Explicación de las 67 conclusiones

por Ulrico Zuinglio

Los 67 Artículos presentados por Zuinglio fueron desechados sin contemplaciones por el vicario obispal de Constanza, doctor Juan Faber, como opuestos a la Sagrada Escritura.1

Es natural que el Reformador justificase sus 67 Conclusiones, y ya en julio del año 1523, exactamente el 14 de dicho mes, salió de la imprenta una obra no sola-mente extensa, sino que también densa, titulada: «Interpretación y fundamento de las Conclusiones que el 29 de enero de 1523 presentó Huldrych Zwingli». Indudablemente, es la exposición del Reformador su mejor obra al lado de su «Comentario sobre la verdadera y la falsa religión».

Se comprende el revuelo producido por las 67 Conclusiones o Artículos en toda Suiza y aun más allá de sus fronteras. Pero cosa curiosa: Zuinglio dedica su explicación simplemente a la provincia de Glarus, donde él había sido sacerdote durante los arios 1506 al 1516. El Reformador se siente unido con los creyentes de una región en la cual él pudo servir en tiempos pasados.

Sigue, pues, considerándose como pastor de almas sin que se le haya subido a la cabeza el prestigio de que ya estaba gozando.

La dedicatoria de su comentario a las 67 Conclusiones es extensa. Pero entresacamos de ella algo que posee valor histórico, por cuanto ofrece el juicio u opinión del Reformador con respecto a la «Discusión de Zürich» del ario 1523. Dice Zuinglio:

«Los dos representantes de la sede de Constanza, el vicario Juan Faber y el predicador de Tubinga, Martin Blansch, dijeron ante la sesión celebrada públicamente antes y después del almuerzo que mis Conclusiones no correspondían al Evangelio de Cristo ni a la doctrina nos la plenitud y riqueza de su gracia, de modo que le conozcamos, amemos y nos esforcemos porque él esté y sea con nosotros.»

Muchos creyentes en Dios me han rogado con insistencia que razone mis 67 Artículos valiéndome de la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, el dar gloria a Dios me ha animado a ello. Y todo con objeto de que cada cual reconozca cuán impropio es denostar y cubrir de ludibrio las Conclusiones, las cuales, quizá solamente de manera incompleta, manifiestan la palabra clara de Cristo.

»Como vuestra indudable inteligencia comprende, a lo dicho en aquella ocasión corresponde el razonar las Conclusiones.»

Resultaría farragoso el presentar punto por punto el Comentario a las 67 Conclusiones; pero no podemos por menos de señalar textualmente algunas partes esenciales del mismo.

COMENTARIO AL ARTÍCULO 2 Tan claro y seguro es este Artículo para todos los creyentes que no habría necesidad de demostrarlo si no fuese por los «Anticristos» que hipócritamente afirman  ser cristianos, cuando, en realidad, se oponen a la Palabra de Dios.

Por un lado ningún resumen más breve del Evangelio que lo expuesto en el Ev. Luc. 2:10 sgs.

Por otra parte, el apóstol Pablo se ha extendido aún mas, aunque con pocas palabras, sobre esta cuestión en Ef. 1:3-12. El apóstol resume la obra de Cristo diciendo que Dios nos ha llamado a Si no en premio de nuestras obras, sino por pura gracia.

COMENTARIO AL ARTÍCULO 3

El camino es Cristo, como el mismo dice en Juan 14:6. También es él la puerta por donde se entra a la dicha eterna, según Juan 10:9. Pero el que él sea el Único camino que conduce hasta Dios lo testifica Cristo mismo en Juan 14:16. Leamos también Hebr. 10:19-22. Este pasaje bíblico nos indica que el camino de salvación lo tenemos gracias a la humanidad de Cristo, o sea, que por él y en él tenemos el camino; por él, que fue sacrificado; por él, que en los Últimos tiempos nos ha sido el camino abierto. De manera es que ahora solamente hay un Cristo, solamente un sacrificio y, por consiguiente, solamente un camino

COMENTARIO AL ARTÍCULO 16

Recordemos: «En el Evangelio y del Evangelio se aprende que las doctrinas y los preceptos humanos no ayudan en absoluto para salvación.»

