Las Escrituras y El Gozo
Los impíos van siempre en busca del gozo, y no lo encuentran: se afanan y desazonan en su búsqueda, pero es en vano. Sus corazones se apartan del Señor, buscan el gozo aquí abajo, donde no se encuentra; rechazan la sustancia v con diligencia persiguen la sombra, la cual se burla de ellas. Es el decreto soberano del cielo que nada puede hacer a los pecadores felices excepto Dios en Cristo; pero esto no quieren creerlo, y por ello van de criatura en criatura, de una cisterna rota a la otra, inquiriendo donde puede ser hallado verdadero gozo. Cada cosa mundana que les atrae les dice: se encuentra en mí, pero pronto se ven decepcionados. Sin embargo, siguen buscando hoy en la misma cosa que les decepcionó ayer. Si después de muchas pruebas descubren el vacío de un objetivo de la palabra del Señor: «El que bebe de esta agua volverá a tener sed».

Yendo ahora al otro extremo: hay algunos cristianos que suponen que gozarse es pecado. No hay duda que muchos lectores se sorprenderán de oír esto, pero que se alegren que ellos han sido criados en un ambiente más soleado, y tengan paciencia mientras platicamos con otros que han sido menos favorecidos. A algunos se les ha enseñado que es una obligación el estar sombrío, no ya tanto por inculcación directa, sino por implicación y con el ejemplo. Se imaginan que los sentimientos de gozo son producidos por el demonio que se les aparece como un ángel de luz. Llegan a la conclusión de que es casi una especie de maldad el ser feliz en un mundo de pecado tal como éste en que se hallan. Creen que es presunción gozarse en saber que su pecados han sido perdonados y si ven a algunos cristianos jóvenes que lo hacen les dicen que no tardarán mucho en estar anegándose en el Pantano del Desespero. A los tales con cariño les instamos a que lean el resto del presente capítulo considerándolo en oración. «Estad siempre gozosos» (1ª Tesalonicenses 5:16). No puede haber peligro en hacer lo que Dios nos manda. El Señor no ha prohibido el regocijarse. ¡No! es Satán el que se esfuerza por que colguemos las arpas. No hay ningún precepto en la Escritura que diga: «Afligíos en el Señor siempre, y otra vez os digo que os aflijáis». En cambio hay la exhortación que nos manda: «Alegraos, oh justos, en Jehová; a los rectos les va bien la alabanza» (Salmo 33:l). Lector, si eres un cristiano real (y ya es hora de que te hayas puesto a prueba por la Escritura y hayas aclarado este punto), entonces Cristo es tuyo, y todo lo suyo es tuyo. Te manda: «Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados» (Cantares 5:1): el único pecado que podéis cometer contra su banquete de amor es retraeros e inhibiros. «Se deleitará vuestra alma con lo más sustancioso» (Isaías 55:2) se dice no sólo de los santos en el cielo sino de los que están aún en la tierra. Esto nos conduce a decir:

1. Nos beneficiamos de la Escritura cuando nos damos cuenta de que el gozo es un deber. «Gozaos en el Señor siempre; otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4:4). La Sagrada Escritura habla aquí de regocijarse como un deber personal, presente y permanente para el pueblo de Dios. El Señor no nos ha dejado a nosotros el que escojamos si queremos estar contentos o tristes, sino que ha hecho de la felicidad algo imperativo* El no regocijarse es un pecado de omisión. La próxima vez que encuentres un creyente radiante no se lo eches en cara, tú, habitante del Castillo de la Duda; al contrario, tú mismo tienes que vapulearte: en vez de estar dispuesto a poner en duda la fuente divina de la alegría del otro, júzgate a ti mismo por tu estado luctuoso.

No es carnal el gozo que te instamos a que disfrutes, por lo cual se quiere decir que no procede de fuentes carnales. Es inútil buscar el gozo en las riquezas terrenas, porque con frecuencia extienden las alas y se alejan. Algunos buscan su gozo en el círculo de familia, pero esto permanece sólo durante unos pocos años. No, si queremos «gozarnos siempre» debemos hacerlo en un objeto que sea permanente. No nos referimos a un gozo fanático. Hay algunos con naturalezas hábiles a la emoción que son sólo felices cuando se hallan excitados; pero, la reacción es terrible. No, aquí se trata de un deleite del corazón en Dios mismo, inteligente, sobrio, firme. Cada atributo de Dios, cuando es contemplado por la fe, hará que cante el corazón. Cada doctrina del Evangelio, cuando ha sido captada verdaderamente, dará lugar a más alegría y alabanza.

