EL MATRIMONIO
por M. Lloyd-Jones
Efesios 5:22-33
Parte 1
  PRINCIPIOS BÁSICOS
  Efesios 5:22-33
  EL ORDEN DE LA CREACIÓN
  Efesios 5:22-24
  LA ANALOGÍA DEL CUERPO
  Efesios 5:22-24

Parte 2
  EL AMOR VERDADERO
  Efesios 5:25-33
  LA ESPOSA DE CRISTO
  Efesios 5:25-33
  LA PURIFICACIÓN DE LA ESPOSA
  Efesios 5:25-33

Parte 3
  LAS BODAS DEL CORDERO
  Efesios 5:25-33
  UNA CARNE
  Efesios 5:25-33
  LOS PRIVILEGIOS DE LA ESPOSA
  Efesios 5:25-33

Parte 4
  LOS DEBERES DEL ESPOSO
  Efesios 5:25-33
  RELACIONES TRANSFORMADAS
  Efesios 5:25-33

EL AMOR VERDADERO
Efesios 5:25-33

Hasta aquí hemos estado considerando lo que el apóstol dice a las espo¬sas; ahora llegamos a lo que dice a los maridos. Esto se encuentra en la no¬table declaración que él hace desde el versículo 25 hasta el final. En dos sen¬tidos es notable; por lo que nos dice de los deberes del marido, y aun más notable, por lo que nos dice acerca de la relación del Señor Jesucristo hacia la iglesia cristiana. Esta es una de las cosas asombrosas en las cartas de este hombre; nunca se sabe cuando va a encontrar una perla, una perla de su¬premo precio. Aquí en esta parte esencialmente práctica de la epístola, re¬pentinamente, arroja a la superficie la declaración más exaltada y maravi¬llosa que jamás haya hecho en alguna parte respecto de la naturaleza de la iglesia cristiana y su relación con el Señor Jesucristo. Se observa esto en su tratamiento del asunto de los maridos y como ellos deben comportarse res¬pecto de sus esposas; considerando este tema también considera al otro y a ambos les da este tratamiento maravilloso.
Notará que las dos cosas están entrelazadas, de manera que nuestra pri¬mera tarea es lograr alguna clase de división del asunto. El apóstol va de un tema a otro para luego volver al primero. Con frecuencia ese es su método; no siempre hace una declaración completa sobre un aspecto del asunto para luego aplicarlo; él ofrece una parte de su declaración, la aplica, luego otra parte que también aplica. Sugiero hacer esta clasificación. En los versículos 25, 26, y 27 nos dice lo que Cristo ha hecho por la iglesia, y por qué lo ha hecho. Luego, en los versículos 28 y 29 nos ofrece una primera deducción en cuanto a los deberes de un esposo hacia su esposa, especialmente en térmi¬nos de la unión que subsiste entre Cristo y la iglesia y el esposo y la esposa. Luego, en una parte del versículo 29 y en los versículos 30 y 32 desarrolla la sublime doctrina de la unión mística entre Cristo y la iglesia. Luego en los versículos 31 y 33 traza sus deducciones prácticas definitivas.
Ese me parece ser el análisis de los versículos que estamos estudiando. Pero para poder comprender con mayor claridad su enseñanza, sugiero que lo enfoquemos de esta forma. Primero comenzamos con su imperativo ge¬neral: 'Maridos, amad a vuestras mujeres'. Eso es lo que quiere subrayar sobre todas las cosas. En otras palabras, la idea suprema respecto al marido es el amor. Recuerdan que la idea suprema en cuanto a las esposas era la sumisión—'mujeres, estad sujetas a vuestros maridos'. Sumisión de parte de la esposa, amor de parte del marido. Debemos tener un concepto claro de esto. Por supuesto, esto no significa que sólo el marido ha de amar. Alguien podrá comentar diciendo, "el apóstol no dice una sola palabra aquí sobre las esposas amando a sus maridos". Pero esa objeción malinterpreta total¬mente el objetivo del apóstol. No nos está dando aquí un tratamiento ex¬haustivo sobre el matrimonio. El pensar en la esposa sometiéndose implica el amor. Debemos comprender lo que el apóstol quiere hacer. En realidad le preocupa solo un punto básico, es decir la armonía y paz y unidad que se ex¬hiben en la relación matrimonial y en el hogar. Siendo ese su tema principal escoge los elementos que de ambos lados deben ser acentuados más que to¬dos los otros. Lo que se requiere de la esposa, a fin de mantener la armonía, es el elemento de sumisión; en tanto el esposo ha de ser vigilante en lo que respecta al amor. De esa manera Pablo está escogiendo la característica principal, la contribución particular que ha de hacer cada uno de los miem¬bros en esta maravillosa relación que con tanta claridad puede demostrar la gloria de la vida cristiana. Por eso la palabra dirigida a los maridos es, 'Amad a vuestras esposas'.
Esto es de suma importancia, particularmente en relación con la enseñanza previa. Se salvaguarda dicha enseñanza y es muy importante que nosotros lo consideremos de esa manera. Pablo ha estado acentuando que el esposo es 'la cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la iglesia'. Hemos visto que él está en una posición de liderazgo, que él es el señor de la esposa. Esa es la enseñanza del Antiguo Testamento y del Nuevo, y el apóstol la ha estado acentuando. Pero inmediatamente añade esto: 'Maridos, amad a vuestras mujeres', es como si dijera: "Usted es la cabeza, usted es el líder, usted es como si fuese el señor de esta relación; pero por el hecho de amar a su esposa este liderazgo nunca va a convertirse en tiranía, y aunque usted sea 'señor', usted nunca será tirano". Esta es la conexión entre los dos pre¬ceptos.
Esto es algo que se encuentra con frecuencia en la enseñanza del Nuevo Testamento. Permítanme darles un ejemplo. En muchos sentidos el mejor comentario sobre este punto se encuentra en 2 Timoteo 1:7. Allí dice: "Por¬que no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio" (disciplina). Allí volvemos a tener lo mismo. 'No nos ha dado Dios espíritu de cobardía'. ¿Y bien, qué nos ha dado? Nos ha dado un 'espíritu de poder'; pero para que ninguna persona sienta que aquí hay un elemento de tiranía, el apóstol añade, 'y amor'. Es el poder del amor. No es un poder descarnado, no es el poder de un dictador o de un pequeño tirano; la idea no es la de un hombre que se cree en el derecho de ciertas cosas y pi¬sotea los sentimientos de su esposa o cosas por el estilo, no es la idea del hombre que se sienta en casa como dictador. En un estudio previo me he re¬ferido a lo que tal vez fue el mayor defecto del concepto Victoriano en cuan¬to a la vida y aun de su cristianismo; y era precisamente esto. Ellos tendían a acentuar un lado a expensas del otro. Y tantos de nuestros problemas actua¬les se deben a una reacción, a una violenta sobré reacción contra el falso én¬fasis de aquel período particular.
Por eso siempre debemos guardar este equilibrio. Debemos recordar que el poder debe ser moderado por el amor; debe ser controlado por el amor; se trata del poder del amor. Ningún marido tiene el derecho de creerse la ca¬beza de su mujer a menos que la ame. Si no la ama no está cumpliendo el imperativo de las Escrituras. Estas dos cosas van juntas. En otras palabras, esto es una manifestación del Espíritu, y el Espíritu Santo no sólo otorga poder, sino que también da amor y disciplina. De modo que cuando el es¬poso pone en práctica su privilegio como cabeza de la esposa y cabeza de la familia, él lo hace de esta manera. Siempre ha de estar controlado por el amor; siempre estará bajo el control de la disciplina. El debe disciplinarse a sí mismo. Existirá la tendencia de una actitud dictatorial, pero no debe ha¬cerlo así—'poder, amor, dominio propio' (disciplina). Todo esto se implica aquí en esta gran palabra 'amor'.
De modo que el reinado del esposo ha de ser un reinado y un gobierno de amor; es un liderazgo de amor. La idea no es la de un papa o de un dictador; no es un caso de 'ipse dixit'; él no habla 'ex cátedra'. No, se trata del poder del amor, es la disciplina del Espíritu, guardando este poder y autoridad y dignidad dados al marido. Evidentemente esa es la idea fundamental y su¬prema en todo este asunto de 'Maridos, amad a vuestras mujeres'.
Pero ahora debemos proceder a considerar en términos generales el carác¬ter o la naturaleza de ese amor. Nuevamente ésta es una gran necesidad en los tiempos actuales. Hay dos cosas que en el mundo actual se destacan con gran claridad—el abuso del concepto de poder y el abuso, aún mayor, del concepto de amor. El mundo nunca había hablado tanto del amor como lo hace actualmente. Pero me pregunto si alguna vez ha habido algún tiempo que haya tenido menos amor que el presente. Estos grandes términos han sido degradados tan rotundamente, que muchas personas no tienen idea de lo que significa la palabra 'amor'.
'Maridos, amad a vuestras mujeres'. ¿Qué es este amor? Somos afortu¬nados porque el apóstol nos lo dice; lo hace de dos maneras. 'Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia'. Aquí hay dos defini¬ciones. La primera está en la palabra misma 'amor'. La palabra que el após¬tol escogió aquí para expresar la idea de 'amor' es muy elocuente en su enseñanza y significado. En el lenguaje griego que se utilizaba en los días del apóstol Pablo, había tres palabras que pueden ser traducidas por nuestra palabra 'amor'. Es muy importante que tengamos un concepto claro de esto v que sepamos distinguir entre ellas; porque gran parte del pensamiento superficial de nuestros días en esta área se debe al hecho de no apreciar esta di¬ferencia. Una de las tres—y esta no ocurre en el Nuevo Testamento—es la palabra 'Eros' que describe un amor perteneciente en su totalidad a la carne. El adjetivo 'erótico' como se lo usa comúnmente en la actualidad nos re¬cuerda el contenido de la palabra. Por supuesto, es una forma de amor, pero es un amor de la carne, es un deseo, es algo carnal; y la característica de esa clase de amor es su egoísmo. Ahora bien, no es un amor necesaria¬mente equivocado por el hecho de ser egoísta; pero su característica esencial es el egoísmo; nace, como digo, del deseo. Desea algo, y principalmente se preocupa por eso. Ese es su nivel. Por así decirlo, se trata de la parte animal del hombre. Y generalmente esto es lo que pasa por 'amor' en el mundo ac¬tual. El mundo se gloría en sus 'maravillosos' romances y habla de lo mara¬villosos que son. Nótense que nada se dice acerca de la infidelidad del hom¬bre hacia su mujer y viceversa, y que niños pequeños tendrían que sufrir. 'Un romance maravilloso' ha comenzado en la vida de un hombre y una mu¬jer y van a casarse. No se menciona el hecho de que ambos son culpables de quebrantar sus votos y violar cosas santas; lo que se publica es esa maravi¬llosa 'unión', ese maravilloso romance. Es algo que encuentra todos los días en los diarios. No es más que este deseo erótico, egoísta, carnal, sensual. Pero le recuerdo que en el mundo actual dicho 'Eros' realmente es conside¬rado amor.
En lo que respecta a las dos palabras traducidas 'amor' en el Nuevo Tes¬tamento, una de ellas es, 'fileo', que en realidad significa 'ser amigo de'. Aparece como una raíz en tales palabras como 'filantrópico' y 'Filadelfia'. La ilustración clásica de su uso se encuentra en el último capítulo del Evan¬gelio de San Juan. Allí se nos cuenta el incidente de cómo Pedro y otros ha¬bían ido de noche a pescar, y al regresar repentinamente habían visto en la orilla al Señor. Allí el Señor les preparó un desayuno y comenzó a hablarles. Esto es lo que leemos: "Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pe¬dro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Se¬ñor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos". Ahora bien, el punto interesante aquí es que Pedro, al decir, 'tú sabes que te amo', la pa¬labra que usó fue, 'tu sabes que te tengo amistad'. El Señor, utilizando la tercera palabra, a la cual aún no hemos llegado, le pregunta si realmente lo arna, pero Pedro responde, 'tú sabes que te tengo amistad'. 'Volvió a de¬cirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo', que significa, 'tú sabes que te tengo amis¬tad'. Jesús les dijo, 'pastorea mis ovejas'. Después llegamos al versículo 17: 'Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?' Ahora el Señor hace aquí algo muy interesante, no usa la palabra que ha estado usando an¬tes; ahora use la palabra que ha estado usando Pedro. 'Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿realmente me tienes amistad?' El Señor ha ba¬jado el concepto, '¿Realmente sientes amistad hacia mí?' 'Pedro se entriste¬ció de que le dijese la tercera vez: ¿me amas? y le respondió: Señor, tú lo sa¬bes todo; tú sabes que te amo'. Pedro se entristeció porque aparentemente el Señor dudaba de su amistad hacia él, de modo que a la luz de su fracaso no podía sino encomendarse al conocimiento del propio Señor y decir, 'Tú sabes que te tengo amistad'. Tengamos estas cosas en mente—la palabra traducida por 'amor' puede significar 'sentir amistad'.