Con esto comencé a exponer en mis sermones predicados conforme a la Palabra de Dios una de las cosas más principales, calladas lamentablemente durante largo tiempo, aunque habrían tenido que ser predicadas antes de todo, a fin de que se demostrase la gracia de Dios y su benignidad para todos los hombres. Por «Evangelio entiendo también con respecto a esta cuestión todo cuanto Dios nos ha manifestado mediante su
Unico Hijo. Es el «Evangelio» que hallamos en Mat. 5: 22; 5:28-39.

Aprende, pues, que todo lo que Dios nos revela es su mandamiento o una prohibición o una promesa. El man-damiento enseña a los creyentes, pero a los incrédulos les repugna. La promesa reafirma al creyente y le consuela, pero para el incrédulo es una necedad.

»Según las notas fielmente escritas, así se manifes-taron el vicario y Martin Blansch. Pero buen cuidado tuvieron de tocar ni siquiera cautelosamente ninguna de mis Conclusiones...»

COMENTARIO AL ARTÍCULO 18

Contra este Artículo se alzan los papistas. Por pa-pistas entiendo todos aquellos que ponen doctrinas y preceptos humanos al nivel o, incluso, por encima de la Palabra de Dios. Diga la Palabra de Dios lo que quiera, ellos invocan la opinión de los papas romanos y la anteponen a la Palabra de Dios.
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En la segunda parte de este Artículo la gente más sencilla se verá aleccionada en aquello que todavía le es difícil de entender: «Esto permite reconocer que la misa no es ningún sacrificio, sino un memorial del sacrificio y, a la vez, la confirmación de la redención que Cristo ha realizado en bien nuestro.»

En primer lugar, ya sabéis que el vocablo «sacramento» es una palabra antigua latina que no significa lo que nosotros actualmente en uso tenemos, sino que textualmente quiere decir: «Juramento».2 Si vosotros queréis llamar «sacramentos» a todo lo que Dios ha ma-nifestado con su propia Palabra (que es cosa firme y segura) como si El hubiera prestado un juramento y lo hubiese impuesto y ordenado, entonces muchas cosas que consideramos como «sacramentos» no lo serian. Así, por ejemplo: la Confirmación, la Ordenación, la Extremaunción. Por el contrario, serian «sacramentos» lo que como tales no consideramos. Por ejemplo: la limosna, de la que Dios ha dicho: «Lo que hagáis a cualquiera de los más pequeñitos es como si me lo hubierais hecho a mi».3 Si El lo ha dicho, tendrá que ser así. También la Excomunión seria un «sacramento»; porque Cristo ha dicho que lo que la Iglesia ate, también en el cielo será atado.4 Si él lo ha dicho, habrá de ser así. Ambas cosas serian, pues, «sacramentos». Pero los teólogos no emplean la palabra «sacramento» en este sentido, sino que dicen: «El sacramento es un signo o serial de algo sacrosanto.» Si el cuerpo y la sangre de Cristo solamente son signo y serial de algo sacrosanto, yo desearía saber lo que significan.
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Repito que la misa no es un sacrificio, sino un memorial del sacrificio, que una sola vez pudo ser ofrecido; al mismo tiempo, es para los débiles la segura confirmación de que Cristo los ha redimido. Pueden, pues, creer que Cristo ha pagado en la cruz por sus pecados y con esta fe comen su carne y beben su sangre, reconociendo que dicho córner y beber les confirma en que sus pecados les son perdonados como si Cristo acabase de morir en la cruz. ¡Hasta tal punto esta Cristo presente y actuando en todo tiempo! Así que, como dice el apóstol Pablo (Hebr. 9:14), también sus padecimientos son eternamente fructiferos.5

Ya ves, creyente cristiano, que «cuerpo y sangre de Cristo» no es otra cosa que la palabra de fe, o sea, que su cuerpo, por nosotros muerto y su sangre por nosotros derramada, nos han redimido y reconciliado con Dios. Si en esto firmemente creemos, nuestra alma es alimentada con comida y bebida, es decir, con la carne y la sangre de Cristo.

