CONFESIÓN DE PECADOS

por Claudio Navea C.

Con demasiada frecuencia al enfrentarnos con la cuestión del pecado solemos encontrar más interrogantes que respuestas, interrogantes que guardan relación con su origen o con la simple cuestión del no reconocimiento del mismo y en consecuencia con su no confesión, es decir: yo no soy tan malo(a). El no reconocimiento de nuestra maldad, de mi maldad; solo traerá más condenación sobre aquellos que viven lejos de Dios y de igual modo para aquellos que creen estar cerca de Dios, pero que infortunadamente tampoco le conocen. Si mi maldad no me es revelada, no asumiré que necesito a Dios y como es lógico no podré confesarle como Dios. Es completamente cierto que quienes tienen trayectoria eclesiástica creen sumariamente lo que la Biblia dice al respecto; que nuestros primeros padres cayeron de su original estado y a causa de este accionar entró el pecado al mundo y consecuentemente fuimos todos constituidos pecadores, pero con todo, nadie puede examinar su propia naturaleza ni observar la conducta de sus semejantes, sin verse llevado por la convicción de que existe el mal del pecado. No es una cuestión puramente moral o teológica. Ahora bien, no pretendo entrar en un análisis detallado acerca de las diferentes teorías filosóficas que existen en relación con la cuestión tratada, pero si creo conveniente establecer una base sobre la cual oficializar un breve diálogo y a partir de ahí determinar la importancia de la confesión de nuestra maldad. Si ignoramos que es lo ocurrido, es decir; en el principio; malamente podremos acercarnos a Dios de manera apropiada, nuestra ofrenda en este sentido será más bien un símil de la ofrenda de Caín y al igual que él no le agradaremos.

Sabemos por las enseñanzas de las Escrituras que dios todo lo hizo hermoso y bueno en gran manera, desgraciadamente en medio de este perfecto estado de cosas irrumpe el pecado destruyendo en parte todo lo que había creado Dios. Entonces corporativamente todos somos alcanzados por la transgresión de nuestros primeros padres, como el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombre, por cuanto todos pecaron. El resultado lógico y la justa consecuencia de este hecho desató  el juicio de Dios sobre el hombre ocasionando nuestra muerte eterna, separación y castigo de Dios, …el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, … la paga (el sueldo) del pecado
es la muerte, luego que es el pecado entonces:
el pecado es cualquier falta de conformidad a la ley de Dios, o la transgresión de la  misma, esta situación terrible nos hace estar lejos de dios y desamparados de todo afecto divino, de tal manera que los alcances y consecuencias del pecado rompen nuestras relaciones y amistad con Dios, con nuestros semejantes, con la naturaleza y entre el hombre y su propio ser no alcanzando este la paz que su ser interior demanda, solo merecemos condenación. Adán y Eva pretendían independizarse de Dios, suponían ellos saber más que Dios, deseaban ponerse a la altura de Dios, desgraciadamente para nuestros primeros padres ese fatal deseo de independizarse y aquella actitud de arrogancia fue detestada por Dios. Él no tolera el pecado, su carácter, la perfección de su persona, la grandeza de su santidad y la inmensidad de su justicia le hacen de manera inherente querer castigar el pecado, infortunadamente entre los seres caídos no se halla el sujeto adecuado para ser ofrecido en perfecto sacrificio. Ahora bien; de tal manera Dios es justo que se encarna en la persona de Jesucristo para mediar por el hombre y ser el vicario de su pueblo y de esta forma redimir para si una iglesia sin mancha alguna. Luego vemos como Dios hace justicia y castiga el pecado no en el hombre, sino en su Hijo Jesucristo, y es también a la vez misericordioso pues, es Cristo el que carga la cruz, sufre en nuestro lugar y es afectado por la justicia de Dios Padre…aun estando nosotros muertos en pecados, mas dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Toda vez que nuestros intelectos son iluminados por el quehacer del Espíritu Santo sabremos de donde nos a sacado Dios y procuraremos agradar a Dios, pues de no ser de este modo estaríamos pecando y el que peca demuestra ser un rebelde: todo pecado es rebeldía. Luego habiendo sido ya constituidos hijos de Dios no podemos al igual que Dios tolerar el pecado y trataremos de no ser vistos como unos rebeldes.

