CAPITULO XXVI
Ojo por Ojo y Diente por Diente

En los versículos 38-42 tenemos la quinta ilustración que nuestro Señor ofrece del modo en que su interpretación de la ley mosaica se opone a la perversión de la misma por parte de los escribas y fariseos. Habida cuenta de esto, quizá el procedimiento mejor que se puede adoptar sea también la triple división que hemos utilizado en el examen de algunas de las ilustraciones previas. Lo primero, por tanto, es considerar la intención del estatuto mosaico.
La frase 'ojo por ojo y diente por diente' se encuentra en Éxodo 21:24. La usó Moisés dirigiéndose a los hijos de Israel y lo que importa ahora es determinar por qué lo hizo. Se aplica el mismo principio que en el asunto del adulterio y del divorcio, y del jurar. La intención primordial de la legislación mosaica fue controlar los excesos. En Este caso, lo que se quiso controlar fue la ira, la violencia y el deseo de venganza. No hace falta extenderse en esto, porque todos sabemos por desgracia de qué se trata. Todos somos culpables de ello. Si alguien nos perjudica, el instinto natural inmediato es que hay que devolverse, y aun más. Esto hacían en aquel tiempo, y esto se hace ahora. Una pequeña ofensa, y de inmediato la venganza, incluso el daño corporal, sin excluir el homicidio. Esta tendencia general a la ira y violencia, a la represalia, está en lo más profundo de la naturaleza humana. Veamos, por ejemplo, lo que hacen los niños. Desde la edad más temprana tenemos este deseo de venganza; es una de las consecuencias más odiosas y feas de la caída del hombre y del pecado original.
Esta tendencia se manifestaba también entre los hijos de Israel y hay ejemplos de ello en el Antiguo Testamento. El objetivo, por consiguiente, de la legislación mosaica fue controlar y aminorar esta situación totalmente caótica. Esto, como hemos visto, es un principio fundamental. Dios, Autor de la Salvación, Autor del modo por el que el hombre puede librarse de la esclavitud y tiranía del pecado, también ha ordenado que se haya de controlar el pecado. El Dios de la gracia es también el Dios de la ley, y esta es una de las ilustraciones de la ley. Dios no sólo destruirá por fin el pecado y todas sus obras de una manera total. Mientras tanto también lo controla y lo quiere encadenar. Vemos cómo se realiza esto en el libro de Job, donde ni siquiera el diablo puede hacer ciertas cosas hasta que El no le dé permiso. Está a fin de cuentas bajo el control de Dios, y una de las manifestaciones de ese control es que Dios da leyes. Dio esta ley concreta que insiste en que en esos asuntos prevalezca un cierto principio de igualdad y equidad. Así pues, si alguien le saca un ojo a otro, no hay que matarlo por eso— 'ojo por ojo.' O si le saca un diente, la víctima sólo tiene derecho a sacarle uno de los suyos. El castigo debe estar de acuerdo con la trasgresión y no excederla.
Este es el propósito de la ley mosaica. El principio de justicia debe estar presente, y la justicia nunca se excede en sus exigencias. Hay correspondencia entre la ofensa y el castigo, entre lo hecho y lo que hay que hacer respecto a ello. El objetivo de esa ley no fue incitar al hombre a que se tomara ojo por ojo y diente por diente, y a que insistiera siempre en ello. Fue simplemente tratar de evitar los excesos, el terrible espíritu de venganza y de exigir compensación, fue controlarlo y limitarlo.
Pero quizá lo más importante es que esta norma no se dio para el individuo, sino más bien a los jueces quienes eran responsables de la ley y el orden entre los individuos. El sistema judicial fue establecido en el pueblo de Israel, y cuando se suscitaban disputas y conflictos entre ellos tenían que presentarlos ante estas autoridades responsables de juzgar. Los jueces tenían que procurar que no excediera el ojo por ojo y diente por diente. La legislación fue dada para ellos, no para los individuos —como la ley de nuestro país en el tiempo presente. La ley la aplica el juez o magistrado, el que ha sido nombrado para hacerlo. Ese era el principio; y es la idea adecuada de la legislación mosaica. Su objetivo principal fue introducir este elemento de justicia en una situación caótica y quitarle al hombre el derecho de que se tomara la justicia por su mano.