A fin de que el Testamento6 en su verdadero carácter fuese más comprensible a los sencillos, Cristo ha dado a su cuerpo y sangre la forma de cosas que podemos comer, como, por ejemplo, el pan, o beber, como, por ejemplo, el vino. De este modo la fe es reafirmada por medio de un acto visible.

Pero igual que en el bautismo la inmersión no lava el pecado si el bautizado no cree en la redención por el Evangelio, o sea, en la redención por gracia mediante Cristo, también digo ahora que quien se acerque a la Santa Cena sin creer ya antes en la palabra de Cristo, es decir en Cristo mismo, confiando por completo en que él es nuestra redención, el cuerpo de Cristo no le aprovechará de nada. Incluso afirmo, como el apóstol Pablo, que el incrédulo come y bebe para su propia condenación (1ª Cor. 11:29).

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(Acto seguido aprovecha Zuinglio la ocasión para rechazar las acusaciones que se le hacían de ser «luterano».)

Antes he mencionado al excelente siervo de Dios, que es Martín Lutero, y señalado que él denomina Testamento la carne y la sangre de Cristo, mientras que yo empleo el término de Memorial; mas también he dicho que no existe a este respecto ninguna contradicción Tampoco he expuesto mi opinión acerca de Lutero.

Los grandes y poderosos de este mundo han empezado a perseguir y hacer odiosa la doctrina de Cristo situándola bajo el nombre de Lutero, y esto de un modo que quien predica en cualquier parte la doctrina de Cristo es tachado de «luterano». Y aunque se trate de alguien que ni siquiera ha leído los escritos de Lu-tero y se atenga únicamente a la Palabra de Dios se atreven a tacharle de luterano. Y es lo que viene ocurriendo conmigo. Pero el caso es que antes de que hubiese conocido siquiera el nombre de Lutero, yo ya había empezado en el ario 1516 a predicar el evangelio de Cristo y nunca ocupé ningún púlpito sin anunciar e interpretar la Palabra de Dios correspondiente al Evangelio leído durante la misa.

Cuando en el año 1519 empecé a predicar en Zürich ante muy respetables señores, el preboste y el capítulo de la «Abadía Grande», les indiqué, primero, que con ayuda de Dios pensaba exponer el Evangelio según Mateo sin alharacas humanas y sin dejarme guiar ni seducir por ellas. A principios de dicho año de 1519 (llegué a Zürich el 27 de diciembre de 1518, el día de San Juan Evangelista) nadie sabía nada de Lutero, a no ser que había publicado un escrito sobre las indulgencias, escrito que a mí nada de nuevo podía decirme. Y es que con respecto a las indulgencias yo ya había aprendido que son un engaño y un falso resplandor: Lo aprendí en una discusión promovida en Basilea varios arios antes por el doctor Thomas Wyttenbach, de Biel, aunque no estuve presente en los debates. Por eso el escrito de Lutero poco me podía ayudar en mis sermones sobre el Evangelio según San Mateo.

Queda bien claro que empecé a predicar aun antes de haber conocido siquiera el nombre de Lutero, y para poder predicar me dediqué hace diez arios a estudiar a fondo la lengua griega con el fin de conocer la doctrina de Cristo en su lenguaje original. Que otros juzguen si con esto he obrado debidamente; pero cierto es que Lutero no me indujo a ello. Repito que desconocía su nombre y llegó a mis oídos dos años después de haberme atenido por mi cuenta a la Sagrada Escritura.

Los papistas, sin embargo, me aplican a mí y a otros el nombre de Lutero, como antes he dicho, y lo hacen por maldad, y dicen: Indudablemente, eres un «luterano» y predicas tal y como Lutero escribe. A esto sólo me cabe replicar: —También predico igual que San Pablo predicaba. ¿Por qué no prefieres llamarme «paulinita»? Además, predico la palabra de Cristo. ¿Por qué no prefieres llamarme «cristiano»?