La otra palabra del Nuevo Testamento se eleva a una altura mucho ma¬yor. Se trata de la palabra que se usa siempre en la Biblia para expresar el amor de Dios hacia nosotros. 'De tal manera amó Dios al mundo'—'Agapao'. Ahora bien, esta es la palabra que se usa en el texto que estamos consi¬derando. 'Maridos, amad a vuestras mujeres' en ese sentido, amad como ama Dios. No hay nada superior a esto. O para expresarlo de otra manera, tome la lista que describe el fruto del Espíritu que se encuentra en Calatas 5:22. El apóstol está comparando las obras de la carne y el fruto del Espí¬ritu, y dice, 'El fruto del Espíritu es amor'; no sentimientos eróticos; no una mera amistad; es el amor que se asemeja al amor de Dios—amor, gozo, paz, y así sucesivamente. Ese es el amor, dice el apóstol, que los maridos deben tener y mostrar hacia sus esposas. Ustedes ven como todo encaja con tanta perfección con el versículo 18: "No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu". Si está lleno del Espíritu, es¬tará lleno del fruto del Espíritu y el fruto del Espíritu es 'amor'.
El apóstol está hablando a personas que están llenas del Espíritu, porque sólo ellas pueden mostrar este amor. Es en vano decir esto a una persona que no es cristiana. Ella es incapaz de hacerlo; no puede amar con esa clase de amor. Pero el apóstol dice que los cristianos deben manifestar este tipo de amor porque están llenos del Espíritu. De modo que una de las formas en que demuestro ser lleno del Espíritu, no es tanto un estado de éxtasis y la manifestación de ciertos fenómenos; es la forma en que me conduzco hacia mi esposa cuando estoy en casa, es este amor que es 'fruto del Espíritu'.
La misma palabra escogida por el apóstol nos guía de inmediato a la idea exacta de lo que quiere comunicarnos. Por eso, permítanme explicarlo de esta manera. Enfoquemos bien todo este asunto del matrimonio y de la rela¬ción matrimonial. No estoy diciendo que el apóstol enseñe que aquel primer elemento que pertenece a la carne no tenga ninguna participación en esto. Ello sería un gran error. Hubo personas que enseñaron eso. La enseñanza católico-romana referida al celibato está basada fundamentalmente en esa falsa interpretación. Y descubro que hay muchos cristianos que tienen pro¬blemas sobre este asunto. Aparentemente piensan que el cristiano ya no es un ser humano, ya no es natural; en consecuencia consideran el sexo como malo. Ahora bien, eso no solamente no es enseñanza cristiana, sino que además es un error, es una equivocación. Aquel elemento de 'Eros' tiene su nariz, está incluido. El hombre es hombre. Dios lo ha hecho así. Dios nos ha dado estos dones, y el sexo está incluido. El elemento erótico no tiene nada de malo en sí mismo; digo más, digo que debe estar presente. Me re¬fiero a ello porque con mucha frecuencia se me pide tratar estos asuntos. He conocido a personas cristianas que con mucha honestidad, basadas en este concepto falso del sexo y de todo aquello que es natural, han llegado más o menos a la conclusión de que cualquier hombre cristiano puede casarse con cualquier mujer cristiana. Afirman que el único asunto importante es que somos cristianos. Dejan totalmente de lado el elemento natural. Pero la Bi¬blia no lo hace así. A pesar de ser cristianos, es correcto que nos sintamos más atraídos hacia unos que hacia otros. El aspecto natural tiene su parte y no debemos excluirlo. Nunca debemos asumir la actitud de que cualquiera de nosotros podría perfectamente casarse con cualquiera de los otros. Se podría llevar una vida en común, pero eso excluiría este elemento natural.
Me he esforzado para demostrar que la enseñanza cristiana nunca excluye el elemento natural, nunca excluye la forma en que Dios nos ha creado. Y Dios nos ha creado de tal manera de que podamos sentir mayor atracción hacia una persona que hacia otra; y es algo mutuo. Eso es lo correcto; no lo deje de lado. Es algo que se sobreentiende aquí. El apóstol está presupo¬niendo que este hombre y esta mujer, por el hecho de sentirse mutuamente atraídos, y porque, si quieren usar la frase común, ellos 'se enamoraron', ahora están casados. En ese sentido los cristianos deben comportarse como cualquier otro. Esto no es algo mecánico. Una persona cristiana no dice, "Ahora bien, soy cristiano y voy a mirar a mi alrededor para decidir con quien casarme"; por así decirlo, no toman su elección a sangre fría. Eso no es enseñanza bíblica. Para algunos esto puede parecer excéntrico y diver¬tido, pero hay muchos cristianos que han actuado precisamente sobre este principio. Hablo basado en la experiencia pastoral. Hay personas muy ho¬nestas, pero que consideran el sexo como malo, y así han llegado a esta falsa posición. Por lo tanto, no hemos de excluir el elemento natural. El apóstol está suponiendo que este hombre y esta mujer han sentido una atracción mutua, y que sobre esa base se han sentido unidos.
Y más que eso, el apóstol está suponiendo que se tienen una amistad mu¬tua. Lo que quiero decir con esto es que el uno disfruta del compañerismo con el otro. Permítanme acentuar esto, diciendo que también pertenece al matrimonio cristiano. Hay ciertas afinidades naturales, que si las pasamos por alto lo hacemos en nuestro propio perjuicio. Nuevamente, he visto esto con frecuencia. Dos personas creyeron que por el hecho de ser cristianas ya nada más importa, y sobre esa base contrajeron matrimonio. Pero en la condición de casados es muy importante que las dos personas se tengan una mutua amistad. Si no es así, si su única base para el casamiento fue la atrac¬ción física, ésta pronto se habrá ido. Eso no tiene permanencia en sí; pero Por el otro lado, una de las cosas que sí tiene permanencia es que dos personas se tengan amistad. En el matrimonio hay ciertos imponderables. Es con¬veniente que dos personas que están casadas tengan las mismas afinidades, los mismos intereses, y se sientan atraídas por las mismas cosas. No importa cuan profundamente se amen, si en este sentido hay diferencias fundamen¬tales, éstas conducirán a problemas. El problema de la vida matrimonial y de vivir en armonía será mucho mayor. Afirmo entonces, es muy impor¬tante que este segundo elemento, la palabra que Pedro siguió utilizando, 'te tengo amistad', tenga su parte en el matrimonio.
El apóstol supone ambas consideraciones. Es probable que algunos cris¬tianos se hayan casado cuando aún eran paganos y que el matrimonio in¬cluía tanto el 'Eros' como el 'fileo'. Muy bien, dice Pablo, aquí es donde el cristianismo comienza a tener su parte. Ahora, por el hecho de ser cristianos se introduce el otro elemento; éste eleva a los otros dos, los santifica, les da gloria, les concede esplendor. Esa es la diferencia que Cristo opera en el ma¬trimonio. Sólo el cristiano es capaz de subir a ese nivel. Puede haber matri¬monios felices y exitosos sin esto; gracias a Dios todavía los hay. En el nivel natural y humano hay matrimonios felices, y están basados sobre las dos palabras que he estado utilizando. Si tiene el primer elemento y además la amistad mutua, y cierto temperamento, dos personas pueden producir un matrimonio muy feliz y exitoso. Pero nunca subirá a este nivel superior. Sin embargo, este es el punto al cual el apóstol quiere elevarnos. Más allá, y por encima de las posibilidades del hombre natural, aparece este auténtico amor, este amor que es de Dios, el amor que él define en 1 Corintios 13.
Es evidente que el apóstol, al escoger esta palabra, nos ha dicho mucho. Por eso el deber de cada esposo que escucha o lee esta exhortación consiste en examinarse a sí mismo a la luz de esta palabra. ¿Están los tres elementos presentes en su vida? ¿Han sido coronadas y glorificadas todas las cosas por este 'amor' que puede ser atribuido a Dios mismo?
Pero para que no tengamos problemas al respecto, el apóstol procede a darnos otra ilustración en su segundo punto. El dice, 'Maridos, amad a vuestras mujeres, así como...'—'así como Cristo amó a la iglesia'. Aquí vuelve a mostrarnos su ansiedad por ayudarnos. La sola mención del nom¬bre de Cristo lo lleva inmediatamente a elaborar su imperativo. No se puede limitar a decir 'así como Cristo amó a la iglesia'. El debe ir más allá y decir, 'y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha'. El apóstol dice todo eso para ayudar al es¬poso a amar a su esposa como debe amarla.
¿Por qué entonces desarrolla el asunto de esta manera? Creo que existen tres razones principales. Primero, quiere que cada uno de nosotros conozca¬mos el gran amor que Cristo nos tiene. Quiere que comprendamos la verdad acerca de Cristo y de nosotros mismos y acerca de nuestra relación con él porqué le preocupa tanto esto? Evidentemente su argumento es éste, sólo 6 ja medida en que comprendamos la verdad acerca de la relación de Cristo hacia la iglesia, nosotros podemos funcionar como un marido cristiano debe funcionar. Para que esto quede claro termina diciendo, 'Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia'. Pero, ¿por qué está hablando respecto de Cristo y de la iglesia? ¿Por qué nos ha mantenido en este misterio? Para que los esposos puedan saber cómo amar a sus espo¬sas. Y allí es donde la gente liviana y superficial se mofa de la doctrina, mostrando su ignorancia y necedad. "Ah", dicen, "esa gente está intere¬sada solo en la doctrina; nosotros somos personas prácticas". Pero no puede ser práctico sin doctrina, no puede amar verdaderamente a su esposa a menos que entienda algo de esta doctrina, algo acerca de este gran miste¬rio. "Ah", dicen otros, "eso es demasiado difícil, no puedo seguirlo de nin¬guna manera". Pero si quiere vivir como cristiano, tiene que seguirlo,"debe prestarle atención, tiene que pensar, tiene que estudiar, tiene que tratar de entender, tiene que llegar al término con ello. Esto está aquí para usted, y si le da la espalda, está rechazando algo que Dios le da, y entonces es un terri¬ble pecador. Rechazar la doctrina es un pecado terrible. Nunca ponga la práctica contra la doctrina porque no puede practicarla si no la tiene. En¬tonces el apóstol se toma el trabajo de desarrollar esta maravillosa doctrina de la relación de Cristo y la iglesia, no simplemente por el amor de dejarla establecida acá, por muy importante que sea, sino para que en casa poda¬mos amar a nuestras esposas como debemos amarlas—'así como Cristo amó a la iglesia'.
De modo que ahora podemos considerar el problema de la siguiente ma¬nera. El principio que ha de controlar nuestra práctica consiste en que la re¬lación entre esposo y esposa es, en esencia y en naturaleza, como la relación entre Cristo y la iglesia. ¿De qué manera la enfocamos entonces? Debemos comenzar estudiando la relación entre Cristo y la iglesia, y entonces, y sólo entonces, podremos considerar la relación entre el marido y la mujer. Eso es lo que el apóstol está haciendo. 'Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia'. Habiendo dicho esto, nos detalla exacta¬mente cómo Cristo amó a la iglesia. Luego dice, vayan y hagan lo mismo; esta es su regla. Esa es la primera gran doctrina.
Comencemos entonces considerando la relación de Cristo a la iglesia. Aquí hay algo que interesa a todos, no sólo a los maridos, sino a todas las personas. Lo que se nos dice aquí acerca de la relación de Cristo y la iglesia, es de vigencia para cada uno de nosotros. Cristo es el esposo de la iglesia, Cristo es el esposo de cada creyente. Preguntará, ¿dónde encuentra tal en¬señanza? Por ejemplo, la encuentro en Romanos 7:4: "Así también voso¬tros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, Para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos muchos frutos para Dios". Cristo es el esposo de la iglesia, la iglesia es la esposa de Cristo. Cada uno de nosotros puede mirar, en ese sentido, al Señor Jesucristo como su esposo, y colectivamente lo hacemos así como miembros de la iglesia cristiana.