El resultado de entender que primeramente Dios todo lo hizo perfecto y bueno, dos que somos todos pecadores y que merecemos solo la muerte y en tercer lugar que Cristo muere en mi lugar satisfaciendo así la justicia divina, que sufre el oprobio del hombre y que sufre el abandono de Dios en virtud de la justicia y misericordia; solo puede producir en los depositarios del amor de Dios una confesión espontánea de sus maldades y una demanda humilde del amor de Dios a nuestro favor. Aquella confesión es importante porque pone de manifiesto  que el Espíritu Santo está obrando en la vida del hombre, y que la obra regeneradora del Espíritu Santo es efectiva en su accionar. Cuando Dios alcanza al hombre y cambia su regencia moral, este poder y obrar de Dios solo provoca la confesión sincera y humilde de pecado. Confesar es reconocer el pecado delante de Dios asimismo prometer fidelidad a Dios. Tanto en el Antiguo Testamento con en el Nuevo Testamento ambas cosas son aspectos centrales de una fe genuina.

EL  PEQUEÑO GRAN DETALLE

Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Romanos: 10: 9-10

Este es el versículo que se usa frecuentemente para invitar a las personas a tener un encuentro con Jesucristo, al menos en círculos pentecostales y neopentecostales y a decir verdad también en aquellos que se precian de reformados, el detalle es que solo basta la confesión pública para aceptar y entender que el nuevo candidato es un hijo de Dios y desgraciadamente esto es solo una reducción del tema, pues a la larga muchos de los así llamados cristianos, cuando se les consulta acerca de su fe y/o conversión al evangelio de nuestro Señor Jesucristo suelen citar este versículo y hacen referencia a aquella experiencia de conversión. “Yo soy cristiano porque hice una oración”, es decir; no existe mayor conocimiento, no existe mayor comprensión de la obra de Cristo en sus vidas. “yo soy cristiano porque hice una oración y le confesé delante de los hermanos en la iglesia”, luego la seguridad del la salvación en algunos individuos descansa en una oración, oración que a veces es solo la repetición de otra que en este caso el predicador, pastor o evangelista hace. ¿Sobre que descansa la seguridad de nuestra salvación? Para algunos esto puede resultar una sutileza, pero infortunadamente con demasiada frecuencia solemos escuchar esta clase de respuestas. “Yo soy salvo porque hice una oración”, aun en personas que uno supone son conocedores de los meros rudimentos de la fe.
Sin lugar a dudas debemos confesar a nuestro Señor Jesucristo pero el versículo dice que no solo debemos confesar, también debemos creer y creer es la condición, es el imperativo para una confesión genuina y sincera en la presencia de Dios. Solo frente a la santidad de Dios somos despojados de todos nuestros supuestos y nuestras humanidades quedan desnudas ante tal santidad y solos en esa condición de miseria frente a Dios, nuestra confesión brotará espontánea y sincera, en consecuencia este debiera ser el camino adecuado para edificar en el hombre y la mujer de Dios el carácter de Cristo. Sin la certeza de una fe salvadora en le corazón regenerado, no habrá reales confesiones de pecado, solo la vana repetición de frases cliché que se suponen nos hacen cristianos.
Si rogamos a Dios por una mayor y mejor comprensión de Romanos 10: 9-10 descubriremos que el ser hijos de Dios es mucho más que repetir una oración.
Dios nos ayude.


Claudio Navea C.
Soli Deo Gloria
Iglesia Presbiteriana Nacional






Bibliografía:

Teología Sist. Charles Hodge, cap VIII
Confesión de Fe de Westminster, Cat Menor
La Biblia Latinoamericana, edic pastoral. Verbo Divino
Diccionario, Santa Biblia 1995 Edic de Estudio

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