Adoración en Familia

Por A. W. Pink


Hay algunas ordenanzas externas y medios de gracia muy importantes que se insinúan
claramente en la Palabra de Dios, pero que para su ejercicio tenemos pocos, si es que
algunos, preceptos sencillos y positivos; más bien se nos deja que los retomemos del
ejemplo de hombres santos y de varias circunstancias incidentales. Un importante fin se
contesta por esta disposición: el estado de nuestros corazones se convierte en una prueba.
Puede servir para hacer evidente que, debido a que un mandamiento expreso no puede
traerse a colación sin requerir su cumplimiento, los Cristianos profesantes se ganarán el
descuido de una responsabilidad claramente implicada. De este modo, se descubre más del
estado real de nuestras mentes, y se hace manifiesto si tenemos o no un amor ardiente por
Dios y Su servicio. Esto se aplica evidentemente tanto a la adoración pública como a la
adoración en familia. Sin embargo, no es del todo difícil comprobar la obligación de la
piedad doméstica.
Considere primero el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios. Fue
por su piedad doméstica que recibió una bendición de parte del mismo Jehová, “Porque yo
sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová,
haciendo justicia y juicio” (Gén. 18:19). El patriarca es aquí elogiado por instruir a sus
hijos y a sus siervos en la más importante de todas las obligaciones, “el camino del Señor”,
la verdad acerca de Su gloriosa persona. Sus elevadas afirmaciones respecto a nosotros, Sus
requerimientos para nosotros. Note bien las palabras “él mandará [a ellos]”; es decir, él
usará la autoridad que Dios le había dado como padre y cabeza de su casa, para hacer valer
las responsabilidades de la piedad familiar. Abraham también oraba con su familia, lo
mismo que la instruía: dondequiera que armara su tienda allí “edificaba un altar a Jehová”
(Gén. 12:7; 13:4). Ahora, mis lectores, bien podemos preguntarnos, ¿Somos nosotros “la
simiente de Abraham” (Gál. 3:29) si no “hacemos las obras de Abraham”(Juan 8:39) y
descuidamos la importante responsabilidad de la adoración en familia?
Los ejemplos de otros santos hombres son similares al de Abraham. Considere la piadosa
determinación de Josué quién le declaró a Israel, “pero yo y mi casa serviremos a Jehová”
(24:15). No permitía que ni los elevados puestos que ocupaba, ni las apremiantes
responsabilidades públicas que se acumulaban sobre él, atrajeran su atención hasta el punto
de descuidar el bienestar espiritual de su familia. Una vez más, cuando David trajo de
regreso el arca de Dios a Jerusalén con gozo y acción de gracias, luego de liberarse de sus
responsabilidades públicas, “volvió luego... para bendecir su casa” (2 Sam. 6:20). Además
de estos eminentes ejemplos podemos citar los casos de Job (1:5) y Daniel (6:10).
Limitándonos a solo un ejemplo en el Nuevo Testamento pensamos en la historia de
Timoteo, quien fue criado en un hogar piadoso. Pablo recordó la “fe no fingida” que había
en él, y añadió, “la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice.” ¿Hay
algún asombro entonces que el apóstol pudiera decir “desde la niñez has sabido las
Sagradas Escrituras” (2 Tim. 3:15)!
Por otro lado, podemos observar cuán aterradoras amenazas son pronunciadas contra
aquellos que hacen caso omiso de esta responsabilidad. Nos preguntamos cuántos de
nuestros lectores han considerado seriamente aquellas impresionantes palabras “Derrama
tu enojo sobre los pueblos que no te conocen, y sobre las familias que no invocan tu
nombre” (Jer. 10:25 – VKJ)! Cuán insoportablemente solemne descubrir que las familias
sin oración son aquí asociadas con los paganos que no conocen al Señor. No obstante,
¿necesita eso sorprendernos? ¡Vaya! Hay muchas familias paganas que se reúnen para
adorar a sus falsos dioses. ¿Y no avergüenzan a miles de Cristianos profesantes? Observe
también que Jeremías 10:25 registró una terrible imprecación para ambas clases por igual:
“Derrama tu enojo sobre...” Cuán alto debiesen hablarnos estas palabras.
