PREFACIO AL ANTIGUO TESTAMENTO

Martín Lutero

1522 – 1532



Algunos tienen una opinión muy pobre sobre el Antiguo Testa¬mento, como algo dado solamente al pueblo judío, ahora fuera de época y que contiene sólo historias de otros tiempos: consideran que tienen suficiente con el Nuevo Testamento y pretenden buscar en el Antiguo Testamento un sentido meramente espiritual, como lo han sostenido también Orígenes , Jerónimo , y muchas otras personas eminentes. Pero Cristo dice en Juan 5: "Buscad en la Escritura, pues ella misma da testimonio de mí". Y Pablo exhorta a Timoteo  a que persista en la lectura de la Escritura, y destaca en Romanos 1 que el evangelio está prometido por Dios en la Escritura; el mismo Pablo dice en 1ª Corintios 15 que según la Escritura, Cristo pro¬viene de la estirpe de David, que murió y que resucitó de la muerte. Y San Pedro nos remite más de una vez a la Escritura.
Con ello nos enseñan a no despreciar la Escritura del Antiguo Testamento, sino a leerla con gran empeño, pues ellos mismos funda¬mentan y corroboran enérgicamente el Nuevo Testamento mediante el Antiguo Testamento, y se remiten a él. Así escribe también San Lucas, en Hechos 17, que en Tesalónica escudriñaban diariamente la Escritura para saber si las cosas eran así como Pablo enseñaba. En cuanto no hay que despreciar lo que sirve de fundamento y prueba para el Nuevo Testamento, así debe apreciarse el Antiguo Testamento. ¿Y qué otra cosa es el Nuevo Testamento sino una predicación y proclamación pública de Cristo, señalada por los textos del Antiguo Testamento y cumplidas por Cristo?
He redactado este prefacio, conforme a la capacidad que Dios me ha dado, para que aquellos que no saben lo suficiente tengan una orientación y guía para leer con provecho. Ruego y advierto a todo buen cristiano que no se sienta chocado por la simplicidad del len¬guaje y de las historias que se le presentan con frecuencia; por lo contrario, no debe dudar de que, por más simples que parezcan, son verdaderas palabras, obras, juicios e historias de la sublime majestad, poder y sabiduría de Dios. Pues ésta es la Escritura que hace insen¬satos a todos los sabios e inteligentes, y que sólo se abre a los peque¬ños y torpes, como dice Cristo en Mateo 11. Por lo tanto, deja de lado tu opinión y sentimiento, y considera esta Escritura como la cosa sagrada más excelente y noble, como la mina más rica que nunca pue¬de ser suficientemente explorada, para que puedas encontrar la sabi¬duría divina que Dios presenta en forma tan sencilla y llana, para reprimir toda altanería. Aquí encontrarás tú los pañales y el pesebre donde yace Cristo, al cual también el ángel remite a los pastores. Son pañales comunes y sencillos, pero apreciable es el tesoro, Cristo, que está envuelto en ellos.
Has de saber, pues, que este libro es un código que enseña lo que se debe hacer y dejar de hacer, adosando ejemplos e historias que muestran cómo se observan o trasgreden tales leyes, así como el Nuevo Testamento es un evangelio o libro de gracia que enseña a dónde debemos acudir para que la ley sea cumplida. Pero, así como en el Nuevo Testamento se dan, junto a la doctrina de la gracia, otras muchas doctrinas, las cuales son ley y mandamientos para dominar la carne —porque en esta vida el espíritu no es perfecto ni puede go¬bernar la sola gracia—, así también hay en el Antiguo Testamento, junto a las leyes, algunos pasajes que hablan de las promesas y de la gracia, y con ellos los santos padres y los profetas, que vivieron bajo el régimen de la ley, se han mantenido en la fe de Cristo como nosotros. Así como el propósito de la doctrina fundamental del Nue¬vo Testamento es proclamar la gracia y la paz mediante el perdón de los pecados en Cristo, en la misma forma es propósito fundamental del Antiguo Testamento enseñar la ley, señalar los pecados y exigir que se haga el bien. Esto es lo que debes saber que hay que esperar en el Antiguo Testamento.
Pasemos primero a los libros de Moisés. En el primer libro enseña cómo han sido formadas todas las creaturas y —lo que es el principal motivo de su escrito— de dónde provienen el pecado y la muerte, es decir, por la caída de Adán, a causa de la maldad del diablo, Génesis 3. Pero pronto, antes de que viniera la ley, Moisés nos enseña de dónde ha de venir la ayuda para expulsar el pecado y la muerte, es decir, no por la ley o la obra propia, porque todavía no existía la ley, sino por la simiente de la mujer, por Cristo, prometido a Adán y a Abraham. Así, desde el comienzo de la Escritura y en todo su contenido se ensalza la fe sobre toda obra, ley y mérito. Así pues, el primer libro de Moisés contiene casi exclusivamente ejemplos de fe y de incredulidad y qué frutos acarrean, siendo casi un libro evangélico.
Después,  en  el segundo  libro,  cuando el  mundo ya estaba  col¬mado y sumergido en la ceguera, de modo que casi no se sabía qué era pecado o de dónde había provenido la muerte, entonces Dios hace aparecer a Moisés con la ley y escoge a un pueblo especial para ilu¬minar el mundo de nuevo mediante ellos y para poner de manifiesto el pecado mediante la lev. Entonces organiza al pueblo con toda clase de leyes y lo separa de todos los otros pueblos, los hace construir un tabernáculo, dispone un culto divino, designa  los príncipes y los oficiales, y provee así a su pueblo muy acertadamente de leyes y personas capacitadas, de modo que pueda ser gobernado espiritualmente ante Dios y  físicamente ante el  mundo.
En el tercer libro se organiza especialmente el sacerdocio, con sus leyes y reglamentos, según los cuales los sacerdotes deben actuar y en¬señar al pueblo. Se observa, pues, que el oficio sacerdotal solamente fue establecido a causa del pecado, para proclamar el pecado al pueblo y para reconciliar ante Dios. De modo que toda su acción consiste en tratar con pecados y pecadores. Por tal motivo, tampoco se concede a los sacerdotes riqueza temporal, ni se les ordena o permite gober¬nar en lo secular, sino que únicamente se les asigna el cuidado del pueblo con respecto a los pecados.
En el cuarto libro, una vez dadas las leyes, instituidos los sacer¬dotes y príncipes, y ya erigido el tabernáculo y el culto divino, ya preparado todo lo pertinente al pueblo de Dios, comienza la puesta en práctica, probándose cómo funciona este orden. Por eso describe dicho libro tantas desobediencias y plagas del pueblo, explayando y reiterando algunas leyes. Pues sucede en todo tiempo que es fácil establecer leyes, pero cuando hay que aplicarlas y ponerlas en prác¬tica entonces no se tropieza sino con obstáculos, y nada sucede como exige la ley. Así pues, este libro es un notable ejemplo de que no se puede hacer piadosa a la gente con leyes, sino que, como dice San Pablo, la ley sólo produce pecado e ira.
En el quinto libro, habiendo sido castigado el pueblo por su desobediencia y habiéndolos Dios estimulado un poco con su gracia, de modo que, por su benevolencia demostrada al entregarles dos rei¬nos, ellos se sintieron movidos a cumplir gustosamente su ley, Moisés repite toda la ley con todos los sucesos que les habían ocurrido (ex¬cepto lo concerniente al sacerdocio), y aclara de nuevo todo lo re¬lativo al gobierno secular y espiritual de un pueblo. Así Moisés, como perfecto legislador, hace suficientemente todo lo que es propio de su oficio, no promulgando la ley únicamente, sino asistiendo en su cumplimiento, y cuando había fallas, dando las explicaciones del caso y reiterándola de nuevo. Pero esta explicación, en el quinto libro, no contiene realmente otra cosa que fe en Dios y amor al prójimo, pues hacia ello tienden todas las leyes de Dios. Por eso se opone Moisés con su explicación a iodo lo que tiende a destruir la fe en Dios, hasta el capítulo 20; y todo lo que tiende a impedir el amor, hasta el final del libro.
En este puntó es preciso observar, en primer término, que Moisés enmarcó tan minuciosamente al pueblo dentro de leyes, con el fin de no dejar ningún lugar a la razón para elegir alguna obra o in¬ventar un culto divino propio. Porque no enseña únicamente a temer y amar a Dios y confiar en él, sino que también ofrece diversas for¬mas de culto divino externo, con sacrificios, votos, ayunos, mortifi¬caciones, etc., de modo que nadie tiene necesidad de elegir algo dis¬tinto. Así también enseña a plantar, a labrar, a casarse, a luchar, a dirigir a los hijos, los sirvientes y la casa, a comprar y vender, a prestar y devolver, y todo lo que ha va que hacer, tanto externa como internamente, a tal punto que algunos de estos reglamentos parecen a primera vista tontos y vanos.
Pero, por qué, estimado amigo, procede Dios de esta manera? En último término, porque ha tomado a este pueblo para que sea suyo y para que él fuera su Dios: por eso los quería regir de tal modo que todo su actuar fuese seguramente recto delante de él. Pues si alguien hace algo que no ha sido prefijado por la palabra de Dios, no tiene valor ante Dios y es inútil. Pues él prohíbe en los capítulos 4 y 13 del quinto libro todo agregado a. sus leyes: y en el capítulo 12 dice que no deben hacer lo que a ellos les parezca correcto. También el Salterio y todos los profetas se lamentan de que el pueblo ejecute buenas obras escogidas por ellos mismos y que Dios no había orde¬nado. Pues él no quiere y no puede tolerar que los suyos emprendan algo que él no ha mandado, por muy bueno que sea. Porque la obe¬diencia, la cual se atiene a la palabra de Dios, es la más excelente y noble de todas las obras.
Ya que en esta vida no se puede carecer de una forma externa de culto y de proceder, les ha ofrecido diversas formas, enmarcándolas en su mandamiento, a fin de que, si quisieran o debieran tributar a Dios un culto externo, escogiesen el indicado por Dios y no uno de su propia invención, y para que con ello estuviesen seguros y ciertos de que esta su acción se realizaba en el marco de la palabra y de la obediencia de Dios. Así pues, les estaba estrictamente vedado seguir su razón y su libre voluntad para hacer el bien y vivir en rectitud, y sin embargo tenían estipulado y determinado más que suficiente¬mente sitio, lugar, tiempo, persona, obra y forma, de tal modo que no se podían quejar ni tenían necesidad de seguir el ejemplo de cultos divinos extraños.
En segundo lugar, es preciso observar que hay tres clases de leyes. Algunas tratan solamente de bienes temporales, como las leyes impe¬riales entre nosotros. Éstas han sido establecidas por Dios principal¬mente a causa de los malos, a fin de que no hicieran cosas aún peores, Por tal motivo, dichas leyes son represivas más que instructivas, como cuando Moisés ordena dar a la mujer una carta de divorcio en caso de separación; o que un hombre apremie a su mujer mediante una “ofrenda de celos”, o que un hombre casado pueda tomar otras mu¬jeres. Todas éstas son leyes civiles. Hay otras, sin embargo, que ense¬ñan sobre el culto divino externo, como ya se ha dicho.
Por encima de las leyes anteriores, están las de la fe y del amor, de modo que éstas deben servir de pauta a todas las tiernas. Todas estas leyes tendrán vigencia mientras su cumplimiento no atente contra la fe y el amor. Si atentan contra la fe y el amor quedan sin efecto. Por eso leemos que David no mató al asesino Joab, aunque éste había merecido dos veces la muerte ir'; y en el segundo libro de Sa¬muel promete a la mujer de Tecoa que su hijo no morirá aunque había estrangulado a su hermano; tampoco mató a Absalón ; él mis¬mo, David, comió del pan sagrado de los sacerdotes, 1ª Samuel 21; Tamar piensa que el rey le puede dar como esposo a Amnón, su her¬manastro. De ésta y de otras historias similares se advierte que los reyes, sacerdotes y superiores a menudo pusieron fuera de vigencia la ley cuando la fe y el amor así lo exigían. Por consiguiente, la fe y el amor deben ser la maestra de todas las leves y deben tenerlas a todas bajo su poder. Porque, siendo así que todas las leyes instan la fe y el amor, no debe valer ninguna ley, ni siquiera existir, si entra en contradicción con la te o con el amor.
Por eso los judíos se equivocan grandemente hasta el día de hoy al insistir tan estricta y severamente en el cumplimiento de algunas leyes de Moisés, prefiriendo sacrificar el amor y la paz antes que co¬mer o beber con nosotros o hacer cosas semejantes, no viendo la ver¬dadera intención de la ley. Porque esta comprensión es necesaria para todos aquellos que viven bajo la ley, no solamente para los ju¬díos. Pues hasta el mismo Cristo dice, Mateo 12, que se puede quebrantar el sábado, si un buey ha caído en una zanja, y sacarlo, lo cual es solamente una necesidad y perjuicio temporal. Cuánto más se ha de traspasar toda clase de leyes si lo exige una necesidad cor¬poral, siempre que nada atente contra la fe y el amor. El mismo Cristo da el ejemplo cuando dice que David comió los panes sagrados, Mar¬cos 2.
Pero, ¿por qué motivo expone Moisés las leyes en una forma tan desordenada? ¿Por qué no coloca las leyes que se refieren a lo se¬cular, por un lado; las que se refieren a lo espiritual, por otro, y la fe y el amor también en un grupo aparte? Además, repite a veces una ley tan a menudo y usa una palabra con tanta frecuencia que resulta tedioso leerlo o escucharlo. Respuesta: Moisés escribe de acuer¬do con las circunstancias, de manera que su libro es una imagen e ilus¬tración del gobierno y de la vida. Pues así ocurre cuando estas leyes están en vigor, que una vez hay que hacer una obra y otra vez otra, y ningún hombre puede organizar su vida de tal modo que, si la quiere llevar de una manera agradable a Dios, practique por un día leyes puramente seculares y otro día leyes puramente espirituales. Dios es el que entremezcla todas las leyes, como las estrellas en el cielo o las flores en el campo, de manera que el hombre debe estar preparado en toda hora para iodo, y para hacer lo que el momento exija. Así también está entremezclado el contenido del libro de Moisés.
El hecho de que él inste y repita tan a menudo la misma cosa indica también el carácter de su oficio. Pues quien quiera gobernar a un pueblo con leyes debe insistir y porfiar constantemente, y andar a golpes con el pueblo como si fuesen asnos. Pues ninguna obra mandada por la ley se hace con placer y amor, todo se hace por obliga¬ción y compulsión. Precisamente porque Moisés es un legislador, debe indicar con su insistencia que una obra de la ley es una dura obli¬gación y debe agobiar al pueblo, hasta que por tal insistencia reco¬nozca su enfermedad y su aversión a la ley de Dios y desee la gracia de Dios, como sigue a continuación.
En tercer lugar, la principal intención de Moisés es revelar los pecados mediante la ley y desbaratar toda presunción de la capacidad humana; por eso San Pablo lo llama, en Gálatas 2, "un ministro de los pecados", y a su oficio un "oficio de muerte", 2ª Corintios 3. También dice en Romanos 3 y 7 que mediante la ley no viene sino el reconocimiento de los pecados; y en otra parte afirma, en Roma¬nos 3: Por la obra de la ley nadie se hace justo ante Dios. Pues Moisés no puede hacer otra cosa con la ley sino indicar lo que hay que hacer y lo que hay que dejar de hacer. Pero no nos otorga el poder y la fuerza para hacerlo o dejar de hacerlo, dejándonos por consiguiente hundidos en el pecado.
Si,  pues,  permanecemos  hundidos  en  el  pecado,  la muerte nos acosa en seguida como venganza y castigo por el pecado. Por eso San Pablo  llama  al  pecado  "aguijón"  de  la  muerte,  ya que la muerte" ejerce todo su derecho y poder en nosotros mediante el pecado. Pero si no estuviese la ley, tampoco habría pecado. Por eso todo es conse¬cuencia  del  oficio de Moisés,  que excita y reprende el pecado me¬diante la ley. Así, al pecado le sigue forzosamente la muerte; de este modo se explica que el oficio de Moisés sea llamado apropiadamente por San Pablo un oficio de pecado y muerte, ya que con su legislar, no nos acarrea otra cosa que pecado y muerte.
Sin embargo, este oficio que habla de muerte y pecado es bueno y muy necesario, porque donde no existe la ley de Dios, ahí la razón humana  es tan ciega que ni siquiera puede  reconocer  los   pecados. Pues ninguna razón humana  puede saber que la incredulidad  y el desesperar de Dios sea pecado; en efecto, desconoce que se debe creer y confiar en Dios; entonces sigue empedernida  en su ceguera y no siente nunca  más esos  pecados,  haciendo  entretanto  algunas buenas obras y siguiendo una vida de apariencia honorable. Entonces piensa que ya está en la posición correcta sin que haga falta otra cosa, como se observa en los paganos y en los hipócritas cuando tratan  de vivir lo más  perfectamente  posible.  Asimismo,  también   desconoce  que  la mala inclinación de la carne y el odio contra los  enemigos es peca¬do; sino que, al observar y experimentar que todos los hombres tienen esta tendencia, considera que es una cosa natural y correcta, pensando que es suficiente si se evitan exteriormente las malas obras. Así es como sigue considerando su enfermedad como fortaleza, su pecado como algo correcto, su maldad como algo bueno, no pudiendo llegar a más.
Para eliminar esta ceguera y pertinaz engreimiento se hace ne¬cesario el oficio de Moisés. Pero el caso es que no los puede eliminar, a menos que los ponga al descubierto y los dé a. conocer. Esto se hace mediante la ley, enseñando que hay que temer, confiar, creer y amar a Dios; y además no abrigar malos deseos ni tener odio contra ninguna persona. Cuando la naturaleza escucha tales cosas, tiene que espantarse; pues no evidencia ciertamente ni confianza, ni fe, ni te¬mor, ni amor a Dios; asimismo, tampoco amor ni deseos puros hacia el prójimo, sino sólo incredulidad, duda, desprecio y odio a Dios y pura mala voluntad y malos deseos para con el prójimo. Cuando ad¬vierte tal cosa, entonces aparece súbitamente delante de sus ojos la muerte que quiere devorar a tal pecador y hundirlo en el infierno.
Eso es lo que significa acarrearnos la muerte mediante el pecado y matarnos mediante el pecado: eso es lo que significa excitar el pe¬cado mediante la lev v colocarlo delante de nuestros ojos y convertir todo nuestro engreimiento en un fracaso, temblor y desesperación, de manera que el hombre no puede hacer otra cosa que exclamar con el profeta: "He sido desechado por Dios" : o. como se dice en ale¬mán: Soy del diablo, no podré salvarme jamás. Esto significa ser lle¬vado al infierno. Lo dice San Pablo en pocas palabras, 1ª Corintios 15: "El aguijón de la muerte es el pecado, pero el poder de los pecados es la ley". Es como si dijera: la muerte nos hiere v nos mata, por el pecado que hay en nosotros, pues éste nos hace culpables de muerte; pero es debido a la ley que el pecado se encuentre en nosotros y nos entregue decididamente a la muerte, pues ella nos revela el pe¬cado y nos induce a reconocer lo que antes no conocíamos, por lo cual nos sentíamos seguros. ¡Y hay que ver con qué vehemencia desempeña y practica Moisés este su oficio! Porque, a fin cíe estigmatizar totalmente la natura¬leza, no sólo promulga leyes —como los diez mandamientos— sino que también tilda de pecado lo que por naturaleza no es pecado, imponiendo y aplastando con multitud de pecados. Pues la incredulidad y el deseo malo son por naturaleza pecado y dignos de muerte; pero comer pan ácimo en Pascua o animal impuro o hacerse incisiones en el cuerpo, y todo lo que el sacerdocio levítico designa como pecado, no es por naturaleza pecado y malo, sino que se vuelve pecado sólo por el hecho de que se prohíbe por la ley —ley que se puede rescin¬dir. Pero los diez mandamientos no se pueden rescindir, pues habría pecado aun cuando no existiesen los mandamientos o no fueran re¬conocidos; así como también es pecado la incredulidad de los paga¬nos aunque no lo sepan ni lo consideren pecado.
Vemos, pues, que éstas y tantas otras diversas leyes de Moisés no fueron promulgadas con el único objeto de que nadie se elija su propio modo de hacer el bien o vivir correctamente, como se dijo antes, sino para que la empecinada ceguera tuviera que reconocerse a sí misma y sentir su propia incapacidad y nulidad para hacer el bien, y de esa forma fuese obligada e .impulsada mediante la ley a buscar algo más que la sola ley y la propia capacidad, es decir, la gracia de Dios prometida en el Cristo que habría de venir. Pues toda ley de Dios es buena y correcta, aunque solamente ordene cargar estiércol o recoger paja. Pero, por eso, no puede ser piadoso ni de buen corazón quien no cumpla o cumpla a disgusto con esa buena ley. Consecuentemente todo hombre por naturaleza puede cumplir la ley sólo a disgusto. Por eso debe reconocer y sentir su propia maldad, por medio de la buena ley de Dios y suspirar y anhelar el auxilio de la gracia de Dios en Cristo.
Por eso, cuando viene Cristo, cesa la ley, especialmente la levítica, que convierte en pecado lo que por naturaleza no es pecado, como ya se ha dicho. También cesan los diez mandamientos, no en el sentido de que no se los deba guardar o cumplir, sino que el oficio de Moisés cesa en ellos, de modo que no realza más el poder del pe¬cado mediante los diez mandamientos y el pecado ya no es el aguijón de la muerte. Pues por Cristo el pecado ha sido perdonado y Dios ha sitio reconciliado, y el corazón ha comenzado a deleitarse en la ley. de manera que el oficio de Moisés ya no puede reprenderlo y declararlo pecaminoso, como si no hubiese guardado los mandamientos y fuese digno de muerte, tal como ocurría ames de la gracia y antes de que viniese Cristo.
Esto lo enseña San Pablo, 2ª Corintios 3, cuando dice que se disipa el resplandor en el rostro de Moisés a causa del resplandor en el rostro de Jesucristo. Esto significa que el oficio de Moisés, que nos convierte en pecadores y nos avergüenza con el resplandor del reco¬nocimiento de nuestra maldad y nulidad, ya no nos causa dolor ni tampoco nos espanta con la muerte, pues tenemos el resplandor en el rostro de Cristo, es decir, el oficio de la gracia, mediante el cual llegamos a reconoce) a Cristo, con cuya justicia, vida y fortaleza cum¬plimos la ley y vencemos la muerte y el infierno. Así también los tres apóstoles vieron en el monte Tabor a Moisés y a Elías, y sin embargo no se espantaron ante ellos, por causa de la dulce gloria en el rostro de Cristo. Pero en Éxodo 34, por no estar presente Cristo, los hi¬jos de Israel no podían soportar la gloria y el resplandor en el rostro de Moisés, por lo cual éste tuvo que cubrirlo con un velo.
Hay, pues, tres clases de discípulos de la ley. Los primeros son los que escuchan y desprecian la ley, y llevan una vida perversa y sin te¬mor. A éstos no les llega la ley. Están representados por los adoradores del becerro en el desierto, por causa de los cuales Moisés rompió las dos tablas y no les llevó la ley.
Los segundos son los que intentan cumplir la ley por sus propias fuerzas, sin la gracia; y están representados por los que no podían ver el rostro de Moisés cuando trajo las tablas por segunda vez. A éstos les llega la ley, pero no la pueden tolerar; por eso la cubren con un velo y llevan una vida hipócrita de obras legales externas; todo lo cual, sin embargo, la ley convierte en pecado si se quita ese velo, pues la ley nos muestra que nuestra capacidad es nula sin la gracia de Cristo.
Los terceros son los que ven claramente a Moisés sin velo. Son los que comprenden la intención de la ley, es decir, que ella exige cosas que no podemos cumplir. En este caso el pecado muestra su poder; la muerte es poderosa; la lanza de Goliat es como rodillo de telar y la punta de su lanza consta de seiscientos siclos de hierro , de modo que todos los hijos de Israel huyen ante él, excepto David, es decir, Cristo nuestro Señor, que nos salva de todo esto . Porque si a la gloria de Moisés no se sumara la gloria de Cristo, nadie podría soportar el resplandor de la ley y el espanto del pecado y de la muerte. Estos discípulos reniegan de toda su obra y soberbia y no aprenden en la ley otra cosa que reconocer los pecados y anhelar a Cristo, lo cual es también el verdadero oficio de Moisés y la verdadera natu¬raleza de la ley. Así también el propio Moisés ha indicado que su oficio y doctrina estarían en vigencia hasta el advenimiento de Cristo y que entonces cesarían, al decir en Deuteronomio 18: "El Señor tu Dios te levantará un profeta de entre tus hermanos, como a mí, al cual deberás escuchar", etc. Éste es el pasaje más noble y por cierto el nú¬cleo de todos los libros de Moisés, al cual los apóstoles aluden con insistencia y citan muy a menudo para corroborar el evangelio y abolir la ley, del cual también los profetas se valieron frecuentemente. Del hecho de que Dios promete otro Moisés, al cual deben escuchar, se sigue necesariamente que éste enseñará algo distinto que Moisés; y que Moisés le entrega su poder y se retira, para que se escuche a aquél. Por consiguiente, este profeta no puede enseñar la ley, ya que Moisés lo ha realizado al máximo, por lo que no es necesario levantar a otro profeta a causa de la ley. Por lo tanto, el pasaje se refiere de seguro a la doctrina de la gracia y a Cristo.
Por esa razón San Pablo llama a la ley de Moisés "el antiguo pac¬to"; y también Cristo al instituir el "nuevo pacto". Y es un pacto, porque en él, si lo guardan, Dios promete y asigna al pueblo de Israel la tierra de Canaán. En efecto se la concedió, siendo confir¬mado por la sangre y la muerte de un carnero y de un cabrito. Pero, por no estar basado ese pacto en la gracia de Dios, sino en obras humanas, tenía que envejecer y cesar, perdiéndose de nuevo la tierra, precisamente porque por medio de obras no se puede cumplir la ley. Y debía surgir otro pacto que no envejeciera, y que tampoco se basara en nuestra acción, sino en la palabra y obras de Dios, para que perdurara eternamente. Por eso, es confirmado por la muerte y la sangre de una persona eterna, y se promete y otorga una tierra eterna.
Hechas estas observaciones en cuanto a los libros y el oficio de Moisés, preguntamos: ¿Qué son, pues, los otros libros de los profetas y los históricos? Respuesta: No son otra cosa que lo que es Moisés. Pues todos desempeñan el mismo oficio que Moisés, y resistiendo a los falsos profetas; para que no induzcan al pueblo a las obras, sino que persistan en el verdadero oficio de Moisés v en el verdadero co¬nocimiento de la ley. E insisten en conservar a la gente, mediante la correcta comprensión de la ley, conscientes de su impotencia propia, impulsándola hacia Cristo, como hace Moisés. Por eso se explayan en cuanto a lo que Moisés dijo de Cristo, y aducen dos clases de ejem¬plos: los que entienden correctamente a Moisés y los que no lo en¬tienden, y el castigo y la recompensa para ambos. Por consiguiente, los profetas no son otra cosa que administradores y testigos de Moisés; y de su oficio, para que mediante la ley dirijan a todos hacia Cristo.
Por último, correspondería también señalar el significado espiri¬tual que se nos presenta por la ley levítica y el sacerdocio de Moisés. Pero habría que escribir mucho, lo cual exigiría espacio y tiempo, y debiera explicarse de viva voz. Pues ciertamente Moisés es una fuente de toda sabiduría y entendimiento, de la cual ha brotado todo lo que los profetas supieron y dijeron. A ello se añade también que el Nuevo Testamento fluye de Moisés y está basado en él, como hemos oído. Pero para dar una pequeña y breve sugestión a los que poseen la gracia y el entendimiento para investigar más, ofrezco lo siguiente.
Si quieres interpretar bien y con certeza, pon tu mirada en Cristo, pues él es el hombre en el cual se concentra absolutamente todo. Por eso, al sumo sacerdote Aarón lo has de identificar con Cristo, como lo hace la Epístola a los Hebreos , la cual casi por sí sola basta para interpretar todas las tipificaciones de Moisés. Asimismo es cierto que Cristo mismo es la víctima y también el altar, el cual se ha sacrificado a sí mismo con su propia sangre, como lo anuncia la misma epístola . Así como el sumo sacerdote levítico borraba con ese sacri¬ficio solamente los pecados declarados como tales por la ley, sin serlo por naturaleza, así nuestro sumo sacerdote Cristo borró el pecado verdadero que por naturaleza es pecado con su propio sacrificio y sangre, y entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo para reconciliarnos.  Por consiguiente,  todo lo que se ha escrito del sumo sacerdote hay que aplicarlo a Cristo personalmente y a ningún otro.
Pero a los hijos del sumo sacerdote, que se dedican al sacrificio diario, tienes que tomarlos como referencia a nosotros los cristianos, los cuales, ante nuestro padre Cristo, que está sentado en el cielo, vivimos en el cuerpo aquí en la tierra, no habiendo llegado en forma plena a su presencia, sino espiritualmente por la fe. El oficio de los sacerdotes de matar y sacrificar no significa otra cosa sino predicar el evangelio, mediante el cual el viejo hombre es degollado y sacrifi¬cado a Dios, es quemado y consumido mediante el fuego del amor en el Espíritu Santo, lo cual es un sacrificio de suave olor para Dios, es decir, produce una conciencia buena, pura y segura ante Dios. Ésta es la interpretación de San Pablo en Romanos 12, cuando enseña que debemos sacrificar nuestros cuerpos a Dios, un sacrificio vivo, santo, agradable: y esto es lo que hacemos, como se ha dicho, mediante la constante práctica del evangelio, unto al predicar como al creer. Lo dicho sea suficiente como instrucción para buscar a Cristo y el evangelio en el Antiguo Testamento.
El lector de esta Biblia debe saber también que me he preocu¬pado por escribir el nombre de Dios que los judíos llaman tetragramaton con mayúsculas, es decir, SEÑOR: y el otro, que designan con Adonai, con mitad en mayúsculas, es decir Señor. Porque entre todos los nombres de Dios son estos dos los que se aplican sólo a Dios, al verdadero Dios: los otros se atribuyen a menudo también a los án¬geles y santos. Lo he hecho así para que se pueda deducir inequívocamente que Cristo es verdadero Dios, ya que Jeremías 23 lo llama SEÑOR, al decir: "Lo llamarán SEÑOR, nuestro justificador"; lo mismo se puede encontrar en otros pasajes.
Con esto encomiendo a todos mis lectores a Cristo, y les pido que me ayuden a obtener de Dios el poder llevar esta obra a un fin pro¬vechoso; pues reconozco abiertamente que he emprendido demasiado, en especial al traducir el Antiguo Testamento. Pues lamentablemente la lengua hebrea ha decaído tanto que ni los propios judíos saben mucho de ella, y sus explicaciones e interpretaciones —que he revisa¬do— no son dignas de confianza. Considero que si ha de aparecer la Biblia, somos los cristianos quienes debemos hacerlo, por tener la com¬prensión de Cristo, sin la cual de nada .sirve tampoco el conocimiento de la lengua. Por esta carencia muchos de los antiguos traductores —incluso Jerónimo— se equivocaron en muchos pasajes. Yo, sin embargo, si bien no puedo jactarme de haber acertado en todo, no obstante puedo decir que esta Biblia alemana es en muchas partes más clara y exacta que la latina, de modo que es verdad que la lengua alemana cuenta así con una mejor Biblia que la lengua latina, siem¬pre que los impresores, con su acostumbrado descuido, no la arrui¬nen. Me remito al juicio de los lectores.
Ahora bien, también se pegará el lodo a la rueda y no habrá nadie, por torpe que sea, que no quiera ser mi maestro y censurarme aquí y allá. Dejémosle que lo haga. Desde el comienzo sabía muy bien que me sería más fácil encontrar a diez mil que censuren mi trabajo antes que a uno solo que hiciera la vigésima parte de lo que he hecho. Yo también podría ser muy docto y demostrar admira¬blemente mis conocimientos, criticando la Biblia latina de San Je¬rónimo. Pero también él seguramente me desafiaría a que yo haga lo mismo que él. Si hay alguien que tenga tanto o más conocimiento que yo, que emprenda la tarea de traducir la Biblia entera y que me diga después de lo que es capaz. Si lo puede hacer mejor, ¿por qué no preferirlo a él? Yo también creí ser docto; y también sé que por la gracia de Dios soy más docto que los sofistas de las universi¬dades. Pero ahora veo que ni aun conozco mi alemán vernáculo. No he leído hasta ahora ningún libro o carta que contenga un alemán correcto. Nadie tampoco se esfuerza en hablar correctamente el ale¬mán, especialmente las cancillerías de los señores, los predicadores mendicantes y los poetastros que piensan que tienen el poder de cambiar el idioma alemán y nos inventan iodos los días nuevas pa¬labras: beherzigen, behändigen, erspriesslich, erschiesslich, y otras semejantes. Sí, estimado amigo, es además wohl betoret und ernarret.
En suma, aunque todos trabajásemos en conjunto, tendríamos suficiente todos para traer a la luz la Biblia; el uno con el enten¬dimiento, el otro con el idioma. Yo mismo no he trabajado solo en esta obra, sino que he utilizado los servicios de quien podía. Por eso solicito que se deje de hablar mal y de confundir a la" pobre gente y que se me ayude donde se pueda. Si alguien no quiete hacer esto, entonces ocúpese en hacer su propia traducción de la Biblia. Pues los que solamente hablan mal y critican no son tan piadosos y ho¬nestos como para querer tener una Biblia libre de errores, ya que saben que no son capaces de producirla: sino que quieren ser maestros sabiondos en una arte de otros, en circunstancias que, en su propia arte, todavía no han llegado a ser discípulos. Dios quiera llevar a término la obra que ha comenzado. Amén.