¿Qué es lo que el apóstol nos dice acerca de esto? Lo primero que el após¬tol nos dice tiene que ver con la actitud del Señor Jesucristo hacia la iglesia, como la mira él. Y en esto hay enseñanzas para los maridos. ¿Cuál es su ac¬titud? ¿Cómo mira a su esposa? Aquí mismo el apóstol nos dice algunas co¬sas maravillosas. Ustedes que son cristianos, ¿alguna vez se dieron cuenta que estas cosas se aplican a ustedes como miembros de la iglesia cristiana? Consideren las características de la actitud del Señor hacia su esposa, la igle¬sia. El la ama: 'Así como Cristo amó a la iglesia'. ¡Qué expresión elocuente! El la amó a pesar de su indignidad, él la amó a pesar de sus deficiencias. Nó¬tese lo que Cristo hace por ella. Ella tiene que ser lavada, ella tiene que ser purificada. El la vio harapienta y salvaje; pero él la amó. Ese es el clímax de la doctrina de la salvación. El nos amó, no por algún mérito que hubiese en nosotros; él nos amó a pesar de lo que había en nosotros, 'mientras aún éra¬mos pecadores'. El amó a los que estaban sin Dios, 'mientras aún éramos enemigos'. El nos amó en toda nuestra indignidad y vileza. El amó a la igle¬sia no porque era gloriosa y hermosa—no, sino para llevarla a que fuera así. Tome nota de la doctrina y vea lo que tiene que decir a los maridos. Un marido se opone a las deficiencias, dificultades y cosas que piensa poder cri¬ticar en su esposa, pero él debe amarla 'como Cristo amó a la iglesia'. Ese es el tipo de amor que debe mostrar. Este es el primer principio.
El segundo principio es éste: 'Se entregó a sí mismo por ella'. Cristo no sólo estuvo dispuesto a sacrificarse por ella, en realidad se sacrificó por ella. Tal es el amor de Cristo por la iglesia. El sólo pudo salvarla dando su vida por ella; y la dio por ella. Esa es la característica de su amor.
Luego nótese su gran preocupación por ella y por su bienestar. El vela por ella. Se preocupa por ella. Es como si él viese el potencial que hay en ella. El quiere que ella sea perfecta. Por eso Pablo prosigue diciendo: "Para santifi¬carla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a si mismo como una iglesia gloriosa, que no tuviese man¬cha ni arruga ni cosa semejante". Aquí ve su interés por ella, su amor por ella, lo orgulloso que está de ella. Esas son las características del amor de Cristo por la iglesia. Su gran deseo de que ella sea perfecta. Y él no se va a sentir satisfecho hasta que ella sea perfecta. El desea poder presentársela a sí mismo una iglesia gloriosa, 'que no tuviese mancha ni arruga ni cosa seme¬jante'. El la quiere perfecta. El la quiere más allá de toda crítica. El quiere, por así decirlo, que todo el mundo la admire. En Efesios 3:10 se nos dice que hizo todo esto "para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales". Este es el orgullo que el esposo siente hacia su esposa; está orgulloso de su belleza, orgulloso de su apariencia, orgulloso de cuanto le pertenece; y él desea mostrarla a toda la familia, a todas sus criaturas. Ese es el tipo de relación que existe entre el Señor Jesucristo y su iglesia. Estoy extrayendo en primer lugar el principio de en medio de los detalles, porque él nos permite comprender esta maravillosa y mística relación. De esta ma¬nera el cuadro que tenemos ante nosotros es del Señor regocijándose en esa relación, regocijándose en ella, triunfante en ella, gloriándose en ella. No hay nada que no hará por su esposa, la iglesia.
Este es el primer gran tema que emerge en el tratamiento que el apóstol da de este vasto y exaltado tema. Hemos de comenzar con este cuadro de Cristo y la iglesia. Han visto con qué ojos la mira, y lo que hace por ella por el he¬cho de mirarla de esa manera, y lo que él tiene en vista para ella—su última meta para ella. Y por todo esto existe aquí el concepto extraordinario de la relación mística, de la unidad, de la idea de que son una carne, y que ella es su cuerpo. 'Maridos amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia'.
Ese es entonces nuestro primer gran principio—Cristo amando a la igle¬sia. La relación entre Cristo y la iglesia es la que debería existir entre marido y mujer. Comiencen con eso. Consideren la gran doctrina de la iglesia. Ven¬gan todos, los casados y los que no son casados. Esto tiene vigencia para to¬dos nosotros porque estamos en la iglesia. ¡Qué maravilloso es comprender que todos estamos en esta relación respecto de Cristo! Esa es la forma en que él le mira, esa es su actitud. El principio es éste; este amor, el mayor amor que el mundo pudiese conocer, este amor proveniente de Dios, siem¬pre está más allá de lo erótico y filantrópico. La gran característica de este amor—y aquí reside su diferencia esencial respecto de los otros amores—es que no lo controla tanto el deseo de tener, como el deseo de dar. 'De tal ma¬nera amó Dios al mundo'. ¿Cómo? 'Que ha dado'. No hay nada malo con los otros tipos de amor—ya lo he afirmado previamente—pero aun en su máxima expresión ellos siempre están centrados en sí mismos, siempre están pensando en sí mismos. En cambio, la característica de este otro amor es que no piensa en sí mismo. Dios se dio a sí mismo; Cristo murió por ella— 'aun hasta la muerte'. La característica de este amor es el sacrificio. Este amor es un amor que da; no siempre está considerando lo que va a obtener, sino lo que va a dar para el beneficio del otro. 'Maridos amad a vuestras mujeres de esa manera, así como Cristo amó a la iglesia'.
Habiendo visto en términos generales esta actitud de Cristo hacia la igle¬sia, podemos proseguir demostrando como esa actitud se manifiesta en la práctica; y después considerar su objetivo último, y finalmente, esa relación V unión místicas. Demos gracias a Dios porque cuando hemos de considerar £1 matrimonio, algo tan común, algo aparentemente tan ordinario, descu¬brimos que, si somos cristianos, hemos de considerarlo de tal manera que seamos introducidos al centro mismo de la verdad cristiana, al corazón de la teología y doctrina, a los misterios de Dios en Cristo como se los ve en y a través de la iglesia. ¡Quiera Dios bendecirnos en esta consideración!


***

LA ESPOSA DE CRISTO
Efesios 5:25-33

La proposición fundamental del apóstol, según hemos visto, es que no podemos entender los deberes de los maridos y de las esposas a menos que entendamos la verdad respecto a Cristo y la iglesia; por eso habíamos co¬menzado con esa verdad tal como lo hizo el apóstol. El marido debe amar a su mujer, 'así como Cristo amó a la iglesia'. Hemos recordado el signifi¬cado de la palabra 'amor'. Es la suprema palabra que la Biblia conoce. Es el mismo tipo de amor con el cual Cristo amó a la iglesia; en efecto, el mismo amor con el cual Dios amó al mundo. Por eso nos estamos concentrando en este amor del Señor Jesucristo hacia la iglesia. Hasta ahora sólo lo hemos considerado en términos generales. Hemos mirado a su actitud global hacia la iglesia. Su interés por ella, su orgullo por ella, la forma en que la escuda, la guarda y protege. Todo eso está expresado aquí.
Pero debemos proseguir y extendernos más allá, porque el apóstol se toma el trabajo de recordarnos que esta actitud de Cristo hacia la iglesia es algo que se manifiesta en la práctica. Ese es el asunto que hemos de conside¬rar ahora. 'Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella'. No basta con considerar su actitud hacia la iglesia, los ojos con que mira a la iglesia y como la considera. Eso es algo, dice el apóstol, que se ha expresado en la práctica. Y debemos acen¬tuar esto porque aquí está el énfasis del apóstol.
Por lo tanto, el principio dice que el amor no es algo teórico. El amor no es un simple tema del cual se habla; el amor no sólo es un tema del cual se puede escribir, no sólo es el material que se usa para escribir poesía. El amor no sólo es el tema de una gran aria en la ópera o alguna gran canción, o de miserables 'canturreos', o como quiera que se llame. El amor no es algo que se considera teórica o externamente. El amor es la cosa más práctica del mundo. Ese es el gran principio que se nos enseña aquí. Posiblemente no exista palabra que en la actualidad sea más degradada que la palabra 'amor'. Obviamente muchas personas no tienen idea de su significado. Quizás el mundo nunca haya usado con tanta libertad palabras amorosas; sin embargo, nunca ha habido tanta carencia de amor. Cada uno se dirige al otro usando expresiones cariñosas; se utilizan todos los superlativos. Personas que apenas se conocen se tratan con términos de ternura; sin embargo, care¬cen de contenido. Por eso si se presta atención a la forma de hablar de las personas, pensará que son los más grandes amantes que el mundo haya conocido, cuando en realidad nada saben del amor y muy bien pueden estar divorciados al día siguiente. Por alguna razón se ha difundido la idea de que el amor es un tema del cual se debe hablar, y del cual se debe cantar. Es aquí donde los poetas pueden ser tan peligrosos. ¿Han notado alguna vez el ex¬traordinario contraste entre las cosas que los poetas cantan en sus poemas y sus vidas cotidianas? ¿Acaso no es trágico que eso pueda ser cierto en perso¬nas que tienen la habilidad de escribir palabras tan hermosas y maravillosas sobre el amor? Cuando se leen las biografías de esos hombres, se siente im¬presionado, asombrado, y cree que los hechos reales no pueden ser posibles. Es porque ellos nunca han entendido el significado del amor. Ellos lo consi¬deran como un asunto teórico, como algo muy hermoso, pero la verdad so¬bre el amor es que se trata del asunto más práctico del mundo.
Esa es la enseñanza de nuestro Señor. "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama" (Jn. 14:21). ¡Qué prosaico suena esto con todo nuestro así llamado concepto romántico del amor! Por supuesto, no es de ninguna manera romántico; es ridículo, es sentimental, es carnal. 'Esto es amor' dice Cristo, 'que una persona guarde mis mandamientos'. Porque en el análisis final nuestro amor no será probado por lo que usted y yo diga¬mos; es lo que hacemos. Ciertamente éste es el asunto esencial en la relación entre el marido y su mujer. No se trata de que una persona pueda escribir hermosas cartas, usar grandes expresiones y grandes declaraciones de amor; la prueba del amor del hombre es su conducta en casa todos los días. No se trata de lo que él fue antes de casarse, ni de lo que es durante la luna de miel, ni de lo que es durante los primeros meses de la vida matrimonial. La cues¬tión vital es ésta, ¿Cuál será su comportamiento cuando surjan problemas y dificultades, pruebas, enfermedad, y cuando entre a la edad ya más adulta y luego venga la ancianidad?
Muchos matrimonios se rompen porque las personas desde el comienzo no comprenden el significado del amor. Recuerde como lo describe el após¬tol en 1 Corintios 13 donde acentúa su carácter esencialmente práctico. El nos dice que el amor se abstiene de hacer ciertas cosas, que hace otras, y fi¬nalmente lo resume todo diciendo, 'el amor nunca deja de ser'. Esa es la Prueba del amor. Si desea comprobar si el amor de un hombre a su esposa es lo que debe ser, no escuche lo que dice, observe lo que hace y lo que es. Allí está la prueba.
Todo eso lo expresa el apóstol aquí y lo hace de una manera por demás sorprendente. 'Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia’. ¿Cómo sabemos que él amó a la iglesia? Aquí está la respuesta: 'Y se entregó a sí mismo por ella’. Pero el apóstol no se detiene allí. 'Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo una iglesia glo¬riosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha’.
Miremos cuidadosamente esto y analicémoslo. Evidentemente hay tres sen¬tidos en lo que el apóstol dice aquí. El amor de Cristo, esta actitud de Cristo hacia la iglesia se demuestra principalmente en tres sentidos. En primer lu¬gar está aquello que él ya hizo por la iglesia. Cristo amó a la iglesia y 'se en¬tregó a sí mismo por ella', es algo que ya ha hecho. Aquí, por supuesto, es¬tamos tocando el corazón y centro mismo de la verdad cristiana. Sin esto no habría iglesia. Esto fue lo primero que él hizo, y fue algo absolutamente esencial; este es el fundamento. Y por eso el apóstol dice, escribiendo a los corintios, 'Ningún hombre puede poner otro fundamento’.