El gozo está en la línea del deber para el cristiano. Quizá algún lector dirá: Mis emociones de gozo y pena no las puedo controlar; no puede evitar el estar contento o triste, según dictan las circunstancias. Pero, repetimos «Gozaos en el Señor» es un mandato divino, y la obediencia, en gran parte, se encuentra en nuestro poder. Y soy responsable del control de mis emociones. Es verdad que no puedo evitar estar triste en presencia de pensamientos que causan tristeza, pero puedo rehusar a la mente el entretenerlos, hasta cierto punto. Puedo verter hacia afuera mi corazón para hallar alivio en el Señor, y poner mi carga sobre El. Puedo buscar su gracia para meditar en su bondad, sus promesas, el glorioso futuro que me aguarda. Y puedo decidir si puedo salir y estar bajo la luz, o esconderme en la sombra. El no regocijarse en el Señor es más que una desgracia, es una falta que tenemos que confesar y suprimir.

2. Nos beneficiamos de la Palabra cuando aprendemos el secreto del verdadero gozo. Este secreto se revela en 1ª Juan 1:3,4: «Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo.» Cuando consideramos lo insignificante que es nuestra comunión con Dios, lo superficial que es, no es de maravillarse que tantos cristianos carezcan de gozo. A veces cantamos: «Día feliz en que escogí servir a mi Señor y Dios. ¡Mi corazón debe sentir y publicar su eterno amor!» Sí, pero esta felicidad debe ser mantenida como una ocupación permanente del corazón y la mente con Cristo. Sólo donde hay mucha fe y el amor que le sigue hay también mucho gozo.

«Gozaos en el Señor siempre.» No hay otro objetivo en el cual nos podamos regocijar «siempre». Todo lo demás varía y es inconstante. Lc que nos complace hoy palidece mañana. Pero, el Señor es siempre el mismo, y podemos regocijar nos en El en los períodos de adversidad lo mismo que en la prosperidad. Podemos añadir a esto el versículo siguiente: «Vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca» (Filipenses 4:5). Sed templados en relación con las cosas externas; no os dejéis llevar por aquellas que son más placenteras, ni tampoco sentíros abrumados cuando son desagradables. No os exaltéis cuando el mundo os sonríe ni perdáis ánimo cuando frunce el ceño. Mantened una indiferencia estoica a las comodidades externas; ¿por qué hay que estar tan ocupado con estas cosas cuando el mismo Señor está «a la mano»? Si la persecución es violenta, las pérdidas temporales gravosas, el Señor está cerca, El es «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Salmo 46: l), dispuesto a ayudarnos y socorrernos si nos echamos en su regazo. El cuidará de nosotros, para que no estemos «inquietos por nada» (Filipenses 4:6). Las personas mundanas están atosigadas por los cuidados como la madera por la carcoma, pero no ha de ser así para el cristiano.

«Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido» (Juan 15:1l). Cuando meditamos en estas preciosas palabras de Cristo y las atesoramos en el corazón, no pueden por menos de producir gozo. Un corazón que se regocija es el resultado en un conocimiento creciente del amor y verdad de Jesucristo. «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tus palabras fueron para mí el gozo y la alegría de mi corazón.» (Jeremías 15:16). Sí, es al alimentarnos de las palabras del Señor que el alma se refuerza, y regocija, y la hace cantar y alegrarse en el corazón.

«Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío» (Salmos 43:4). Como dijo Spurgeon: «Los creyentes deberían acercarse a Cristo con exultación, porque El es más de lo que era el altar para el Salmista. Una luz más clara debería dar mayor intensidad de deseo. No era por el altar en sí que se interesaba David, porque no era creyente que siguiera las tendencias paganas del ritualismo: su alma deseaba comunión espiritual, comunión con Dios mismo en verdad. ¿Para qué sirven todos los ritos del culto a menos que el Señor se halle en él? ¿Qué son, en realidad sino cáscaras vacías? ¡Notemos el santo entusiasmo con que David contempla al Señor! No es sólo su gozo, es su gozo en alto grado; no sólo es su fuente de gozo, el dador del gozo, el sostenedor del gozo, es el "gozo mismo". Mi alegría y mi gozo, es decir, el alma, la esencia, las mismas entrañas de mi gozo.»

«Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas falten en el aprisco, y no haya vacas en los establos, con todo, yo me alegraré en Jehová, y me regocijaré en el Dios de mi salvación» (Habacuc 3:17,18). Esto es algo que la persona mundana no conoce; ¡y por desgracia, es una experiencia extraña también a muchos cristianos profesos! Es en Dios que tenemos la fuente de nuestro gozo espiritual y permanente; es de El que fluya. Esto lo reconocía desde muy antiguo la iglesia cuando decía: «Todas mis fuentes están en ti». (Salmo 87:7). ¡Feliz el alma que ha aprendido este secreto!