PREFACIO AL LIBRO DE JOB


(1524)


La dificultad del libro de Job no radica en su contenido, sino solamente en su lenguaje. Pues el que lo compuso trata la cuestión de si también en el caso de los piadosos la desgracia procede de Dios. En esto Job se mantiene firme, sosteniendo que Dios somete a tor¬mento también a los piadosos sin causa alguna, solamente para su alabanza, como atestigua también Cristo respecto del ciego de naci¬miento, Juan 9.
A esto se oponen sus amigos, en una larga y prolongada conversa¬ción, queriendo defender a Dios en el sentido de que no castiga a ningún piadoso. Si castiga a alguien, es porque éste ha pecado. Tie¬nen de Dios y de su justicia un concepto propio del mundo y de los hombres, como si Dios fuera igual a los hombres, y su derecho igual al derecho del mundo.
Es cierto que también Job, al caer en la angustia de muerte, habla demasiado contra Dios por la debilidad humana y peca en el sufrimiento, insistiendo no obstante en que no ha merecido tal su¬frimiento más que otras personas, lo cual es cierto. Pero al final Dios sentencia que Job, al hablar contra Dios en su sufrimiento, se ha expresado injustamente; y que, sin embargo, ha tenido razón al sostener ante sus- amigos su inocencia frente al sufrimiento. Así es como el autor de esta historia llega a la conclusión de que sólo Dios es justo, y que, sin embargo, un hombre puede estar en lo justo ante el otro, incluso delante de Dios.
Pero el hecho de que Dios hace tropezar a sus grandes santos ha sido escrito para nuestro consuelo, especialmente en la adversidad. Pues, antes de caer en angustia de muerte, Job alaba a Dios por el robo de sus bienes y por la muerte de sus hijos. Pero, cuando se acerca al umbral de la muerte y Dios se retira, sus palabras eviden¬cian los pensamientos que abriga contra Dios un hombre —por muy santo que sea— en la angustia de muerte, cómo le parece que Dios no es Dios, sino un juez y un tirano colérico que procede con vio¬lencia y no pregunta por la vida proba de nadie. Esta es la parte más importante en este libro, la cual sólo entienden los que también experimentan y sienten lo que es sufrir la cólera y el juicio de Dios y qué significa que su gracia esté oculta.
El lenguaje de este libro es tan vigoroso y magnífico como el de ningún otro en toda la Escritura. Y si se lo tradujese en un todo pa¬labra por palabra (como pretenden los judíos y los traductores in¬competentes), y no mayormente según el sentido, nadie lo podría entender; por ejemplo, cuando dice: "Los sedientos le beberán sus bienes", esto es "los ladrones se los arrebatarán"; lo mismo: "Los hi¬jos del orgullo nunca transitaron por ahí", esto es, los jóvenes leones que andan orgullosos; y otras expresiones por el estilo. Lo mismo, a la dicha llama luz, a la desdicha oscuridad, etc. Por esto considero que esta tercera parte será objeto de crítica y censura por parte de los sabidillos que dirán que se trata de un libro distinto del que tiene la Biblia latina. Allá ellos. Hemos puesto nuestro empeño en ofrecer un lenguaje claro y comprensible para todos, con sentido y conceptos no tergiversados. Puede ser que alguien lo haga mejor.



PREFACIO AL SALTERIO


Muchos  santos  padres han  alabado y amado  particularmente  el Salterio, más  que  otros libros de la Escritura. Y por  cierto  que  la obra elogia suficientemente a su autor; no obstante lo cual, también nosotros debemos tributar nuestra alabanza y nuestro reconocimiento. Se han difundido en años pasados muchísimas leyendas de santos y de sus padecimientos, libros de ejemplos e historias con que se ha llenado el mundo de tal manera que el Salterio se hallaba en total abandono, resultando tan oscuro que no se entendía bien ni un solo salmo. Sin embargo,  tenía tal  fama de obra noble y exquisita que todos los  corazones piadosos se sentían estimulados  a la devoción y aun confortados por las palabras incomprendidas, y por eso apre¬ciaban tanto este  librito.
Sin embargo, considero que no ha habido ni habrá sobre la tierra mejor libro de ejemplos, de leyendas de santos, que el Salterio. Y si se quisiera escoger, recopilar y editar de la mejor manera lo más ex¬celente de todos los ejemplos, leyendas e historias, el resultado tendría que ser el actual Salterio. Porque aquí encontramos, no solamente lo que han hecho uno o dos santos, sino lo que ha hecho la cabeza misma de todos los santos y lo que hacen aún todos ellos: Qué acti¬tud observan frente a Dios, frente a los amigos y enemigos, y cómo se conducen y comportan en todos los peligros y sufrimientos. Ade¬más de ello, contiene toda clase de doctrinas y mandamientos divinos para la salvación.
El Salterio debería ser apreciado y amado por el solo hecho de que promete tan claramente la muerte y la resurrección de Cristo y describe su reino, y la condición y naturaleza de toda la cristiandad. Bien se lo podría llamar una Biblia en síntesis, en la que se en¬cuentra resumido todo el contenido de la Biblia de la manera más bella y más breve, hecho y preparado como un magnífico enquiridion o manual. Hasta me parece que el Espíritu Santo se ha querido tomar la molestia de componer una Biblia breve y un libro de ejemplos de toda la cristiandad o de iodos los santos, de manera que si alguien no pudiera leer toda la Biblia tendría aquí casi toda la suma de la Escritura resumida en un pequeño libro.
Más aún, la virtud y peculiaridad del Salterio consiste en que mientras otros libros hacen mucho alarde de las obras de los santos y dicen poco sobre sus palabras, el Salterio es en este sentido una obra excepcional que deleita grandemente al lector, por cuanto no relata solamente las obras de los santos, sino también sus palabras, cómo han hablado con Dios y cómo han orado y todavía hablan y oran. Cuando se compara el Salterio con las otras leyendas y ejem¬plos, vemos que éstos nos proponen puros santos mudos, mientras que el Salterio nos presenta santos verdaderos de vida auténtica.
En efecto, si se compara a un hombre murió con uno que habla, hay que considerar a aquél casi como un hombre medio muerto. Y no hay en el hombre arción más eficaz que el habla, ya que el habla es lo que más distingue al hombre de los demás seres vivientes, más que la apariencia física u otras propiedades: porque bien puede tener la madera la forma de un hombre merced al arte del tallador, y un animal bien puede ver, oír, olfatear, cantar, caminar, estar en pie, comer, beber, ayunar, tener sed, soportar el hambre, el frío y un duro lecho, tanto como un hombre.
El Salterio hace aún más: no nos presenta la  prosa corriente de los santos, sino la mejor, con la que se han dirigido a Dios con gran fervor para hablarle sobre los asuntos más importantes. De este modo nos presenta, no solamente sus palabras más que sus obras, sino tam¬bién su corazón y la riqueza íntima de sus almas, para que podamos echar una mirada al origen  y fuente de sus palabras y de sus obras, esto es, a su corazón, para ver qué clase de pensamientos han tenido, cómo se ha conducido y comportado su corazón en toda situación, peligro y necesidad. Esto no lo liaren ni lo pueden hacer las leyendas o los ejemplos que ensalzan solamente las  obras  y los milagros de los santos. En efecto, no puedo conocer la condición del corazón de un hombre, aun cuando vea y escuche muchas obras excelentes de él. Y así como preferiría  oír hablar  a  un  santo antes que  ver  sus obras, igualmente preferiría ver su corazón y la riqueza de su  alma antes que oír su palabra. Esto es precisamente lo que nos ofrece el Salterio en gran abundancia con respecto a los santos, de manera que podemos estar seguros de cuál era la condición de su corazón y cuáles fueron sus palabras ante Dios  y toda  otra  persona.  Pues el  corazón humano es semejante a un navío en un mar furioso, que es empujado por los vientos  tormentosos  desde  los   cuatro puntos cardinales del mundo. Una vez nos asalta el temor y la  preocupación ante un  descalabro futuro. Otra vez arremete la aflicción y la  tristeza del dolor presente. Una vez sopla la brisa de la esperanza y el presentimiento de una dicha futura. Otra vez sopla el viento de la seguridad y del deleite  por  los  bienes  presentes.
Tales vientos tormentosos, empero, enseñan a hablar con fervor y a abrir el corazón y manifestar sus más recónditos pensamientos. Pues quien está inmerso en el temor y en la necesidad, habla en forma muy distinta de la desgracia que quien flota en la alegría. Y el que vive en la alegría, habla y canta de la alegría en forma muy distinta que el que está inmerso en el temor. No sale del corazón —se dice— cuando un hombre triste debe reír o un hombre alegre llorar, esto es, cuando lo íntimo del corazón no se manifiesta y no se expresa.
¿Pero no está dedicada la mayor parte del Salterio a hablar tan gravemente en toda clase de vientos tormentosos. ¿Dónde se encuen¬tran palabras más delicadas sobre la alegría que las que contienen los salmos de alabanza y los de acción de gracias? Ahí ves abierto delante de ti el corazón de todos los santos, como bellos y primorosos jardines, en efecto, como .si vieras el cielo mismo, y cómo brotan en ellos, cual llores delicadas y hermosas, los más variados, elevados y alegres pensamientos, concernientes a Dios a causa de sus bondades.
Por otra parte, ¿dónde encuentras palabras más profundas, más plañideras, de tristeza más desgarradora que en los salmos de lamen¬tación? Aquí nuevamente ves abierto delante de ti el corazón de todos los santos, como si vieras la muerte v aun el infierno mismo. ¡Qué tinieblas y oscuridad hay aquí por la múltiple visión de la cólera de Dios! Así también, cuando hablan de temor o esperanza utilizan pa¬labras tales que ningún artista te podría dibujar de igual manera el temor y la esperanza y ningún Cicerón u orador te los podría des¬cribir.
Y, como se ha dicho, lo más destacable es que los Salmos hablen tales palabras ante Dios y con Dios, lo que confiere a .sus palabras un doble fervor y vitalidad. Pues cuando se habla comúnmente a los hombres de tales asuntos, no nace tan de lo profundo ni tiene este carácter fervoroso, vital e incisivo. A esto se debe también que el Salterio sea el libro de todos los santos, y que en cualquier situación que uno se encuentre hallará salmos y palabras que se adapten a su situa¬ción, de tal modo que le parecerá como si hubiesen sido compuestos para él solamente, de modo que él mismo no podría componerlos ni encontrarlos ni aun desearlos mejor.
Esto también contribuye a que uno al hallar placer en estas pala¬bras y encontrarlas adecuadas a su caso, asuma la certeza de que está en la comunidad de los santos y que a todos los santos les ha ocurrido lo mismo, porque tocios unen su voz con la suya en un coro común, tanto más cuando también él puede hablar de esta manera con Dios, como ellos lo hicieron, para lo cual es imprescindible tener fe, porque a un hombre incrédulo estos salmos no le agradan.
Por último, se encuentra en el Salterio la seguridad y una guía digna de toda confianza, de modo que se puede, sin peligro alguno, seguir a todos los santos en lo que allí se dice. Pues los otros ejemplos y leyendas de santos mudos nos presentan diversas obras que no po¬demos imitar. En cambio, presentan muchas obras cuya imitación es peligrosa y que comúnmente originan sectas y facciones que desvían y apartan de la comunidad de los santos. Pero el Salterio te conserva en la comunidad de los santos y lejos de las facciones; porque él te enseña en la alegría, en el temor, en la esperanza, en la tristeza, a tener el mismo ánimo que tuvieron todos los santos y a hablar como ellos han hablado.
En resumen: ¿quieres ver pintada la iglesia cristiana en un peque¬ño cuadro con colores y figuras vivas? Entonces, coloca el Salterio de¬lante de ti, y tendrás un espejo claro y excelente que te mostrará lo que es la cristiandad. Más aún: te verás retratado también a ti mismo y hallarás el verdadero “conócete a ti mismo” y, además, al propio Dios y todas las creaturas.
Por consiguiente propongamos también agradecer a Dios por tan inefables bienes y aceptarlos con empeño y fervor, usarlos y practicar¬los para alabanza y honra de Dios, a fin de que no merezcamos algo peor por nuestra falta de gratitud. Pues antes, en los tiempos de las tinieblas, ¡qué gran tesoro habría significado poder entender bien un salmo y leerlo u oírlo en lenguaje comprensible! Pero no se tuvo tal tesoro. En cambio ahora ¡dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oídos que oven lo que nosotros oímos! Pero me temo, y desgraciadamente lo estamos viendo, que nos sucede como a los ju¬díos en el desierto, que decían del pan del cielo: "Nuestra alma siente hastío de este manjar miserable". Pero debemos también recordar que en el mismo pasaje se relata cómo fueron asediados por plagas y muertes, para que no nos ocurra a nosotros lo mismo.
Que nos ayude para ello el Padre de toda gracia y misericordia, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, el cual sea alabado y bende¬cido, honrado y loado por este Salterio alemán y por todos sus incon¬tables e inefables favores, por toda la eternidad. Amén, amén.