Esto es Jesu¬cristo y lo que él ha hecho. Por eso el apóstol estaba decidido a no conocer nada entre ellos, sino 'a Jesucristo y a él crucificado'. Sin este fundamento no habría habido iglesia en Corinto ni en ninguna otra parte. Y, por su¬puesto, esta es una verdad que se acentúa en todas partes de las Escrituras. Recuerde la historia del apóstol despidiéndose de los ancianos de esta iglesia de Efeso. Se encuentra el relato en Hechos 20. El dice, "Mirad por vosotros... para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre". Eso es parte del gran romance de Cristo y la iglesia, del esposo y la esposa. El tuvo que comprarla antes de tenerla por esposa. Aquí el apóstol lo pone en términos de la iglesia como un todo, pero recordemos clara¬mente, y tengamos un concepto claro acerca de ello, que esto tiene vigencia para cada uno de nosotros, para cada cristiano, para cada miembro de la iglesia. El apóstol no vacila en afirmar esto respecto de su propio caso. En Calatas 2:20 dice, "Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella—es cierto, pero también 'por mí', por cada uno de nosotros como individuos.
El apóstol ya ha introducido este gran tema en esta misma epístola. Lo hizo en 1:7 donde dice: "En quien tenemos redención por su sangre, el per¬dón de pecados según las riquezas de su gracia". Este también es el gran tema del segundo capítulo: "Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hecho cercanos"— ¿Cómo?—"por la sangre de Cristo". "El es nuestra paz,... derribando la pared intermedia de separación". El la ha abolido. ¿Cómo? 'En su carne'. "Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un sólo cuerpo, matando en ella las enemistades". Y en efecto, en este preciso capítulo que estamos consideran¬do, el quinto capítulo, el ha introducido el mismo pensamiento en el versí¬culo dos: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante". El lo sigue repitiendo, y noso¬tros también debemos seguir repitiéndolo. Algunos necios dicen: "Ah, pero la cruz sólo se aplica a mi conversión, a mi salvación original, después yo sigo..." ¡No' ¡Los creyentes nunca se apartan de esto! Esto es algo que nunca deberíamos desear olvidar; es algo que continúa. Esto no solamente es el fundamento y la base, sino también es la fuente de la vida y el poder que continúa. 'Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella'.
Entonces, lo que Pablo está diciendo es esto—y se trata de doctrina su¬prema; no hay doctrina mayor que esta—que cuanto hizo el Señor Jesu¬cristo lo hizo por la iglesia. 'Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella'. En su gran oración sacerdotal nuestro Señor recuerda a su Padre este hecho tal como quedó registrado en Juan 17. Allí lo expresa de esta ma¬nera: "Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste". Ellos son suyos, ellos son la iglesia. El dice: "No te ruego por el mundo, sino por los que me diste". Y aquí se nos recuerda que él murió por la iglesia. Nunca debemos quitar nuestra vista de esto. El murió por la iglesia; por nadie más que por ella murió. Su muerte según nos recuerda Calvino y otros expositores, por el hecho de ser eterna y por el hecho de ser él el Hijo de Dios es suficiente para todo el mundo pero solamente  es suficiente para la iglesia. El propósito de su muerte fue redimir a la iglesia. El se dio a sí mismo a la iglesia y a todos los que le perte¬necen cuando ella sea completa, perfecta y entera. Dios lo sabía todo desde la eternidad y el Hijo vino y se dio a sí mismo por la iglesia.
Lo que debemos recordar entonces, es que nunca podríamos estar disfru¬tando de ninguno de los beneficios de esta vida cristiana si él no hubiera he¬cho esto. Usted y yo tenemos que ser rescatados y redimidos antes de poder pertenecer a la iglesia. Ninguna otra cosa nos convierte en cristianos. De paso recordemos esto. Puede ser la persona de la moral más alta en todo el mundo, pero, eso nunca le hará un cristiano; ello nunca lo convertirá en un miembro de Cristo, nunca le hará un miembro de la iglesia. Hay una sola cosa que convierte al hombre en miembro de la iglesia y es que Cristo le ha comprado con su propia sangre, y que él murió por esa persona y la redimió. Esta es la única entrada a la iglesia verdadera—no la visible, sino a la verdadera, la invisible, el cuerpo espiritual de Cristo. Somos salvados 'por su preciosa sangre'.
Pero, nótese que aquí, y particularmente aquí, la gran preocupación del apóstol es acentuar la verdad desde el punto de vista de la grandeza del amor de Cristo hacia la iglesia. ¿Por qué hizo aquellas cosas y cómo hizo esas cosas por nosotros? En muchas partes de las Escrituras tenemos la respuesta. ¿Cómo debería amar un marido a su esposa? Como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. ¿Qué implica eso? Quizás la mejor declaración a este respecto se encuentra en Filipenses 2:5. "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en for¬ma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, ha¬ciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. ¿Qué significa esto? Significa que esa es la forma en que Cristo amó a la iglesia, y se entregó por ella. No se consideró a sí mismo. Ese es el primer punto. 'No estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse’. Esto significa que no consideró el ser igual a Dios como un premio al cual aferrarse. El era el Hijo eterno de Dios; el había compartido esa gloria con su Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad, sin embargo, no se aferró a ella de modo de decir: "¿Por qué he de ir a la tierra, por qué he de poner aparte las señales de mi gloria, por qué he de descender y permitir que se me golpee y escupa?" ¡No! 'No es¬timó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse'. No lo consideró como algo a lo cual debía aferrarse a toda costa puesto que le pertenecía por dere¬cho. En cambio, 'se humilló a sí mismo'. No tuvo necesidad de hacerlo; no hubo compulsión, sino la que nace del amor. Si el Señor Jesucristo se hu¬biese considerado a sí mismo, si hubiese considerado su propia gloria y dig¬nidad eterna, nunca habría habido una iglesia. El era Aquel a través de quien todas las cosas habían sido creadas; todos los ángeles lo adoraban y todos los grandes poderes y principados le tributaban obediencia. Lo adora¬ban como el Hijo y lo glorificaban. ¿Qué sería si él hubiese dicho, "Oh, no puedo, no puedo alejar todo eso de mí; debo tener este respeto que se me debe, debo tener mi propia posición". El hizo justamente lo contrario, 'se humilló a sí mismo'. Nació como un bebé en la semejanza y forma de un hombre. Y no sólo eso, incluso se hizo un siervo. Absolutamente no pensó en sí mismo. Si lo hubiera hecho, ninguno de nosotros habría sido salvo y no habría iglesia. El no habló de sus derechos; no habló acerca de lo que le correspondía; no dijo, "¿Por qué he de sufrir, por qué he de humillarme a mí mismo?" El no consideró el precio, no consideró la vergüenza. El sabía lo que estaba implicado, sabía que seria golpeado por aquellos fariseos y es¬cribas y saduceos y doctores de la ley, y que el pueblo lo escarnecería, y que le arrojarían piedras y que le escupirían. El sabía que pasaría todo ello aun¬que nada había hecho para merecerlo. Entonces, ¿por qué lo hizo? Por la iglesia, por su amor a la iglesia. 'Se humilló a sí mismo, haciéndose obe¬diente'. El tenía un sólo pensamiento y ese era el bien de la iglesia, el cuerpo que llegaría a ser su esposa. El estaba pagando por ella, la estaba compran¬do, sin pensar más que en ella. ¡No era él, sino ella! 'Haya pues en vosotros este sentir'. ¡Ustedes maridos! 'Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella'.
Pero, hay otro aspecto en esto que debemos acentuar a fin de extraer la profundidad de la enseñanza. Nuestro Señor hizo eso por nosotros, por la iglesia, mientras aún éramos pecadores, cuando aún estábamos sin Dios, mientras aún éramos enemigos. El argumento de Pablo en Romanos 5 usa estos precisos términos, 'A su tiempo murió por los impíos’, 'siendo aún pecadores’. "Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados seremos salvos por su vida”. Nótense estos términos. Éramos 'impíos', éramos 'enemigos', éramos 'pe¬cadores', éramos viles y no había nada que pudiese recomendarnos. Ustedes que creen que tienen que leer romances, y se deleitan en la historia de la ce¬nicienta, miren esto. Miren a la iglesia en su vileza, en sus harapos, en su pe¬cado, en su enemistad, en toda su fealdad. El Hijo de Dios, el Príncipe de gloria, la amó mientras aún era así, y a pesar de ello; la amó al mismo ex¬tremo de entregarse por ella, muriendo por ella. 'Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia'. No se nos llama a hacer, en ese extremo, lo que él hizo. Pero, él, a pesar de todo, amó hasta el punto de en¬tregarse a sí mismo; su sangre fue literalmente derramada por nosotros.
"Ahora bien", dice el apóstol, "ustedes que se encuentran en esta rela¬ción matrimonial, el uno encuentra en el otro cosas que no les agradan y que no aprueban—deficiencias, faltas, fallas, pecados—entonces, ustedes asu¬men una actitud crítica, y se mantienen en su dignidad, y condenan, y pe¬lean, y se separan. ¿Por qué? Simplemente porque no logran comprender la forma en que ustedes mismos han sido salvados, la forma en que han lle¬gado a ser cristianos y miembros de la iglesia cristiana". El les recuerda que si el Señor Jesucristo hubiese reaccionado hacia ellos como ellos reaccionan los unos respecto de los otros, jamás habría habido una iglesia. 'El amor nunca deja de ser', el amor sigue amando a pesar de todo. Ese es el amor con el cual Cristo amó a la iglesia.
¿Acaso hay un error tan grave, vuelvo a preguntar, como el de separar la doctrina de la práctica? Cuan culpables somos todos de esto. ¿Cuántos de nosotros hemos comprendido que siempre hemos de pensar del matrimonio en términos de la doctrina de la expiación? ¿Es esa nuestra forma común de pensar del matrimonio—maridos, mujeres, todos nosotros? ¿Es esa la for¬ma en que pensamos instintivamente del matrimonio—en términos de la doctrina de la expiación? ¿Dónde encontramos lo que los libros tienen para decirnos sobre el matrimonio? ¿En qué sección? Lo encontramos bajo el tema de la ética. Pero ese no es el lugar que le pertenece. Debemos conside¬rar el matrimonio en términos de la doctrina de la expiación.
Los cristianos más necios son aquellos que sienten rechazo hacia la doctrina, v que desacreditan la importancia de la teología v la enseñanza. ¿Y acaso eso no explica por qué fallan en la práctica? Estas son cosas que no se Pueden separar. No debe relegar la doctrina de la expiación y limitarla sólo a su conversión o al estudio. ¿Por qué tantos cristianos no asisten a los ser¬vicios religiosos nocturnos? "Oh", dicen, "el sermón va a ser sobre la cruz, es sobre el perdón, y ese es el comienzo de la vida cristiana. Yo ya soy cristiano desde hace muchos años y lógicamente acerca de eso ya no hay nada nuevo que decirme". ¡Cristianos necios! ¿Acaso se han cansado de escu¬char de la cruz? ¿Es que ya saben tanto de ella, y la entienden en una forma tan exhaustiva que ya no puede tocarles? "Ah", dice usted, "ahora quiero enseñanzas más elevadas, ahora quiero una enseñanza detallada de cómo he de vivir la vida santificada". Pero, nunca va a vivir la vida santificada, a menos que siempre esté junto a esa cruz, y a menos que ella esté gobernando toda su vida, e influenciando toda su perspectiva y cada una de sus activida¬des. Aquí estamos en lo que se llama la sección práctica de la epístola a los efesios, la segunda parte, donde Pablo se ocupa de temas cotidianos; sí, pero es precisamente en este contexto que repentinamente nos pone cara a cara con la doctrina de la iglesia, y con la doctrina de la expiación. No puede dejar atrás la cruz, nunca será un cristiano tan avanzado que ella sólo le signifique el comienzo. Esa es la forma de arruinar los matrimonios y todo lo demás. ¡No! "Un amor tan asombroso, tan divino, demanda toda mi alma, mi vida, mi ser entero"— ¡Siempre! Yo comienzo allí, pero, sigo allí; y ¡ay de mí si alguna vez dejo de estar allí!