Respecto a la enseñanza de los escribas y fariseos, su principal problema era que tendían a hacer caso omiso del hecho de que esta enseñanza era sólo para los jueces. La convirtieron en un asunto de aplicación personal. No sólo esto, la consideraban, con su típico estilo legalista, como un asunto de derecho y deber el tomarse 'ojo por ojo y diente por diente.' Para ellos era algo en lo que había que insistir y no algo que había que limitar. Era una idea legalista que pensaba sólo en sus derechos. Eran, pues, culpables de dos errores principales en este asunto. Convertían un mandato negativo en positivo y, además, lo interpretaban y llevaban a cabo ellos mismos, y enseñaban a otros que lo hicieran también, en lugar de ver que era algo que debían aplicar sólo los jueces quienes eran responsables por la ley y el orden. A la luz de estos antecedentes se da la enseñanza de nuestro Señor, Tero yo os digo; no resistáis al que es malo,' junto con las afirmaciones que siguen.
Es evidente que estamos frente a un tema que se ha discutido a menudo, que se ha entendido mal muchas veces, y que ha sido siempre causa de confusión. Es posible que no haya otro pasaje bíblico que haya producido tantas discusiones acaloradas como esta enseñanza que nos dice que no resistamos a los que son malos y que seamos generosos perdonando. El pacifismo es causa de muchas guerras de palabras y a menudo conduce a un espíritu que está lo más lejos que uno pueda imaginar de lo que aquí enseña e inculca nuestro Señor. Es desde luego uno de esos pasajes a los que la gente acude de inmediato en cuanto se menciona el Sermón del Monte. No cabe duda de que mucha gente ha estado esperando que llegáramos a este punto y aquí lo tenemos, aunque nada es más importante que hayamos tardado tanto en llegar a él, porque, como hemos visto en lo expuesto, esta clase de mandato sólo se puede entender de verdad si se interpreta en su contexto y marco.
Vimos al comienzo que hay ciertos principios de interpretación que deben observarse si se quiere saber la verdad respecto a estos asuntos. En estos momentos deberíamos recordar algunos. Primero, nunca debemos considerar el Sermón del Monte como un código ético, o como un conjunto de reglas que abarca nuestra conducta en todos sus detalles. No debemos verlo como una nueva clase de ley que sustituye a la antigua ley mosaica; es más bien cuestión de enfatizar el espíritu de la ley. Por esto no debemos, si tenemos problemas en cuanto a un punto concreto, acudir al Sermón del Monte y buscar un pasaje concreto. El Nuevo Testamento no ofrece esto. ¿No resulta trágico que los que estamos bajo la gracia parece que deseemos estar bajo la ley? Nos preguntamos unos a otros, '¿Cuál es la enseñanza precisa respecto a esto?' y si no se nos puede dar como respuesta un 'sí' o un 'no', decimos, 'Es todo tan vago e impreciso.'
En segundo lugar, nunca hay que aplicar estas enseñanzas en una forma mecánica, como una especie de norma mecánica. Cuenta el espíritu más que la letra. No que despreciemos la letra, sino que hay que enfatizar el espíritu.
Tercero, si nuestra interpretación hace que la enseñanza parezca ridícula o conduzca a una situación ridícula, es sin duda falsa. Y hay quienes son reos de esto.
El siguiente principio es éste: Si nuestra interpretación hace que la enseñanza resulte imposible también es errónea. Nada de lo que nuestro Señor enseñó es imposible. Hay quienes interpretan ciertos puntos del Sermón del Monte en una forma tal, y esta interpretación es sin duda falsa. La enseñanza del mismo fue para la vida diaria.
Finalmente, debemos recordar que si nuestra interpretación de cualquiera de estas cosas contradice la enseñanza evidente y clara de la Biblia en otro pasaje, es obvio que nuestra interpretación anda errada. La Biblia ha de compararse con la Biblia. No hay contradicción en la enseñanza bíblica.
Teniendo todo esto presente, examinemos lo que nuestro Señor enseña. Dice, Tero yo os digo: No resistáis al que es malo.' Ellos decían, 'ojo por ojo y diente por diente.' ¿Qué quiere decir? Debemos comenzar por lo negativo que es que esta afirmación no ha de tomarse literalmente. Siempre hay quienes dicen, 'Lo que digo es esto, que hay que tomar la Escritura tal como está, y la Biblia dice no resistáis al que es malo. Y ahí está; no hay por qué añadir nada.' No podemos ocuparnos de esta actitud general respecto a la interpretación bíblica; pero sería muy fácil demostrar que si se aplicara en forma rigurosa, llegaríamos a interpretaciones no sólo ridículas sino imposibles. Hay, sin embargo, ciertas personas famosas en la historia de la Iglesia y del pensamiento cristiano que insistieron en interpretar este pasaje concreto de este modo. Quizás no hay escritor que haya influido más en el modo de pensar de los hombres a este respecto que el gran León Tolstoy, quien no vaciló en decir que estas palabras de nuestro Señor había que tomarlas por lo que decían. Dijo que tener soldados, policía, e incluso magistrados, es anticristiano. El mal, sostenía, no ha de resistirse; porque la enseñanza de Cristo es no resistir el mal en ningún sentido. Dijo que la afirmación no contiene limitaciones, que no dice que ha de aplicarse sólo bajo circunstancias especiales. Dice, 'no resistáis al que es malo.' Ahora bien, la policía resiste al malo; por tanto hay que aboliría. Lo mismo hay que decir de los soldados, magistrados, jueces y tribunales. No tendría que castigarse el crimen. 'No resistáis al que es malo.'
