendición del humanismo, y apenas uno piensa todavía en honrar en ello los efectos posteriores del calvinismo, del cual se considera que lleva una vida secreta solo en algunos círculos dogmáticamente petrificados. Lo que exijo, entonces, y lo exijo con derecho histórico, es que termine esta ignorancia malagradecida del calvinismo; que la influencia que ejerció reciba nuevamente nuestra atención mientras sigue siendo inscrita sobre la vida real de nuestros días; y que allá donde hombres de un espíritu muy diferente quieren a escondidas desviar la corriente de la vida hacia un lecho revolucionario francés o panteísta alemán, que Uds. por este lado de las aguas y nosotros por nuestro lado nos opongamos con todas nuestras fuerzas a tales falsificaciones de los principios históricos de nuestra vida.


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Para que podamos hacer esto, yo defiendo, en segundo lugar, un estudio histórico de los principios del calvinismo. No hay amor sin conocimiento; y el calvinismo perdió su lugar en los corazones de la gente. Se le defiende solamente desde un punto de vista teológico, y aun esto de manera muy unilateral. La causa de ello señalé en una exposición anterior. Desde que surgió el calvinismo, no desde un sistema abstracto sino de la misma vida, en el siglo de su florecimiento, nunca fue presentado entero y sistemáticamente. El árbol floreció y dio su fruto, pero sin que alguien hubiera hecho un estudio botánico de su naturaleza y crecimiento. El calvinismo, al levantarse, actuó más de lo que argumentó. Pero ahora ya no debemos postergar más este estudio. Tanto la biografía como la biología del calvinismo tienen que ser investigadas a fondo y elaboradas. Sino, por falta de conocimiento de nosotros mismos, seremos desviados a un mundo de ideas más ajenas que cercanas de la vida de nuestra democracia cristiana, y seremos cortados de la raíz sobre la cual florecíamos una vez tan vigorosamente.


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Solo por medio de un tal estudio será posible lo que mencioné en tercer lugar: el desarrollo de los principios del calvinismo según las necesidades de nuestra conciencia moderna, y su aplicación a cada área de la vida. No estoy excluyendo la teología de ello; pues la teología también ejerce su influencia sobre la vida en todas sus ramificaciones; y por tanto es triste ver como aun la teología de las iglesias reformadas cayó en tantos países bajo el señorío de sistemas totalmente ajenos. Pero, de toda manera, la teología es solo una de las muchas ciencias que exigen un tratamiento calvinista. La filosofía, la sicología, la estética, el derecho, las ciencias sociales, la literatura, y aun las ciencias médicas y naturales, cada una de ellas, cuando son comprendidas filosóficamente, se remontan a principios; y necesariamente tenemos que hacer la pregunta con mucho más seriedad, si los principios ontológicos y antropológicos que dominan en el método presente de estas ciencias, están de acuerdo con los principios del calvinismo o lo contradicen.


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Finalmente, añadiré a estas tres exigencias - históricamente justificadas como me parece - una cuarta, que aquellas iglesias que dicen profesar la fe reformada, dejen de avergonzarse de esta confesión. Uds. han escuchado cuan ancho es mi concepto y cuan amplio mi punto de vista, aun en cuanto a la vida eclesiástica. Solo en un desarrollo libre veo la salvación de esta vida eclesiástica. Yo exalto la multiformidad y la considero una etapa superior del desarrollo. Aun para la iglesia con la confesión más pura, no renunciaría a la ayuda de las otras iglesias, para que su parcialidad inevitable sea complementada. Pero siempre me indignó ver una iglesia o encontrarme con el ministro de una iglesia, que tiene su bandera enrollada o escondida debajo de la vestimenta oficial, en vez de desplegar audazmente sus colores gloriosos. Lo que uno confiesa que es la verdad, también tiene que practicarlo en la palabra, en los hechos, y en toda la manera de vivir. Una iglesia de origen calvinista, todavía reconocible por su confesión calvinista, que no tiene la valentía ni siente el impulso de defender esta confesión contra todo el mundo, una tal iglesia no deshonra al calvinismo sino se deshonra a sí misma. Aunque la iglesia verdaderamente reformada sea pequeña en número, como iglesias siempre serán indispensables para el calvinismo; y aquí también la pequeñez de la semilla no debe ofendernos, si tan solamente esta semilla es sana e íntegra, llena de vida generativa e irreprensible.