3. Nos beneficiamos de la Palabra cuando nos enseña el gran valor del gozo. El gozo es para e alma lo que las alas para el pájaro, que le permiten volar por encima de la superficie de la tierra. Esto lo pone claro Nehemías 8: 10: «El gozo del Señor es mi fortaleza». Los días de Nehemías marcaron un cambio de rumbo en la historia de Israel. Había sido liberado un remanente del pueblo, cautivo en Babilonia, y había regresado a Palestina. La Ley, que había sido prácticamente desconocida por los exiliados, ahora volvía a ser establecida como la regla de la comunidad recientemente formada. Había un recuerdo vivo de los muchos pecados del pasado, y las lágrimas, como es natural, se mezclaban con el agradecimiento de que volvieran a ser una nación, teniendo un cultivo divino y una Ley divina en medio de ellos. Su caudillo, conociendo muy bien que si el espíritu del pueblo empezaba a flaquear no podían hacer frente a las dificultades de su posición y vencerlas, les dijo: «Este es un día santo a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis ni lloréis; (porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la Ley). Comed... bebed..., porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza.»

La confesión del pecado y el lamentarse por el mismo tienen su lugar, y la comunión con Dios no puede ser mantenida sin ellos. Sin embargo, cuando ha tenido lugar el verdadero arrepentimiento, y las cosas han sido puestas en orden con Dios, hemos de olvidar «las cosas que fueron antes» (Filipenses 3:13). Y hemos de seguir adelante con alegría y gozo en nuestro corazón. ¡Cuán pesados son los pasos de aquel que se acerca al lugar en que se encuentra un amado que yace en la fría muerte! ¡Cuán enérgicos son los movimientos del que se apresura al encuentro de la esposa! Las lamentaciones nos hacen poco aptos para las batallas de la vida. Donde hay falta de esperanza ya no hay pronto poder para la obediencia. Si no hay gozo no puede haber adoración.

Queridos lectores, hay tareas que deben ser ejecutadas, servicios que hay que rendir, tentaciones a vencer, batallas que ganar; y nosotros nos hallamos en forma para atacar esta tarea sólo si nuestros corazones se regocijan en el Señor. Si nuestras almas descansan en Cristo, si nuestros corazones están llenos de alegría sosegada, nuestro trabajo será fácil, los deberes agradables, la pena tolerable, la resistencia posible. Ni los recuerdos contritos de los errores pasados, ni las resoluciones vehementes bastarán a llevarnos a la victoria. Si el brazo ha de dar golpes vigorosos, debe darlos impulsado por un corazón alegre. Del Señor mismo se dice: «El cual por el gozo puesto delante de él soportó la cruz, menospreciando el oprobio» (Hebreos 12:2).

4. Nos beneficiamos de la Palabra cuando nos fijamos en la raíz del gozo. La fuente del gozo es la fe: «Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en la esperanza por el poder del Espíritu Santo». (Romanos 15:13). Hay una maravillosa provisión en el Evangelio tanto por lo que nos proporciona a nosotros como por lo que quita de nosotros, en cuanto a calma y ardor en el corazón del cristiano. Quita la carga de la culpa, al hablar palabras de paz a la conciencia abatida. Quita el terror de Dios y de la muerte que pesa en el alma que está bajo condenación. Nos da a Dios mismo como porción del corazón, como objeto de nuestra comunión. El Evangelio obra gozo, porque el alma está en paz con Dios. Pero, estas bendiciones pasan a ser nuestras sólo por medio de una apropiación personal. La fe debe recibirlas y, cuando lo hace, el corazón se llena de paz y gozo. Y el secreto de un gozo sostenido es mantener abierto e cauce, para que continúe como empezó. Es incredulidad que atasca el cauce. Si hay tan poco calor aplicado a la base del termómetro no es de extrañar que el mercurio indique un grado baje de temperatura. Si hay una fe débil, el gozo no puede ser fuerte. Debemos orar diariamente para obtener una nueva comprensión de la maravilla que es el Evangelio, una nueva apropiación de su bendito contenido; y entonces habrá una renovación de nuestro gozo.

5. Nos beneficiamos de la Palabra cuando tenemos cuidado de mantener nuestro gozo. El «gozo en el Espíritu Santo» es algo por complete distinto de la efervescencia natural del espíritu Es el producto del Consolador morando en nuestros corazones, revelándonos a Cristo, respondiendo a toda nuestra necesidad de perdón y purificación, y poniéndonos en paz con Dios; y formando a Cristo en nosotros, de modo que El reine en nuestras almas y nos sujete a su control. No hay circunstancias de pruebas o tentaciones en las cuales tengamos que abstenernos del gozo, porque la orden es: «Gozaos en el Señor siempre». El que nos dio esta orden conoce a fondo el lado sombrío de nuestras vidas, los pecados y aflicciones que nos acosan, la «mucha tribulación», por la que hemos de pasar para entrar en el reino de Dios. La alegría natural se desvanece cuando aparecen las pruebas y dificultades, los sufrimientos de la vida no son compatibles con ella. Pronto muere cuando perdemos los amigos o la salud. Pero el gozo al que se nos exhorta no está limitado a ningún grupo de circunstancias o tipo de temperamento; ni fluctúa con nuestro humor o nuestra fortuna.