Ese es el primer punto que señala el apóstol—el amor de Cristo. Pero luego, prosigue al segundo punto—a lo que Cristo, movido por este gran amor suyo, está haciendo, o sigue haciendo por la iglesia. Esto el apóstol lo expresa en las palabras: "Y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra" (v. 26). Aquí tenemos otra de esas declaraciones grandes y sumamente vitales. Nó¬tese que este versículo cumple dos funciones principales. La primera es lo que ya he mencionado, y es que nos recuerda lo que el Señor Jesucristo si¬gue haciendo por la iglesia. Pero, también tiene un segundo propósito. Nos dice por qué hizo lo primero. 'Se entregó a sí mismo por ella, para...' (ése es el propósito)—allí está su objetivo. ¿Por qué murió Cristo? El murió 'para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra'. Esa es la enseñanza que encontramos aquí respecto de la doctrina de santificación. Todo ello se encuentra aquí—expiación, justificación, y ahora santificación.
El primer punto que establecemos y acentuamos es el siguiente: El perdón y la liberación de la condenación y del infierno nunca son un fin en y por sí mismos, y nunca deben ser considerados como tales; ellos no son sino me¬dios hacia otra meta. No puede quedarse sólo con el perdón y la justifica¬ción.
Miremos más de cerca lo que el apóstol enseña aquí sobre esta gran doc¬trina de la santificación. El primer principio es que no hay ninguna cosa tan contraria a las Escrituras que separar la justificación de la santificación. Muchas personas lo hacen. Ellas dicen: "Uno puede creer en el Señor Jesu¬cristo como Salvador y entonces serán perdonados sus pecados y estará jus¬tificado. Y puede detenerse en ese punto". Luego ellas añaden: "Por supuesto no debería detenerse allí; debería continuar hacia el segundo paso. Sin embargo, hay muchos cristianos"—dicen ellos, "que se detienen en ese punto. Son personas que han creído en Cristo para salvación y están justifi¬cadas y perdonadas; sin lugar a duda, son cristianos, pero cristianos que no se han apropiado de la santificación". En consecuencia los exhortan a 'apropiarse' de la santificación así como anteriormente se habían 'apro¬piado' de la justificación. Tal enseñanza es una completa negación de lo que el apóstol está diciendo aquí, y es algo completamente ajeno a las Escritu¬ras. La muerte de Cristo no es sólo para darnos perdón, y justificarnos, y presentarnos legalmente justificados ante los ojos de Dios. 'Se entregó a sí mismo por ella, para...'. Este es sólo el primer paso en una serie; en ningún sentido se trata de un último paso y uno nunca puede detenerse allí.
El apóstol no sólo enseña esto a los efesios; él lo enseña a todas las iglesias. Se encuentra lo mismo en Romanos 8:3, 4. También aparece en Tito 2:14: "Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras". Por ese motivo se dio a sí mismo por nosotros; no sólo para que fuésemos perdonados, no meramente para salvarnos del infierno, sino para purificar y separar un pueblo especial para sí mismo que fuese celoso de buenas obras. Nuestro Se¬ñor lo dijo todo en su gran oración sacerdotal (Jn. 17:19): "Y por ello yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad".
Detenernos en la justificación no solamente sería un error de concepto; además sería algo imposible porque es algo que hace Cristo; es Cristo quien lo hace en nosotros. El se dio a sí mismo por la iglesia. ¿Por qué? Para san¬tificar y purificar la iglesia. Es él quien va a hacerlo. Todo el problema surge porque algunas personas insisten en considerar la santificación como un paso posterior que damos por nuestra propia decisión. Pero, en ninguna parte de las Escrituras se enseña eso. La enseñanza de las Escrituras es ésta: Cristo ha puesto su corazón y su afecto en la iglesia. ¡Allí está la iglesia, ba¬jo condenación, en su pecado, en sus harapos y en su vileza! Entonces vino él. Tuvo que ocurrir la encarnación. El tomó sobre sí mismo 'semejanza de carne de pecado'. El tomó sobre sí mismo los pecados de la iglesia y los llevó en su propio cuerpo al madero. El tomó el castigo, él murió, él hizo expia¬ción, él nos ha reconciliado con Dios. De esa manera la iglesia es librada de la condenación. Pero con eso él no queda satisfecho. El quiere que ella sea una iglesia gloriosa, él quiere 'presentársela a sí mismo una iglesia gloriosa que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante'. De modo que sin de¬mora procede con los preparativos para lograr ese destino. El no puede de¬tenerse en ese primer paso; continúa para santificarla. En otras palabras, su muerte en la cruz por nosotros y nuestros pecados simplemente fue el pri¬mer paso de un gran proceso. Y él no se detiene con el primer paso. El tiene un propósito completo para la iglesia y paso a paso va a realizar todo ese proceso.
Me gustaría expresarlo con todo vigor. Al final de cuentas nosotros no te¬nemos nada que decidir en este asunto de la santificación. Es algo que hace Cristo. El murió por mí, y luego habiendo muerto por mí, él va a limpiar¬me, santificarme, purificarme—es él quien va a hacerlo. Y no nos equivo¬quemos en esto. Si él ha muerto por mí, él continuará con todo el proceso de santificación; finalmente, él me hará perfecto. En esto hay un elemento alarmante; pero es parte de la enseñanza fundamental de la Biblia. Si no nos sometemos voluntariamente a esta enseñanza, él tiene otra forma de purifi¬carnos; y él la utilizará—"porque el Señor al que ama, disciplina" (He. 12:6). El no va a permitir que se quede donde estaba en su impureza y vileza di¬ciendo: "Ahora estoy muy bien, Cristo ha muerto por mí, he sido perdo¬nado, soy un cristiano". ¡El no se va a quedar con eso! El le ha amado, le pertenece a él; y él le purificará. Si no quiere venir voluntariamente, y de la forma correcta, él lo colocará en esta escuela de la que hemos leído en He¬breos. El va a quitar las asperezas, él va a quitar la inmundicia y la vileza, él lo va a lavar. Podría ser que sea a través de una enfermedad que él le envíe. Estos 'predicadores de sanidad' que afirman que Dios nunca envía una en¬fermedad, están sencillamente negando las Escrituras. Uno de Sus métodos es la disciplina. Su posición puede empezar a desmoronarse, puede perder su trabajo, o alguno de sus seres queridos puede morir. ¡Cristiano! porque le pertenece, porque Cristo murió por usted, él le hará perfecto. En su nece¬dad opóngase a él como quiera, pero él lo va a vencer, él va a purificarlo, él va a perfeccionarle. Esa es la enseñanza; es algo que él hace. La santifica¬ción no es algo que nosotros determinamos. 'Se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la pa¬labra'. Por lo tanto el primer principio que debemos comprender es que la santificación es fundamental y esencialmente algo que hace el Señor Jesu¬cristo en nosotros. El tiene sus propios métodos para hacerlo. Esto incluye, por supuesto, obediencia de nuestra parte. Sin embargo, no debe poner todo el énfasis allí. La decisión respecto de la santificación no nos corres¬ponde a nosotros; es suya. La decisión fue tomada en la eternidad antes de la fundación del mundo. Esta actividad es suya. Es una operación suya; y habiendo muerto por nosotros, él la hará. Si le resiste, lo hará en perjuicio propio. El conducirá a cada uno de los hijos que han sido llamados a esa gloria final y sempiterna. Tal como se expresa en Hebreos 12, si él no pro¬cede de esa manera con nosotros, somos 'un bastardo' y no un verdadero hijo (He. 12:5-11).
Este es entonces el gran principio que constituye la base de esta enseñanza apostólica. ¿De qué manera lo ejecuta Cristo? La respuesta se encuentra en la palabra 'santificar': 'Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla'. Esta palabra 'santificar' es utilizada en muchas formas diferentes en la Biblia, pero su significado principal es 'po¬ner aparte para Dios, para su posesión peculiar y para su uso'. Se ve, por ejemplo, que en Éxodo 19 el monte sobre el cual Dios fue al encuentro de Moisés para darle los Diez Mandamientos, fue 'santificado' en ese sentido. ce lo llama 'el Monte Santo' porque fue puesto aparte. No hubo cambio al¬uno en la montaña, pero la montaña fue apartada para el propósito de Dios, para el uso de Dios, para la posesión peculiar de Dios. De la misma manera los utensilios que eran usados en la ceremonia del templo, también estaban santificados, habían sido apartados. No hubo ningún cambio mate¬rial en las copas y las fuentes, pero habían sido apartadas para ser utilizadas solamente en el templo y para el servicio de Dios, ya no podía ser aplicada al uso común. Ser santificado significa ser apartado para los usos y propósi¬tos especiales de Dios como su posesión peculiar. De manera que nosotros somos 'pueblo para su propia posesión'.
Después surge aquí un segundo significado. Puesto que fueron apartados de esta manera, también fueron 'hechos santos'. Ahora bien, en nuestro pa¬saje aquí no puede haber duda sobre el significado de esta palabra 'santifi¬cación'. Lleva en sí esa primera connotación. 'Para santificarla'. Tiene el significado de 'apartar para sí mismo', 'separar de cualquier otra cosa para su propia posesión, para su propio uso, para su propio deleite'. Aquí no sig¬nifica sino eso, porque notamos que el apóstol añade la palabra 'purificar', supliendo el segundo significado de santificación. El apóstol la subdivide en dos pasos. ¡Aquí está la iglesia en sus harapos, en su inmundicia y vileza! Cristo ha muerto por ella, él la ha salvado de la condenación. El la rescata de donde se encontraba y la pone aparte para sí mismo. Ella es "librada de la potestad de las tinieblas, y trasladada al reino de su amado Hijo" (Col. 1:13). Esto significa que ella es transportada fuera del mundo a la posición espe¬cial que como iglesia debe ocupar.
Esto es algo maravilloso. Esto es lo que el Señor Jesucristo ha hecho con la iglesia. Lo mismo ocurre cuando un hombre descubre que sus afectos y su amor se dirigen a una muchacha de entre mil. El la escoge para sí mismo, la selecciona de entre todas las demás. "Ella será mía", dice él. Así que la se¬para, la aísla, la 'santifica', la aparta totalmente. El la quiere para sí mismo. Esa es la sencilla verdad acerca de cada uno de nosotros como cristianos, y miembros de la iglesia cristiana en el sentido real. ¿Se había dado cuenta que el Señor de Gloria, el eterno Hijo de Dios, nos ha apartado, nos ha ais¬lado para sí mismo, para que nosotros fuésemos 'un pueblo de su posesión peculiar'?
Permítanme recordarles otra vez 1 Pedro 2:9 que expresa tan gloriosa¬mente esta verdad. ¿En realidad sabe la verdad acerca de sí mismo en este preciso instante? "Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa (apartada)". No somos perfectos ni libres de pecado, pero somos 'una nación santa' en el sentido de que somos un grupo, una nación de personas apartadas. Y Pedro se extiende aun más allá, 'un pueblo peculiar'—'un pueblo para su posesión peculiar y personal'—'para que anuncien las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable'. Eso es lo que Cristo ha hecho por la iglesia. El nos ha llamado afuera. Ese es uno de los significados de la palabra 'ecclesia'—los que 'son llamados afuera'. Hemos sido llamados fuera del mundo, reunidos aquí para formar este cuerpo, esta esposa para Cristo. Y entonces Cristo procede a obrar con nosotros.
En otras palabras, para usar nuevamente el lenguaje de Pedro en este mismo capítulo, nosotros como cristianos somos solamente 'extranjeros y peregrinos' en este mundo. Nótense como él lo ha expresado: "Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos' (v. 11). Ya no pertenecemos más a este mundo. Hemos sido tomados de él, hemos sido separados, santifica¬dos. Aquí somos solamente extranjeros y peregrinos; ya no pertenecemos a ese reino como antes pertenecíamos. El apóstol Pablo ya dijo todo esto al fi¬nal de Efesios 2. El dice: "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios". Antes eran extrajeres para esto, pero ahora pertenecen a esto y son extranjeros para aquel otro mundo—santificados, apartados para él mismo. Esto, in¬terpretado, significa que la esposa ya no es libre para hacer algunas de las cosas que hacía antes, en cambio ahora vive para su marido y él vive para ella. El marido no mira a otras mujeres, porque su esposa es la que él ha es¬cogido, separado, santificado para sí mismo. Esa es la forma en que Cristo mira a la iglesia. Esa es la forma en que un marido debe considerar a su esposa. Y nosotros, como esposa de Cristo, ya no deberíamos pensar en no¬sotros mismos como libres, como perteneciéndonos a nosotros mismos, sin decidir ya lo que hemos de hacer, sin seguir perteneciendo al mundo.