Hay otros que no van tan lejos como Tolstoy. Dicen que debemos tener magistrados y tribunales y demás; pero no creen en soldados, guerras, pena capital. No creen en matar en ningún sentido, ya sea por juicio o de la forma que sea.
Todos conocemos esas ideas; y forma parte del predicar y el interpretar la Biblia, contestar a los que así objetan con sinceridad y honestidad. Me parece que la respuesta es que debemos recordar una vez más el contexto de estas afirmaciones. Nunca insistiremos lo bastante en esto. El Sermón del Monte ha de tomarse en el orden en que fue pronunciado y en el cual se nos presenta. No comenzamos con este mandato, sino con las Bienaventuranzas. Comenzamos con esas definiciones fundamentales y partimos de ahí. Veremos la importancia que esto tiene más tarde; pero primero hemos de ocuparnos del párrafo en general.
El primer principio básico es que esta enseñanza no es para naciones o para el mundo. Más aún, podemos agregar que esta enseñanza no se aplica para nada al que no es cristiano. En esto vemos la importancia del orden. 'Así es cómo habéis de vivir,' dice nuestro Señor a sus oyentes. ¿A quiénes habla? Son los que ha descrito en las Bienaventuranzas. Lo primero que dijo acerca de ello fue que son 'pobres en espíritu.' En otras palabras, están perfectamente conscientes de su incapacidad total. Están conscientes de que son pecadores, y de que nada pueden delante de Dios. Son los que lloran por sus pecados. Han llegado a comprender el pecado como el principio interno que corrompe toda la vida, y a causa de ello lloran. Son mansos; tienen en ellos un espíritu que es la antítesis misma del mundo. Tienen hambre y sed de justicia, y así sucesivamente. Ahora bien, estos mandatos concretos que estamos estudiando son sólo para tales personas.
No hace falta insistir más en esto. Esta enseñanza es del todo imposible para quien carezca de tales cualidades. Nuestro Señor nunca le pide a un hombre natural, víctima del pecado y de Satanás, y que está bajo el dominio del infierno, que viva una vida como ésta, porque no puede. Debemos ser hombres nuevos y nacer de nuevo antes de poder vivir una vida así. Por consiguiente decir que esta enseñanza ha de ser la política de países o naciones es herejía. Lo es en este sentido: si pedimos a alguien que no ha nacido de nuevo, que no ha recibido al Espíritu Santo, que viva la vida cristiana, estamos diciendo en realidad que alguien se puede justificar a sí mismo por medio de sus obras, lo cual es herejía. Afirmamos que el hombre por sus propios esfuerzos, sí quiere, puede vivir esta vida. Esto es una contradicción absoluta de todo el Nuevo Testamento. Nuestro Señor lo aclaró de una vez por todas en la conversación que tuvo con Nicodemo. Nicodemo evidentemente iba a preguntar, '¿Qué he de hacer para poder ser como tú? 'Amigo mío', le viene a decir nuestro Señor, 'no pienses en función de lo que puedes hacer; no puedes hacer nada; debes nacer de nuevo.' Por tanto pedir una conducta cristiana de alguien que no ha nacido de nuevo, y menos de una nación o del mundo entero, es imposible y erróneo.