La naturaleza puede hacer valer sus derechos en todos sus súbditos. Incluso Jesús lloró ante la tumba de Lázaro. Sin embargo, podemos exclamar con Pablo: «Como entristecidos, mas siempre gozosos» (2ª Corintios 6: 10). El cristiano puede estar cargado con graves responsabilidades, su vida puede tener fracasos y más fracasos, sus planes pueden ser hechos añicos y sus esperanzas marchitarse, la tumba puede cerrarse sobre sus amados, amados que eran su alegría y dulzura, y con todo, bajo todas estas penas y aflicciones, el Señor todavía la manda que se goce. He ahí a los apóstoles en la prisión de Filipos, en el calabozo más profundo, con los pies en el cepo, sus espaldas sangrando de los azotes salvajes que habían recibido. ¿En qué se ocupaban? En lamentarse y gemir. ¡No! A medianoche Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios (Hechos 16:25). No había pecado en sus vidas, eran obedientes, y por ello el Espíritu Santo tenía libertad para ofrecerles las riquezas de Cristo de las que su corazón estaba rebosando. Si hemos de mantener el gozo, hemos de abstenernos de agraviar al Espíritu Santo.

Cuando Cristo reina supremo en el corazón, el gozo lo llena. Cuando El es el Señor de todo deseo, la Fuente de todo motivo, el Subyugador de toda concupiscencia, entonces habrá gozo en el corazón y alabanza en los labios. La posesión de esto implica el tomar la cruz a cada hora del día; Dios ha ordenado las cosas de tal forma que no podemos tener lo uno sin lo otro. El sacrificio personal, el «cortar la mano derecha, o sacar el ojo derecho», según la figura de Cristo, son las avenidas por las que el Espíritu entra en el alma trayendo con El los gozos de Dios: su sonrisa de aprobación y la seguridad de su amor y presencia permanente. Mucho depende también del espíritu con que hacemos frente al mundo cada día. Si esperamos que se nos acaricie, la decepción no tardará en llegar. Si deseamos que ministren a nuestro orgullo, pronto nos sentiremos abatidos. El secreto de la felicidad es el olvidarnos de nosotros mismos y el ministrar a la felicidad de los otros. «Más bienaventurada cosa es dar que recibir.» De modo que hay más felicidad en ministrar a los otros que en ser servido por ellos.

6. Nos beneficiamos de la Palabra cuando somos vigilantes en evitar los obstáculos al gozo. ¿Por qué muchos cristianos tienen tan poco gozo? ¿No son todos ellos hijos de la luz y del día? El término «luz» que se usa con tanta frecuencia en las Escrituras, nos describe la naturaleza de Dios, nuestras relaciones con El y nuestro futuro destino, es altamente sugestivo de gozo y alegría. ¿Qué otra cosa en la naturaleza es tan beneficiosa y hermosa como la luz? «Dios es luz y en El no hay ninguna tinieblas» (1ª Juan 1: 5). Es sólo cuando andamos con Dios, en la luz, que nuestro corazón puede sentirse verdaderamente gozoso. Es el permitir voluntariamente cosas que entorpecen nuestra comunión con El que enfría y oscurece nuestras almas. Es la indulgencia de la carne, el confraternizar con el mundo, el entrar por sendas prohibidas, que harán, marchitar nuestras vidas espirituales y nos privarán del gozo.

David tuvo que exclamar: «Restáurame el gozo de mi salvación» (Salmo 51:12). Había aflojado, se había vuelto indulgente. Se había presentado la tentación y no la había podido resistir. Cedió y un pecado acarreó otro. Se había apartado, había perdido contacto con Dios. El pecado no confesado gravitaba pesadamente en su conciencia. Oh, hermanos y hermanas, si hemos de ser librados de caídas semejantes, si no hemos de perder nuestro gozo, hemos de negar nuestro yo, los afectos y conscupiscencias de la carne deben ser crucificados. Hemos de estar siempre alerta contra la tentación. Hemos de pasar mucho tiempo de rodillas. Hemos de beber con frecuencia en la Fuente de agua viva. Hemos de permanecer en la presencia del Señor.

7. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando mantenemos un equilibrio entre el gozo y la pena. Si la fe del cristiano tiene una decidida aptitud para producir gozo, tiene también una tendencia igual a producir aflicción: una aflicción que es solemne, varonil, noble. «Como entristecidos, mas siempre gozosos» (2ª Corintios 6:10) es la regla de la vida del cristiano. Si la fe proyecta su luz sobre nuestra condición, nuestra naturaleza, nuestros pecados, la aflicción ha de ser uno de los efectos resultantes. No hay nada más despreciable en sí, no hay peor marca de superficialidad en el carácter que una alegría sin matices, irresponsable, que no descansa en fundamentos de aflicción profunda, paciente; aflicción porque sabemos lo que somos y lo que deberíamos ser; pena porque al mirar alrededor nuestro vemos el fuego del infierno, detrás del jolgorio y algazara prevalecientes, y sabemos a dónde va a parar todo esto, hacia dónde se dirigen los que se divierten en ella.