PREFACIO A LOS LIBROS DE SALOMÓN


(1524)


Tres libros llevan el nombre de Salomón. El primero se llama Proverbia, los Proverbios, al cual justicieramente se le podría llamar libro de las buenas obras, puesto que en él se enseña a actuar con probidad ante Dios y el mundo. El autor se dirige especialmente a la querida juventud, remitiéndola de una manera muy paternal a los mandamientos de Dios con promesas consoladoras de la fortuna que aguarda a los buenos y con amenazas de los castigos que deberán sufrir los malos. Pues la juventud está inclinada por sí misma a todo lo malo, y además, debido a su inexperiencia, no comprende la astucia v la maldad del mundo y del demonio: es demasiado débil para resistir los malos ejemplos y las tentaciones de pecar, no siendo capaz de go¬bernarse por sí misma, sino que cuando no es guiada se corrompe y se pierde antes de que se dé cuenta.
Por eso necesita y debe tener maestros y dirigentes que la exhor¬ten, la adviertan, la censuren, la corrijan, manteniéndola siempre en el temor y en el mandamiento de Dios para protegerse del demonio, del mundo y de la carne. Esto es lo que hace Salomón con todo empeño y profusión en su libro, condensando su enseñanza en proverbios para que sea captada más fácilmente y retenida con más agrado, de modo que todo aquel que piense llegar a ser probo debería tener este libro como su manual diario o su libro de oraciones, leyéndolo a me¬nudo y aplicándolo en su vida.
Hay solamente estas dos alternativas: O uno se deja corregir por su padre o castigar por el verdugo: como se dice: puedes huir de mí, pero no del verdugo. Sería bueno que se le inculcara siempre esto a la juventud, de que tiene que saber que debe soportar la vara del padre o la espada del verdugo, así como en este libro Salomón amena¬za siempre con la muerte a los desobedientes. Pues no hay vuelta que darle: Dios no deja nada sin castigo. Como enseña la experiencia, los desobedientes y perversos sucumben de manera asombrosa y caen al fin en las manos del verdugo, cuando menos lo piensan y más segu¬ros se sienten. De todo ello son testigos e indicios públicos las horcas, las ruedas y los patíbulos junto al camino frente a todas las ciudades, los que han sido colocados por Dios mediante el gobierno civil, para atemorizar a todos aquellos que no quieren dejarse guiar por la pala¬bra de Dios u obedecer a los padres.
Por eso Salomón en este libro tilda de necios a todos los que desprecian los mandamientos de Dios, y de sabios a los que se atienen a ellos. Y con esto no se refiere solamente a la juventud —a la que se propone enseñar preferentemente—, sino a toda clase de edades y con¬diciones, desde el más elevado al más humilde. Pues, así como la juventud tiene sus propios vicios contra los mandamientos de Dios, también tienen todas las otras edades sus propios vicios y aun peores que los de la juventud. Como se dice: Cuanto más viejo, peor. Y otras veces: La vejez no protege de ninguna necedad.
Aun cuando en los otros estados más elevados no existieran otros males como la avaricia, la altanería, el odio, la envidia, etc., sin em¬bargo es suficientemente malo este solo vicio de que pretenden ser inteligentes y sabios, cuando no debieran serlo, tendiendo cada uno a hacer otra cosa que lo encomendado y omitir lo que le está encomen¬dado. Así, el que tiene un oficio eclesiástico quiere ser perito y activo en lo mundano, no aceptando límites a su sabiduría en este campo. A su vez, al que tiene un oficio civil le queda chica la cabeza por su exceso de sapiencia respecto de cómo se debe desempeñar el oficio eclesiástico.
Todos los países, todas las ciudades, todas las casas están llenos de tales necios, y en este libro son muy diligentemente castigados y cada uno es exhortado para que se ocupe en lo suyo y para que con empeño y fielmente realice lo que le ha sido encomendado. Y no hay virtud más excelsa que ser obediente y ocuparse en lo suyo y en lo que a uno le ha sido encomendado. A esto se le llama ser sabio. A los deso¬bedientes se los llama necios, aunque ellos no quieran ser desobedientes ni necios, ni ser llamados así.
El otro libro se llama Koheleth que nosotros denominamos El Pre¬dicador, que es un libro de consuelo. Cuando un hombre quiere vivir según la enseñanza del primer libro y dedicarse a su deber o a su oficio, se le oponen el demonio, el mundo y su propia carne, de modo que el hombre se cansa y se hastía de su propio oficio, de modo que se arrepiente de todo lo que ha emprendido, va que nunca prospera como él quisiera. Surgen entonces la fatiga, la pena, el desgano y la impaciencia y la protesta: de modo que uno quisiera cruzarse de brazos y no hacer más nada. Porque cuando el diablo no puede impedir, por un lado, la obediencia mediante insinuación a la extralimitación y al placer, trata de obstaculizarlo con molestias y contrariedades.
Ahora bien; así como Salomón enseña en el primer libro obedien¬cia en contra de la inclinación y pasión insensata, así enseña en este libro a ser paciente y perseverante en la obediencia frente al desgano y la tribulación y a aguardar siempre la hora de Dios en paz y alegría. Y lo que no puede impedir o cambiar, lo deja pasar, va que de alguna manera se hallará una solución.
El tercer libro es un  canto  de alabanza.  Salomón  alaba  a  Dios por la obediencia como don de Dios. Porque donde Dios mismo  noadministra y gobierna, en ningún estado existe ni obediencia ni paz. Pero donde hay obediencia o buen gobierno, allí reside Dios y besa y acaricia a su querida novia con su palabra, esto es, con el beso de su boca. Por lo tanto, cuando en  un país o en un hogar se procede según estos dos libros, en la medida en que sea posible, entonces que
se cante también este tercer libro, y se alabe a Dios y se le dé gracias, el cual no solamente nos ha enseñado esto, sino que también lo ha hecho. Amén. 



PREFACIO A  LOS PROVERBIOS  DE  SALOMÓN

(1524)


Ya que este libro trata particularmente de necios y sabios y ensalza en todas partes la sabiduría y censura la insensatez, es preciso que se entienda el lenguaje y las palabras para saber lo que quiere indicar con los términos "necio" y "sabio". Para ello, con el objeto de que este útil libro llegue a ser más comprensible, destacaré brevemente algunas palabras de la manera más clara que me sea posible.
Es característico del rey David en el Salterio y especialmente del rey Salomón —y quizás haya sido la manera de hablar de su época— llamar necios (Narren) e insensatos (Taren), no a los que son tildados de necios en el mundo o que desde su nacimiento son necios, sino por el contrario a toda clase de gente relajada, frívola, desconsiderada, principalmente a los que andan, actúan y hablan sin la palabra de Dios, por propia razón y propósito; A esta categoría pertenecen comúnmente los  más grandes,  los  más  inteligentes,  los  más  poderosos, los más ricos y los más santos ante el mundo. Así también  Pablo llama necios a los gálatas, Cristo hace lo mismo con los fariseos y con sus propios discípulos en el evangelio. Esto lo aclaro para que sepas que Salomón no habla de la gente común y comente cuando emplea el término necios, sino   precisamente de los más destacados en el mundo.
Pues aquí Salomón designa con "sabiduría" únicamente la sabi¬duría de Dios que se enseña en las palabras y en las obras de Dios; por eso menciona siempre el mandato y la obra cíe Dios. Además, todos los Proverbios no tienen otro origen que la palabra y la obra de Dios, porque todos los propósitos de los hombres son vanos y falsos, y todo acontece como Dios quiere y hace. Así dice también el refrán alemán; "Te está destinado, pero no lo recibirás", y "El afortunado se casa con la novia". Estos proverbios y otros semejantes tienen ori¬gen en el hecho de que se ha visto y constatado que los propósitos y esperanzas humanas fracasan siempre y que las cosas suceden en otra forma de lo que se piensa, de modo que por fin es preciso ad¬vertir que es otro el que mueve la rueda. Esto es lo que unos han llamado Dios, y otros fortuna. Por eso son verdaderos y ciertos todos los proverbios en todas las lenguas e idiomas, en cuanto se basan en la obra de Dios y provienen de ella, aun cuando no haya presen¬cia formal de la palabra de Dios. En cambio, Salomón llama insensa¬tez a todo lo que acontece sin la palabra y obra de Dios; llama sabio al que se guía por la palabra y la obra de Dios; llama necio al que con presunción se guía por su sentido y parecer.
De todo esto podemos apreciar qué hombre excelente, sabio y notable es el rey Salomón, pues tomó las cosas con tanta seriedad que, a pesar de sus múltiples actividades reales, emprendió la tarea de maestro, y especialmente la más necesaria, es decir, educar y guiar a la juventud, señalando cómo debe actuar ante Dios piadosamente según el espíritu, y ante el mundo sabiamente con cuerpo y bienes. Pues es muy importante que haya tal gente sobre la tierra, como lo advirtió el rey Salomón, la cual no habrá si no se la forma en la ju¬ventud. Por eso, sería oportuno inculcar a tiempo este librito a la juventud en todo el mundo y ponerlo cotidianamente en uso y prác¬tica. Por causa de esto, sin duda alguna, fue escrito esto por el rey Salomón, para ejemplo de lodos los reyes y señores con el objeto de que tomen el debido interés por la juventud. Que Dios dé su gracia para ello. Amén.



PREFACIO AL PREDICADOR DE SALOMÓN

(1524)
Este libro se denomina en hebreo Kohéleth, esto es, una persona que habla públicamente en una comunidad. Pues se llama Kahal a una comunidad reunida, lo que en griego se llama ekklesia. Pero ciertamen¬te el libro no fue escrito ni redactado por la mano del propio rey Salomón, sino escuchado de su boca por otros y luego recopilado por los eruditos; como ellos mismos confiesan al final: "Estas palabras de los sabios son aguijones y clavos colocados por los maestros de la comunidad y dadas por un pastor". Esto significa que en aquel tiempo se encomendó a algunos escogidos por el rey y el pueblo que redactaran y recopilaran éste y otros libros dados por Salomón, el único pastor, para que no cualquiera compusiera libros a su gusto, cosa de la que ellos mismos también se quejan al decir que de hacer libros no hay fin y al prohibir que se acepten otros.
A tales personas se las llama aquí maestros de la comunidad, porque los libros tenían que ser aceptados y aprobados por su mano y su oficio, pues el pueblo judío tenía un gobierno civil establecido por Dios, por lo cual todo esto podía realizarse en forma enteramente correcta. Así también este libro de proverbios de Salomón ha sido recopilado por otros, y en su parte final se han agregado las senten¬cias y los dichos de algunos otros hombres sabios. Asimismo el Can¬tar de los Cantares de Salomón constituye un libro compuesto por otros y tomado de la boca de Salomón. De ahí que tampoco se ha mantenido ningún orden en estos libros, sino que una cosa está mez¬clada con la otra, ya que no han escuchado todo en un mismo tiempo ni de una vez; lo cual necesariamente debe ser la índole de tales libros.
Con justa razón este libro debiera tener el título: Contra el li¬bre albedrío. Pues todo tiende a mostrar que los consejos, propósitos e intentos de todos los hombres son en vano y perecederos, y que las cosas siempre acontecen de una manera diferente de como queremos y pensamos. De esta manera nos quiere enseñar que permanezcamos serenos y dejemos que sólo Dios haga todas las cosas, por encima, en contra y sin nuestro conocimiento y consejo. Por eso, no debes en¬tender este libro como si reprimiera lo creado por Dios, cuando dice que todo es vanidad y calamidad. Pues lo creado por Dios es bueno sin excepción, Génesis 1, y 1ª Timoteo 4. También enseña que cada uno debe gozar de la vida con su mujer y hacer buen uso de sus días, etc. Antes bien, se trata de que los propósitos e intenciones de los hombres en relación con las cosas creadas invariablemente fracasan y son vanos, cuando no se está satisfecho con lo que se tiene a mano y se las quiere gobernar y manejar en lo futuro. De este modo se marcha siempre a paso de cangrejo, de tal suerte que, no habiendo tenido más que vanas preocupaciones y molestias, ocurre sin embar¬go lo que Dios quiere y piensa y no lo que nosotros queremos y pensamos. En resumen, como dice Cristo en Mateo 6: "No os preocu¬péis por el día de mañana, porque el día de mañana tendrá su propia preocupación; es suficiente que cada día tenga su propio mal". Esta sentencia es la reseña y contenido de este libro. El preocuparse por nosotros le concierne a Dios: pues nuestras propias preocupaciones fracasan y producen solamente una vana molestia.


PREFACIO A LOS PROFETAS

(1532)


Para la razón humana aparecen los profetas como una cosa de poca importancia, como si en ellos se encontrase poco de utilidad, es¬pecialmente cuando se lanza sobre ellos el maestro sabelotodo que conoce la Sagrada Escritura de memoria y al dedillo. Éste, en la in¬mensa riqueza de su espíritu, considera el libro de los profetas nada más que mera habladuría vana e inoperante. Esto ocurre porque ya no están más delante de los ojos los sucesos y las obras, sino que solamente se escuchan las palabras y los relatos. Lo cual no es nin¬gún milagro, ya que también ahora se desprecia la palabra de Dios, aun cuando diariamente tengamos a la vista la vigorosa realidad de las señales y los acontecimientos, y además el reino de Cristo. ¡Cuán¬to se la despreciaría si no existiera el suceso y la acción! De igual manera, los hijos de Israel despreciaban a Dios y su palabra, cuando tenían ante sus ojos el maná, la columna de fuego, la nube luminosa y, además, los sacerdotes y príncipes.
Por tal motivo, nosotros los cristianos no debemos ser semejantes sabelotodo desvergonzados, hastiados y desagradecidos, sino que debamos leer y aplicar los profetas con seriedad y provecho. Pues, pri¬meramente, anuncian y testifican del reino de Cristo en el cual vivimos nosotros ahora y en el cual han vivido hasta el presente y vivirán hasta el fin del mundo todos los creyentes en Cristo. Porque es un poderoso consuelo para nosotros v una fuerza consoladora el hecho de que tengamos para nuestra vida cristiana tan imponentes y anti¬guos testigos mediante los cuales es confortada en gran manera nues¬tra fe cristiana en el sentido de que es oí estado correcto ante Dios, contra todas las otras santidades y facciones, erróneas, falsas y huma¬nas, las que por su gran apariencia y por la multitud de sus adherentes, y, por otra parle, también por la cruz v por el número exiguo de los que se mantienen en la fe cristiana, causan gran tropiezo e in¬quietud al corazón débil. Así también en nuestro tiempo los turcos, e! papa y otras facciones nos causan grandes e intensas irritaciones.
Para esto nos sirven de ayuda los profetas, como destaca San Pedro , al decir que los profetas no han expuesto para sí mismos sino para nosotros lo que les fue revelado; para nosotros, afirma, lo han expuesto. Pues ellos nos han prestado un servicio con sus profecías, en el sentido de que quien quiere estar en el reino de Cristo debe saber y guiarse por el hecho de que ha de sufrir mucho antes de llegar a la gloria. Con ello estaremos seguros de dos cosas: de que la gran gloria del reino de Cristo es ciertamente nuestra y que vendrá después; y que, no obstante, le deben preceder cruz, oprobio, miseria y menosprecio y toda clase de sufrimientos por causa de Cristo, para que no perdamos el ánimo debido a la impaciencia o la incredulidad, ni desesperemos de la futura gloria que será tan grande que aun los mismos ángeles anhelan verla.
En segundo lugar, nos muestran muchos e importantes ejemplos y experiencias acerca del primer mandamiento y lo ilustran en forma magistral, tanto con palabras como con ejemplos, para conducirnos poderosamente y conservarnos en el temor de Dios y la fe. Pues, luego de haber profetizado del reino de Cristo, todo lo restante son ejemplos de cómo Dios ha confirmado estricta y rigurosamente su primer mandamiento, de modo que ciertamente leer o escuchar a los profetas no es otra cosa que leer o escuchar cómo Dios amenaza y consuela. Amenaza a los impíos y seguros de sí mismos y soberbios; y, cuando la amenaza no surte efecto, recurre a castigos, pestilencia, hambre, guerra, hasta que sucumben, haciendo así efectivas sus ame¬nazas expresadas en el primer mandamiento. En cambio consuela a los temerosos de Dios, que están en toda clase de necesidades y tam¬bién acude para fortalecerlos con ayuda y consejo mediante toda clase de prodigios y señales contra cualquier poder del diablo o del mundo, y así hace efectivo también su consuelo expresado en el pri¬mer mandamiento.
Con tales sermones y ejemplos abundantes nos sirven, además, los profetas para que no nos escandalicemos cuando vemos con cuánta seguridad y orgullo los impíos desprecian la palabra de Dios y no prestan ninguna atención a sus amenazas, como si Dios no existiera. Pues en los profetas vemos, que a nadie le ha ido bien si ha despreciado las amenazas de Dios, aunque hayan sido los más poderosos, emperadores, reyes o las personas más santas e instruidas bajo el sol. Por otra parte, vemos que no ha sido abandonado nadie que con¬fiara en el consuelo y las promesas de Dios, aunque hayan sido los más míseros, pobres pecadores y mendigos que hay sobre la tierra, aunque fuese el mismo Abel asesinado o el engullido Jonás. Pues los profetas nos demuestran con ello que Dios otorga gran importancia al primer mandamiento y quiere ser un Padre bondadoso de los pobres y creyentes sin tener a nadie por demasiado insignificante o digno de desprecio. En cambio, es un juez airado contra los impíos y orgullosos, y sin tener a nadie por demasiado grande, poderoso, inteligente o muy santo, aunque sea el emperador, el papa, los turcos o el propio diablo.
Por esta razón, es provechoso y necesario leer a los profetas en nuestro tiempo, para que con tales ejemplos y sermones seamos fortalecidos y consolados contra las inexpresables, incontables y, si Dios quiere, las últimas causas de perturbación del mundo condenado. Pues, ¡cuan completamente insignificante considera el turco a nuestro Señor Jesucristo y su reino comparado con él mismo y su Mahoma! ¡Cómo es despreciado por este lado entre nosotros, y bajo" el papado, el querido y pobre evangelio y la palabra de Dios frente a la imagen espléndida y la riqueza deslumbrante de los mandamientos y la san¬tidad humanos! ¡Con cuánto desparpajo se oponen las turbas de los fanáticos epicúreos y otros de la misma laya con su propio engrei¬miento a la Sagrada Escritura! ¡Cuan atrevida y disolutamente vive ahora cada cual según su antojo contra la nítida verdad, que ahora está a la luz del día, de modo que parece que ni Dios ni Cristo son algo, para no hablar de que el primer mandamiento de Dios deba tener un carácter severo!
Pero aquí es cuestión de esperar; ¿crees que los profetas nos han mentido o engañado con sus historias y prédicas? Hubo más reyes po¬derosos, y peores bribones, que sucumbieron: éstos tampoco escapa¬rán. Por otra parte, hubo también gente más necesitada y mísera, a la cual, sin embargo, se le ha ayudado prodigiosamente. Nosotros tam¬poco quedaremos abandonados. Ellos no son los primeros que se opusieron y que se vanagloriaron. Tampoco somos los primeros que han sufrido y han sido afligidos. Así es como podemos sacar prove¬cho de los profetas y leerlos de una manera fructífera.
Bien se puede comprender el motivo de que haya en ellos más amenazas y castigos que consuelo y promesas, pues en todos los tiem¬pos son más los impíos que los piadosos. Por eso siempre hay que insistir mucho más en la ley que en las promesas, porque los impíos ya de por sí se sienten seguros y muy dispuestos a aplicarse los con¬suelos y las promesas divinas a sí mismos, y a otros las amenazas y castigos, no dejándose apartar de ninguna manera de tal opinión equivocada y esperanza falsa. Pues su lema es: Pax el securitas, es de¬cir: No hay por qué preocuparse. En eso se mantienen, y así es como van a la destrucción, tal como dice San Pablo en el mismo pa¬saje: "Repentinamente vendrá sobre ellos la destrucción".


Idolatría entre los judíos

Además, puesto que los profetas claman principalmente contra la idolatría, es necesario saber qué forma tenía la idolatría entre ellos. Pues entre nosotros, bajo el papado, hay muchos que tienen de sí un concepto muy favorable y opinan que no son idólatras como los hijos de Israel. Por eso tampoco aprecian mucho a los profetas, especial¬mente en este punto, como si no les tocaran los castigos con que los profetas amenazan la idolatría. Son demasiado puros y santos para ser idólatras, y sería risible para ellos si se les dijese que tienen que temer o espantarse ante las amenazas y reprensiones contra la ido¬latría. Ocurre lo mismo que con el pueblo de Israel, que simplemente no quería creer que fuera idólatra, y sostenía que las amenazas de los profetas eran todas inventadas, y los condenaba como herejes. Los hijos de Israel no eran tan insensatos que veneraran simplemente; maderas y piedras, especialmente los reyes, príncipes, sacerdotes y profetas, los que, sin embargo, eran los más idólatras de todos. Antes bien, su idolatría consistía en que abandonaron el culto divino según fue instituido y ordenado en Jerusalén y en otros lugares designados por Dios, modificándolo por propia opinión y arbitrio, sin orden de Dios, instituyéndolo y estableciéndolo en otro lugar, inventando otras maneras, personas y tiempos nuevos para ello, cosa que Moisés había prohibido estrictamente, especialmente en Deuteronomio, indicán¬doles el lugar que Dios había escogido para su tabernáculo y su re¬sidencia. Su idolatría consistía en esta falsa opinión que ellos consi¬deraban algo precioso, confiando estar en lo correcto, aunque era pura desobediencia y apostasía de Dios y de su mandamiento.
Así leemos en 1ª Reyes 12 que Jeroboam no sólo erigió los dos becerros, sino que al mismo tiempo hizo predicar al pueblo: "No de¬béis subir más a Jerusalén, sino, he aquí, Israel, tu Dios que te ha sacado de Egipto". No dice: "He aquí, Israel, esto es un becerro"; sino: "Es tu Dios que te ha sacado de Egipto". Confiesa abiertamente que el Dios de Israel es el Dios verdadero y el que los sacó de Egipto; pero no se debe ir a Jerusalén para buscarlo, sino que se le encuentra ahí en Dan y Betel, donde están los becerros de oro. La opinión era, pues, que se podía sacrificar y servir a Dios frente a los becerros de oro como si fueran un signo sagrado de Dios, en la misma forma en que se sacrificaba y servía en Jerusalén ante el arca de oro. Esto significa abandonar el culto divino en Jerusalén y negar a Dios que había ordenado ese culto, como si no lo hubiese ordenado.
Y de este modo confiaban en sus propias obras y opiniones, y no sola y únicamente en Dios. Con semejante idea llenaban luego el país de idolatría: construían altares, sacrificaban y quemaban incien¬so, sobre todos los montes, en todos los valles, bajo todos los árbo¬les, pretendiendo que todo eso se considerase servir al Dios de Israel. El que decía otra cosa era un hereje y falso profeta. Pues implantar idolatría se le llama propiamente a emprender un culto divino sin mandato de Dios y por propia iniciativa. Pues él no quiere que nos¬otros lo aleccionemos con respecto de cómo hay que servirlo, sino a la inversa, él nos lo quiere enseñar y prescribir. Su palabra debe estar presente; nos debe ¡luminar y dirigir. Sin su palabra todo es idola¬tría y pura mentira, por más piadosa y sublime que sea la apariencia. Sobre este tema ya hemos escrito a menudo.