Permítanme dejar todo esto expresado en forma de pregunta. Me estoy dirigiendo a los miembros cristianos de la iglesia. Dejaremos la aplicación práctica referida a los maridos para después. Esta es la pregunta práctica que quiero dirigir a cada uno que afirma ser creyente en el Señor Jesucristo, a cada uno que dice 'yo creo que Cristo ha muerto por mí y por mis peca¬dos, para rescatarme'. ¿Está consciente del hecho de que Cristo le ha apar¬tado y que él le está santificando? Porque, créame, si no lo está, se está en¬gañando y mintiendo a si mismo pensando que él ha muerto por usted. Cuando Cristo muere por un individuo, siempre lo conduce a esa posición peculiar. 'Se entregó a sí mismo por ella, para...'. Ese fue su primer paso; pero nunca se queda allí. Ese es el paso preliminar que lleva a la santifica¬ción. De modo que es en vano decir que Cristo ha muerto por nosotros si no somos conscientes de que él nos ha separado. ¿Sabe con certeza que ya no pertenece al mundo, que ha ocurrido un cambio en su ser, que ha sido trans¬portado, que ha sido 'trasladado del reino de las tinieblas al reino del amado hijo de Dios'? ¿Siente usted ser un extraño aquí? ¿Dice con Pablo: 'Nuestra ciudadanía está en el cielo'? (Fil. 3:20). "El se dio a sí mismo por ella, para...para poder ponerla aparte para sí mismo, su propia posesión peculiar". Qué inmenso privilegio es llegar a ser cristiano, de pertenecer a la compañía de aquellos por quienes murió Cristo, y a quienes está preparan¬do para sí mismo—pertenecer a los que han sido apartados del mundo para 1 gloria que hemos de disfrutar con él. Maridos, de esa manera amad a vuestras mujeres.


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LA PURIFICACIÓN DE LA ESPOSA
Efesios 5:25-33

Al considerar la afirmación que el apóstol hace respecto de los deberes de los esposos hacia sus esposas, estamos prestando atención a la enseñanza re¬ferida a nuestro Señor en su relación con la iglesia. Hemos visto su preocu¬pación por ella, su actitud con respecto a ella. Hemos acentuado cómo di¬cha actitud y preocupación han sido expresadas en la acción, en la práctica. Hemos visto lo que el Señor ha hecho por la iglesia: 'y se entregó a sí mismo por ella'. También hemos considerado lo que aún está haciendo por la igle¬sia. Lo primero lo hizo una vez para siempre—se dio a sí mismo por ella. Pero no se queda allí; el sigue haciendo algo en la iglesia y por la iglesia.
También hemos analizado la palabra 'santificar' y su significado. El Se¬ñor ha apartado a la iglesia para sí mismo. Nosotros somos su 'pueblo ad¬quirido', un pueblo para su posesión propia, peculiar y especial. Somos su esposa. El la ha puesto aparte, él la ha apartado para poder hacer ciertas co¬sas por ella.
Ahora continuamos a partir de ese punto. La siguiente palabra que en¬contramos es 'purificar'. 'Para santificarla, habiéndola purificado en el la¬vamiento del agua por la palabra'. Es mediante esta palabra 'purificar' que se presenta ante nosotros la idea de lo que normalmente llamamos 'santifi¬cación'.
Aquí debemos tener cuidado de notar el contenido completo de esta pala¬bra 'purificar'. Algunas personas querrán limitarlo al hecho de haber sido lavados de la culpa de nuestros pecados. Pero, evidentemente, eso no es su¬ficiente. Ese aspecto ya lo hemos encontrado en la afirmación de que El se dio a sí mismo por la iglesia y la separó. Esa idea implica que hemos sido li¬brados de la culpa de nuestros pecados; sin embargo no estoy dispuesto a discutir con aquellos que desean incluirla en el significado de esta palabra 'purificar'. Ciertamente, Cristo nos purifica de la culpa de nuestro pecado; pero esta palabra nos lleva más allá. Creo poder probar que no se trata de un mero asunto de opiniones. Pablo añade aquí que la purificación es efectuada 'en el lavamiento del agua por la palabra', y este hecho en sí com¬prueba que se trata de un proceso que va de continuo en continuo. El lava¬miento de la culpa del pecado se realiza una vez para siempre. Se trata de una sola operación; pero luego hay una operación continuada, 'para santifi¬carla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra'. Esta afirmación demuestra que no se trata solamente de librarse de la culpa, pero el versículo 27 lo establece en forma aun más positiva: "Para santifi¬carla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha". Estas pala¬bras definen el objetivo último de Cristo: que la iglesia no sólo quedase li¬brada de la culpa del pecado, sino que también quedase total y completa¬mente librada de todo pecado cualquiera sea su forma o tipo. Sin duda Top-lady logra una expresión perfecta de la idea al ponerla de la siguiente manera:

Sé la doble cura del pecado,
De su culpa y poder, déjame librado.

El Nuevo Testamento nunca se detiene en la culpa misma; siempre se ex¬tiende también a la idea de nuestra purificación referida tanto al poder como a la culpa del pecado. Por cierto, a esto quiero añadir un elemento más. Esta purificación no solamente se refiere al poder del pecado y a su culpa, sino también a la contaminación que causa. Muchas veces se olvida este tercer aspecto. Verá que muchas sociedades mencionan en sus 'funda¬mentos de fe' el poder del pecado, ignorando la contaminación que el mismo causa. Sin embargo, en muchos sentidos, lo más terrible de la caída es que ha contaminado toda nuestra naturaleza. En gran parte, el pecado tiene tanto poder sobre nosotros por haber contaminado nuestra natura¬leza. Esto es lo que el apóstol describe tan gráficamente en Romanos 7: "Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien". Pues bien, eso es co¬rrupción y no poder. Es una condición previa al poder; su raíz está en nues¬tras naturalezas contaminadas, mancilladas y arruinadas y llenas de impure¬zas. Es producto de la caída y por eso el pecado es tan poderoso en noso¬tros. Por eso no sólo necesitamos ser purificados de la culpa del pecado, no tan sólo de su poder, sino particularmente de esta terrible corrupción de pe¬cado, de toda su impureza y perversión.
El pecado penetra la trama misma de la naturaleza humana; nuestras na¬turalezas se han envilecido, dividido y pervertido. ¡Cuan importante es comprender que esto es cierto en cada uno de nosotros! No es que por natu¬raleza seamos neutrales para luego ser tentados desde afuera. ¡No! Hemos 'nacido en pecado', somos 'formados en iniquidad'. "En pecado me conci¬bió mi madre", esa es la enseñanza de las Escrituras (Sal. 51:5). Al co¬mienzo de su segundo capítulo el apóstol ya había afirmado esto con toda claridad al decir: 'Estabais muertos en vuestros delitos y pecados'. Luego menciona 'la voluntad de la carne y de los pensamientos'. Esa es otra forma de describir esta 'ley en mis miembros'. Esto no es sólo poder, esto es una infección, verdaderamente, como ya he dicho, es una corrupción. Es corno un torrente que viene contaminado en su misma fuente en vez de contami¬narse a lo largo de su curso. Es de esto de lo que debemos estar purificados antes de poder ser presentados por el Señor a sí mismo 'como una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha'.
Por eso la pregunta para nosotros es ésta: ¿Cómo se logra esto? El após¬tol dice que esto se efectúa 'en el lavamiento del agua por la palabra'. Aquí tenemos una frase importante y muy difícil—una frase que muchas veces ha sido mal entendida y mal interpretada. Muchas personas ven aquí la ense¬ñanza de lo que ellos llaman 'la regeneración bautismal'. Según esta enseñanza somos librados y purificados totalmente del pecado mediante el bautismo. Este fue un error que durante los primeros siglos se introdujo a la iglesia; el error es perpetuado por la enseñanza de la Iglesia Católico-ro¬mana; y por otras formas de catolicismo, incluso hasta los días de hoy. No voy a entrar a todos esos detalles. Creo que es una interpretación completa¬mente artificial de las palabras, la imposición de un significado sobre ellas, que si las considerásemos naturalmente, tomando el valor que tienen a pri¬mera vista, ellas nunca habrían sugerido semejante interpretación. Por su¬puesto, esa interpretación fue introducida para satisfacer las ansias de po¬der de la iglesia y todos aquellos que aún la enseñan, cualquiera sea su for¬ma de catolicismo, siguen siendo culpables del mismo error. No se trata aquí de alguna operación mágica que tiene lugar durante el bautismo, ni se trata de la fórmula particular que se utilice durante él. Algunos han acen¬tuado este último aspecto afirmando que lo importante es la palabra pro¬nunciada por el hombre que está bautizando al niño, y que la fórmula es la que suple el poder y su eficacia. Repito, eso no es sino sacerdotalismo; no es sino una forma de implementar la autoridad del sacerdocio.
Pero entonces, ¿qué enseña esta palabra? Obviamente aquí hay una refe¬rencia al bautismo, al hecho y al acto del bautismo. Por supuesto, eso no nos sorprende porque aquí estamos tratando con personas que antes eran paganas. Son personas que escucharon el evangelio, lo creyeron, y luego, antes de ser admitidas en la iglesia, tenían que ser bautizadas; habiendo sido bautizadas eran recibidas en la membresía de la iglesia cristiana. Por eso, pensaban en el bautismo como en algo cuyo propósito era representar esta purificación, esta liberación de un reino y el 'traslado' a otro reino. Por eso, ahora encontramos al apóstol Pablo expresándolo al escribir a la iglesia de Corinto: "¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis 3'do justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co. 6:9-11). Allí vuelve a utilizarse la misma idea del 'lavamiento'. El apóstol dice, "ustedes eran así; ya no están en esa condición; ahora son santos en la iglesia—han sido lavados". Uno de los propósitos del bautismo es representar ese cambio.
El pensamiento del apóstol Pedro en 1 Pedro 3:20, 21 es muy similar. Allí se refiere a los espíritus encarcelados, "los que en otro tiempo desobedecie¬ron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mien¬tras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo, quien habiendo su¬bido al cielo está a la diestra de Dios". Allí se encuentra con suficiente clari¬dad la idea que estamos considerando en esta declaración a la cual estamos dedicando nuestra atención. El bautismo es una figura, una representación simbólica de lo que el Señor Jesucristo hace por nosotros en este proceso de la santificación. Por lo tanto, el objeto del bautismo es representar eso y se¬llarlo en nosotros sobre nuestras mentes y nuestros corazones. No es más. El bautismo en sí y por sí mismo no hace nada. El mero hecho de ser bauti¬zado no nos cambia en absoluto. Esa es la idea errónea de los sacramentos. El término técnico utilizado por los católico-romanos, y toda la enseñanza católica es que los sacramentos actúan y son eficaces 'ex opere operato'. En otras palabras, que los sacramentos actúan en y por sí mismos independien¬temente de cualquier actividad de parte de los recipientes. El hecho en sí del bautismo le otorga la regeneración a un niño o a un adulto.
En las Escrituras no hay tal enseñanza. El bautismo es, como dice Pedro, 'una figura'; es una representación dramática. Por supuesto lo mismo ocu¬rre con la Cena del Señor. No creemos que el pan sea transformado en el cuerpo mismo de Cristo. Se trata de una representación. Efectivamente, el Señor dice: miren este pan; cuando se reúnan para comerlo, que ese pan les recuerde y les represente en forma figurada mi cuerpo roto. Y lo mismo ocurre con el vino; 'esta copa es el nuevo pacto'. Esa es nuestra respuesta a los católico-romanos que afirman que el vino es transformado en sangre. Ellos afirman que debemos tomar literalmente estas palabras. Bien, si lo toma literalmente, lo que nuestro Señor dijo fue 'esta copa'; no dijo 'este vino', dijo 'esta copa es el nuevo pacto en mi sangre', demostrando así que es simplemente representativo y simbólico.