Se ve que sus reproches son hijos de su maldad.

A mi juicio, Lutero es un magnífico luchador de Dios, que investiga con profunda seriedad las Sagradas Escrituras..., como desde hace mil años nadie lo ha hecho en este mundo (no me importa que los papistas nos llamen herejes a los dos); lo ha hecho con un valor tan varonil y firme, atacando al papa de Roma, como nadie en absoluto lo hizo desde que existe el papado.

Todo cuanto he leído de él acerca de sus doctrinas sobre la fe, sus enseñanzas, sus opiniones y consideraciones referentes a la Sagrada Escritura (porque sus demás discusiones no me interesan) está muy bien pensado y tan firmemente basado en la Palabra de Dios que no es posible haya alguien capaz de refutarle. Ya sé que en algunas cosas cede por consideración a los débiles, cuando, sin duda, le gustaría actuar de otra manera. En esto no estoy con él de acuerdo y creo que no ha dicho demasiado, sino demasiado poco...

Por lo tanto, creyentes cristianos, no consintamos en que se transforme el noble nombre de Cristo en el nombre: «Lutero». Porque Lutero no ha muerto por nosotros, sino que nos enseña a conocer y confesar a Aquel del cual únicamente nos alcanza toda salvación.

Tampoco admitáis que los papistas se designen a sí mismos como «cristianos» hasta que reconozcan y confiesen a Cristo y no al papa.

Yo tampoco admito que los papistas me llamen «luterano»; porque la doctrina de Cristo no la he aprendido de Lutero, sino de la Palabra de Dios misma. Si Lutero predica a Cristo, yo también hago lo mismo. Aun-que alabado sea Dios que por Lutero innumerables personas, más que por mí y por otros (cuya capacidad solamente Dios engrandece o empequeñece, según su santa voluntad), han sido llevadas a Dios. Sin embargo, ningún otro nombre quiero sino el del capitán Cristo, cuyo soldado soy. Y él me dará el cargo y el sueldo que le plazcan.7

COMENTARIO AL ARTÍCULO 20

Ahora me referiré a los méritos. Es indiscutible que Jesucristo, en virtud de sus padecimientos, ha logrado para la Humanidad entera la entrada a Dios, la paz con Dios y la vida eterna. Así lo demuestran pasajes como Jn. 14:6; 10:9; Rom. 5:1 y sgs. Ahí tienes cómo la justificación es sólo por la fe: La fe está segura de que Jesucristo con su muerte y sacrificio nos ha reconciliado con Dios. Por consiguiente, la reconciliación no es cosa nuestra propia, sino que es cosa de Cristo. Además, supone despreciar a Jesucristo, si se atribuye a la criatura humana lo que sola-mente le pertenece a él. Por eso se le llama «Gesundmacher» («el que nos da la salud»). Si él ya nos da salud (salvación), las obras no nos dan la salud. Es Cristo quien nos lleva a la gracia de la paz si, como acabamos de decir, él es nuestro Salvador. Porque el que con firme fe nos alabemos de ser hijos de Dios, ello es obra única del Hijo de Dios. De esto se colige que no tenernos ningún mérito propio, sino solamente el mérito del Hijo de Dios.

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La fe no es otra cosa sino la firme seguridad con que se confía en los méritos de Cristo... La fe no es otra cosa sino el renunciar al mérito de las propias obras... La fe está convencida de que Dios lo realiza todo, aunque no veamos a Dios. Y esta fe se multiplica y crece, tan pronto como es sembrada; pero el crecimiento no se debe a nosotros, sino que es obra de Dios.

Y cuanto más crezca la fe, tanto más crecerá la facultad de realizar buenas obras. Porque cuanto mayor sea Dios en ti mismo, mayor será la fe. Cuanto mayor sea Dios en ti, mayor será también la fuerza para hacer el bien. Porque Dios es el poder eterno para hacer el bien, la fuerza que actúa continuamente... Ten esto presente: El principio y la simiente de la fe vienen de Dios; porque nadie llega a Cristo si el Padre no le lleva a Cristo. Y el prosperar en la fe también es obra de Dios.