Idólatras entre los cristianos

De lo dicho se deduce que entre nosotros los cristianos son idó¬latras —y ciertamente les toca la censura de los profetas— los que han inventado nuevos cultos divinos o que aún los mantienen, sin orden y mandato de Dios, de acuerdo con el propio criterio y —como se dice— con buena intención. Pues con ello ciertamente ponen su confianza en las obras de su elección, y no sola y exclusivamente en Jesucristo. Pues a éstos los profetas han llamado adúlteros, a los que no se contentan con su esposo Cristo, sino que corren detrás de otros también, como si Cristo solo no podría ayudar sin nosotros y sin nuestras obras, o como si él solo no nos hubiera redimido, sino que tuviéramos que cooperar en ello, aunque sabemos muy bien que nosotros no liemos cooperado en nada, que él murió por nosotros y cargó con nuestros pecados sobre sí y los llevó a la cruz, y no solamente antes de que todo el mundo pudiera pensar tal cosa, sino que también antes de que nosotros hubiéramos nacido. Es poco o aún menos de lo que coo¬peraron los hijos de Israel para que los egipcios y el faraón fueran castigados, y ellos liberados mediante la muerte de los primogénitos egipcios, cosa que Dios hizo completamente solo sin la más mínima cooperación de ellos.
Sí —dicen ellos— los hijos de Israel adoraban con su culto divino a ídolos y no al verdadero Dios; pero nosotros adoramos en nuestra iglesia al verdadero Dios y al único Señor Jesucristo, pues a nosotros no nos importa ningún ídolo. Respuesta: Así también decían todos los hijos de Israel, sin excepción, que todos sus cultos divinos se tri¬butaban al verdadero Dios, y no admitían de ninguna manera que su culto fuera tildado de idolatría, mucho menos de lo que lo quieren admitir nuestros religiosos. Por este motivo también asesinaron y per¬siguieron a todos los verdaderos profetas. Pues ellos no querían saber absolutamente nada de ídolos, como nos enseñan muy bien los relatos.
Pues así leemos en Jueces 17 que la madre de Micaía, luego que éste le había sustraído y devuelto los mil cien siclos de plata, le dijo: "Bendito sea mi hijo por el Señor; he dedicado tales siclos al Señor, para que mi hijo tome el dinero y mande hacer una escul¬tura y una imagen de fundición", etc. Aquí se advierte clara y cier¬tamente que la madre piensa en el verdadero Dios, al cual le había dedicado tales siclos, de los cuales se haría una escultura y una ima¬gen de fundición. Pues ella no dice: Yo he dedicado esa plata a un ídolo, sino al Señor, cuyo nombre es conocido por todos los judíos como el de] único Dios verdadero. En la misma forma procede tam¬bién el turco quien con su culto divino se refiere y piensa en el verdadero Dios que ha creado los cielos y la tierra; de la misma ma¬nera los judíos, los tártaros y ahora todos los incrédulos. Sin embar¬go, todo su culto no es más que pura idolatría.
De la misma manera, qué extrañamente cayó el hombre Gedeón, Jueces 8, quien en el mismo momento en que dijo a los hijos de Israel (los cuales deseaban que él y sus hijos fueran sus señores): "No quiero ser señor sobre vosotros y tampoco mis hijos, sino que el Señor (esto es el verdadero Dios) debe ser vuestro Señor", tomó sin embargo las joyas que le dieron, pero no hizo ni imágenes ni altar de ellas, sino solamente vestiduras sacerdotales, pretendiendo tener en su ciudad un culto divino según su propia idea. Sin embargo, la Escritura dice que todo Israel se prostituyó con ello y que por eso sucumbió su casa. Sin embargo, aquel hombre tan grande y santo no pensaba con ello en ningún ídolo, sino en el verdadero, único Dios, como lo atestiguan sus acertadas y enjundiosas palabras: "El Señor debe reinar sobre vosotros y no yo", etc., con lo cual da la honra claramente solo a Dios e insiste en que se confiese y considere como Dios y Señor únicamente al verdadero Dios.
Así hemos oído más arriba que el rey Jeroboam (1 R. 12:28) no llama a sus becerros de oro "ídolos", sino "Dios de Israel que los sacó cíe Egipto", el cual es el verdadero y único Dios; pues ningún ídolo los sacó de Egipto. Y tampoco era su intención adorar ídolos, sino porque temía (como dice el texto) que su pueblo se apartara de él, volviéndose al rey de Judá, en el caso de que celebraran culto divino solamente en Jerusalén, Jeroboam inventó un culto divino propio, para mantenerlos-consigo. Y sin embargo pensaba con ello-en el verdadero Dios que moraba en Jerusalén no siendo necesario —creía él— servir a Dios solamente en Jerusalén.
¿Y para qué tantas palabras? El mismo Dios reconoce que los hijos de Israel no pensaban en ningún ídolo, con su culto divino, sino sólo en él mismo. Pues así dice Oseas 2: "Entonces, dice el Señor, me llamarás mi esposo y no me llamarás más “mi Baal”; por¬que quiero quitar de vuestra boca el nombre de los baales y que nunca más se mencionen sus nombres". Aquí hay que reconocer que es verdad que los hijos de Israel pensaban en el único Dios verda¬dero con su culto divino y no en un ídolo, como dice Dios claramente en este pasaje de Oseas: "Tú no me llamarás más 'mi Baal' ". Ahora bien, Baal era el culto divino más grande, más común, más majes¬tuoso en el pueblo de Israel. Y sin embargo, era mera idolatría, no obstante que  pensaban  con   ello en  el  verdadero  Dios.
Por eso,  de  nada  les vale a  nuestros  eclesiásticos  pretextar que no adoran a ningún ídolo en sus iglesias y cabildos, sino solamente a Dios, al verdadero Señor. Pues aquí adviertes que no es suficiente decir o pensar: Lo hago en honor de Dios, pienso en el verdadero Dios, quiero servir al único Dios;  porque todos los idólatras también dicen y  piensan   lo mismo.  Lo  decisivo no  es  lo que  el  hombre  opina o piensa,  pues en   tal  caso  también  serían  servidores  de  Dios  los que torturaron  a  los apóstoles  y cristianos.  Pues  también  ellos  pensaban -como dice Cristo en Juan 16- que tributaban con eso un servicio a Dios. Y en Romanos 10 San Pablo da testimonio a los judíos de que eran celosos por su Dios, y en Hechos 26 afirma que con su culto divino ellos esperan día y noche llegar a la prometida bien¬aventuranza.
Por el contrario, cuídese cada uno de estar seguro que su culto divino sea instituido por la palabra de Dios y no sea creado por propia inventiva o buena intención. Pues el que practica un culto divino que no tiene testimonio de Dios debe saber que no adora al verdadero Dios, sino a su propio ídolo inventado, esto es, su arbitrio y sus falsos pensamientos, y con ello al propio diablo, por lo cual se dirigen contra él todas las palabras de los profetas. Pues no existe semejante Dios que permita que se instituya un culto divino por nuestra propia elección y criterio, sin su mandato y palabra, sino que hay un solo Dios que mediante su palabra ha instituido y mandado los diversos estados v cultos, con los cuales quiere que se le sirva. A esto debemos atenernos, no cediendo ni a izquierda ni a derecha, ni añadiendo, ni quitando, ni mejorando, ni empeorando. De lo con¬trario, no habrá limitación para la idolatría, v no se podrá mantener ninguna distinción entre un verdadero culto divino y la idolatría, porque todos piensan en el verdadero Dios y todos usan su verdadero nombre. A este único Dios sean dadas gracias y alabanzas por medio de nuestro Señor Jesucristo, su Hijo y nuestro Señor, bendito por los siglos de los siglos. Amén.



PREFACIO AL PROFETA ISAÍAS


(1528)


El que quiera leer con provecho al santo profeta Isaías y en¬tenderlo mejor no desprecie (si no tiene mejores recursos) los siguien¬tes consejos e indicaciones mías. En primer término, no se debe pasar por alto el encabezamiento o comienzo de este libro, sino tratar de entenderlo lo mejor posible, no sea que considere haber entendido a Isaías perfectamente, y después tenga que aceptar que se le diga que nunca ha entendido ni siquiera el encabezamiento y las prime¬ras líneas, para no hablar del libro entero. Pues el propio encabeza¬miento hay que considerarlo casi como una glosa que arroja luz sobre todo el libro. Pues el propio Isaías remite a sus lectores a este encabezamiento como una orientación y motivo de su libro. El que desprecia o no entiende el encabezamiento, a éste le digo que deje en paz al profeta o que nunca lo entenderá cabalmente. Porque es imposible entender o percatarse de la palabra y la intención del profeta en forma correcta y clara sin entender a fondo el encabe¬zamiento.
Al hablar del encabezamiento no me refiero solamente a que leas o entiendas palabras como Uzías, Jotam, Acaz, Ezequías, los reyes de Judá, etc., sino que acudas al último libro de los Reyes y al último de las Crónicas y que los captes bien, especialmente los relatos, discursos y acontecimientos que sucedieron entre los reyes que se nombran en el titulo, hasta el final de los mismos libros. Porque si se quiere entender la profecía es necesario saber cuál era la situación interna del país y cuál era la disposición de los habitantes o qué propósitos abrigaban a favor o en contra de sus vecinos, amigos o enemigos, y especialmente cómo se comportaban en su país frente a Dios y los profetas, en su palabra y culto divino o idolatría.


Países situados alrededor de Jerusalén y Judá

Además sería bueno también que se tenga conocimiento de la ubicación de los países, de modo que las palabras y nombres extran¬jeros, desconocidos, no causen molestias y entorpezcan la comprensión. V en obsequio de mis indoctos alemanes, voy a indicar brevemente la comarca que rodeaba a Jerusalén y Judá, donde vivió y predicó Isaías, para que vean mejor adonde apuntaba el profeta cuando profetizaba" contra el sur o el norte, etc.
Jerusalén o Judá linda al oriente con el Mar Muerto, donde en otros tiempos estuvo Sodoma y Gomorra. Al otro lado del Mar Muerto está la tierra de Moab y de los hijos de Amón. Más al este está Babi¬lonia o Caldea y más lejos aún el país de los persas, que Isaías menciona frecuentemente.
Al norte está el monte Líbano, y al otro lado Damasco y Siria; y más lejos, hacia el oriente, está Asiría, que también se menciona frecuentemente en el libro de Isaías.
Al occidente, a orillas del Mediterráneo, están los filisteos, los peores enemigos de los judíos, y en la costa septentrional del mismo mar están Sidón y Tiro que lindan con Galilea.
Hacia el Sur hay muchos países, como Egipto, Etiopía, Arabia, el Mar Rojo, Edom y Madián; Egipto, por lo tanto, está situado en el suroeste.
Éstos son casi todos los países y nombres de los cuales Isaías pro¬fetiza, como de vecinos, enemigos, amigos, que están alrededor de Judá como los lobos alrededor de un corral de ovejas. Con algunos de ellos los israelitas a veces entraron en alianzas y nuevas alianzas, pero de nada les sirvió.


De qué trata el profeta Isaías

Luego, debes dividir el libro del profeta Isaías en tres partes. En la primera parte trata, como los demás profetas, dos temas: Primero, predica mucho a su pueblo, reprobando sus diversos pecados, especialmente la multiforme idolatría que había alcanzado predominio en el pueblo —como lo hacen y tienen que hacer entre su pueblo ahora y en todos los tiempos los buenos predicadores—, y manteniéndolos en dis¬ciplina con amenazas de castigo y promesas del favor de Dios.
Segundo, los capacita y los prepara para tener esperanza en el futuro reino de Cristo, del cual profetiza en forma tan clara y variada, como ningún otro profeta, a tal punió que también se refiere detalla¬damente a la madre de Cristo, la Virgen María, cómo habría de conce¬birlo y darlo a luz, con inmaculada virginidad, capítulo 7, y a su pasión, capítulo 53, juntamente con su resurrección de los muertos. Además, anuncia categórica y claramente el advenimiento de su reino, como si describiera acontecimientos de su propio tiempo de modo que debió haber sido un profeta excelente y muy inspirado. Pues así hacen todos los profetas: aleccionan y reprenden a sus contemporáneos, y anuncian además la venida y el reino de Cristo, dirigiendo y remi¬tiendo al pueblo hacia el Salvador de todos, tanto de sus antepasados como de su posteridad. Si bien uno lo hace más que otro, y uno más profusamente que el otro. Isaías empero es el que habla de estas cosas en forma más profusa que todos.
En la segunda parte dirige especialmente su atención al imperio de Asiría, y al emperador Senaquerib. Aquí también profetiza más ampliamente que ningún otro profeta, es decir, cómo dicho emperador conquistaría todos los países vecinos, incluso el reino de Israel, cau¬sando además mucha desgracia al reino de Judá. Pero se mantiene firme como una roca en su promesa de que Jerusalén sería defendida contra él y liberada. Es uno de los prodigios más grandes que se pueda encontrar en la Escritura, no sólo por el hecho mismo de que semejante poderoso emperador sea derrotado ante Jerusalén, sino también a causa de la fe, con que se creyó en ello. Es un milagro, digo, que alguien le creyera al profeta en Jerusalén tales cosas imposibles. Seguramente tuvo que escuchar a menudo muchas palabras duras de los incrédulos. Sin embargo, lo hizo. Derrotó al emperador y defendió la ciudad. Por eso debe haber estado en buenas relaciones con Dios y debe haber sido considerado delante de él como un hombre valioso.
En la tercera parte se refiere al imperio de Babilonia. En ésta profetiza acerca de la cautividad babilónica, con la cual habría de ser castigado el pueblo y destruida Jerusalén por el emperador de Babi¬lonia. Pero en esta parte su mayor empeño es confortar y sustentar a su futuro pueblo de esta futura destrucción y cautividad, de modo que no desesperasen como si fuera su fin y el reino de Cristo no vinie¬ra, y todas las profecías fueran falsas y vanas
Con cuánto vigor y profusión de detalles habla de cómo Babilonia sería destruida y los judíos liberados, volviendo nuevamente a Jeru¬salén; incluso menciona con actitud desafiante contra Babilonia los nombres de los reyes que habrían de destruir a Babilonia, es decir, los medos y elamitas o persas; y en particular menciona al rey que habría de liberar a los judíos v ayudarlos a volver a Jerusalén, Ciro, a quien llama el ungido de Dios, mucho antes de que existiera un reino de Persia. Para él todo lo que importa es Cristo, para que su advenimiento y el reino prometido de la gracia y la salvación no sean despreciados ni invalidados por la incredulidad y por las muchas des¬gracias o la impaciencia de su pueblo, cosa que sucedería si no espe¬rasen v creyesen firmemente en el cumplimiento de las promesas. Estos son los tres temas que traía Isaías.


Qué orden observa el profeta

No observa, sin embargo, el orden de asignar a cada cosa su lugar r y dedicarle capítulos y páginas en particular, sino que está todo mez¬clado, de modo que introduce mucho del primer asunto en el segundo v tercero, y se refiere parcialmente al tercer asunto antes del segundo. No sé si esto es obra del que compiló y puso por escrito sus profecías (como también se supone que ocurrió con el Salterio) o si el propio Isaías lo compuso así. Esto sí puede constatarse: El tema primero y principal (predicar y reprender) lo trata desde el principio hasta el fin, también en la segunda v tercera parte.
Así también debemos hacer en nuestros sermones: el asunto prin¬cipal, el reprender a la gente y el predicar acerca de Cristo, siempre debe acompañar a lo demás, aun cuando a veces nos propongamos predicar de otra cosa, como de los turcos o el emperador, etc.
A base de esto, cada uno puede entender al profeta seguirlo sin dificultades, de tal forma que el orden observado no lo desoriente ni lo canse, como parece sucederles a los inexpertos. Nosotros, por cierto, hemos puesto todo el empeño posible para que Isaías hable un correcto y claro alemán, aunque fue una tarea difícil y llena de obs¬táculos, como advertirán los que dominan tanto el alemán como el hebreo, principalmente los sabiondos que pretenden entenderlo todo. Pues el hebreo de Isaías es muy elocuente, de modo que el poco pu¬lido alemán fue un serio escollo.
El provecho que se pueda sacar al leer a Isaías es cosa que pre¬fiero que descubra el propio lector, en vez de explicarlo yo. Y al que no lo descubra o no lo quiera descubrir no le será de mucho provecho que se ensalce el escrito del profeta. Ciertamente rebosa de textos llenos de vida, consoladores y efusivos para todas las conciencias acongojadas y para todos los corazones míseros y afligidos. Hay también bastantes textos de amenazas y de advertencias contra las cabezas obstinadas, altaneras, insensibles de los impíos, por si todavía hubiera posibilidad de corregirlos.
Sin embargo, tienes que considerar a Isaías como un hombre que entre el pueblo judío fue tenido por despreciado, hasta por necio, e insensato. Porque no lo estimaron como lo hacemos nosotros hoy día, sino, como él mismo atestigua en el capítulo 57, le sacaban la lengua y lo señalaban con el dedo, tildando toda su prédica de necedad, excep¬to unos pocos piadosos hijos de Dios de entre la multitud, como el rey Ezequías, etc. Porque era costumbre en el pueblo burlarse de los profetas y considerarlos insensatos, 2ª Reyes 9, como les ha ocurrido a todos los servidores de Dios y predicadores en todos los tiempos, como sucede diariamente y continuará aconteciendo.
Es de observar, además, que él reprende al pueblo principalmente por la idolatría. Los demás vicios, como ostentación, embriaguez, uva-ricia, apenas los toca tres veces. En cambio, censura categóricamente la blasfema confianza en el culto idólatra, por ellos mismos elegido, o en las propias obras o en reyes v alianzas, lo cual era intolerable para el pueblo, pues pretendían estar haciendo lo correcto. Por todo eso, finalmente fue muerto por el rey Manases por embustero y hereje, y —según dicen los judíos— cortado en dos con una sierra.



PREFACIO AL PROFETA JEREMÍAS


(1532)


No se necesita de muchas glosas para entender al profeta Jeremías; basta considerar los sucesos que acontecieron bajo los reyes en cuyo tiempo predicó. Pues la situación de su país se refleja fielmente en sus prédicas.
En primer lugar, el país estaba lleno de vicios e idolatrías. Asesi¬naban a los profetas, y querían que sus vicios e idolatrías quedaran impunes. Por eso, la primera parte es también casi exclusivamente cen¬sura y lamentación sobre la maldad de los judíos, hasta el capítulo veinte.
En segundo lugar, profetiza también el castigo inminente, es de¬cir, la destrucción de Jerusalén y de todo el país y la cautividad babi¬lónica, e incluso el castigo que caería sobre todos los gentiles. Y, sin embargo, junto a ello consuela y promete que en un tiempo determi¬nado, después de haber pasado tal castigo, vendría la liberación y el regreso al país y a Jerusalén, etc. Esta es la parte principal de Jeremías, pues por esto mismo fue llamado Jeremías, como lo indica en las visiones de la varilla de almendro y la olla hirviente que viene del norte, en el capítulo 1.
Y eso era también muy necesario. Pues, por cuanto vendrían tales horribles plagas sobre el pueblo, que sería despedazado y sacado de su país, los corazones piadosos como Daniel y muchos otros, tendrían que haber desesperado de Dios y de todas sus promesas y no habrían podido pensar sino que ya no hubiese salvación para ellos, y que Dios los habría rechazado y que no vendría ningún Cristo jamás, sino que Dios, encolerizado en gran manera, habría cancelado sus promesas por los pecados del pueblo.
Por eso debía venir Jeremías y anunciar el castigo y la ira, diciéndoles que no durarían eternamente, sino por un tiempo de¬terminado, setenta años, y después Dios nuevamente les otorgaría su gracia. Con esta promesa también él tenía que consolarse y mantenerse. Por lo demás, no tuvo mucho consuelo ni buenos días. Pues fue un profeta que experimentó mucha miseria y aflicción y que vivió en tiempos calamitosos, desempeñando además un muy difícil ministerio y por más de cuarenta años; hasta su encarcelamiento tuvo que luchar con gente perversa y obstinada, sin lograr mucho éxito. Por el contrario no pudo evitar que con el tiempo el pueblo empeorara más y más y lo quisiera matar repetidas veces, imponiéndole toda clase de vejámenes.
Además, tuvo que presenciar y ver con sus propios ojos la destrucción del país y la cautividad del pueblo y mucha gran miseria y derramamiento de sangre. Aparte de esto, tuvo que predicar después en Egipto y sufrir, pues se considera que fue lapidado por los judíos en ese país.
En tercer lugar, hace también como los otros profetas y profetiza acerca de Cristo y su reino, especialmente en los capítulos 23 y 31 donde profetiza claramente acerca de la persona de Cristo, su reino, el Nuevo Testamento y el fin del Antiguo Testamento. Pero estas tres partes no siguen en orden cronológico y no se suceden en el libro, según su contenido e índole particular. En efecto, en la primera parte se presenta a menudo en el capítulo siguiente algo que sin embargo ocurrió antes que lo relatado en el capítulo anterior. Parece, pues, que no hubiesen sido compuestos por Jeremías, sino que hubiesen sido compilados por partes de sus discursos y reunidos en un libro. Por eso, no hay que dar demasiada atención al orden, ni dejarse perturbar por el  desorden.
Aprendemos de Jeremías entre otras cosas que, como es usual, cuan¬to más cerca está el castigo, peor se vuelve la gente y cuanto más se le predica, tanto más lo desprecian. Así se comprende que cuando Dios quiere castigar permite que la gente se obstine, de modo que sin nin¬guna misericordia sucumba y con ninguna penitencia expíe la ira de Dios. Así en otro tiempo la gente de Sodoma no solamente despreció al piadoso Lot, sino que porque la enseñaba, también lo atormentaron, aunque su propio tormento estaba ante la puerta. El faraón, no mucho tiempo antes de morir ahogado en el Mar Rojo, tuvo que torturar a los hijos de Israel el doble que antes. Y Jerusalén tuvo también que crucificar al Hijo de Dios, cuando ya se avecinaba su destrucción final.
Así ocurre también ahora en todas partes. Ahora que el fin del mundo se acerca, la gente se enfurece y se rebela contra Dios de la manera más horrible: blasfeman y condenan la palabra de Dios que ellos conscientemente reconocen como la palabra de Dios y la ver¬dad. Además, aparecen tantas señales espantosas y prodigios, tanto en el cielo como en casi todas las creaturas que las amenazan en forma horrenda, y bien se puede decir que es un tiempo perverso, miserable y aún peor que el de Jeremías.
Pero así debe ser de modo que estén seguros y canten: "¡Paz! No hay peligro", y así persiguen todo lo que Dios aprecia y desechan las señales amenazadoras, hasta que como dice San Pablo , repenti¬namente vendrá sobre ellos la destrucción y los aniquilará, antes de que se percaten de ello. Sin embargo, Cristo sabrá conservar a los su¬yos, por causa de los cuales hace resplandecer su palabra en estos tiempos escandalosos, como lo hizo con Daniel y los suyos en Ba¬bilonia, por los cuales tenía que resplandecer la profecía de Jere¬mías. A este amado Señor sean dadas gracias y alabanzas, junto con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios sobre todas las cosas y por la eternidad. Amén.