Lo mismo ocurre con el bautismo. ¿Qué representa el bautismo? Eviden¬temente representa que somos lavados de la culpa del pecado. Allí estábamos; éramos pecadores y estábamos en pecado bajo la ira de Dios. De eso hemos sido librados por nuestra fe en el Señor Jesucristo, mediante lo que él hizo por nosotros. El bautismo nos recuerda esa liberación. En segundo lu¬gar nos recuerda que somos purificados del poder y de la contaminación del pecado. Es una especie de 'lavamiento', una representación simbólica de un proceso purificador. Esa idea también está incluida. Y en tercer lugar, ex¬presa todo el concepto de nuestra introducción a Cristo mediante el Espíritu Santo. Recuerdan que Pablo, escribiendo a los corintios (1 Co. 10) afirma que los israelitas fueron bautizados en (unión a) Moisés mediante la 'nube' que permanecía sobre ellos.
Los israelitas no fueron sumergidos en la nube; la nube se mantuvo sobre ellos. De la misma manera el bautismo representa el hecho de que somos introducidos a Cristo mediante el Espíritu Santo. Esa es la idea completa que Pablo tiene en mente aquí—nuestra unión con Cristo. 'Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos'. ¿A qué se debe esto? Se debe a que 'somos bautizados por un Espíritu e introduci¬dos a Cristo'; de modo que el bautismo también representa eso. ¡Entonces aquí tenemos su significado! Es una representación simbólica externa de tres aspectos que el apóstol acentúa en forma tan prominente en esta sección particular.
Es obvio entonces, que el principal propósito de Pablo aquí es mostrar¬nos como Cristo está purificando a la iglesia y preparándola para sí mismo; y que lo hace a través del Espíritu Santo. Evidentemente no fue una casuali¬dad que cuando el Señor, en ocasión de su bautismo, estaba en medio del Jordán, el Espíritu Santo descendiera sobre él en forma y aspecto de una pa¬loma. De modo que en un bautismo siempre hemos de pensar en ese aspecto, en la venida del Espíritu Santo a nosotros y sobre nosotros, para introducir¬nos a Cristo y proceder con su obra y el proceso de la santificación.
Con esto ya es suficiente para la consideración de la frase y sus términos individuales. Es una frase muy difícil y siempre ha causado bastante discu¬sión—'el lavamiento del agua'. Pero por supuesto, el término verdadera¬mente importante aquí es 'la palabra'. "Para santificarla, habiéndola puri¬ficado en el lavamiento del agua por la palabra". O bien, si le ayuda un cambio en el orden de la frase, 'para que él pueda purificarla mediante la palabra, a través del lavamiento de agua'. El elemento vital aquí es la expre¬sión 'por la palabra' que debería ser relacionada a la palabra 'purificar'. El bautismo es una representación de ello, pero no es sino una representación. La misma obra de santificación es obrada por o a través de la Palabra, y el Espíritu Santo realiza esta obra en nosotros con la instrumentalidad de la Palabra. Es de suprema importancia que los cristianos se apropien y entien¬dan esta verdad. El instrumento utilizado por el Espíritu Santo en nuestra purificación es 'la Palabra'.
Esta es la enseñanza esencial del Nuevo Testamento en cuanto a la santi¬dad y la santificación; es algo que el Espíritu Santo obra en nuestro interior utilizando la Palabra. Y que acentuemos que se trata de un proceso. Es una purificación progresiva hasta que quedemos libres de toda mancha, o arruga o cosa semejante; libres de toda mancha hemos de ser totalmente santos. Hay personas que enseñan que en realidad el cristiano es una per¬sona salvada, pero que continúa en sus pecados. Mientras él 'habite en Cristo' será guardado de cometer pecado, pero que no hay cambio en cuan¬to a la contaminación con el pecado. Se atenderá a esto recién en la hora de la muerte. Pero, evidentemente, de acuerdo a esta enseñanza, eso es un error. Aquí leemos de un proceso de purificación; un proceso que continúa. A medida que una persona continua viviendo la vida cristiana debería haber cada vez menos de esa contaminación del pecado en él; a medida que este proceso continua él debería ser paulatinamente santificado. No sólo queda capacitado para resistir el poder del pecado; el cristiano es llevado paulati¬namente a un estado final de perfección. Y esto es hecho por medio de la Palabra. 'Por la Palabra'.
El gran principio que debemos captar es que las operaciones del Espíritu Santo en nosotros generalmente son obradas en y a través de 'la Palabra'. Por eso siempre es peligroso separar al Espíritu Santo de la Palabra. Mu¬chas personas lo han hecho así y entonces con frecuencia surgieron graves excesos, En efecto, la separación virtual del pueblo llamado cuáqueros de la fe cristiana se debe precisamente a esto; ellos pusieron tanto énfasis en la 'luz interior' que pasan por alto la Palabra. Ellos tienden a decir que la Pa¬labra carece de importancia; lo que importa es esa luz interior. Finalmente llegaron al punto donde quedaron más o menos enajenados de las doctrinas del Nuevo Testamento, siendo el Señor Jesucristo apenas necesario a su sis¬tema. También hay otros que han acentuado al Espíritu Santo a tal extremo que lo han separado de la Palabra. No quieren ser enseñados, no quieren re¬cibir la instrucción; en cambio, viven en un reino de sentimientos, emociones y experiencias. Propician un éxtasis que con frecuencia los conduce sólo al 'naufragio de su fe', y más allá, a graves excesos de inmoralidad y fra¬caso. La Palabra y el Espíritu Santo generalmente van juntos. La Palabra ha sido dada por el Espíritu y él utiliza su propia Palabra. Es el instrumento que utiliza. No estoy negando que el Espíritu pueda hablarnos directamente; pero estoy afirmando que eso es algo excepcional. Y voy más allá y afirmo que cualquier cosa que podamos considerar obra del Espíritu en nuestro in¬terior siempre debe ser probada por la Palabra. El Espíritu Santo nunca hará nada que contradiga a su propia Palabra. De modo que somos exhor¬tados a 'probar los espíritus', a 'poner los espíritus a prueba', a 'someter los espíritus a un examen'. No todos los espíritus son de Dios y por eso se nece¬sita prueba, un examen de cualquier espíritu en particular. ¿Qué cosas pro¬veen tal prueba? La Escritura. De modo que esta obra es hecha por el Espí¬ritu, pero es hecha a través y por medio de la Palabra.
Permítanme establecer más este punto porque es de vital importancia. Para demostrar sin dejar lugar a dudas que toda la obra del Espíritu en la vida de un creyente es hecha por medio de la Palabra, comencemos con nuestra regeneración. Santiago lo expresa de esta manera: "Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con manse¬dumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas". La Pa¬labra. Nuevamente, es Santiago quien lo expresa de esta manera: "El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primi¬cias de sus criaturas" (Stg. 1:21, 18). Pedro enseña lo mismo: "Siendo rena¬cidos no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre" (1 P. 1:23). La regeneración es obra del Espíritu Santo, pero él la realiza mediante la Palabra—'siendo re¬nacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios'. Es la Palabra que, usada por el Espíritu, nos da esta nueva vida. Y nuevamente, consideren lo que Pablo dice en 1 Tesalonicenses 2:3: "Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando reci¬bisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como pa¬labra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes". La Palabra realmente está obrando en nosotros que creemos. Ella nos introdujo a la vida eterna, ella continúa su obra eficaz en nosotros. "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor por¬que Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:12, 13). ¿De qué manera lo hace Dios? A través de su Palabra.
Permítanme darles otros ejemplos de este idéntico asunto. Nuestro Señor mismo lo enseñó con toda sencillez y claridad. En Juan 8:30 encontrará un relato de cómo el Señor estaba predicando cierto día, y se nos dice que al oír ellos sus palabras muchos creyeron en él. Luego leemos esto en el versículo 31: "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y cono¬ceréis la verdad, y la verdad os hará libres". Notan que ellos deben 'conti¬nuar en su palabra' y si ellos lo hacen así 'la verdad los hará libres'. Vuelva a escucharlo en Juan 15:3: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que he hablado". Es la Palabra la que purifica. Luego hay dos ejemplos de esto en Juan 17: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad". El Señor está dejando a sus discípulos en el mundo, y el enemigo está atacando. Entonces dice: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes (los purifi¬ques, los libres) del mal. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad". Y luego se nota aquella tremenda declaración donde el Señor dice: "Y por ellos yo me santifico a mí mismo". Ahora él está mencionando el hecho de apartarse a sí mismo para la muerte en la cruz. ¿Por qué va a hacer esto? 'Para que también ellos sean santificados en la verdad'. Este, entonces, es el gran principio que encontramos, enseñado en todas partes del Nuevo Testa¬mento. Cristo está purificando a la iglesia a través de la obra del Espíritu Santo a quien él ha enviado, y éste utiliza la Palabra para cumplir su obra.
Pero, ello nos deja ante esta pregunta vital: ¿Cuál es la Palabra que usa el Espíritu Santo? Nosotros vamos a ser santificados por medio de esta 'Pala¬bra'. ¿Cuál es la Palabra de la santificación? ¿Cuál es la enseñanza que con¬duce a nuestra progresiva santificación y liberación del poder y la contami¬nación del pecado? Aquí, otra vez, hay un punto de importancia vital en todo este asunto de la doctrina de la santificación; de veras hay mucho peli¬gro de estrechar este mensaje referido a la santificación y limitarlo a alguna enseñanza especial o fórmula sobre la santificación. Estamos todos familia¬rizados con tales enseñanzas. Existen aquellas personas que afirman que la santificación (y este es el propio término de ellos) es 'relativamente sencilla'. Afirman tener un mensaje especial sobre la santificación y la santidad que según ellos es 'muy simple'. En realidad se limita a esto: 'Confíe y obedezca y deje que Dios obre'. Ellos afirman que esa es la enseñanza de las Escritu¬ras referidas a la santificación. Luego verá que ellos presentan su enseñanza con mucha frecuencia, por no decir generalmente, en términos de algunas historias del Antiguo Testamento, respecto de las cuales pueden dar rienda suelta a su imaginación. Su única preocupación es presentar esta fórmula, esta fórmula sencilla, según afirman ellos, sobre la santificación. "Es algo muy simple; sencillamente deja de luchar y de combatir, y simplemente 'con¬fía y obedece'; 'lo recibe por fe', cree que lo ha recibido, y entonces sigue adelante". Según ellos no hay más que añadir o hacer.
¿Pero concuerda esto con la Palabra? ¿Es esa 'la Palabra' que conduce a nuestra santificación? ¿Acaso en alguna parte de las Escrituras se represen¬ta la santificación como una mera 'fórmula' que se traza, y luego más o me¬nos pasa por alto todas las epístolas del Nuevo Testamento y sus enseñanzas, y se limita a encontrar ilustraciones de este sencillo proceso en diferentes na¬rraciones del Antiguo Testamento? Seguramente eso significa mutilar la en¬señanza de las Escrituras. ¿Cuál es esta Palabra que nos enseña la santifica¬ción, y que nos santifica? Por supuesto, la respuesta es esa Palabra, la Bi¬blia entera, la verdad completa que se encuentra en la Biblia o en cualquiera de estas epístolas del Nuevo Testamento. ¿Por qué es que el apóstol Pablo se tomó el trabajo de escribir esta carta a los efesios? La escribió para que su santificación fuese promovida. Ellos habían creído la verdad tal como él lo recuerda en el capítulo uno. Pero él quiere que crezcan en gracia, quiere que se desarrollen, quiere que se libren del pecado—de su culpa, su poder y su contaminación. Quiere hacerles ver que el objetivo es que ellos sean perfec¬tos y santos, totalmente puros y sin mancha; y él escribe para que ellos pue¬dan ser llevados a este punto. Ellos deben atravesar este proceso. Toda esta epístola trata sobre la santificación. Esta es 'la Palabra'. No se trata de una Pequeña fórmula que es 'muy simple' que se limita a aplicar, y entonces 'la tiene'. ¡De ninguna manera! Tiene que entrar a todo lo que encuentra en esta epístola. En otros términos, la Palabra por la cual somos santificados £s la enseñanza bíblica en su totalidad. Se trata particularmente de todas las grandes doctrinas que se enseñan a lo largo de la Biblia; y recién cuando comprendemos esto vemos cómo aquella otra idea que tiende a estrechar y limitar la santificación y la enseñanza de la santidad a una simple fórmula, es en último análisis, una manera de pasar por alto la mayor parte de la Biblia.