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Y así, mi última exposición llega rápidamente a su fin. Pero antes de concluir, siento que todavía una pregunta exige una respuesta: si debemos abandonar o mantener la doctrina de la elección. Para responder, permítanme contrastar con esta palabra elección una segunda palabra que difiere de ella en una sola letra: Nuestra generación recibe la palabra elección con oídos sordos, pero se entusiasma locamente por la selección. Entonces, ¿cómo formulamos el problema tremendo que está escondido detrás de estas dos palabras; y en qué aspecto difieren entre ellas las soluciones del problema que son representadas por estas dos palabras casi idénticas? - El problema tiene que ver con la pregunta fundamental: ¿Por qué existen diferencias? ¿Por qué no es todo igual? ¿Por qué existen ciertas cosas de una manera y otras cosas de otra manera? No hay vida sin diferenciación, y no hay diferenciación sin desigualdad. La percepción de diferencias es la fuente de nuestra conciencia humana, el principio causativo de todo lo que existe. Entonces, cualquier otro problema puede ser reducido a este: ¿De dónde vienen estas diferencias? ¿Por qué la existencia, la génesis y la conciencia son heterogéneas? Para decirlo de una manera concreta: Si Ud. fuera una planta, preferiría ser una rosa en vez de un hongo; si un insecto, una mariposa y no una araña; si un ave, un águila en vez de una lechuza; si un mamífero, mejor un león que una hiena; y si hombre, rico en vez de pobre, talentoso en vez de tosco, europeo en vez de africano. Entre todos ellos hay una diferenciación amplia. En todo lugar hay diferencias entre los seres vivos; y estas diferencias incluyen en casi todos los casos también una preferencia. Cuando el halcón atrapa y desmenuza la paloma, ¿de dónde es que estas dos criaturas son así opuestas y diferentes? Esta es la pregunta suprema en el reino vegetal y animal, entre los hombres, en toda la vida social; y es por medio de la teoría de la selección que nuestra época presente intenta resolver este problema de todos los problemas. Aun en la célula individual, postula la existencia de elementos más fuertes y más débiles. Los más fuertes vencen a los más débiles, y la ganancia es atesorada en una potencia superior del ser. O si el más débil todavía mantiene su existencia, la diferencia se manifestará en el desarrollo futuro de la lucha.

Ahora, la hoja del pasto no está consciente de ello, y la araña sigue atrapando la mosca, el tigre sigue matando el venado, y la criatura más débil no se culpa a sí misma de su miseria. Pero nosotros, los humanos, somos claramente conscientes de estas diferencias. Entonces, nosotros no podemos evadir la pregunta si la teoría de la selección es una solución calculada para reconciliar al más débil con su existencia. Se reconocerá que esta teoría solo puede incitar una lucha más feroz, con un "Deja toda esperanza" para el más débil. Según el sistema de la elección, ninguna lucha puede prevalecer contra la ordenanza de fe de que el más débil sucumbirá ante el más fuerte. Entonces, la reconciliación no puede surgir de los hechos; solo puede surgir de la idea. ¿Pero cuál es la idea aquí? ¿No es esta, que donde estas diferencias han sido establecidas una vez, y aparecen seres altamente diferenciados, que esto es o el resultado de la casualidad, o la consecuencia necesaria de fuerzas naturales ciegas? Ahora, ¿creeremos que la humanidad que sufre se dejará reconciliar alguna vez con su sufrimiento por una tal solución? Sin embargo, admiro la penetración y el poder del pensamiento de los hombres que nos encomiendan esta teoría. No por su contenido; pero porque esta teoría tuvo la valentía de atacar nuevamente el problema más fundamental de todos, y por tanto alcanza la misma profundidad del pensamiento como el calvinismo.

Pues este es precisamente el significado elevado de la doctrina de la elección, que en esta doctrina, hace tres siglos, el calvinismo se atrevió a enfrentar este mismo problema que domina todo; pero no lo solucionó en el sentido de una selección ciega que remueve las células inconscientes, sino honró la elección soberana de Aquel quien creó todas las cosas visibles e invisibles. La determinación de la existencia de todas las cosas que iban a ser creadas, de lo que iba a ser camelia o trébol, ruiseñor o cuervo, ciervo o cerdo, e igualmente entre los hombres, la determinación de nuestras propias personas, si uno nace como niña o niño, rico o pobre, tonto o astuto, blanco o moreno, o incluso Abel o Caín, esta es la predestinación más tremenda que se puede imaginar en el cielo o en la tierra. Y seguimos viendo como esto sucede ante nuestros ojos todos los días, y estamos sujetos a ello en nuestra personalidad entera; nuestra existencia entera, nuestra misma naturaleza, nuestra posición en la vida depende enteramente de ello. Esta predestinación que abarca todo, el calvinista no la coloca en las manos del hombre, ni mucho menos en las manos de una fuerza natural ciega, sino en las manos del Dios Todopoderoso, Creador y Dueño soberano del cielo y de la tierra; y es en la ilustración del alfarero y el barro que la Escritura nos expuso desde los tiempos de los profetas esta elección que domina todo. Elección en la creación, elección en la providencia, y así también elección para la vida eterna; elección en el ámbito de la gracia al igual que en el ámbito de la naturaleza. Ahora, cuando comparamos estos dos sistemas de selección y elección, ¿no demuestra la historia que la doctrina de la elección, siglo tras siglo, devolvió la paz y el consuelo a los corazones de los creyentes que sufrían; y que todos los cristianos honran como nosotros la elección tanto en la creación como en la providencia; y que el calvinismo difiere de las otras confesiones cristianas solo en este único punto, que al buscar la unidad y al colocar la gloria de Dios sobre todas las cosas, se atreve a extender al misterio de la elección a la vida espiritual, y a la esperanza de la vida por venir?