El que estaba ungido con el óleo del gozo «más que nuestros compañeros» (Salmo 45:7), fue también el «varón de dolores, experimentado en quebrantos». Y los dos aspectos de su carácter (en cierta medida) se repiten en las operaciones del Evangelio sobre cada corazón que le recibe. Y si, por una parte, a causa de los temores de que nos libra y de las esperanzas que nos inspira, y la comunión a que nos introduce, somos ungidos con el óleo de la alegría; por otra parte, a ' causa del sentimiento que nos produce de nuestra ruindad, y el conflicto que sentimos entre la carne y el Espíritu, hay infundida en nosotros tristeza, de la cual es muestra la expresión: «¡Miserable hombre de mí!» (Romanos 7:24). Las dos, tristeza y alegría, no son contradictorias, sino complementarias. El Cordero Pascual debe ser comido con «hierbas amargas» (Exodo 12:8).


--------------------------------------------------------------------------------


Las Escrituras y El Amor
En los capítulos anteriores hemos procurado indicar algunas de las maneras en que podemos discernir si nuestra lectura y estudio de las Escrituras ha sido de bendición o no para nuestras almas. Muchos se engañan en este asunto, confundiendo un deseo para adquirir conocimiento con un amor espiritual de la Verdad (2ª Tesalonicenses 2:10), no dándose cuenta de que la adición de conocimiento no es lo mismo que el crecimiento de la gracia. Gran parte depende del objetivo que nos proponemos cuando nos dirigimos a la Palabra de Dios. Si es simplemente el familiarizarnos con su contenido para estar mejor versados en sus detalles, es muy probable que el jardín de nuestras almas permanezca sin flores; pero si es el deseo, en oración, de ser corregidos y enmendados por la Palabra, de ser escudriñados por el Espíritu, de ser conformados en nuestro corazón por sus santos requerimientos, entonces podemos esperar una bendición divina.

En los capítulos precedentes nos hemos esforzado para indicar las cosas vitales por medio de las cuales podemos descubrir qué progreso estamos haciendo en nuestra piedad personal. Se han dado varios criterios, los cuales han de ser usados por el autor y por el lector sinceramente, para medirse con ellos. Hemos insistido en pruebas como: ¿Crece en mí el aborrecimiento al pecado, y la liberación práctica de su poder y contaminación? ¿Estoy progresando en la intensidad el conocimiento de Dios y de Jesucristo? ¿Es mi vida de oración más sana? ¿Son mis buenas obras más abundantes? ¿Es mi obediencia más fácil y alegre? ¿Vivo más separado del mundo y sus afectos y caminos? ¿Estoy aprendiendo a hacer un uso recto y provechoso de las promesas de Dios, me deleito en El, y es su gozo mi fuerza cada día? A menos que pueda decir que estas cosas son mi experiencia, por lo menos en cierta medida, es de temer que mi estudio de las Escrituras no me beneficia poco ni mucho.

No parecería apropiado terminar estos capítulos sin dedicar uno a la consideración del amor cristiano. La extensión en la cual cultivo esta gracia espiritual me ofrece todavía un modo de medir hasta qué punto mi lectura de la Palabra de Dios me ha ayudado espiritualmente. Nadie puede leer las Escrituras con un poco de atención sin descubrir lo mucho que tienen que decir sobre el amor, y por tanto nos corresponde a cada uno el discernir, con cuidado y en oración, si hay en nosotros realmente amor espiritual, y si su estado es sano y es ejercido propiamente.

El tema del amor cristiano es demasiado extenso para que lo podamos considerar en sus varias fases dentro del espacio de un capítulo. Deberíamos empezar, propiamente contemplando el ejercicio de nuestro amor hacia Dios y hacia Cristo, pero esto ya lo hemos tocado, por lo menos, en los capítulos precedentes, y no vamos a insistir. Se puede decir mucho, también, acerca de 1 naturaleza del amor natural que debemos a lo que pertenecen a la misma familia que nosotros pero, hay menos necesidad de hablar de esto que de otro tema, o sea, el del amor espiritual a lo hermanos, los hermanos en Cristo.

1. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando percibimos la gran importancia del amor cristiano. En ninguna parte se hace más énfasis sobre esto que en el capítulo trece de 1ª Corintios. Allí el Espíritu Santo nos dice que aunque un cristiano profeso pueda hablar con elocuencia de las cosas divinas, si no tiene amor, es como un címbalo que retiñe, o sea un ruido, sin vida. Que aunque pueda profetizar, comprender los misterios y tener sabiduría, y tenga fe para obrar milagros, si carece de amor, espiritualmente es como si no existiera. Es más, si con altruismo diera todas sus posesiones para alimentar a los pobres, si entregara su cuerpo a una muerte de mártir, con todo, si no tiene amor, no le aprovecha para nada. ¡Cuán alto es el valor que se pone sobre el amor, y cuán esencial para mí es el poseerlo!