PREFACIO AL PROFETA EZEQUIEL


(1532)


Ezequiel con el rey Joaquín, lo mismo que Daniel y otros más, se fueron voluntariamente a la cautividad en Babilonia, según el consejo de Jeremías, que siempre aconsejaba que debían entregarse al rey de Babilonia, para que así vivieran, y que no deberían oponerse, porque de lo contrario sucumbirían, Jeremías 21.
Cuando ya habían llegado a Babilonia, como lo indica Jeremías en el capítulo 24, consolándolos amistosamente, entonces surgió la impaciencia y se arrepintieron en gran manera de que se hubiesen en¬tregado, porque veían que los que habían permanecido en Jerusalén y no se habían entregado poseían aún tanto la ciudad como todo lo demás y esperaban hacer de Jeremías un mentiroso, defenderse ante el rey de Babilonia y permanecer en el país.
A esto ayudaron fuertemente los falsos profetas, que siempre con¬solaban a los de Jerusalén, afirmando que Jerusalén no sería conquis¬tada jamás y que Jeremías era un hereje y un apóstata. Y de esto re¬sultaba, como suele acontecer, que los de Jerusalén se jactaban de que ellos habían permanecido fieles a Dios y su patria; aquéllos, por el contrario, se habrían entregado, abandonando a Dios y a su pa¬tria, como infieles y traidores que no pudieron confiar ni esperar en Dios; y se pasaron a sus enemigos por esa infundada prédica de Jeremías, el mentiroso, etc. Esto hirió y amargó en verdad a los que se entregaron a Babilonia; y su cautividad se hizo doblemente opresiva. ¡Oh, cuántas maldiciones indignadas habrán lanzado con¬tra ese Jeremías, a quien habían seguido y que los había engañado tan vilmente!
Por eso llamó ahora Dios a ese profeta Ezequiel en Babilonia para consolar a los cautivos y para profetizar contra los falsos profetas de Jerusalén y para confirmar la palabra de Jeremías; lo que él hace en forma muy concienzuda, y profetiza de modo mucho más severo y am¬plio que Jeremías, de cómo Jerusalén habría de ser destruida, pere¬ciendo el pueblo con sus reyes y príncipes, y sin embargo, promete al mismo tiempo el regreso a su patria, al país de Judá. Y ésta es la tarea principal de Ezequiel, que él ejerció en su tiempo y de la que trata hasta el capítulo 25.
Después extiende su profecía también a todos los otros países de alrededor, en el sentido de que serían avasallados por el rey de Babi¬lonia; esto abarca los capítulos 26-34. Siguen luego cuatro capítulos muy importantes sobre el Espíritu y el reino de Cristo, y después sobre el último tirano en el reino de Cristo, Gog y Magog. Al final, recons¬truye a Jerusalén y consuela con ello al pueblo, de que volverían de nuevo a su patria; pero en su espíritu piensa en la ciudad eterna, la Jerusalén celestial, de la cual habla también el Apocalipsis .

NUEVO PREFACIO AL PROFETA EZEQUIEL


(1541)


San Jerónimo y otros más escriben que entre los judíos estaba prohibido y aún lo está leer la primera y la última parte en el profeta Ezequiel, antes de cumplir los treinta años, lo que rige también para el primer capítulo del Génesis.
Sin embargo, no era necesaria tal prohibición, porque en el capí¬tulo 29 profetiza Isaías que a los judíos incrédulos toda la Sagrada Escritura les está sellada y cerrada. Así dice también San Pablo en la segunda epístola a los Corintios 7 , que el velo de Moisés permanece sobre la Escritura, mientras no crean en Cristo.
Sus obras también lo prueban, pues despedazan y violentan la Escritura con sus interpretaciones, así como los cerdos inmundos hozan y revuelven un verjel; de tal modo que sería de desear que no pertur¬baran la Escritura; aunque hay muchos entre los nuestros que adhieren tan fuertemente a los rabinos y confían en ellos, que judaízan más de lo que hicieron los mismos judíos antiguos.
Esta visión de Ezequiel en la primera parte no es otra cosa, según mi entendimiento (otro lo podría ver mejor), que una revelación del reino de Cristo en la fe aquí sobre la tierra, en todos los cuatro puntos cardinales del mundo (Salmo 19: In omnem terratn). Pues nadie puede ser profeta (como atestigua San Pedro ) si no tiene el Espíritu de Cristo.
Pero dar una interpretación de todas las partes sería muy largo en un prefacio. Para decirlo en pocas palabras: esta visión es el carro espiritual de Cristo, sobre el cual él anda en este mundo, esto es, toda su santa cristiandad. Estos son los cuatro animales que llama queru¬bines en el capítulo 10. (Pues sobre querubines está sentado, cabalga y anda él, como a menudo lo anuncia la Escritura).
Cada uno tiene cuatro rostros y están como cuatro corceles dis¬puestos en cuadrado, pero en el interior y entre las ruedas. Pues hay también cuatro ruedas cuádruples alrededor de los animales, una rue¬da para cada animal, dispuestas de tal manera que pueden desplazarse hacia las cuatro direcciones, es decir hacia adelante, hacia atrás y hacia los dos lados, sin necesidad de volverse al andar.
Del mismo modo andan los animales en pies redondos hacia las cuatro direcciones, sin que les sea preciso volverse al andar. Allí no hay eje, lanza, bastidor, perno, escalera, balancín, cuerdas o tirantes, sino que el espíritu interior lo dirige todo con seguridad. Arriba está el cielo como una manta para caballerías y en el medio un trono que sirve de silla, en la cual está sentado Dios, es decir. Cristo.
Así las cuatro ruedas se mueven uniformemente, puesto que todas las iglesias en los cuatro puntos cardinales, es decir, en toda la tierra tienen una marcha igual, uniforme, concorde en la fe, esperanza, amor, cruz, y en todas las cosas espirituales. No son impulsados desde afuera por doctrinas humanas, sino desde adentro por el mismo espíritu, Ro¬manos 8; 1ª Corintios 12; Efesios 4.
Los cuatro animales andan con las ruedas o más bien las ruedas con ellos arriba, adelante, atrás y a ambos lados. Pues los apóstoles o el ministerio de la predicación, la palabra de Dios, el bautismo, sacra¬mento de la santa cena, el oficio de las llaves y lo que es del régimen espiritual de la iglesia, son idénticos, iguales y uniformes en todo el mundo. Así los animales y las ruedas constituyen un todo inseparable, un solo carro sin estar exteriormente atados, unidos y ligados, de mo¬do que todo es cuadruplo, cuatro animales, cuatro caras de un animal, cuatro pies, cuatro manos, cuatro las cuatro ruedas y cuatro llantas en una misma rueda. Esto significa, como dije, que la cristiandad o el reino de Cristo ha de actuar en la fe en los cuatro puntos cardinales, es decir, en toda la tierra.
Empero, esta visión significa (como Ezequiel mismo muestra en los capítulos 8 y 9) el fin y la destrucción de la sinagoga o del judaísmo, es decir, del sacerdocio, culto, y organización eclesiástica dados y fun¬dados por Moisés. Todo esto fue fundado sólo con miras a la venida de Cristo. Así dice San Pablo en Romanos 8 y 2ª Corintios 3. Cristo mismo lo dice en Mateo 11 y la Epístola a los Hebreos lo trata ex¬tensamente, lo cual sirvió a los judíos de grave escándalo y ofensa hasta el día de hoy.
En oposición a la ceguedad de los judíos, es preciso saber en parti¬cular que toda profecía de que Israel y Judá regresarán a su país  y lo poseerán físicamente para siempre está cumplida hace tiempo, de modo que la esperanza de los judíos es totalmente vana e inútil. Pues esta profecía tiene dos partes: Primero, que Israel y Judá retornarán al país después de su cautividad. Esto se ha cumplido por el rey Ciro y los persas antes que naciera Cristo. De todos los países regresaron los judíos al país y a Jerusalén. También de países extraños, donde no obstante quedaban habitando, venían anualmente a Jerusalén para las fiestas trayendo y atrayendo a muchos gentiles.
Que los judíos esperan que habrá otro regreso físico y que todos volverán al país y restituirán a Moisés con el antiguo orden de cosas, esto es un ensueño de ellos, y ni los profetas lo mencionan o insinúan con una sola letra ni la Escritura. Verdad que está escrito que de todos los países adonde habían sido echados volverán, pero no todos, sino algunos de todos los países. Hay una diferencia muy grande entre "todos los judíos retornarán" y "de todos los países regresarán". Que volverán de todos los países, esto se ha cumplido. Pero no hay profecía alguna de que lodos los judíos retornarán, sino lo contrario. Igual¬mente, también en Jerusalén, cuando existía todavía, antes y después de la cautividad, no todos formaban pueblo de Dios, sino la mayor parte era raza del diablo, idólatras, homicidas y el peor pueblo en la tierra.
La segunda y mejor parte de esta profecía, la que los judíos tío quieren ver ni estimar, es que Dios promete crear algo nuevo en el país y hacer un pacto nuevo que no es como la alianza de Moisés con que sueñan, como figura expresamente en Jeremías 31 y en muchos lugares más, en el sentido de que ellos no serán ya dos reinos, sino uno solo, bajo su futuro rey David, y serán un reino eterno en el mismo país físico.
También esta parte se ha cumplido. Cuando vino Cristo y halló el pueblo de Israel y Judá reunido de todos los países estando el país muy poblado, comenzó lo nuevo y creó el nuevo pacto prometido. No lo hizo en un lugar espiritual o en otro sitio físico, sino en el mismo país real de Canaán, y en la misma Jerusalén material, como estaba prometido, hacia donde habían sido traídos de todos los países.
Aunque no querían aceptar este pacto o por lo menos muchos de ellos no deseaban admitirlo, siguió siendo, no obstante, una alianza eterna, no solamente en Jerusalén y en ese país, sino que de allí se ha expandido en los cuatro puntos cardinales, permaneciendo también hoy en día tanto en Jerusalén como en todas partes; en efecto, la ciudad de Jerusalén queda todavía y Cristo es el señor y rey allí como en todo el mundo. Ayuda y escucha a todos los que están allí o los que llegan para allá, lo mismo como en todo el mundo. Entre tanto permite que Mahoma con su tiranía, y el papa, con sus fantasmagorías, hagan lo que quieren: Él es y permanece el Señor de todo.
Que los judíos insisten ahora tanto en el nombre de Israel y se vanaglorian de que sólo ellos son israelitas, pero nosotros gentiles —esto es cierto de acuerdo con la primera parte y el pacto antiguo de Moi¬sés, que ahora se ha cumplido hace tiempo. Pero según la segunda parte, la alianza nueva, ellos ya no son Israel, puesto que todo será nuevo y también Israel ha tenido que renovarse. Constituyen el Israel verdadero sólo los que han aceptado el nuevo pacto que fuera concertado y em¬pezado en Jerusalén.
Pues según el pacto antiguo no soy israelita ni judío. Pero ahora me glorío de ser hijo de San Pablo e israelita o benjaminita, puesto que Pablo es mi padre, no el antiguo, sino el nuevo, que siempre sigue siendo el mismo Pablo. Empero el Pablo antiguo se hizo nuevo en Cristo y me engendró en él por el evangelio, de modo que soy seme¬jante a él de acuerdo con la nueva alianza. De ese modo todos los gentiles que son cristianos, constituyen los verdaderos israelitas y los nuevos judíos nacidos de Cristo, el judío más noble. Por ello, todo depende del pacto nuevo que el Mesías había de crear haciéndolo todo nuevo, como en efecto lo hizo. Esta regla debe notarse cuidadosamente. Donde los profetas dicen que Israel en su totalidad regresará o será reunido, como Miqueas 2, Ezequiel 20 y otros, hablan seguramente del nuevo pacto y de Israel renovado, donde ni uno solo quedará fuera del eterno reino de Cristo. Es imposible entenderlo del anti¬guo Israel, puesto que la mayor parte quedó en Asiría y Babilonia, ya sea muertos o vivos, v muy pocos volvieron según el recuento total que Esdras hace de ellos.
Los judíos empero quieren tener al Mesías de acuerdo, con el antiguo pacto sin aceptar este pacto nuevo. Así no obtienen ni lo uno ni lo otro, y no tocan ni el cielo ni la tierra. El nuevo pacto no lo aceptan y al antiguo no lo pueden obtener. Por eso también la Escritura es para ellos un libro sellado. Isaías 29, y no entienden profeta alguno. Así quedan sin gobierno temporal y espiritual. El gobierno temporal y secular no lo tienen, pues no poseen ni rey ni señor, ni reino ni principado. El espiritual no lo tienen tampoco porque no quieren aceptar el nuevo pacto y por tanto quedan privados del sacerdocio. En resumen, no sólo despreciaban este nuevo pacto, sino que lo perseguían y lo querían destruir con terca intolerancia, y con todo esto se perdieron con su pacto.
Aun cuando Jerusalén y todo el antiguo orden pudiesen haber sido subsistidos, no obstante el nuevo pacto habría tenido que venir y hacerlo todo nuevo, a fin de cumplir la Escritura, como es el caso hoy en la cristiandad, a saber, que tendría que haber habido en Jerusalén un apóstol, obispo o predicador, como Cristo mismo lo ha co¬menzado. Este apóstol tendría que haber gobernado la iglesia de Cristo, predicado el evangelio, bautizado, administrado el sacramento, absuelto, ligado, etc. Si no hubiese querido hacerlo el sumo sacerdote Caifas o algún otro, lo habría debido llevar a cabo un apóstol o uno de sus sucesores, como ha acaecido hasta el presente y debe acontecer, y así habría gobernado el eterno reino de Cristo también en la an¬tigua Jerusalén como en todo el mundo según la promesa e intención de la profecía. En este caso el antiguo reino de Moisés habría per¬manecido como gobierno temporal.
Análogamente en todo el mundo permanece el antiguo gobierno temporal y secular y nada impide que bajo él y en medio de él sea instituido el nuevo régimen espiritual y eterno y el reino de Cristo, y se desenvuelva según sus propias normas como lo tenemos a la vista, especialmente donde hay reyes y príncipes piadosos que toleran semejante reino nuevo y eterno de Cristo en sus antiguas estructuras o lo aceptan ellos mismos, lo promueven y desean vivir en él como cristianos. Por otra parte, la mayoría de los reyes, príncipes y señores del régimen antiguo son enemigos tan ponzoñosos y acérrimos del nuevo pacto y reino de Cristo, tan perseguidores y destructores como lo fueron los judíos en Jerusalén, y, como aquéllos, fracasarán ro¬tundamente. Lo mismo pasó a Roma y sucederá también a otros. Porque el nuevo reino de Cristo debe continuar por haber sido pro¬metido como un imperio sempiterno, y el antiguo reino al fin tiene que sucumbir.
Fácil es de imaginarse que, por cuanto Dios mismo llama seme¬jante reino un reino nuevo, éste debe ser un reino mucho más es¬pléndido de lo que ha sido y aún es el antiguo; la voluntad de Dios fue hacer un reino mucho mejor que el antiguo y, aunque no hubiese otra gloria, ya sería gloria sobremanera grande el solo hecho de que será un reino eterno que no tendrá fin como lo tiene el imperio an¬tiguo y secular.
Pero además de ello contiene estos inmensos y espléndidos bie¬nes: perdón de los pecados, paz con Dios, seguridad ante la muerte eterna y todo mal, comunión con la majestad divina, y con todos los ángeles v santos, gozo y placer en todas las criaturas, también en el sentido corporal. Pues el mismo cuerpo, que es ahora el cuerpo viejo, se renovará también junto con todas las criaturas, como el alma ya ha empezado a renovarse en la fe.
Por ello, los judíos se dañan y se perjudican a sí mismos por desear, mediante el mesías, no este reino nuevo, sino justamente el anterior, antiguo y perecedero, en el cual se posee plata, oro, bienes, poder, honra, gozo y placer según la carne, cosas que Dios tiene en poco, hasta en nada. Si hubiera deseado prometer tal reino, no lo habría llamado un reino nuevo, diferente y mejor.
En comparación con los bienes de este mundo, nada puede ser llamado diferente, nuevo y mejor fuera de los bienes espirituales, eter¬nos y benditos en el cielo, entre los cuales no puede haber nada de malo y ruin; habrá y quedará sin embargo mucho de malo y ruin, y por lo menos la muerte y el fin de tales bienes.
Estas dos partes nos las enseña también Ezequiel cuando consuela al pueblo con el regreso desde Babilonia, o más bien cuando pro¬fetiza del nuevo Israel y del reino de Cristo. Ésta es su visión del carro y más o menos también del templo en la última parte de su libro.


Instrucción sobre cómo se ha de entender la edificación de Ezequiel en los últimos capítulos, desde el capítulo 40 hasta el fin del libro del profeta.


(1532)


El que quiera entender la construcción del templo, altar, ciudad y país que Ezequiel describe aquí, debe estudiar a Lyra , con sus figuras y glosas. De lo contrario, se fatigará y trabajará en vano. Ya fuimos incapaces de pasar la figura al papel en forma mejor, hemos desistido de ello remitiendo al lector a Lyra, puesto que no es po¬sible trazar un edificio en el papel. Habría que hacer un modelo tallado.
Pero sobre lo que significa, las opiniones de los maestros eran divergentes. Sobre todo, debe desecharse la opinión de los judíos y sus semejantes que creen que será el tercer templo que debe construir su mesías futuro y en su esperanza necia y vana insisten mucho en su gran magnificencia. Esa gente ciega e ignorante no advierte que semejantes ensueños son incompatibles con el texto, como Lyra tam¬bién demostró profusamente. Ezequiel no dice que esta ciudad se llamará Jerusalén, tampoco que estará situada en el lugar donde está Jerusalén, la cual ocupa la falda hacia el norte, con el templo en el medio de ella sobre la colina Moriah y la fortaleza de Sion en la parte más alta hacia el sur.
Pero esta ciudad de Ezequiel estará orientada hacia el Sur y él dice que se llamará Dommus ibi, "ahí Dios" o "Dios está allí", "allí está Dios mismo". El templo no se encontrará en ella, sino, como lo evidencia el cálculo, alrededor de siete millas largas alemanas desde la ciudad hacia el norte, y la ciudad sobre el monte alto tendrá tanto a lo largo como a lo ancho unas nueve millas alemanas largas, de modo que el muro de circunvalación tendrá en total una extensión de 36 millas alemanas. Esto sí se llama "un pueblito" y "un montecito".
Si un ciudadano que vive en el extremo meridional de la ciudad quisiera ir a la iglesia o al templo tendría que caminar dieciséis mi¬llas, nueve por la ciudad y después siete hasta el templo. Los ciegos judíos no ven que esto es absurdo y que no puede tratarse de una edificación física, mucho menos aún en el sitio donde está ubicada Jerusalén, como ellos esperan erróneamente.
Además se dice que un río grande corre desde el interior del templo al Mar Muerto (lo que los necios papistas aplican a su agua bendita). Esto no condice de ninguna manera con la topografía de Israel.
Además, las tribus y la tierra de Israel se dividen y se distribu¬yen de una manera muy diferente, de modo que la ciudad y el templo no aparecen ubicados en ninguna tribu de Israel. Sin embargo, ante¬riormente Jerusalén estaba situada en la tribu de Benjamín. Todo esto, y aún mucho más resulta claramente del texto.
El altar tendrá once varas de alto y en la parte superior catorce varas de ancho. Un sacerdote, aun cuando subiese las gradas, tendría que tener un brazo de siete varas de largo para poder alcanzar el centro del altar y preparar los sacrificios. Lindo sería esto con buenos quince o dieciséis codos de alto.
Por ello, este edificio de Ezequiel no se debe entender como una nueva construcción física. Igualmente como el carro al principio, también el edificio al final, sólo significa el reino de Cristo, la santa iglesia, o la cristiandad aquí en la tierra hasta el día postrero.
Mas, cómo han de interpretarse y calcularse las cosas propiamente, esto lo dejaremos hasta aquella vida cuando veamos todo el edificio acabado en todos sus detalles. Ya que todavía ahora está, en proceso de construcción y mucha piedra y madera que pertenecen a él aún no han sido creadas y menos aún labradas, no lo podemos ver todo. Basta con saber que es la casa de Dios, su propia construcción, en la que vivimos todos. Empero, quien tiene tiempo y ganas puede ver e investigar mu¬cho en el edificio si quiere tomar como base la palabra de Dios y los sacramentos con sus fuerzas y efectos que el Espíritu Santo obra me¬diante ellos en la cristiandad. También el Apocalipsis de Juan le puede servir de ayuda.