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Entonces, esto es todo en lo que consiste la estrechez dogmática del calvinismo. O mejor dicho, porque los tiempos son demasiado serios para la ironía, que cada cristiano que todavía no puede abandonar sus objeciones, por lo menos se haga esta pregunta: ¿Conozco alguna otra solución de este problema mundial fundamental, que me capacite mejor para defender mi fe cristiana, en esta hora del conflicto más agudo, contra el paganismo renovado que gana fuerzas día tras día? No se olviden que el contraste fundamental fue siempre, y es, y será hasta el fin: el cristianismo en contra del paganismo, los ídolos o el Dios viviente. Así hay una verdad bien percibida en el cuadro drástico pintado por el emperador alemán, que representó al budismo como el enemigo por venir. Un velo espeso cubre el futuro; pero Cristo nos profetizó en Patmos que se acerca un último conflicto sangriento, e incluso ahora, el desarrollo gigantesco de Japón en menos de cuarenta años ha llenado a Europa con temor a las calamidades que podrían venir de parte de la hábil "raza amarilla" que forma una proporción tan grande de la familia humana. ¿Y no testificó Gordon que sus soldados chinos, con los que venció sobre los Taipins, cuando estaban bien entrenado y guiados, eran los soldados más espléndidos que él jamás comandó? La cuestión asiática es muy seria. El problema del mundo surgió en Asia, y en Asia encontrará su solución final; y en el desarrollo tanto técnico como material, se demostró que las naciones paganas, tan pronto como despiertan y se levantan de su letargia, casi instantáneamente competen con nosotros.

Por supuesto, este peligro sería mucho menos amenazante si los cristianos, tanto en el Mundo Antiguo como en el Mundo Nuevo, estuvieran unidos alrededor de la cruz, cantando alabanzas a su Rey, y dispuestos como en los días de las cruzadas a avanzar al conflicto final. ¿Pero cómo, si pensamientos paganos, aspiraciones paganas, ideales paganos están ganando terreno entre nosotros mismos, y están penetrando al mismo corazón de la nueva generación? ¿No fueron los armenios vilmente abandonados al destino de ser asesinados, porque el concepto de solidaridad cristiana se ha debilitado tanto? ¿No fueron los griegos aplastados por los turcos, mientras el estadista cristiano Gladstone, políticamente un calvinista hasta los tuétanos, que tuvo la valentía de llamar al sultán "Gran asesino", partió de nosotros? Entonces, tenemos que insistir en una determinación radical. Medidas a medias no pueden traer el resultado deseado. La superficialidad no nos preparará para el conflicto. Un principio tiene que testificar nuevamente contra un principio, una cosmovisión contra una cosmovisión, un espíritu contra un espíritu. Y aquí, que hable quien lo sabe mejor; pero yo por mi persona no conozco ninguna fortaleza más fuerte y más firme que el calvinismo, con tal que lo asumamos en su forma sana y vigorosa.

Y si Ud. contesta, medio en burla, si yo realmente soy tan ingenuo de esperar que ciertos estudios calvinistas cambien la cosmovisión de los cristianos, entonces esta es mi respuesta: El avivamiento no viene de hombres; es el privilegio de Dios, y es solo por Su voluntad soberana que el caudal de la vida religiosa suba en un siglo y baje en el siguiente. También en el mundo moral, tenemos tiempos de primavera cuando todo retoña con vida, y otra vez el frío del invierno, cuando todo río de la vida se congela y la energía religiosa es petrificada.

Nuestro período presente, sin duda está muy seco religiosamente.

Si Dios no envía Su Espíritu, no habrá ningún cambio, y temiblemente rápido será el agotamiento de las aguas. Pero recuerdan Uds. el arpa eólica, que los hombres solían colgar afuera de su ventana, para que la brisa despertase su música. Mientras no había viento, el arpa permanecía en silencio; pero también cuando había viento, mientras el arpa no estaba en su lugar, se escuchaba el sonido del viento, pero ninguna música etérea. Ahora, que el calvinismo sea nada más que una tal arpa eólica - absolutamente sin poder, sin el espíritu vivificante de Dios - pero siempre es nuestro deber impuesto por Dios, mantener nuestra arpa, con sus cuerdas bien afinadas, lista en la ventana de la Sión santa de Dios, esperando el aliento del Espíritu.


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Biblioteca
"Exposiciones sobre el calvinismo"
por Abraham Kuyper