COMENTARIO AL ARTÍCULO 21

(Recordemos que se refiere a la oración intercesora.)

«Y perdónanos nuestras culpas así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.» Si te atreves, ocúpate de este ruego. Por mi parte jamás ha habido en la tierra una oración que mejor sopese la fe y el conocimiento del hombre que el Padrenuestro. La verdadera oración es ésta: conocerse a sí mismo y examinarse a sí mismo y una vez realizado esto humillarnos. Porque ¿quién podría prestarme sus oraciones? Seguro que nadie; pues no hay persona que no tenga que avergonzarse cuando dice: «Y perdónanos nuestras deudas.» ¿O es que cualquiera puede afirmar que se considera en muy poco y que confía exclusivamente en la misericordia de Dios? De todo esto aprendemos que la oración no es un mérito, ni una mercancía, ni tampoco posee un valor monetario determinado. La oración no es otra cosa que el rogar lo que necesitamos y un invocar la ayuda de Dios, pues creemos que El es el Sumo Bien y, por consiguiente, nos dará todo cuanto hayamos de menester...

COMENTARIO AL ARTÍCULO 38

(Se trata de las autoridades seculares.) Este Artículo pone límites a la tiranía de las autoridades seculares, a las que conforme a la voluntad de Dios debemos prestar obediencia; les pone límites a fin de que no empiecen a actuar en forma arbitraria y violenta. Si la autoridad secular no fuese cristiana y ordenase algo disconforme con la voluntad de Dios, los cristianos hemos recibido el mandamiento de «obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hech. 5:29). En cuanto a una autoridad secular cristiana, tanto menos puede ordenar nada que vaya en contra de Dios.

Por eso, fieles cristianos, no toméis en cuenta si los príncipes tienen la osadía de prohibirles escuchar, leer o predicar la doctrina de Cristo. Me dirás: —Bueno, entonces me matarán. Respuesta: —Pues que así sea y que Dios te valga. Si quieren asemejarse a los malditos «judíos»,8 no podremos impedirlo. Pero no dudes de que tu muerte servirá para mayor extensión de la doctrina de Cristo.

También vosotros, valerosos luchadores de Cristo, tenéis que exponer vuestro cuerpo a dolorosas contingencias y a golpes. Si un Nerón, un Domiciano, un Maximiano y otros no lograron con todos sus planes asesinos acabar con la doctrina de Cristo, cuánto menos lograrán acabar con ella los príncipes que tan airada-mente se comportan en nuestros tiempos.9 Pero por vuestra parte manteneos firmes y no deis un solo paso atrás.

Y no os preocupéis de que luego de vuestra muerte se os tache de herejes, malvados, revolucionarios. A quien ha luchado en nombre de Dios todas esas designaciones no le inquietan, pues de Dios recibirá la re-compensa del triunfador. Cuanto más sea vilipendiado vuestro nombre por los hombres, tanto más y más digno prevalece delante de Dios. ¡Adelante quien sea un varón de Dios! ¡Demostremos que Dios es mucho más fuerte que aquellos necios!

COMENTARIO AL ARTÍCULO 53

(Sobre las obras de penitencia y la excomunión.)

He puesto aparte la excomunión porque ella ha sido preceptuada por Dios, siempre y cuando nos dejemos guiar por su voluntad. La cuestión es de si se trata de una obra de penitencia, y esto puedes colegirlo de lo siguiente: La excomunión tiene por objeto la salvación del alma Si alguien soporta pacientemente la excomunión, reingresará en el seno de la iglesia, o sea, que también Dios ya no tiene en cuenta dicha excomunión. Pero si alguien solamente aparenta arrepentimiento, pero sin sentirlo de verdad en su corazón, Dios no se deja engañar. Como leemos en el Libro de la SabiduComo leemos en el Libro de la Sabiduría 1:5: <El santo espíritu de la sabiduría evita la falsedad.»10 De manera es que la excomunión no es ninguna obra, sino el abandonar las malas obras. Pero solamente por la fe son perdonadas las malas obras.