Dijo nuestro Señor: «En esto conocerá el mundo que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros» (Juan 13:35). Por el hecho de que Cristo hiciera del amor la marca distintiva del discipulado cristiano podemos darnos cuenta de la gran importancia del amor. Es una prueba esencial de autenticidad en nuestra profesión: no podemos amar a Cristo a menos que amemos a los hermanos, porque todos estamos atados en el mismo «haz de vida» (1ª Samuel 25:29) con El. El amor a aquellos que El ha redimido es una evidencia segura del amor espiritual y sobrenatural al Señor Jesús mismo. Donde el Espíritu Santo ha obrado el nacimiento sobrenatural, El sacará esta naturaleza para que se ejercite, producirá en los corazones, vida y conducta de los santos las gracias sobrenaturales, una de las cuales es amar a los que son de Cristo, por amor a Cristo.

2. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando discernimos las distorsiones del amor cristiano. Como el agua no puede levantarse por sí sola del nivel en que se encuentra, el hombre natural es incapaz de comprender, y aún menos apreciar, lo que es espiritual (1ª Corintios 2:14). Por tanto no debernos sorprendernos cuando hay profesores no regenerados que confunden el sentimentalismo humano y los placeres de la carne con el amor espiritual. Pero, es triste ver que algunos del pueblo de Dios viven en un plano tan bajo que confunden la amabilidad y afabilidad humanas con la reina de las gracias cristianas. Aunque es verdad que el amor espiritual se caracteriza por la mansedumbre y la ternura, sin embargo es algo muy diferente y muy superior a la cortesía y delicadezas de la carne.

¡Cuántos padres que idolatraban a sus hijos les han evitado la vara de la corrección, bajo la falsa idea de que el afecto real y el disciplinarlos eran algo incompatible! ¡Cuántas madres imprudentes han desdeñado el castigo corporal y proclamado que el «amor» es la norma de su hogar! Una de las experiencias más tristes del autor, en sus extensos viajes, ha sido el pasar algunos días en lugares en que los hijos eran mimados hasta el absurdo. Es una nociva perversión de la palabra «amor» el aplicarla a la flojedad y laxitud moral por parte de los padres. Pero, esta misma perniciosa idea rige en la mente de muchas personas en otros aspectos y relaciones. Si un siervo de Dios reprime los caminos de la carne y del mundo, si insiste en los derechos estrictos de Dios, se le acusa de «carecer de amor». ¡Oh, cuán terrible que haya multitudes engañadas por Satán en este importante punto!

3. Nos hemos beneficiado de la Palabra, cuando nos ha enseñado la verdadera naturaleza del amor cristiano. El amor cristiano es una gracia espiritual que permanece en las almas de los santos junto con la fe y la esperanza (1ª Corintios 13:13). Es una santa disposición obrada en los que han sido regenerados (1ª Juan 5:1). No es nada menos que el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Romanos 5:5). Es un principio de rectitud que busca el mayor bien posible para los otros. Es exactamente lo opuesto al principio del egoísmo y la indulgencia en favor de uno mismo. No es sólo una mirada afectuosa a todos los que llevan la imagen de Cristo, sino también un deseo poderoso de fomentar su bienestar. No es un sentimiento frívolo que se ofende fácilmente, sino una fuerza dinámica que «las muchas aguas» de la fría indiferencia, ni las «avenidas» de los ríos no podrán apagar ni ahogar (Cantares 8:7). Aunque en un grado menos elevado es en esencia el mismo amor del que leemos: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1).

No hay una manera más segura de formarse un concepto claro de la naturaleza del amor cristiano que estudiándolo en su perfecto ejemplo, en Cristo y por Cristo. Cuando decimos un «estudio concienzudo» queremos decir que hacemos un reconocimiento de todo lo que los cuatro Evangelios nos dicen de El, y no nos limitamos a unos pocos pasajes o incidentes predilectos. Cuando hacemos esto nos damos cuenta que este amor no sólo era benevolente y magnánimo, dulce y cuidadoso, generoso y dispuesto al sacrificio, paciente e inmutable, sino que había aún muchos otros elementos en él. Era amor que podía negar una petición urgente (Juan 11:6), reprender a su madre (Juan 2A), echar mano de un azote (Juan 2: 15), regañar severamente a sus discípulos que dudaban (Lucas 24:25), apostrofar a los hipócritas (Mateo 23:13-33). Era amor severo a veces (Mateo 16:23), incluso airado (Marcos 3:5). El amor espiritual es algo sagrado: es fiel a Dios; no hace componendas con nada malo.

4. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando descubrimos que el amor cristiano es una comunicación divina: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos» 1ª Juan 3:14). «El amor a los hermanos es el fruto y efecto de un nacimiento nuevo y sobrenatural, obrado en nuestras almas por el Espíritu Santo, es una bendita evidencia de que hemos sido escogidos en Cristo por el Padre Celestial, antes que el mundo fuese. El amar a Cristo y a los suyos, nuestros hermanos en El, es congruente con lo que la divina naturaleza que ha hecho que seamos partícipes de su Santo Espíritu... Este amor a los hermanos debe ser un amor peculiar, tal, que sólo los regenerados pueden participar en él, y que sólo ellos pueden ejercitar, pues de otro modo el apóstol no lo habría dicho así de un modo particular; es tal que aquellos que no lo tienen no han sido aún regenerados; de lo que se sigue que «el que no ama a su hermano no vive en Cristo» (S. E. Pierce).

El amor a los hermanos es muchísimo más que el encontrar agradable la compañía de aquellos cuyos temperamentos son similares a los nuestros y con los cuales nos avenimos. Pertenece no ya a la mera naturaleza, sino que es algo espiritual, sobrenatural. Es el corazón que, es atraído hacia aquellos en los cuales percibimos haber algo de Cristo. Por ello es mucho más que un espíritu de congregación o compañía; abarca a todo! aquellos en los que vemos la imagen del Hijo de Dios. Por tanto, es amarlos por amor de Cristo por lo que vemos en ellos de Cristo. Es el Espíritu Santo que me atrae para juntarme con los hermanos y hermanas en los que Cristo vive. De modo que el amor cristiano real no es sólo un don divino, sino que depende totalmente de Dios para su vigor y ejercicio. Hemos de orar diariamente para que el Espíritu Santo lo ponga en acción y manifestación, hacia Dios y hacia su pueblo, este amor que él ha derramado en nuestro corazón.

S. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando ponemos en práctica rectamente el amor cristiano. Esto se hace no tratando de complacer a los hermanos o congraciándonos con ellos, sino cuando verdaderamente procuramos su bien. «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos » (1ª Juan 5:2). ¿Cuál es la prueba real de mi amor personal a Dios? El guardar sus mandamientos (ver Juan 14:15, 21, 24; 15: 10, 14). La autenticidad y la fuerza de mi amor a Dios no han de ser medidas por mis palabras, ni por lo robusto y sonoro de mis cánticos de alabanza, sino por la obediencia a su Palabra. El mismo principio es válido en mis relaciones con mis hermanos.

«En esto se conoce que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.» Si estoy haciendo comentarios sobre las faltas de mis hermanos y hermanas, si estoy andando con ellos en un curso en que trato de darles satisfacción, esto no significa que «los amo». «No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado» (Levítico 19:17). El amor ha de ser practicado de una manera divina, y nunca a expensas de mi amor a Dios; de hecho, sólo cuando Dios tiene el lugar apropiado en mi corazón puede ser ejercido el amor espiritual hacia los hermanos. El verdadero amor no consiste en darles satisfacción, sino en agradar a Dios y ayudarlos; y sólo puedo ayudarlos en el camino de los mandamientos de Dios.

El halagar a los hermanos no es amor fraternal; el exhortarse uno a otro, instando a proseguir adelante en la carrera que tenemos delante, las palabras que animan a «mirar a Jesús» (corroboradas por el ejemplo de nuestra vida diaria) son de mucha más utilidad. El amor fraternal es algo santo, no un sentimiento carnal o una indiferencia en cuanto al camino que siguen. Los mandamientos de Dios son expresiones de su amor, así como de su autoridad, y el no hacer caso de ellos, aun cuando sea por cariño o afecto al otro, no es «amor» en absoluto. El ejercicio del amor ha de conformarse estrictamente a la voluntad de Dios revelada. Hemos de amar «en verdad» (3 Juan l).

6. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando nos enseña las manifestaciones variadas del amor cristiano. El amar a los hermanos y manifestarles el amor en sus variadas formas es nuestro deber. Pero, en ningún momento podemos hacer esto de modo más verdadero y efectivo, y con menos afectación y ostentación que cuando tenemos comunión con ellos en el trono de la gracia. Hay hermanos y hermanas en Cristo en los cuatro costados de la tierra, de cuyas tribulaciones, conflictos, tentaciones y penas, yo no sé nada; a pesar de ello puedo expresar mi amor hacia ellos, y derramar mi corazón ante Dios en favor suyo, mediante la súplica y la intercesión. De ninguna otra manera puede el cristiano manifestar su cuidado y afecto hacia sus compañeros de peregrinación mejor que usando todos sus intereses en el Señor Jesús en favor suyo, suplicando su misericordia en favor de ellos.

«Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1ª Juan 3:17, 18). Muchos hijos de Dios son muy pobres en bienes de este mundo. Algunas veces se preguntan por qué es así; es una gran prueba para ellos. Una razón por la que Dios permite esto es que otros de sus santos puedan tener compasión de ellos y ministrar a sus necesidades temporales de la abundancia de la que Dios les ha provisto a ellos. El amor real es intensamente práctico; no considera ninguna tarea demasiado baja; ninguna faena humillante, si por medio de ella puede aliviar los sufrimientos del hermano. ¡Cuando el Señor del amor estaba en la tierra, pensaba en el hambre física de las multitudes y en la comodidad de los pies de los discípulos!

Pero hay algunos de los hijos de Dios que son tan pobres que no pueden compartir lo poco que tienen con nadie. ¿Qué pueden, pues, hacer éstos? ¡Pueden hacerse cargo de las preocupaciones espirituales de todos los santos; interesarse en favor de ellos delante del trono de la gracia! Conocemos por cuenta propia los sentimientos, aflicciones y quejas de que otros santos se quejan, por haber atravesado sus mismas circunstancias. Sabemos por experiencia propia cuán fácil es dar lugar al espíritu de descontento y de murmuración. Pero también sabemos, que cuando hemos clamado al Señor que ponga su mano calmante sobre nosotros, y cuando nos ha recordado alguna preciosa promesa, ¡qué paz y sosiego ha venido a nuestro corazón! Por tanto pidamos a Dios que dé su gracia también a todos sus santos en aflicción. Procuremos hacer nuestras sus cargas, llorar con los que lloran, así como gozarnos con los que se gozan. De esta manera expresaremos nuestro amor real por sus personas en Cristo, rogando al Señor suyo y nuestro que se acuerde de ellos en su misericordia sempiterna.

Esta es la manera en que el Señor Jesús manifiesta ahora su amor por sus santos: «Viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25). Cristo hace de la causa de ellos la suya, y ruega al Padre en favor suyo. Cristo no olvida a nadie: toda oveja perdida se halla cargada en el corazón del Buen Pastor. Así, expresando nuestro amor a los hermanos en oraciones diarias suplicando por sus varias necesidades, somos llevados a la comunión con nuestro Sumo Sacerdote. No sólo esto, pero también sus santos se nos harán más queridos por ello: nuestro mismo rogar por ellos como amados de Dios, aumentará nuestro amor y nuestra estima en favor de los tales. No podemos llevarlos en nuestro corazón ante el trono de la gracia sin tener en lo profundo de nuestro corazón un afecto real por ellos. La mejor manera de vencer el espíritu de amargura contra un hermano que nos ha ofendido es ocuparnos en orar por él.

7. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando nos enseña la manera apropiada de cultivar el amor cristiano. Sugerimos dos o tres reglas para ello. Primero: reconocer desde el principio que tal como hay en ti (en mí) mucho que ha de ser una prueba severa para el amor de los hermanos, habrá también mucho en ellos que va a hacer difícil nuestro amor a ellos. «Soportándoos con paciencia los unos a los otros con amor» (Efesios 4:2) es una gran amonestación sobre este tema que ninguno de nosotros debería olvidar. Es sin duda singular que la primera cualidad del amor espiritual que se menciona en 1ª Corintios 13, es la de «es sufrido» (versículo 4).

Segundo: la mejor manera de cultivar cualquier virtud o gracia es ejercitarla. El hablar teorizar sobre ella no sirve para mucho, a menos que se ponga en acción. Muchas son las quejas que se oyen hoy en día sobre la escasez de amor evidente en muchos lugares: ¡ésta es una razón más para que procuremos nosotros dar un mejor ejemplo! Que la frialdad y desinterés de los otros no diluyan tu amor, sino «vence con el bien el mal» (Romanos 12:21). Considera en oración 1ª Corintios 13 por lo menos una vez cada semana.

Tercero: por encima de todo procura que tu propio corazón se recree en la luz y calor del amor de Dios. Cuanto más te ocupes del amor de Cristo para ti, invariable, incansable, insondable, más se sentirá tu corazón atraído en amor a aquellos que son suyos. Una hermosa ilustración de esto se halla en el hecho que el apóstol particular que escribió más acerca del amor fraternal fue el que reclinó su cabeza sobre el pecho del Maestro. El Señor conceda la gracia necesaria al lector y al autor (que tiene de ello más necesidad que nadie), de observar estas reglas, para la alabanza y gloria de su gracia, y para el bien de su pueblo.

Hoja anterior
www.iglesiareformada.com
Biblioteca
Beneficios de la lectura de la Biblia


Por A.W. Pink

ÍNDICE

Las Escrituras y El Pecado

Las Escrituras y Dios

Las Escrituras y Cristo

Las Escrituras y La Oración

Las Escrituras y Las Buenas Obras

Las Escrituras y La Obediencia

Las Escrituras y El Mundo

Las Escrituras y Las Promesas

Las Escrituras y El Gozo

Las Escrituras y El Amor

Las Escrituras y el pecado


--------------------------------------------------------------------------------