¿Cuál es la Palabra mediante la cual nos santifica el Espíritu Santo? En primer lugar, y sobre todas las cosas, es la palabra acerca de Dios. Cuando se enseña la santificación, no comienza con el hombre. Sin embargo, esa es la manera común de hacerlo, ¿no es cierto? Ellos dicen: "¿Acaso hay algún fracaso en su vida? ¿Es desdichado? ¿Hay algo que le hace tropezar? ¿Se enferma con facilidad? ¿Vive una vida de derrotas?" Ellos comienzan con esto. Luego dicen, "Preste atención. Puede ser librado de estos problemas. Lo único que tiene que hacer es rendirse respecto de ese problema; limítese a entregarlo al Señor y él lo librará. El se lo va a quitar, y luego todo lo que hace es habitar en él, y él lo mantendrá en buenas condiciones". ¿Acaso no es eso típico en muchas de las enseñanzas sobre la santificación y la santi¬dad? Comienza con el hombre y su problema—'¿cómo puedo yo ser más fe¬liz?', 'el secreto cristiano de una vida feliz' y cosas semejantes. Pero no es así como la Biblia enseña la santificación.
"Cómo enseña la Biblia la santificación? ¡Comienza mirando el rostro de Dios! No comienza con el hombre; comienza con Dios. ¡No hay forma más profunda de enseñar la santificación y la santidad que simplemente enseñar las doctrinas referidas al ser, a la naturaleza y al carácter de Dios! No co¬mienza con uno mismo y sus problemas y necesidades; comienza con Dios. No comienza con sus deseos, comienza con el Todopoderoso—'Santo, san¬to, santo, Señor Omnipotente'. ¿Acaso hay algo que promueva más la san¬tificación y santidad que esto? La Biblia está llena de esta enseñanza. Re¬cuerden aquella gran declaración referida al llamamiento del profeta tal como está relatado en Isaías 6: "En el año que murió el rey Uzias vi al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dijo: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios inmundos, han visto mis ojos al rey, Jehová de los ejércitos". Esa es la forma en que la Biblia enseña santidad y santificación.
¿Por qué somos como somos? ¿Por qué hay tanto fracaso en nuestras vi¬das, y tanto pecado? La respuesta se encuentra allí; no conocemos a Dios. 'Padre justo', dijo nuestro Señor, 'el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido'. Dijo nuestro Señor, 'Oh, si sólo te hubieran conocido, no habrían vivido como viven, ¡pero no te conocen!' Ellos hablan acerca de Dios discuten al respecto ¡pero no te conocen a tí! Padre justo, ¡el mundo no te ha conocido! El problema es que aun nosotros que somos cristianos no co¬nocemos a Dios. Olvídese de sus fórmulas, olvídese de sí mismo y de aquello que le preocupa, olvídese de lo que le aplasta. Ese no es su problema. Su misma naturaleza está contaminada, y si se libra de aquel problema particu¬lar, tendrá alguna otra lucha que librar. El problema en sí es que no conoce¬mos a Dios. Aquellos hombres que más han buscado al rostro de Dios son los que fueron más santos. Lo que necesitamos esencialmente no es alguna experiencia, sino este conocimiento de Dios de los Atributos de Dios—su gloria, su Infalibilidad, su santidad, su omnipotencia, su eternidad, su omnisciencia, su omnipresencia. Si nosotros sólo fuésemos conscientes que dondequiera que estuviésemos y cualquier cosa que hagamos, Dios nos está mirando, nuestras vidas serían transformadas. De modo que la Biblia, ésta Palabra de la que nuestro Señor está hablando, es la palabra acerca de Dios, del 'Padre justo'.
Esta es la enseñanza neotestamentaria referida a la santidad. Comienza con este primer aspecto, esta doctrina central. No sólo lo ve en Isaías; Ezequiel nos muestra lo mismo. El tuvo esa misma visión de Dios y él se sintió igualmente impuro y cayó al suelo. Vemos que Job había hablado mucho acerca de Dios y lo había criticado; pero ahora al verlo dice 'mis ojos te han visto'. Ahora Job dice, 'mi mano pongo sobre mi boca' y 'por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza' (Job 40:4; 42:5-6). ¿Se ha ha¬blado mucho de las enseñanzas sobre el ser y el carácter de Dios en sus reu¬niones de santidad y santificación? ¿Cuántas veces ha escuchado sermones sobre la naturaleza y el ser y los atributos de Dios? Todo eso se da por sen¬tado. Comenzaremos con nosotros mismos y con nuestros problemas, y queremos saber cómo librarnos de ellos o cómo tener alguna bendición es¬pecial. El enfoque es equivocado. Lo esencial es la Palabra—'tu palabra'. Para comenzar se trata de una palabra acerca de Dios, una revelación del ser y del carácter de Dios. 'Habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra'.
La misma Palabra también nos revela nuestra condición en el pecado. Nos dice lo que el hombre fue originalmente. No hay mejor forma de predi¬car la santificación que predicar sobre Adán y su condición anterior a la caída. Esa es la condición que se había previsto para el hombre. ¿Cuántas veces ha escuchado sermones en los cultos sobre Adán sobre la santificación y la santidad? ¿O cuántas veces ha escuchado sermones sobre la caída, la caída del hombre y sus consecuencias terribles y terroríficas? ¿Santifica¬ción? Lea Romanos 5:12-21—el hecho de estar en Adán y de estar implica¬dos en su pecado. Allí está la raíz del problema; y debemos entenderlo bien. La Palabra nos enseña sobre todo ello. Esa es la enseñanza del Nuevo Testa¬mento sobre la santificación; ¡ se trata de esta elevada doctrina en las epísto¬las que nos ocupan, más que algunas historias sobre personajes del Antiguo Testamento que podemos utilizar como ilustraciones para nuestra teoría! La santificación se basa en la exposición de la verdad, de la verdad referida al odio de Dios hacia el pecado, al castigo que Dios anuncia a todo pecado. ¿Y después? ¿Qué? ¡Los Diez Mandamientos! Los Diez Mandamientos es¬tablecen el hecho del pecado, lo identifican. Centran la atención en él; ellos no hacen reconocer el pecado de manera que son parte de esta enseñanza. Nosotros no nos detenemos en las 'diez palabras', sin embargo, ellas cum¬plen su parte para convencernos de nuestra necesidad. La ley fue un 'ayo para conducirnos a Cristo', una revelación de la santidad de Dios. Es por eso que los padres de la antigüedad solían pintar los Diez Mandamientos en las paredes de sus iglesias. La ley no es un camino de salvación, sino la forma de mostrarnos nuestra necesidad de ella, y nuestra continua necesidad de ser purificados. Después está el propósito de Dios, lleno de gracia, de re¬dimirnos, el pacto de redención previo a la fundación del mundo; el Padre y* el Hijo y el Espíritu Santo planificando juntos la liberación del hombre. Pa¬blo ya nos habló al respecto en el comienzo de esta epístola: "bendito sea el Dios y el Padre de nuestro Señor Jesucristo"—¡así se debe comenzar a pre¬dicar la santificación!—"que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la funda¬ción del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él". ¡Eso es! Y luego todo lo referente a la persona y obra del Señor Jesucristo, todo lo que él ha hecho, todo lo que él ha soportado. Por cierto, no hay mejor manera de predicar santificación que predicar la cruz, porque si miro la cruz y la 'escudriño', llego a esta conclusión:
El mundo entero no será Dádiva digna de ofrecer. Amor tan grande y sin igual En cambio exige todo el ser.
"Muy bien", dicen ellos, "pero ahora nosotros estamos interesados en la santidad; ya hemos terminado con los comienzos de la salvación, nosotros ya hemos terminado con el perdón de pecados. En una convención sobre la santidad no se puede predicar la cruz. ¡Por supuesto que no! Ahora estamos interesados en fórmulas para la santificación. Aquí no se debe predicar la cruz". ¿Pero acaso hay alguna cosa más indicada para promover la santi¬dad y la santificación que la cruz?
La cruz excelsa al contemplar Do Cristo allí por mí murió, De todo cuanto estimo aquí Lo más precioso es su amor, por el hecho de nunca haber visto en realidad todo el significado de la z es que somos lo que somos. Esa es la causa de nuestro fracaso y de nuestra debilidad. Nunca hemos comprendido todo su amor por nosotros. Si tan sólo viéramos realmente el significado de la cruz. Si tan sólo tuvié¬ramos la experiencia del conde de Zinzendorf quien, al mirar aquel cuadro ¿e )a cruz, exclamó diciendo—"Todo ello lo hiciste por mi, ¿Qué puedo ha¬cer yo por ti?" Mirando ese cuadro también dijo, "Yo tengo una sola pa¬sión: Cristo y solamente Cristo".
Esta es la Palabra—todas las grandes doctrinas, incluyendo también al Espíritu Santo, su persona, su obra, su poder. Y entonces, ¿qué? ¡Nuestro bautismo en Cristo, nuestra unión con Cristo! Luego está esta doctrina de la iglesia. Esta es la Palabra que promueve la santificación. Y con todas estas doctrinas debemos extendernos a la doctrina de la segunda venida. Ella se encuentra aquí en el versículo 27: "A fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha". ¿Cuándo fue la última vez que escuchó un sermón sobre la segunda venida de Cristo en una reunión sobre la santidad? "Pero", afirman ellos, "eso es un error; para eso uno asiste a una reunión sobre la segunda venida; ¡uno no asiste a una reunión de santidad para oír la doctrina de la segunda venida!" De esta manera se ve cómo nos hemos apartado a las Escrituras. Hemos introducido un número de departamentos especiales a la vida de la iglesia. ¿Santidad? "Aquí no se necesita la cruz, no se necesita la segunda venida; sólo se necesita esto, '¡algo muy simple!' “Es solamente en la medida en que comprendo su propósito para mí en aquel glorioso día que se acerca, cuando él presentará la iglesia a sí mismo como una iglesia gloriosa sin mancha ni arruga ni cosa semejante, que mi santifi¬cación es estimulada. Es esa enseñanza la que me impulsa a ser santificado.
Esta es la forma en que el apóstol Juan expresa lo mismo: "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se puri¬fica a sí mismo, así como él es puro" (1Jn. 3:2, 3). La doctrina de la segun¬da venida conduce a la santificación, a la purificación. La palabra que el apóstol está mencionando aquí es toda la palabra de las Escrituras—cada doctrina, la totalidad de la redención desde el comienzo hasta el final, la Bi¬blia entera. 'Habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra'. Habiendo presentado esta gloriosa doctrina, finalizo con una palabra de exhortación. Puesto que todo esto es cierto, ¿qué tipo de personas hemos de ser? Puesto que todo esto es cierto, tal como Pablo lo ha explicado, no Puede seguir siendo lo que antes era; debe apartarse. Continúe con su santi¬ficación, 'purificaos de toda contaminación de la carne, y del espíritu, per¬feccionando la santidad en el temor de Dios'. 'Purificaos y lavad vuestras manos vosotros de doble ánimo'—estas son las exhortaciones de las Escritu¬ras. Pero todas ellas nacen de las grandes doctrinas.
Aquí vemos, entonces, que el proceso de santificación que es realizado por el Señor Jesucristo mediante la instrumentalidad del Espíritu Santo a quien él ha enviado, es cumplido por medio de, y en y a través de la Palabra. 'Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad'. No importa desde que án¬gulo lo considere, esto es algo que lo humillará, y lo conducirá a su propia santificación. Pero sobre todas las cosas comience con Dios: 'Bienaventura¬dos los puros de corazón porque ellos verán a Dios'. ¿Acaso tenemos tiem¬po que perder o hay tiempo para esperar? Lo que necesitamos no es la libe¬ración de ese pequeño problema en nuestras vidas; sino estar listos para la gloria. A medida que miramos el rostro de Dios vemos la necesidad de nues¬tra santificación, y vemos el camino por el cual nuestra santificación será lo¬grada; y la obra la hará el Espíritu; esa es su función. El nos guía hacia la Palabra, el nos abre la Palabra, él la implanta en nuestras mentes y corazo¬nes y voluntades. El nos revela al Señor, y así nuestra santificación, nuestra purificación continúa de día en día, y semana en semana, y año en año. Y como aún hemos de ver, él continuará con esta obra hasta que esté com¬pleta, y nosotros seamos santos y sin mancha alguna en su santa presencia. Esta es la obra que el Señor continúa haciendo en su pueblo, en la iglesia.


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