COMENTARIO A TODOS LOS 67 ARTÍCULOS

Si he errado en lo que respecta al sentido y significado de la Sagrada Escritura y si se comprobase que, conforme a ella, en uno u otro pasaje y lugar de la misma he fallado, estoy dispuesto a ser corregido. Pero que esta corrección no se funde en doctrinas y preceptos humanos, sino solamente en la Sagrada Escritura, «inspirada por Dios».

Tampoco admito que la opinión de los padres de la Iglesia sea aducida, sino únicamente admito pruebas que vengan de la Sagrada Escritura. Y es que estoy dispuesto a demostrar que el sentido no siempre claro de algunos pasajes de la Escritura no lo he interpretado por mí mismo —esto sería pura charlatanería—, sino que me he guiado exclusivamente por la Sagrada Escritura y así pretendo demostrarlo.

Que la Sagrada Escritura me juzgue y juzgue igualmente a todos. Pero al hombre le está terminantemente prohibido erigirse en juez de la Palabra de Dios.

Abrigo, pues, la firme esperanza de que Cristo, que es la verdad, no consentirá que su palabra resulte per-seguida, sino que hará que, mediante ella, la luz de su gracia y su gloria nos sea revelada a nosotros, pobres pecadores.

A él, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, al único y solo Dios, sea alabanza, gloria y gratitud por toda eternidad. Amen.11

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1 J. Faber escribió, diciendo: «En Zürich ha surgido un nuevo Lutero, que resulta todavía más peligroso, por cuanto su pueblo toma la cuestión más en serio.»
2 El juramento de fidelidad que prestaba todo soldado romano se llamaba «sacramento».
3 Referencia a Mat. 25:40. Aquí identifica Zuinglio a Dios con Cristo.
4 Mat. 18:18.
5 Se refiere el Reformador a la Extremaunción y Confirmación como Sacramentos, que él no acepta. Zuinglio se extiende en consideraciones sobre el sacrificio inicio y eternamente valioso de Cristo.
6 La palabra Testamento la toma Zuinglio de Lutero.
7 La postura o el talante que Zuinglio muestra ante Lutero permanecieron invariables. Tres años más tarde (1526) defiende el Reformador suizo su teología de la Santa Cena en un tratado que, por excepción, redactó en alemán. En 1527 publicó dos escritos sobre la misma cuestión, uno de ellos titulado: «Amica exegesis ad Martinum Lutherum» («Debate amistoso con M. Lu-tero»). Fogosa y no obstante noblemente Zuinglio tenía que defenderse contra los ataques del Reformador alemán, pero nunca faltándole al resto y siempre reconociendo la obra y persona de Lutero.
8 Se refiere a los judíos que persiguieron a los Apóstoles.
9 Nerón, Domieiano, Maximiano fueron emperadores romanos que intentaron destruir el cristianismo.
10 Entre los 14 Libros Apócrifos del Antiguo Testamento figura el Libro de la Sabiduría de Salomón. Zuinglio lo menciona, sabiendo que era bien conocido de quienes leían la Vulgata. Conste, no obstante, que él mismo, igual que Lutero, nunca ha considerado dicho libro y los restantes como parte integrante del Antiguo Testamento.
11 En y para la «Explicación de las 67 Conclusiones» nos hemos atenido estrictamente al texto que ofrece la obra «Auswahl seiner Schriften» (Selección de Escritos del Reformador), Edwin Künzli, Zürich-Stuttgart, 1962, págs. 75-153.

Hemos reproducido el pasaje de la «Explicación de las 67 Conclusiones» por considerarlo de valor autobiográfico con respecto a Zuinglio y de valor histórico en general.

Nuestra propia selección se ha realizado con miras a una obra antológica como la nuestra y también a aquello que podría interesar al lector de lengua hispánica.

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