PREFACIO AL PROFETA DANIEL


(1530)


Daré con este prefacio una breve instrucción para la gente sen¬cilla, que no conoce la historia ni puede leerla, a fin de que pueda entender hasta cierto-punto este libro de Daniel. Primero me referiré a cómo Daniel vino a Babilonia algunos años antes de la destrucción de Jerusalén bajo el rey Joaquín, al que el rey Nabucodonosor hizo prender y encadenar para llevarlo a Babilonia, y no obstante, resolvió dejarlo ahí, pero llevó consigo a algunos de los hombres más des¬tacados (entre los cuales se encontraba también Daniel) y los uten¬silios del templo. Todo esto consta en el capítulo 24 del segundo libro de Reyes y en el capítulo 36 del libro de las Crónicas.
En el primer capítulo hallamos en primer lugar un bello ejemplo de la vida de Daniel, cuan santo era, cuan piadoso y grande e in¬trépida su fe en Dios en medio de la vida ruda y pagana, y entre tantos escándalos horribles que tenía que ver y oír diariamente en Babilonia. Sin embargo, quedó firme y constante superándolo todo en su corazón. Por ello sigue también poco después que Dios le acuerda gracia tan grande, y primero lo honra espiritualmente dotán¬dolo con sabiduría e inteligencia superior a la de todos los demás hombres y luego le confiere también una posición elevada en lo se¬cular, y realiza mediante él milagros y obras poderosas y grandes. Con esto nos muestra a todos nosotros cuánto aprecia a los que lo temen y confían en él, y nos incita muy amistosamente con tan su¬blime ejemplo al temor de Dios y a la fe.
En el segundo capítulo comienzan los honores de Daniel. Se de¬ben al sueño del rey que Daniel reconstruye por revelación divina y lo interpreta. Por esta causa llega a ser un príncipe en todo el país de Babilonia y un obispo o superior que tenia que ver con cosas es¬pirituales y científicas. Esto sucede también para consolar a los ju¬díos, para que en la miseria no duden o se impacienten, como si Dios los hubiese desechado y anulado su promesa de Cristo. Por ello, un judío cautivo debe gobernar semejante reino grande y ningún ba¬bilonio tiene tal honor. Es precisamente como si hubiera sido llevado cautivo, a fin de hacer un señor tan grande también sobre los que lo habían cautivado y aún lo tenían. Tan maravillosamente guía Dios a sus creyentes y les da mucho más de lo que un hombre puede desear.
Empero, el sueño y la imagen están claramente interpretados en el texto por Daniel mismo. Se refiere a los cuatro reinos; el primero es el de los asirios o babilonios; el segundo, el de los medos y persas; el tercero, el de Alejandro Magno y de los griegos; el cuarto, el de los romanos. En esta interpretación y opinión todo el mundo está de acuerdo, y los hechos y la historia lo prueban en forma fehaciente.
Del imperio romano, empero, habla más y con mayor extensión. Por ello, debemos escuchar atentamente. Al final, cuando las piernas de hierro empiezan a dividirse en los dedos de los pies, Daniel lo interpreta como tres características del imperio romano.
La primera es que los dedos están separados entre sí y, sin em¬bargo, tienen su origen común en el pie de hierro, corno también en el cuerpo humano los dedos se dividen y, no obstante, proceden del pie y pertenecen a él. Así el imperio romano está subdividido, ya que de él provienen España, Francia, Inglaterra y otros países más, sin embargo, no ha dejado de existir, sino que como una planta fue tras¬ladado (translatum, como dicen) de los griegos a los alemanes. Así se conservó la naturaleza del hierro, puesto que el imperio tiene aún sus estados, oficios, derechos y leyes que tenía antaño. Por ello se dice aquí, aunque será un imperio dividido tendrá en sí no obstante la raíz, planta o tronco de hierro.
La segunda característica es que tales dedos separados entre sí son desiguales, en parte hierro y en parte barro cocido, la que el profeta mismo interpreta que será un imperio dividido, a la vez fuer¬te y débil. Así es en realidad. Ha tenido algunos emperadores fuertes como Carlomagno, los tres Otones, etc. que eran invencibles. Por otra parte, había también a menudo emperadores débiles y des¬afortunados que fueron derrotados muchas veces. Todo esto se dice por la razón de que sepamos que el imperio romano será el último y que nadie lo destruirá, sino Cristo y su reino. Por ello, aunque muchos reyes se opusieron al imperio alemán y también los turcos arremeten contra él y aunque todos ellos quizá ganen a veces una batalla, no pueden dominar tal raíz y planta férrea o extirparla. Debe subsistir hasta el día del juicio por débil que sea. Pues Daniel no miente, y hasta ahora también lo ha demostrado la experiencia, tanto en los papas como en los reyes.
La tercera característica de que estos dedos divididos y desiguales están constituidos por igual mezcla o dispuestos alternadamente, la interpreta Daniel mismo en el sentido de que este reino será tan débil que, con alianzas y parentescos aquí y allá con otros reyes, se re¬mendará y se fortalecerá. Pero será de balde, no encontrará lealtad. Por ello, adquirirá su fortaleza y victoria sólo por la providencia de Dios, si así está dispuesto.
Algunos interpretan el monte del cual es arrancada una piedra sin manos humanas como la santa virgen María, de la cual nació Cristo sin intervención de hombre, lo cual no está en contra de la doctrina cristiana. Pero el monte puede significar también todo el pueblo judío, del cual procedió Cristo siendo de su carne y sangre. Ahora ha sido arrancado de ellos y ha venido a los gentiles, donde ha llegado a ser un señor de todo el mundo en estos cuatro reinos y lo seguirá siendo.
En el tercer capítulo relata una vez más un gran milagro de la fe, que los tres hombres fueron conservados en el horno de fuego ardiente. Por ello, el rey confesó y glorificó a Dios por todo el reino, también en escritos. También esto sucede para consolar a los judíos cautivos, que junto con su Dios eran muy menospreciados y ocupa¬ban una posición de total insignificancia en Babilonia bajo los ti¬ranos y falsos dioses. Mas aquí su Dios es altamente honrado sobre todos los dioses a fin de que creyeran firmemente que él podía y quería redimirlos al tiempo oportuno. Mientras tanto, debían ate¬nerse a esta honra y milagro divinos y consolarse con ellos.
En el cuarto capítulo figura un ejemplo excelente contra los ti¬ranos sanguinarios. El rey grande y potente es privado de la razón y se vuelve tan furioso y loco que lo tienen que atar con cadenas, como un perro rabioso, y echarlo al campo, puesto que no podían tenerlo con la gente. Escrito así en el libro parece poca cosa. Pero si hubiéramos estado presentes y hubiésemos visto semejante cosa, lo habríamos considerado un tremebundo y horrible juicio de Dios, de modo que cada cual tendría que verse compadecido de corazón de todos los soberanos y crueles tiranos que han de esperar tan dura sentencia, si abusan de su poder.
Tal cosa acontece también para consuelo, en aquel entonces de los míseros judíos cautivos, y ahora y siempre de cuantos están afli¬gidos o sufren injusticia por tiranos, cuando ven que Dios quiere y puede vengarnos de nuestros enemigos más de lo que nos atrevemos a desear, como dice también el Salmo 58: “Se alegrará el justo cuando viere la venganza; sus pies lavará en la sangre del impío”. Por ello, no debemos sólo tolerar pacientemente a semejantes tiranos, sino también tener compasión de ellos a causa cíe la sentencia que los espera, y rogar por ellos de iodo corazón. Así lo hace aquí el piadoso Daniel y se entristece de que al rey (que los había tomado cautivos y destruido su país) le sucedieran cosas tan malas, y las desea más bien a sus enemigos.
Empero, por otra parte, es una imagen consoladora y deliciosa para los señores y príncipes piadosos que Dios el Señor prefigura tam¬bién a este rey tiránico por un árbol hermoso que alimenta todos los animales v los deja reposar bajo su sombra. Con ello indica Dios que, por medio de las autoridades, él da v conserva tranquilidad y paz, protección y amparo, alimento y bienes, y toda esta vida tempo¬ral, y que le agrada mucho si un señor o príncipe desempeña su cargo con diligencia. Pues dice que son frutos, ramas, y follajes hermosos, es decir, son obras apreciadas, nobles y buenas. Ya que a Dios mismo le agrada tanto que también lo describe con términos tan elogiosos que todo señor debería ejercer su cargo con gusto y amor aunque fuera lleno de fatiga y trabajo. Así tampoco nosotros debemos fijarnos en la maldad de los tiranos, sino en que tienen un cargo noble y útil establecido por Dios para nuestro bien y provecho.
En el quinto capítulo se presenta otra vez un ejemplo contra los tiranos. El ejemplo anterior es todavía tolerable, ya que aquel rey acepta el castigo, se convierte a Dios con verdadero arrepentimiento, humildad y confesión de manera que sin duda se convirtió de un tirano en un gran santo. Pero aquí se presenta el ejemplo del tirano endurecido e impenitente que se siente seguro y despreocupado y que es castigado sin misericordia alguna, de modo que pierde a un mismo tiempo su vida, su país y su gente. Esto está escrito seguramente para intimidar a todos los tiranos de la misma laya.
En el sexto capítulo sigue un precioso ejemplo de un rey bueno y piadoso que favorece a Daniel. Esto se lo hacen sentir a los otros grandes señores que le urden una intriga palaciega a consecuencia de la cual es echado en el foso de los leones. Esto habrá sido un motivo más de entristecimiento para los míseros judíos cautivos. Pero Dios vuelve a mostrarse leal y los consuela, dando vuelta al juego tan acer¬tadamente que los enemigos de Daniel tuvieron que comer el guiso que le habían preparado, como dice el Salmo 7: "Se preñaron con maldad pero tuvieron un aborto. Su iniquidad vuelve sobre su propia cabeza, y su agravio sobre su propia coronilla". Así la vida de Daniel es un hermoso espejo claro, en el cual se ven la lucha y victoria de la fe por la gracia de Dios contra todos los diablos y hombres, y el gran fruto y utilidad que produce por medio de paciencia y aflic¬ción ante Dios y el mundo.
En el capítulo siete comienzan las visiones y profecías de los reinos futuros, y especialmente del reino de Cristo, a causa del cual ocurren todas estas visiones. Primeramente, los cuatro reinos que el profeta indicó en la gran imagen los ve aquí de nuevo en otra forma, es decir en la de cuatro bestias, mayormente por causa de la cuarta bestia, del imperio romano, del cual quiere decir algo más. Pues en este imperio romano acontecerá el evento más grande en la tierra, a saber, Cristo vendrá para redimir a los hombres y el mundo lle¬gará a su fin.
La primera bestia es el reino de Asiría y Babilonia, el león con las dos alas de águila, pues es el reino más noble y mejor y (como se ha dicho antes) reino áureo que se destacó sobre todos. Las dos alas son las dos partes del imperio, Asiría y Babilonia. A esta bestia le es dado un corazón humano y está incorporado en sus patas, pues ningún otro reino ha tenido un rey que llegó tan maravillosamente al conocimiento de Dios, ni ha tenido en la corte tantos hombres grandes, santos y sabios como éste. La otra bestia, el oso, es el reino de los persas y medos, que destruyó el anterior de Babilonia y le arrancó las alas. Tiene entre sus dientes tres costillas, esto es, tres dientes grandes y largos. Éstos significan a los reyes principales, Ciro, Darío y Jerjes que hicieron las mayores hazañas en este reino y co¬mieron mucha carne, es decir, conquistaron muchos países grandes. La tercera bestia, el leopardo con cuatro alas y cabezas, es el imperio de Alejandro Magno en Grecia, del cual después se originaron cuatro reinos, como veremos en el capítulo siguiente.
La cuarta bestia con dientes de hierro es el imperio verdadero, el último, a saber, el romano, con el cual el mundo llegará a su fin. En esta conexión Daniel habla mucho del día del juicio, y del reino de los santos que seguirá a éste. Su descripción del imperio romano revela que éste será partido primero en diez reinos. Son los diez cuernos, a saber, Siria, Egipto, Asia, Grecia, África, España, Galia, Ita¬lia, Germania, Inglaterra. Y un cuerno pequeño arrancará tres cuer¬nos de los anteriores diez. Éste significa a Mahoma o al turco, que ahora se posesionó de Egipto, Asia y Grecia. Y este mismo cuerno pequeño luchará contra los santos y blasfemará de Cristo. Todo esto lo observamos y lo vemos con nuestros ojos. El turco ha obtenido grandes victorias sobre los cristianos, a pesar de que niega a Cristo, ensalzando a su Mahoma sobre todo. Por consiguiente, no hemos de esperar nada más que el día del juicio, puesto que el turco no arran¬cará más que tres cuernos.
En el octavo capítulo Daniel tiene una visión peculiar, que no se refiere a todo el mundo como la anterior sino a su propio pueblo, los judíos. Relata qué sucedería antes de la venida del imperio romano y de Cristo, a saber, en el tercer reino, el de Alejandro Magno, para que sean consolados de nuevo y no desesperen en la miseria que les sobrevendría como si Cristo los quisiera abandonar nuevamente y no venir a ellos. Daniel mismo interpreta la visión en el sentido de que el carnero con dos cuernos es el rey de Atedia y Persia. El ma¬cho cabrío es Alejandro Magno, quien venció a Darío, el último rey de Persia, y conquistó su reino. Daniel dice que el macho cabrío casi volaba, de modo que no tocaba la tierra, puesto que Alejandro avanzó tan rápidamente que en doce años sometió al mundo. Comenzó cuan¬do tenía veinte años w y murió en el trigésimo segundo. No ha venido hombre más grande alguno (para hablar al modo del mundo) en la tierra, ni vendrá nunca.
Pero lo que nace presto, pronto también se pierde. Su reino se disgregó inmediatamente después de su muerte. Se formaron de él cuatro reinos: Siria, Egipto, Asia y Grecia. Daniel no se ocupa de Asia y Grecia, y trata sólo de Siria y Egipto. Entre los dos está si¬tuado el país judío. Tiene al norte a Siria y al sur a Egipto, que estaban en guerra continua entre sí. Por ello, los judíos, que estaban entre espada y pared, fueron vejados por ambos. Ora pertenecían a Egipto, ora a Siria, según que predominaba un reino sobre el otro. Tenían que pagar caro la vecindad, como sucede en el transcurso de las guerras.
Particularmente fue éste el caso cuando llegó a ser rey de Siria el hombre disoluto al que las historias llaman Antíoco el Ilustre, que tiranizó terriblemente a los judíos, matando y haciendo estragos entre ellos, como un diablo: suprimió el culto en Jerusalén, profanó el templo, lo saqueó llevando todos los utensilios preciosos, estableció idolatría e imágenes en el santuario, expulsó v mató a los sacerdotes y a todos los que no querían hacer lo que él deseaba. Quería hacer de todos los cultos uno solo, a saber, el griego. En esto lo secun¬daban algunos malevos apostatas de entre los judíos, que en otra forma no podían ocupar posiciones, como se puede leer más detalladamente en el primer libro de los Macabeos, capítulo 1. Pero su tiranía no duró mucho tiempo.
De este Antíoco dice Daniel aquí que, después de Alejandro, salió de uno de los cuatro cuernos un cuerno pequeño que es Antíoco el Ilustre del cuerno de Siria. Éste sojuzgó los países del sur y del este y la tierra gloriosa, es decir, el país judío, pues Antíoco quitó al rey de Egipto mucha tierra y numerosas ciudades mediante gran traición y malicia, como se narrará en el capítulo 11. Además, echó por tierra muchas estrellas, de modo que perecieron muchos hombres santos de los judíos; trastornó y profanó el culto que se rendía al Dios del cielo en el templo, colocando ídolos en ese lugar.
Contra semejante diablo levantó Dios a Judas Macabeo y sus hermanos, que lucharon realizando grandes y memorables hazañas. En cinco años, mataron a unos 200.000 hombres (2 Macabeos), purificaron el país y el templo y pusieron todo en orden. Así dice el texto que el templo se limpiaría después de 2.300 días, lo que son seis años y cuarto. Tanto tiempo Antíoco hizo estragos entre los judíos y murió en el séptimo año. El número coincide con lo que dice la profecía, lo comprueba el libro de los Macabeos. Por ello dice el ángel aquí que el rey Antíoco hará mucho daño y será un rey insolente y des¬vergonzado. Pues personalmente llevaba una vida disoluta e igno¬miniosa en toda lascivia, como dice la historia. Pero será quebrantado sin mano humana, como dice el profeta. En efecto, cuando quería bus¬car dinero en Persia ordenó mientras tanto a su capitán general Lisias que aniquilase y exterminase a los judíos. Pero, como no pudo con¬seguir dinero y oyó que Judas Macabeo había vencido a Lisias con su ejército y los había abatido, se enfermó a raíz de su gran ira es impaciencia porque las cosas no se habían desarrollado como él pensaba, y murió de gran aflicción y desconsuelo en tierra extraña. Así les pasará a los tiranos. Antíoco figura aquí como un ejemplo de todos los reyes y príncipes malos, sobre todo de cuantos se enfure¬cen contra Dios y su palabra. Por ello también todos los maestros antiguos han designado e interpretado a este Antíoco como una pre¬figuración del Anticristo y han acertado con esto. Semejante tirano asqueroso y rabioso debía elegirse como representación de la abomina¬ción postrera, como parecen indicarlo algunas palabras en este ca¬pítulo y en el duodécimo, señalándolo.
El capítulo 9 contiene primero una oración muy hermosa en la que Daniel intercede por su pueblo, que estaba cautivo en Babilonia, y por la ciudad de Jerusalén y el templo, suplicando que los judíos pudieran regresar y restaurar el culto. El ruego de Daniel es corres¬pondido, y además le es revelado más de lo que pide, a saber, cuán¬tos años habría hasta la venida de Cristo y el comienzo de su reino eterno. Y esto constituye una importante y sublime revelación de Cristo, la cual determina tan cierto y precisamente el tiempo.
Todos los intérpretes al unísono consideran que estas setenta semanas que el ángel menciona son semanas de años, no de días, es decir, una semana tiene siete años y no siete días. A ello obliga tam¬bién la experiencia. Pues setenta semanas de días no dan siquiera dos años. Eso no sería un tiempo extraordinario para semejante reve¬lación tan notable. Así que estas setenta semanas suman 490 años. Tanto tiempo tenían que esperar a Cristo, para que comenzara su reino.
Aquí hay que investigar dónde y cuándo empiezan estas setenta semanas. El ángel deja entrever que se inicia en el año en que se publica el bando de que Jerusalén se reconstruya, diciendo desde el tiempo en que se proclama el edicto de la edificación de Jerusalén, etc., lo cual algunos han estirado y extendido desmesuradamente. Para proceder correctamente, debemos comenzar con estas setenta se¬manas en el segundo año del reinado de Darío, que lleva el sobrenombre Longimano. Pues en este año vino la palabra de Dios me¬diante los profetas Hageo y Zacarías y mandó a Zorobabel a edificar el templo, como consta en el primer capítulo de ambos profetas. En efecto, el mismo Darío publicó un edicto en tal sentido, Esdras 6. La cuenta es corretca. Desde este edicto o decreto que salió mediante Hageo hasta el bautismo de Cristo, con que éste aceptó su ministerio y comenzó su reino o el Nuevo Testamento (el ángel lo describe aquí como príncipe), son aproximadamente 483 años. Esto son sesenta y nueve de estas semanas a que se refiere el ángel aquí: "Hasta Cristo, el príncipe, son siete semanas más sesenta y dos", esto da sesenta y nueve semanas. La cuenta se presenta así: Desde el segundo año de Darío hasta Alejandro Magno son 145 años, como es¬cribe Metástenes. Desde Alejandro hasta el nacimiento de Cristo son 311 años, como enseña la historia. Entre el nacimiento de Cristo y su bautismo median 30 años, según Lucas 3. Todo esto suma 486 años ó 69 semanas. Faltan tres años. Los debemos incluir en el cálculo, porque en semejantes cálculos e historias sucede a menudo que medio año se toma por un año entero. No se puede acertar y comprender todos los días y horas tan exactamente al escribir historia. Basta con acertarlo en forma aproximada, especialmente por cuanto las cosas principales tienen un testimonio tan seguro en las Escrituras.
De esta opinión no están lejos los que empiezan las setenta se¬manas con el vigésimo y último año de Gambises padre de Darío quien dejó ir a Nehemías para edificar a Jerusalén, Nehemías 2.
El año vigésimo de Cambises fue dos años antes del segundo año de Darío. Cuando un acontecimiento importante sucede en el lap¬so de tres años se debe sintetizarlo como un año o una unidad de tiempo y decir que acaeció en este ó aquel tiempo: Así se debe de¬clarar aquí que vino la palabra de Dios de edificar Jerusalén en el segundo año de Darío, en el tiempo en que Nehemías vino de Cam¬bises y comenzó a edificar la ciudad, etc. Pues era un gran suceso, empezado por muchos y con ayuda de los ángeles mismos. Zaca¬rías 1. Sin embargo, no todos comenzaron en el mismo día y hora.
Además, el ángel divide estas setenta semanas en tres partes. Dice que en las primeras siete semanas, es decir, en cuarenta v nueve años, se reconstruirán los muros y calles en tiempo angustioso. Motivo de tantas dificultades, fue también el hecho de que los países circun¬vecinos se les opusieron mucho m. Con esto concuerda lo que en Juan 2 los judíos dijeron a Cristo: "En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?" Luego dice el ángel que, después de sesenta y dos semanas, Cristo será muerto. Aquí indica qué sucederá cuando hayan pasado estas sesenta y nueve semanas y Cristo haya aparecido, a saber: Cristo será crucificado, lo que ha acontecido en el cuarto año después de las sesenta y nueve semanas después de su aparición pública. Al fin, la ciudad de Jerusalén será destruida y el pueblo judío dejará de existir como tal, lo cual ocurrió después por mano de los romanos. Una semana, la última, es decir, siete años, son el tiempo que sigue a las sesenta y nueve semanas, durante el cual (como se ha dicho) Cristo será muerto. Esto ha sucedido así: Dice el ángel que el Mesías confirmará el pacto con muchos durante una semana. Pues la predicación de Cristo era poderosa en estos siete años, por Cristo mismo hasta el cuarto año y después por los apóstoles, anunciando la gracia prometida. Y en medio de esta semana, es decir, en el cuarto año después de su bautismo, Cristo fue muerto, y con esto cesó el sacrificio, a saber, por la muerte de Cristo que es sacrificio verdadero fueron anulados el sa¬crificio y culto judíos. Luego, los romanos bajo el emperador Gayo Calígula, colocaron en el templo un ídolo para señalar que el templo y el judaísmo habían terminado.
El décimo capítulo es un prólogo al undécimo. Sin embargo, Daniel escribe en él algo singular de los ángeles, que no figura en ninguna otra parte de la Escritura, a saber que los buenos luchan con los malos defendiendo a los hombres. Nombra también a los ángeles malos príncipes hablando del príncipe de Grecia. Esto puede explicarnos por qué en la corte de los revés y príncipes hay un am¬biente tan rudo y salvaje y lo bueno se impide y se causa guerra y desgracia. Ahí están los diablos que agitan e incitan los ánimos o, por lo menos, ponen tantos obstáculos que nada prospera como es debido. Por ejemplo, cuando los judíos iban a ser liberados de Babilonia por los reyes de Persia el asunto no progresó, aunque a los reyes les gustó hacerlo. Por eso dice este ángel aquí que tiene que trabajar y pelear con el príncipe de Persia. Sin embargo, teme que venga el príncipe de Grecia cuando se produzca una demora. Como si quisiera decir: Cuando impedimos una desgracia, el diablo prepara otra. Si fuereis liberados de Babilonia, os vejarán los griegos. De ello basta por ahora. Se necesita más espacio y tiempo para seguir hablando de esto.
En el undécimo capítulo profetiza Daniel a su pueblo, los judíos, casi lo mismo que en el capítulo ocho. Habla de Alejandro Magno y de los dos reinos de Siria y Egipto, pero máxime a causa de Antíoco (que se llama el ilustre); que atormentará a los judíos. Mas lo pinta de tal modo que sus palabras llevan finalmente a describir en la persona de Antíoco al anticristo, refiriéndose así a nuestro tiempo úl¬timo que precede inmediatamente al día del juicio. Pues también todos
los maestros al unísono relacionan tal profecía acerca de Antíoco con el anticristo, y las palabras mismas nos obligan a la interpreta¬ción de que Daniel no apunta sólo al Antíoco "el ilustre", sino que entremezcla al "ilustre" y al anticristo enmarañando así a propósito sus palabras claras.
Manifiesta que aún habrá tres reyes en Persia, Esto no significa que Persia haya tenido tan pocos reyes como lo interpretan los judíos. Los persas han tenido por lo menos diez. Empero, se mencionan estos cuatro como reyes de Persia, porque se destacaron entre los demás: Después de Ciro figuran Cambises, Darío y Jerjes. Éstos son los cua¬tro principales. Jerjes era el más rico y luchó con un ejército innu¬merable contra los griegos. Pero fue derrotado ignominiosamente, y él mismo apenas se salvó. Después viene Alejandro y sus cuatro su¬cesores que no eran de su estirpe y sangre.
Ahora comienzan los dos reinos de Siria v Egipto que se hosti¬gan mutuamente. Aquí debe agregarse un diagrama de aquellas di¬nastías para no quedar confundido en la historia y el texto.