No es suficiente que oremos como individuos, en privado, en nuestras habitaciones; se nos
requiere que honremos a Dios también en nuestras familias. Al menos dos veces cada día –
por la mañana y por la tarde – toda la familia debiese reunirse para inclinarse ante el Señor,
padres e hijos, patrones y siervos, para confesar sus pecados, para dar gracias por las
misericordias de Dios, para buscar Su ayuda y bendición. No se debe permitir que nada
interfiera con esta obligación: todas las otras disposiciones domésticas han de dirigirse
hacia ella. La cabeza de la familia es quien debe dirigir las devociones, pero si está ausente,
o seriamente enfermo, o es un incrédulo, entonces la esposa debiese tomar su lugar. Bajo
ninguna circunstancia debiese omitirse la adoración en familia. Si vamos a disfrutar de la
bendición de Dios sobre nuestra familia, entonces que sus miembros se reúnan diariamente
para la alabanza y la oración. “Yo honraré a los que me honran” es Su promesa.
Un antiguo escritor bien dijo, “Una familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y
expuesta a todas las tormentas del Cielo.” Todas nuestras comodidades domésticas y
bendiciones temporales brotan de la generosidad amorosa del Señor, y lo mejor que
podemos hacer a cambio es reconocer con gratitud, juntos, Su bondad hacia nosotros como
familia. Las excusas por el incumplimiento de esta sagrada obligación son vanas y sin
valor. ¿De qué provecho será cuando rindamos una explicación a Dios por la mayordomía
de nuestras familias decir que no tuvimos tiempo disponible, trabajando duro desde la
mañana hasta la tarde? Mientras más apremiantes sean nuestras obligaciones temporales,
más grande nuestra necesidad de buscar socorro espiritual. Ni puede Cristiano alguno alegar
que no está calificado para tal labor: los dones y los talentos se desarrollan por el uso y no
por la negligencia.
La adoración en familia debiese ser conducida de manera reverente, de corazón y con
simpleza. Entonces los pequeños van a recibir sus primeras impresiones y a formar sus
concepciones iniciales del Señor Dios. Se debe tener gran cuidado, no vaya a ser que se les
dé una falsa idea del Carácter Divino, y para esto, se debe preservar el balance entre el
habitar en Su trascendencia y su inmanencia, Su santidad y Su misericordia, Su poder y Su
ternura, Su justicia y Su gracia. La adoración debe comenzar con unas pocas palabras de
oración invocando la presencia y la bendición de Dios. Debiese seguir un corto pasaje de Su
Palabra, y luego unos breves comentarios. Se pueden cantar dos o tres versos de un Salmo.
Concluya con una oración de compromiso en las manos de Dios. Aunque puede que no
seamos capaces de orar elocuentemente, debemos hacerlo de todo corazón. Las oraciones
que prevalecen son generalmente breves. Tenga cuidado de no cansar a los más jóvenes.
Las ventajas y bendiciones de la adoración en familia son incalculables. Primero, la
adoración en familia prevendrá mucho pecado. Sobrecoge el alma, comunica un sentido de
la majestad y la autoridad de Dios, coloca verdades solemnes en la mente, hace que
desciendan beneficios de Dios sobre el hogar. La piedad personal en el hogar es un medio
de influencia poderoso, bajo Dios, para comunicarles piedad a los pequeños. Los niños son
mayormente criaturas de imitación, que aman copiar lo que ven en otros. “Él estableció
testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la
notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y
los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no
se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos” (Sal. 78:5-7).
¿Cuánto de las espantosas condiciones morales y espirituales de las masas de hoy pueden
trazarse hasta el descuido de esta responsabilidad por parte de sus padres? ¿Cómo pueden
aquellos que descuidan la adoración de Dios en sus familias buscar en ellas la paz y el
consuelo? La oración diaria en el hogar es un medio de gracia bendecido para disipar
aquellas pasiones desdichadas a las que nuestra naturaleza común se halla sujeta.
Finalmente, la oración en familia obtiene para nosotros la presencia y la bendición del
Señor. Hay una promesa de Su presencia, la cual es peculiarmente aplicable a esta
responsabilidad: vea Mat. 18:19, 20. Muchos han encontrado en la adoración en familia esa
ayuda y comunión con Dios, la cual buscaban con menos resultado en la oración privada.
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