ALEJANDRO MAGNO






Después de Alejandro, el reino de Egipto, del cual habla aquí Daniel, se hizo muy poderoso. Lo mismo vale del reino de Siria. Nin¬guno de los dos pudo vencer al otro ni someterlo, aunque trataron de hacerlo a menudo y lo hubieran hecho con gusto. La primera guerra empezó entre Antíoco Theós y Ptolomeo Filadelfo. Pero después de guerrear mucho se reconciliaron. Ptolomeo fue un rey excelente, aman¬te de la paz y toda clase de artes. Protegía a muchos hombres doctos, y coleccionó una notable biblioteca con obras de todo el mundo. Hizo mucho bien a los judíos y adornó magníficamente el templo y culto de Jerusalén, de modo que estimo que ha sido uno de los reyes santos. Éste dio su única hija Berenice a Antíoco Theós para que quedara más firme la paz. Poco después murió. Mas Berenice como hija de un rey poderoso y ahora ella misma una reina potente y primera dama en la corte trató de asegurar que su hijo fuese el heredero de Siria. Pero el plan fracasó. Pues Laodicea, la esposa anterior de Antíoco Theós, con sus dos hijos Seleuco Calinico y Antíoco Hierax, adopta¬ron una actitud hostil frente a Berenice y su hijo, queriendo heredar el reino ellos mismos. Le dio veneno a su esposo Antíoco Theós, y lue¬go incitó a sus dos hijos contra su madrastra Berenice. Ellos la deste¬rraron y finalmente la mataron junto con su hijo y con toda su corte. A esto se refiere Daniel cuando dice: "No podrá retener la fuerza de su brazo, ni permanecerá su descendencia, sino que será entregada a la muerte junto con su hijo, su corte, e incluso con el rey su señor, que la había hecho tan poderosa".
Semejante crimen lo castigó y vengó el hermano de Berenice, Ptolomeo Euergetes, declarando la guerra a los dos hermanos Seleuco y Antíoco. Los desterró y saqueó su reino y regresó a su país. Y final¬mente, poco después estos dos hermanos (como corresponde a matri¬cidas) perecieron miserable y lastimosamente. De ello dice Daniel aquí que el rey del Sur con un ejército se dirigirá contra el rey del Norte y vencerá.
Después de la muerte de Ptolomeo Euergetes, volvieron a armar¬se los hijos del difunto Seleuco Calinico, a saber, Seleuco Cerauno y Antíoco el Grande. Empero, el primero murió durante los aprestos y Antíoco tuvo que venir dé prisa de Babilonia para luchar contra Pto¬lomeo Filopátor. Pero éste venció a Antíoco el Grande con su ejército. Así dice aquí Daniel que los hijos de Calinico se airarán y declararán la guerra a Ptolomeo Filopátor. Pero éste los vencerá y se hará orgu¬lloso por tal victoria. Pues el mismo Filopátor cayó luego en fornica¬ción, y finalmente mató a su reina Eurídice, que era a la vez su herma¬na, a causa de una ramera.
Empero, Antíoco el Grande después de la muerte de Filopátor se armó una vez más y con fuerzas aún mayores contra el hijo de aquél, llamado Ptolomeo Epífanes, quien era aún niño de aproximadamente cuatro o cinco años. Como sucede cuando los señores necesitan tutores, se aliaron contra é! con Antíoco otros reyes como Filipo de .Grecia y querían repartir entre sí el país del niño Epífanes. Además, en el país mismo había disensiones. Los judíos lo abandonaron, uniéndose a An¬tíoco. Por ello dice Daniel aquí que el rey Antíoco regresaría y que muchos combatirían al niño Epífanes. "Los brazos del Sur", es decir, los capitanes de Epífanes, que tenía en tierra de Fenicia y Judea y en Jerusalén, no podían resistir sino que Antíoco conquistó todos estos países. Vino también a la tierra gloriosa, a Jerusalén. Ahí lo ayudaron los judíos a arrojar completamente a los capitanes de Epífanes. Por esto Antíoco los honró mucho y les dio grandes riquezas y muchos privi¬legios.
Pero cuando quiso seguir y conquistar también a Egipto, Ptolomeo Epífanes se dirigió a los romanos. Entonces Antíoco tuvo que desktir de sus planes. Se reconcilió con Ptolomeo Epífanes y le dio en matri¬monio a su hija Cleopatra. No lo hizo con buena intención, sino como Daniel dice aquí, para destruirlo. Con la hija quería privar al joven príncipe de su reino. Pero la reina y los egipcios lo impidieron. Des¬pués, luchó contra las islas de Asia (como dice Daniel) y conquistó muchas de ellas. Pero los romanos se le opusieron rechazándolo, y le quitaron una buena parte de sus conquistas, casi toda Asia. Luego re¬gresó y fue a Persia, deseando buscar mucho dinero de un templo de Elimaida. Pero los habitantes se levantaron v lo vencieron con su ejército, matándolo. De este modo quedó en tierra extraña y no fue hallado más.
Antes de esto, cuando los romanos lo vencieron, había mandado a su hijo Antíoco llamado el Ilustre, en realidad el más insignificante y menos apreciado, como rehén o garantía a Roma. Después de la muerte de Antíoco fue rey su hijo Seleuco Filopátor. Era un hombre incapaz, como dice Daniel aquí, más apto para alguacil o alcalde que para rey. No hizo nada digno de príncipe ni nada notable y murió pronto. Entonces Antíoco el Ilustre huyó furtivamente de Roma. Aun¬que era poco estimado y el reino no estaba destinado a él, vino "sin aviso" y mañosamente (como dice Daniel) “tomó el reino con halagos”. Es  el   último  rey   de   que   habla   Daniel, el niño noble y bueno. Con astucia y perfidia, mentira y engaño procedió, no como rey sino como un bribón malevo. Su alevosía era tan rústica, burda y desvergonzada que no se preocupaba ni por apariencia de honradez, como se narrará luego. Ante todo, a causa de este bellaco y rufián tuvo Daniel su visión para consolar a los judíos que serían atribulados en todo sentido por este Antíoco.
Cuando se hubo apoderado del reino por traición siguió con las mismas artimañas. Ya que el rey de Egipto, el hijo de su hermana, llamado Ptolomeo Filométor, era aún demasiado joven, fingió que quería ser tutor fiel de su sobrino y ocupó las ciudades de Siria, Fenicia y Judea. Cuando los nobles de Egipto las quisieron recuperar, no quiso cederlas. Empezó la guerra, de la cual Daniel dice aquí que los brazos de Egipto (es decir, los nobles y capitanes de Filométor) fueron "barridos como con inundación de aguas", puesto que los venció.
Tampoco se conformó con esta traición. Pensaba también en apo¬derarse de todo Egipto. Hizo un pacto con los capitanes de Filométor, simulando que hacía todo como buen tutor en bien de su sobrino. Basándose en esta astucia (como Daniel dice aquí ) salió a Egipto con poca gente puesto que abrieron al amado pariente todas las puer¬tas. Se coronó rey de Egipto, robó, saqueó y explotó todo el país de ¬Egipto, procediendo con tal astucia, como dice aquí el texto  como no lo podía ninguno de sus antepasados con todo su poderío. Después regresó.
Ya que mientras tanto el rey Filométor llegó a la edad de adulto y ocupó el reino, y quiso recuperar lo suyo con violencia, los dos reyes se armaron contra sí. Pero viendo Antíoco el Ilustre que Filométor lo superaba en fuerzas, recurrió a su maña y traicioneramente sobornó a la gente de Filométor, de modo que se unieran a él. Muchos de ellos resultaron muertos. Pero no logró conquistar el país. Después concertó nuevamente la paz con su sobrino, y comía y hablaba con él en la mesa. Pero le había gustado estar por más tiempo en Egipto. Mas no se fiaron de él. Y como dice Daniel aquí m, ambos reyes pensaban destruirse mutuamente bajo apariencia de la paz. Por tanto Antíoco regresó con grandes riquezas y en el camino consiguió con perfidia y astucia que le dejaran entrar en Jerusalén. En esta ocasión saqueó ignominiosamente el templo y la ciudad, como figura en Macabeos 1. También Daniel dice aquí que dirigirá su corazón contra el santo pacto.
Después de aproximadamente dos años, cuando sus mentiras y bribonadas ya no tenían resultado, intentó ganar Egipto por la fuerza, haciendo la guerra a su sobrino, ahora ya no como tutor, sino como enemigo. Pero dice Daniel m: "No tendrá el mismo éxito como la primera vez". Pues los romanos, que eran tutores y protectores del rey Filométor por testamento de su padre, mandaron al cónsul Marcos Popilio con un ejército y le dieron la orden de salir de Egipto. Mas queriendo usar su artimaña y despachar a los romanos con buenas palabras, pretextó que iba a pensarlo con sus amigos. Entonces Mar¬cos Popilio con un bastón que tenía en la mano, trazó un círculo en la arena donde Antíoco estaba a orillas del mar y dijo: "Así declara el Senado de Roma: No saldrás de este círculo si no respondes si quieres guerra o paz". Entonces tuvo que abandonar el país y re¬gresar cargado de vergüenza.
Ahora se abalanzó sobre Jerusalén y el templo de Dios, su culto y pueblo. No podía saciar su ira en otra forma ni vengar su ignomi¬nia, sino en Dios y su reino. Y mucha gente infame de los judíos se aliaron con él hasta que Dios levantó a Judas Macabeo y a sus hermanos contra él, como se ha indicado arriba en el capítulo 8 y como relata aquí Daniel en el texto .
El duodécimo capítulo, como lo interpretan unánimemente todos los exegetas, se refiere íntegramente bajo el nombre de Antíoco al anticristo y al último tiempo en que vivimos. Por ello, aquí no hay que buscar más historia, sino que el claro evangelio muestra y dice bien a cada cual quién es el verdadero Antíoco que se elevó por encima de todos los dioses; "no respetó el amor de las mujeres", es decir, el matrimonio, sino que lo prohibió, y en lugar de ello llenó el mundo con la idolatría de su dios, y además con la impudicia carnal, y repartió los tesoros y bienes del mundo, etc. Pues "amor de las mujeres" no significa aquí lascivia, sino el amor honesto y virtuoso hacia las mujeres creado y mandado por Dios, a saber, el amor matrimonial, porque el profeta aquí considera uno de los vicios prin¬cipales del anticristo el de que "no hace caso al amor hacia las mu¬jeres". Esto sea suficiente por ahora. Porque el significado de este capítulo y la interpretación espiritual de Antíoco lo da la ex¬periencia y como dice Daniel, pronto seguirá a esto la resurrección de los muertos y la verdadera redención.
De ello vemos qué hombre grande y excelente ha sido Daniel, tanto ante Dios como ante el mundo. Ante Dios, porque tenía una profecía tan peculiar, a diferencia de todos los demás profetas; a saber, no sólo profetiza a Cristo como los demás sino que también cuenta los tiempos y años, los determina y los fija con certeza. Ade¬más describe los reinos hasta el tiempo prefijado para Cristo, uno tras otro en el orden exacto, alternativas de una manera tan exacta que uno no puede llegar a un juicio equivocado en cuanto a la ve¬nida de Cristo, a menos que lo haga a propósito como lo hacen los judíos. Y después sigue hasta el día del juicio describiendo en orden el estado y la naturaleza del imperio romano, y el curso de los acontecimientos, de modo que uno no  puede quedar en ignorancia respecto  del día  del juicio o  enfrentarlo  desprevenidamente  si hace a propósito, como ahora  lo hacen  nuestros epicúreos.
Por ello, a mi parecer. San Pedro se ha referido especialmente a Daniel cuando dice en 1ª Pedro 1: "Los profetas escudriñaron .qué tiempo y qué clase de tiempo indicaba el Espíritu de Cristo", etc. El "qué" significa que él calcula y determina exactamente cuánto tiempo y años faltaban hasta ahí. "Qué clase de tiempo" significa que des¬cribe minuciosamente cómo estaría la situación en aquella época; quien tendría el gobierno supremo o dónde estaría, de modo que anuncia no solamente el tiempo sino también el devenir, la imagen y la naturaleza de ese tiempo. Esto fortalece sobremanera nuestra fe cristiana y nos da una conciencia firme y segura, porque vemos ante nuestros ojos tan perfectamente los eventos que nos describe y reseña tiara y acertadamente en su libro escrito tanto tiempo antes.
Pues Daniel lisa y llanamente profetiza y determina a las claras que la venida de Cristo y el comienzo de su reino (es decir, su bau¬tismo y ministerio cíe predicación) será unos 510 años después del rey Ciro, Daniel 9, y en el mundo el reino de los persas y griegos habrá acabado y el imperio romano estará en la cumbre de su poder, Daniel 7 y 9. Por tanto, Cristo había de venir ciertamente en el tiempo del imperio romano cuando estaba en la cúspide y éste destruirá Jerusalén y el templo, porque después de aquel imperio no vendrá ninguno más, sino que seguirá el fin del mundo, como Daniel 2 y 7 lo dice manifiestamente.
También ante el mundo Daniel ha sitio un hombre excelente y grande, puesto que vemos aquí que actuaba en los dos primeros reinos como primer ministro, lis como si Dios dijera: "Tengo que dar diri¬gentes a estos reinos a costa de que queden destruidos mi Jerusalén y mi pueblo". Aunque no fue rey ni obtuvo grandes bienes por su acti¬vidad, no obstante, desempeño las obras, negocios y oficios reales. Pues así es el curso del mundo: Los que trabajan más en las tareas adminis¬trativas son los que menos beneficios tienen, y los que no hacen nada obtienen la mayor parte según el proverbio evangélico: "Uno es el que siembra, y otro es el que siega", Juan 4:37 y lo que es peor aún: En recompensa él tuvo que soportar odio, envidia, peligro y persecución, con lo cual el mundo suele recompensar todo servicio y acción benéfi¬ca. Pero todo esto no afecta a Daniel. Es tanto más apreciado por Dios, quien se lo retribuye tanto más abundantemente, y lo tiene por rey en Babilonia y Persia, porque él cuenta y juzga según los hechos y sus frutos, no de acuerdo con la persona y el nombre. Por ello, Daniel es en efecto el verdadero rey de Babilonia y Persia, a pesar de que no lo es en cuanto a su persona y nombre, y no cosecha bien, sino desgra¬cias y toda clase de peligros. De tal manera Dios puede consolar y honrar a sus judíos cautivos que hace del hijo de un ciudadano de la destruida Jerusalén un emperador tanto de Babilonia como de Persia. En resumen, entre todos los descendientes de Abraham ninguno fue enaltecido tanto en el mundo como Daniel. Por cierto, era grande José en Egipto al lado de Faraón. Igualmente eran importantes David y Salomón en Israel. Pero son todos revés y señores insignificantes en comparación con los reyes de Babilonia y Persia, donde Daniel era el dignatario más importante, y s. quienes en circunstancias particularí¬simas convirtió a Dios y sin duda en los dos imperios tuvo una actividad fructífera para mucha gente que por medio de él llegaron al conoci¬miento de Dios y a la bienaventuranza. Esto lo indican claramente las cartas y documentos de los mismos emperadores, que se honrara al Dios de Daniel en todas las tierras, Daniel 2 y 6.
Recomendamos a todos los piadosos cristianos leer este libro de Daniel, el cual les resultará consolador y útil en estos últimos tiempos miserables. Empero, a los impíos no les presta utilidad alguna, como el autor mismo dice al final : "Los impíos" quedan incrédulos y "no lo comprenderán". Pues semejante profecía de Daniel y las de la misma índole, no sólo se han escrito para que se sepan la historia y las tribulaciones futuras y para satisfacer la curiosidad de novedades, sino para consolar con ellas a los piadosos y alegrarlos; para fortalecer su fe y esperanza en la paciencia cuando ven y oyen aquí que su miseria terminará y que, libres de pecado, muerte, diablo, mal (como lo ansían), vendrán al cielo con Cristo a su bienaventurado reino eterno, como también Cristo en Lucas 21 consuela a los suyos por medio de anuncios terroríficos, diciendo: "Cuando estas cosas comien¬cen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra re¬dención está cerca", etc. Por ello vemos también aquí que Daniel termina siempre todas las visiones y ensueños, por horribles que sean, con una nota de alegría, a saber, con el reino y la venida de Cristo. Por causa de esta venida como el acontecimiento principal, más impor¬tante y definitivo se han formado, interpretado y escrito tales visiones y ensueños. Quien quiera leerlos con provecho no debe apegarse o adherirse a los cuentos o a las historias y conformarse con esto, sino que ha de alegrar y consolar su corazón con la prometida y cierta venida de nuestro Salvador Jesucristo, que es la redención feliz y dichosa de este valle de lágrimas y miseria. Para ello nos ayude nuestro amado Señor y Salvador, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo loados en la eternidad. Amén y amén.


PREFACIO AL PROFETA OSEAS

(1532)


Oseas vivió y predicó (como él mismo lo indica en el título en el tiempo del segundo y último jeroboám, rey de Israel. En aquella época vivieron también Isaías en judá y asimismo Amos y Miqueas. Pero Oseas fue el más antiguo entre ellos. Jeroboám fue un rey excelente y afortunado, que hizo mucho en bien del reino de Israel, como lo comprueba el segundo libro de Reyes en el capítulo 14. No obstan¬te, persistió en la idolatría de sus antepasados, los reyes de Israel; de manera que, si bien hubo en aquella época muchos hombres excelentes en el pueblo, sin embargo no pudieron hacer piadosa a la gente, pues al diablo le tocó causar en este pueblo el horrible mal de que siempre mataban a los profetas y quemaban a sus propios hijos a los ídolos llenando así el país con homicidios, a lo que alude la amenaza contra Israel en el primer capítulo .
Sin embargo, parece que esta profecía de Oseas no fue íntegramente escrita, sino que fueron extraídos algunos fragmentos y pasajes de sus sermones y recopilados en un libro. Empero, se nota y se observa en esta obra que su autor desempeñó con plenitud e intrepidez dos ofi¬cios. Por una parte, predicó en forma enérgica contra la idolatría de su época y reprendió denodadamente al pueblo, al rey, sus príncipes y sacerdotes. Por cierto, por esto sufrió la muerte (como los demás) y tuvo que morir como hereje contra los sacerdotes y rebelde contra el rey; pues ésta es una muerte propia de profetas y apóstoles; así tuvo que morir Cristo mismo. Por otra parte, profetizó en forma poderosa y muy consoladora de Cristo y su reino, como lo indican especialmente los capítulos 2, 13 y 14.
El hecho de que use muchas veces el término "prostituta" y "fornicación", y tome, según el relato del primer capítulo, una mujer fornicaria, no debe llevar a pensar a nadie que el profeta es tan lascivo en palabras y obras, pues habla en sentido espiritual y esta mujer fornicaria era su esposa legítima y honesta con la cual tuvo hijos legí¬timos. Por el contrario, la mujer y los hijos tenían que llevar este nombre afrentoso en señal y castigo del pueblo idólatra que estaba lleno de fornicación espiritual (es decir, idolatría) como él mismo dice en el texto : "La tierra fornica, apartándose del Señor". Así Jeremías llevaba un yugo de madera y una copa como signo, y todos los profetas comúnmente hacían algo extraño como señal para el pueblo. Asimismo la esposa e hijos legítimos del profeta deben ser tildados de fornicarios como signo contra el pueblo fornicario e idólatra; pues no es de creer que Dios mande a un profeta cometer fornicación como algunos interpretan aquí a Oseas.



PREFACIO AL PROFETA JOEL


(1537)


Joel no indica en qué tiempo vivió y predicó. Pero dicen los antiguos que fue contemporáneo de Oseas y Amos. Lo aceptamos sin poder verificarlo exactamente. Era un hombre bondadoso y clemente; no reprende ni castiga como los demás profetas, sino que suplica y se lamenta. Quisiera hacer piadosa a la gente con palabras buenas y amis¬tosas y resguardarla de daño y desgracia. Pero, por cierto, le habrá pa¬sado, como a otros profetas, que los hombres no han creído sus palabras y lo han tenido por loco. No obstante, es celebérrimo en el Nuevo Testamento, pues San Pedro lo destaca en Hechos 2. Joel da el primer sermón predicado en la iglesia cristiana, a saber, en Pentecostés, en Jerusalén cuando fue derramado el Espíritu Santo. Así también San Pablo hace uso muy acertado del texto: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" , que figura en Joel en el capítulo 2.
En el primer capítulo profetiza el castigo futuro del pueblo de Israel. Serán destruidos por los asidos y llevados a tierra extraña. Llama a los asirios orugas, langostas, pulgones y saltones, puesto que los asirlos se comieron el reino de Israel una parte tras la otra hasta des¬truirlo completamente. Pero finalmente el rey Senaquerib fracasó ante Jerusalén. A esto se refiere Joel en el capítulo 2t: "Haré alejar de vosotros al del Norte", etc.
Por otra parte, profetiza al fin del capitulo 2 y de allí en adelante del reino de Cristo y del Espíritu Santo y habla de la Jerusalén eterna.
El hecho de que mencione el valle de Josafat , donde el Señor entrará en juicio con todas las naciones, lo interpretan los Padres an¬tiguos como referencia al juicio final. No repruebo esta interpretación. No obstante, creo que la opinión de Joel es la siguiente: Así como llama a la iglesia cristiana la "Jerusalén eterna", así la llama también "el valle de Josafat". Por cuanto todo el mundo es llamado a la iglesia cristiana, por la palabra en ella es juzgado y .reprendido por la predi¬cación. Son todos pecadores ante Dios, como dice Cristo , que el espíritu de la verdad castigará al mundo a causa del pecado, pues "valle de Josafat" significa valle del juicio; de igual manera llama Oseas en el capítulo 2 a la iglesia cristiana "valle de Acor".



PREFACIO AL PROFETA AMOS


Amos indica el tiempo en que vivió y predicó: en la época de Oseas e Isaías. Predica contra los mismos vicios e idolatría, o sea los santos falsos, como lo hace Oseas, y anuncia también la cautividad asiría. Habla con mucho vigor y reprende al pueblo de Israel a lo largo de todo el libro hasta el fin del último capítulo, donde profetiza de Cristo y su reino, terminando con ello su libro. Me parece que ningún profeta tiene tan poca promesa, tanta censura y amenaza, de modo que bien puede llamarse "Amos", es decir, carga o gravoso y fastidioso, ante todo porque es un boyero y no proviene de la orden de los pro¬fetas, como él mismo dice en el capítulo 7, y además va de la tribu de Judá, de Tecoa, al reino de Israel, y predica allí como forastero. Por ello se dice también que el sacerdote Amasias (al que reprende en el capítulo 7) lo mató con una vara.
En el capítulo 1, el lenguaje del profeta es difícil y oscuro. Habla ahí de tres y cuatro pecados. Sobre esto muchos se han roto la cabeza y buscado argumentos remotos. Pero del texto se desprende cla¬ramente que estos tres o cuatro pecados no son más que una sola clase, puesto que el profeta no nombra y menciona en todas partes más que un mismo pecado. Por ejemplo, contra Damasco se refiere solamente al pecado de "trillar a Galaad con trillos de hierro", etc. Mas llama a tal pecado tres o cuatro, porque no lo expían ni lo compren¬den, sino que se vanaglorian de él, confiando en haber obrado bien, como lo hacen todos los falsos santos. Un pecado no puede tornarse más maligno ni más grande ni más tremendo que cuando pretende ser obra santa y divina y cuando convierte al diablo en dios y a Dios en diablo. Así, tres más cuatro dan siete, lo que es según las Escrituras el término numérico donde se vuelve para reiniciar la cuenta, tanto los días como las semanas.
Amos es citado dos veces en el Nuevo Testamento. Primero en Hechos 7, donde San Esteban cita un pasaje del capítulo 5 para re¬prender a los judíos, demostrando con él que no habían observado las leyes divinas desde los comienzos cuando salieron de Egipto. En segundo
lugar, en Hechos 15, donde Santiago en ocasión del primer concilio de los apóstoles cita el pasaje del último capítulo para probar la liber¬tad cristiana de que los gentiles en el Nuevo Testamento no están obligados a observar las leyes de Moisés, puesto que los judíos mismos nunca lo han cumplido ni tampoco pudieron cumplirlo, como afirma San Pedro en Hechos 15. Son las partes más importantes en el libro de Amos y dos partes muy buenas.



PREFACIO AL PROFETA ARDÍAS


(1532)


Abdías no indica el tiempo en que vivió. Pero su profecía se refiere a la época de la cautividad babilónica, puesto que consuela al pueblo de Judá, anunciando que regresaría a Sion.
Su profecía se dirige sobre todo contra Edom o Esaú que tenía un eterno odio y envidia respecto al pueblo de Israel y Judá. Esto suele suceder cuando parientes llevan a ser desavenidos mutuamente y sobre todo cuando hay odio y discordia entre hermanos. Ahí la enemistad no tiene límites.
Así los edomitas eran enemigos acérrimos del pueblo judío. Su máxima satisfacción era la de ver a los judíos en cautiverio. Se vana¬gloriaban y se burlaban de la desgracia y miseria de ellos. Casi todos los profetas vituperan a los edomitas por semejante malignidad ren¬corosa. Así también el Salmo 137 se queja de ellos, diciendo: "Oh Señor, recuerda a los edomitas en el día de Jerusalén, cuando decían: Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos".
Es sumamente doloroso si en lugar de consolar a los míseros y afligidos, se aumenta su aflicción con burlas y risas, jactancia y vana¬gloria. Con ello la fe en Dios sufre una tentación grande y fuerte y el hombre es incitado poderosamente a la desesperación e incredulidad. Por eso, Dios levanta a un profeta con la misión especial contra seme¬jantes burladores y tentadores enfadosos, y así consuela a los apesadum¬brados, fortalece su fe con amenazas y reprensiones contra tales edo¬mitas hostiles, es decir, los escarnecedores de los desafortunados con la promesa y el ofrecimiento del auxilio y salvación futuros. Esto es por cierto un consuelo necesario y un Abdías  útil en semejante desgracia.
Al fin profetiza del reino de Cristo; este reino estaría no sólo en Jerusalén, sino en todas partes, puesto que entremezcla entre sí a todos los pueblos, como Efraín, Benjamín, Galaad, los filisteos, cananeos, los de Sarepta. Esto no puede entenderse del reino temporal de Israel, porque conforme a la Ley de Moisés, tales tribus y pueblos debían quedar separados en el país.
Que los judíos interpretan aquí Sarepta como Francia, y Separad como España, lo descarto como improbable. A mi juicio Sarepta sigue siendo una ciudad cerca de Sidón y Sefarad una ciudad o un país en Asiria, donde estuvieron cautivos los de Jerusalén como el texto lo
expresa claramente : "Los cautivos de Jerusalén que están en Sefa¬rad". Pero cada cual puede opinar lo que quiera.



PREFACIO AL PROFETA JONAS

(1532)


Algunos, como Jerónimo, creen que el profeta Jonás fue el hijo de la viuda de Sarepta, cerca de Sidón, que sustentó al profeta Elias en el tiempo de hambre, según el primer libro de los Reyes capítulo 17 y Lucas 4. Su motivo es que él se llama aquí hijo de Amitai , es decir, hijo del veraz, porque su madre dijo a Elías cuando lo habla levantado de la muerte: "Ahora sé que la palabra es verdad en tu boca" . Créalo quien quiera, yo no lo creo. Por el contrario, su padre se llamaba Amitai, en latín verax, traducido "veraz", y era oriundo de Gat-hefer, ciudad sita en la tribu de Zabulón. Josué 19. Pues está escrito en el capítulo 14 del segundo libro de Reyes que el rey Jeroboam restauró los límites de Israel desde la entrada de Hamat hasta el mar de Araba conforme a la palabra del Señor, Dios de Israel, la cual él había hablado por su siervo Joñas, hijo cíe Amitai, profeta que fue de Gat-hefer. Además, la viuda de Sarepta era pagana, como Cristo manifiesta en Lucas 4. Pero Jonás manifiesta aquí que es hebreo.
Así, tenemos que este Jonás vivió en el tiempo del rey Jeroboám, cuyo abuelo era el rey Jehú. En aquella época reinaba en Judá el rey Uzías. En este período vivían también en el mismo reino de Israel los profetas Oseas, Amos. Joel, en otros lugares y ciudades. Esto demuestra a las claras qué hombre excelente y apreciado era este Jonás en el reino de Israel y cuan grandes obras Dios realizó mediante él a saber, que por su predicación el rey Jeroboam fue tan afortunado y recuperó cuanto Hazael rey de Siria, había quitado al reino de Israel.
Pero más importante que todo lo que hizo en su pueblo es el hecho de que encara al reino tan grande y poderoso de Asiría y pre¬dica allí con gran éxito a los gentiles. Entre los suyos con muchos ser¬mones no había tenido un éxito semejante, como si Dios quisiera seña¬lar con esto el dicho de Isaías 52: "El que no lo oyó, lo oirá", para demostrar que todos los que tienen In palabra en abundancia, la des¬precian mucho, y los que no pueden tenerla la aceptan gustosos. Así dice Cristo mismo en Mateo 21: "El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a los gentiles que producirán sus frutos de él".








PREFACIO AL PROFETA MIQUEAS

(1532)


El profeta Miqueas vivió en el tiempo de Isaías. Usa también las palabras que figuran en el capítulo 2 de aquel profeta . Se advierte claramente que los profetas que vivían al mismo tiempo, predicaban de Cristo en términos casi idénticos, como si lo hubieran convenido en¬tre sí. Miqueas es un profeta excelente que reprende fuertemente al pueblo por su idolatría y se refiere de continuo al Cristo venidero y su reino. La particularidad de este profeta reside en el hecho de que nombra tan exactamente la ciudad de Belén, donde había de nacer Cristo. Por ello, fue muy renombrado en el Antiguo Testamento, como lo demuestra también Mateo en el capítulo 2.
En breve, reprende, profetiza, predica, etc. Pero en definitiva su intención es demostrar que aun cuando Israel y Judá caigan en ruinas, vendrá Cristo que restaurará todo. Así es como ahora nosotros debemos reprender, reñir, consolar y predicar, etc., y decir después: Cuando todo está perdido, Cristo vendrá en el día del juicio y nos librará de toda desgracia.
El profeta es difícil de entender en el capítulo 1 debido a la gramática hebraica y a los frecuentes juegos de palabras. Pone Sanan por Saemán, y Aczib. Maresa. etc. A estas palabras les da una significa¬ción mala, invirtiéndolas.



PREFACIO AL PROFETA NAHÚM

(1532)


El profeta Nahúm profetiza acerca de la destrucción del pueblo de Israel y Judá a manos de los asirios que sobrevendría por causa de su pecado. Esta destrucción fue llevada a cabo por Salmanasar y Senaquerib. No obstante, el remanente de los piadosos se conservaría, como sucedió a Ezequías v otros como él. Por ello, parece que vivió antes de Isaías v por lo menos al mismo tiempo.
Después anuncia la destrucción del reino de Asiría, principalmente de la ciudad de Nínive que era muy piadosa en el tiempo de Jonás, pero después nuevamente llena de maldad y atormentaba mucho a los cautivos de Israel. Por eso anuncia también Tobías que esta malignidad terminaría en ruina definitiva, al decir: "Su iniquidad le dará el fin". Como dice su nombre (Nahúm significa consolador) consuela al pueblo de Dios con que sus enemigos, los asirios, serán a su vez des¬truidos.
Al final del capítulo 1 menciona también, como Isaías en el capítulo 52 a los predicadores buenos que anuncian  paz y salvación en los montes y manda a Judá a celebrar fiestas alegres. Y aunque esto puede entenderse del tiempo de Exequias después de Senaquerib cuando Judá fue salvado y mantuvo su libertad contra dicho rey, no obstante, es una profecía general que incluye, también a Cristo y afirma que en Judá quedará el buen mensaje y el culto gozoso de Dios, enseñado y confirmado por la palabra de Dios. Por eso es y se llama un verdadero Nahúm.

PREFACIO AL PROFETA HABACUC

(1526)


Este Habacuc es un profeta de consolación. Su misión es la de fortalecer y sostener al pueblo para que no desespere de la venida de Cristo, por extrañas que fueran las cosas que suceden. Por ello, recu¬rre a cuanto pueda contribuir a que la fe en el Cristo prometido quede firme en sus corazones y predica en este sentido: Es cierto que a causa de sus pecados el país será destruido por el rey de Babilonia. Pero esto no podrá impedir la venida de Cristo y su reino, sino por el contrario, el destructor, el rey de Babilonia, no tendrá mucha suerte y perecerá también. Pues la manera de obrar de Dios es tal que él ayuda cuando hace falta y viene cuando ha llegado el tiempo, como reza el cántico del profeta . Dios se acuerda de su misericordia en tiempos de la
tristeza; así dice también el proverbio: Cuando la soga está más tensa, se rompe. También nosotros tenemos que sostener a los cristianos con la palabra para mantener en la fe, si no a todos hasta el día del juicio, al menos a algunos, aunque parezca que Cristo demora mucho y no quiere venir, como él mismo dice que vendrá, cuando menos se pien¬sa, cuando edifican, plantan, compran, venden, comen, beben, se casan, dan en matrimonio, etc. Aquí es preciso creer y predicar como tenemos diariamente a la vista.
De todo esto se ve claramente que este Habacuc vivió antes de la cautividad  babilónica, quizá en el tiempo de Jeremías. Es también fácil de entender lo que quiere y se propone. Algunos libros cuentan de Habacuc que llevó comida desde Judea al profeta Daniel a la prisión de  Babilonia. Esto no tiene fundamento ni probabilidad. No concuerda tampoco con el cálculo de tiempo. De la profecía de Ha¬bacuc resulta que él es más antiguo que Jeremías. Éste vivió durante la destrucción de Jerusalén. Habacuc en cambio la predice. Pero Daniel era posterior a Jeremías y ya  tenía  cierta edad cuando fue echado en la cárcel.
El nombre de Habacuc concordaba muy bien con su oficio; pues Habacuc significa el abrazador, o el que abraza a otro y lo estrecha contra el pecho. Esto es lo que se propone el profeta con su profecía: Abraza a su pueblo y lo estrecha contra el pecho, es decir, lo consuela y sostiene como se acaricia a un pobre niño llorador o a un hombre que llora para que se calle y tranquilice, ya que las cosas mejorarán si Dios quiere.



PREFACIO AL PROFETA SOFONÍAS

(1532)


Sofonías vivió en el, tiempo del profeta Jeremías. Profetizó bajo el rey Josías, como Jeremías, como indica en el título. Por ello anuncia también lo mismo que aquel profeta, a saber, que Jerusalén y Judá serán destruidos y el pueblo llevado a la cautividad por su vida mala e impenitente.
Empero, no menciona por nombre al rey de Babilonia que les había de causar semejante destrucción y cautiverio, como lo hace jeremías, sino dice simplemente que Dios traerá sobre ellos tal infortunio y tribulación, a fin de incitarlos al arrepentimiento; pues ningún profeta pudo persuadirlos nunca de que Dios estaba aira¬do contra ellos. Confiaban siempre en la gloria de que eran y se llamaban pueblo de Dios. Quien predicaba que Dios estaba airado con ellos había de ser un profeta falso y tenía que morir. No querían creer que Dios abandonaría a su pueblo. Es lo mismo como ahora que se llama herejes y se mata a todos los que enseñan que la iglesia yerra y
peca y que Dios la castigará. Mas profetiza tal desgracia, no sólo para Judá, sino también a todos los países adyacentes y vecinos, como a los filisteos, moabitas, hasta a los etíopes y Asiría. Pues el rey de Babilonia debía ser un azote de Dios sobre todos los países.
En el capítulo 3 profetiza en forma sobremanera gloriosa y clara del gozoso y bienaventurado reino de Cristo que se debía extender a través de todo el mundo. Aunque es uno de los profetas menores, habla más de Cristo que muchos profetas grandes, casi más que Jeremías. Con ello consolaba por otra parte al pueblo para que en la cautividad babilónica no desesperasen, como .si Dios los hubiera desechado para siempre. Por el contrario, habrían cíe estar seguros de que serian nue¬vamente aceptados en la gracia y obtendrían al Salvador prometido, Cristo., con su magnífico reino.




PREFACIO  AL  PROFETA  HAGEO

(1532)


Hageo es el primer profeta que tuvo el pueblo después de la cautividad babilónica. Por su profecía fue reconstruido el templo y restablecido el culto. A los dos meses después de haber iniciado su actividad pública, se le dio a Zacarías como colaborador, para que por boca de dos testigos se creyera más firmemente la palabra de Dios. Pues el pueblo estaba en grandes dudas si el templo debía recons¬truirse.
Creemos que se habla de estos profetas en Daniel capítulo 9 cuando dice: "Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas, etc." Aun cuando antes había salido un decreto del rey Ciro de que se edificase el templo en Jerusalén a sus expensas (las del rey), la edificación fue impedida hasta el tiempo de Hageo y Zacarías cuando salió el decreto de Dios por la profecía de ellos. Entonces el asunto prosperó.
Pero reprende al pueblo porque no se ha preocupado de restau¬rar el templo y de restablecer el culto de Dios, sino que sólo pensa¬ron con avidez y avaricia en sus propios bienes y casas. Por ello, fueron afligidos por carestía, por mermas en vas, cosechas, viñas, trigo y en toda clase de cereales, para ejemplo de todos los impíos que des¬precian la palabra y el servicio de Dios y siempre juntan para la propia bolsa. Para todos ellos vale el texto que dice: "Su bolsa será rota" .
Lo mismo enseñan también todas las historias: donde no se quiere sustentar a los servidores de Dios ni ayudar a conservar su palabra, Dios permite a los hombres acumular bienes con avaricia egoísta. Empero, al fin hace un agujero en la bolsa y desparrama los bienes, de modo que nadie sabe dónde quedó. Quiere tener su parte en la comida, de lo contrario ellos tampoco hallarán qué comer.
Profetiza también de Cristo en el capítulo 2, diciendo que en breve él vendrá como consuelo de todas las naciones. Esto es un ve¬lado indicio de que el reino de los judíos y la ley terminarán, que los reinos de todo el mundo serán destruidos y sometidos a Cristo, lo que ha sucedido hasta ahora y sigue aconteciendo hasta el juicio final. Entonces se cumplirá todo.



PREFACIO AL PROFETA ZACARÍAS

(1532)


Este profeta vivió después de la cautividad babilónica. Con su colaborador, Hageo, ayudó a reedificar a Jerusalén y el templo, y a reunir al pueblo disperso para que establecieran de nuevo un gobierno y orden en el país. Por cierto fue uno de los profetas más consoladores, para que revela muchas visiones sumamente re¬confortantes y dice muchas palabras amables y bondadosas para con¬solar y fortalecer al pueblo afligido y dispersado, a fin de que co¬menzasen a construir el templo e implantar el orden, lo que hasta entonces había sido obstaculizado de muchas maneras. Esto se detalla en los capítulos uno a cuatro.
En el capítulo 5 profetiza, bajo la visión del rollo volante y del efa, de los maestros falsos que se levantarán después en el pueblo judío negarán a Cristo. Esta visión se cumple aun hoy día en cuanto a los judíos.
En el capítulo 6 profetiza del evangelio de Cristo y del templo espiritual que debe edificarse en todo el mundo, porque los judíos negaban a Cristo y no querían tenerlo en su medio.
En los capítulos 7 y 8 surge una cuestión, a la cual responde el profeta; los consuela una vez más y los exhorta a edificar el templo e implantar el orden. Con ello termina la profecía de aquel entonces acerca de la reconstrucción.
En el capítulo 9 se dirige a los tiempos futuros, profetizando primero en el capítulo 10  que Alejandro Magno conquistará  a Tiro, Sidón y Filistea, para que todo el mundo fuese abierto al evan¬gelio venidero de Cristo. Además, describe cómo el Rey Cristo entraría en Jerusalén, montado en un asno.
Empero, en el capítulo 11 profetiza que Cristo será vendido por los judíos por treinta piezas de plata. Por esto se apartará de ellos, de modo que Jerusalén será finalmente destruida y los judíos serán endurecidos en el error y dispersados. Y así vendrá el evangelio y el reino de Cristo a los gentiles, después del sufrimiento con que Cristo como pastor será herido y los apóstoles desparramados como ovejas. Pues previamente tuvo que sufrir y así entrar en su gloria.
En el último capítulo, después de haber destruido a Jerusalén, deroga el sacerdocio levítico con su organización, utensilios y fiestas; y dice: todos los oficios espirituales serán comunes para servir a Dios, no pertenecen sólo a la tribu de Leví, esto es: vendrán otros sacer¬dotes y fiestas, otros sacrificios y culto a Dios, que podrán practicar cambien otras tribus, aun los egipcios y todos los gentiles. Esto es lisa y llanamente abolir el Antiguo Testamento y quitarlo del medio.


PREFACIO AL PROFETA MALAQUIAS

(1532)


Los hebreos creen que este Malaquías fue Esdras. No nos pon¬dremos a discutirlo, puesto que no sabemos nada cierto de él. Sólo podemos desprender de su profecía que vivió no mucho tiempo antes del nacimiento de Cristo, y que fue por cierto el último profeta, ya que dice en el capítulo 2 que Cristo el Señor vendrá pronto.
Es un profeta excelente, que tiene hermosos pasajes acerca de Cristo y el evangelio, al que llama la ofrenda limpia en todo el mundo, pues por el evangelio se glorifica la gracia de Dios, lo que constituye la verdadera y limpia ofrenda de gracia. Igualmente pro¬fetiza de la venida de Juan Bautista como lo interpreta Cristo mismo en Mateo 11 llamando a Juan su "mensajero y Elías del que escribe Malaquías".
Además, reprende también severamente al pueblo porque no daban a los sacerdotes sus diezmos y ofrendas obligatorias. En caso de que lo daban, lo hacían con toda deslealtad. Traían ovejas enfer¬mas y defectuosas y lo que a ellos mismos no les agradaba; esto tenía que ser bueno para los pobres sacerdotes y predicadores. Así suele suceder: donde hay la verdadera palabra de Dios y predicadores fieles, éstos tienen que sufrir hambre y miseria. Maestros falsos tendrán siempre todo en abundancia. Por otra parte, censura también a los sacerdotes que aceptaban y sacrificaban semejantes ofrendas. Esto lo hacían por pura avaricia. Pero Dios declara que esto le causa gran desagrado y llama semejante perfidia y malignidad una ofensa que se le infligía a él mismo. Por ello, amenaza al pueblo con apartarse de ellos y tomar por pueblo a los gentiles. Después vitupera a los sacerdotes, en especial porque falsificaban la palabra de Dios y enseñaban incorrectamente, seduciendo a muchos con ello. Abusaban de su ministerio sacerdotal, no reprendiendo a los que sacrificaban cosas defectuosas o no eran piadosos en otro sentido. Por el contra¬rio, los alababan y los llamaban piadosos con tal de obtener sacrifi¬cios o ventajas de ellos. Así, la avaricia y el cuidado por las cosas materiales han causado siempre daño a la palabra y al culto de Dios y han convertido a los predicadores en hipócritas.
También los censura porque entristecían y despreciaban a sus mujeres, con lo cual profanaban también sus sacrificios y culto a Dios, pues estaba prohibido en la ley de Moisés sacrificar ofrendas dadas con espíritu entristecido y los que estaban afligidos no debían sacrificar ni comer de los sacrificios. De esto se habían hecho pasibles los que entristecían y hacían llorar a sus mujeres. Trataban de respal¬darse en el ejemplo de Abraham, quien tuvo que expulsar a Agar y afligirla. Sin embargo, no lo hizo por petulancia, así como tam¬poco la había tomado en matrimonio por antojo.

SE TERMINÓ DE TRANSFORMAR A FORMATO DIGITAL POR
ANDRÉS SAN MARTÍN ARRIZAGA, 3 DE MARZO DE 2007.

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