Al mundo, a las naciones, a los no cristianos se sigue aplicando la ley, la cual dice 'ojo por ojo y diente por diente.' Esas personas siguen estando bajo la justicia que restringe y limita al hombre, para preservar la ley y controlar los abusos. En otras palabras, por esto el cristiano debe creer en la ley y el orden, y por esto nunca debe ser negligente en sus deberes de ciudadano de un Estado. Sabe que 'las autoridades superiores... que hay, por Dios han sido establecidas,' que hay que controlar la ilegalidad, que hay que restringir el crimen y el vicio—'ojo por ojo y diente por diente,' justicia y equidad. En otras palabras el Nuevo Testamento enseña que, hasta que alguien no venga a estar bajo la gracia, está bajo la ley. La confusión y embrollo actuales han comenzado ahí. Los no cristianos hablan con vaguedad acerca de la enseñanza de Cristo respecto a la vida, y la interpretan en el sentido de que no hay que castigar al niño que actúa mal, que no hacen falta las leyes, y que debemos amar a todos para que sean buenos. ¡Estamos viendo los resultados de esto! Pero esto es herejía. Es 'ojo por ojo y diente por diente' hasta que el espíritu de Cristo entre en nosotros. Entonces se espera de nosotros algo más elevado, pero no hasta entonces. La ley pone de manifiesto el mal y lo limita y Dios mismo lo ha ordenado, y las autoridades existentes han de imponerla.
Este es nuestro primer principio. No tiene nada que ver con las naciones ni con el llamado pacifismo cristiano, con el socialismo cristiano ni cosas así. No se pueden basar en esta enseñanza; de hecho la niegan. Esta fue la tragedia de Tolstoy, y por desgracia, al final él mismo se volvió trágico cuando tuvo que enfrentarse con la inutilidad completa de ello. Desde el comienzo resultaba inevitable, como lo hubiera visto si hubiese entendido la enseñanza.
En segundo lugar, esta enseñanza, que concierne al cristiano y a nadie más, se le aplica sólo en sus relaciones personales y no en cuanto ciudadano de su país. Esto es lo esencial de la enseñanza. Todos vivimos en diferentes países. Aquí me tienen a mí, ciudadano de Gran Bretaña con mi relación al Estado, con el gobierno e instituciones similares. Sí, pero también hay relaciones más personales, mi relación con mi esposa e hijos, mi relación como individuo con otras personas, mis amistades, mi calidad de miembro de la Iglesia y así sucesivamente. Todo esto no tiene nada que ver con mi relación general con el país al que pertenezco. Pero, lo repito, la enseñanza de nuestro Señor concierne la conducta del cristiano sólo en sus relaciones personales; en realidad, en este pasaje, la relación del cristiano con el Estado ni siquiera se tiene en cuenta ni se menciona. No tenemos más que la reacción del cristiano como individuo frente a lo que se le hace personalmente. Respecto a la relación del cristiano con el Estado y a sus relaciones generales, abundan las enseñanzas en la Biblia. Si a uno le preocupan las relaciones con el Estado y las responsabilidades como ciudadano, no hay que limitarse al Sermón del Monte. Es mejor buscar en otros capítulos que tratan específicamente de este tema, tales como Romanos 13 y 1 Pedro 2. De modo que si yo, como joven, analizo mis deberes para con el Estado en el asunto de ir al servicio militar, no encuentro la respuesta aquí. Debo buscarla en otro lugar. El Sermón del Monte se ocupa sólo de mis relaciones personales. Y con todo, con qué frecuencia, cuando se piensa en los deberes para con el Estado, se cita este pasaje. Creo que no tiene nada que ver con ello.
El tercer principio que regula la interpretación de este tema es, evidentemente, que en esta enseñanza no se tiene en cuenta el problema del matar y quitar la vida, tanto si se considera como pena capital, o matar en la guerra, o cualquier otra forma de homicidio. Nuestro Señor tiene en cuenta esta ley de la reacción personal del cristiano ante cosas que le suceden. En último término, desde luego, abarcará también la cuestión de matar, pero no es este el principio que establece. Por consiguiente, interpretar este párrafo en términos de pacifismo y nada más es reducir esta gran y maravillosa enseñanza cristiana a una simple cuestión legal. Y los que basan su pacifismo en este pasaje —y no digo si el pacifismo es bueno o malo— son culpables de una especie de herejía. Han caído en el legalismo de los escribas y fariseos; y esta interpretación es del todo falsa.
¿Qué se enseña, pues, aquí? Hay un principio en esta enseñanza, y se refiere a la actitud del hombre para consigo mismo. Podríamos hablar del cristiano y el Estado y la guerra, y todo lo demás. Pero eso es mucho más fácil que lo que nuestro Señor nos pide que examinemos. Lo que nos pide que examinemos es nuestro yo, y es mucho más fácil hablar del pacifismo que enfrentarse con su clara enseñanza. ¿Cuál es? Me parece que la clave se encuentra en el versículo 42: 'Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.' Esto es de gran importancia. Al leer este párrafo, lo primero que uno siente cuando se llega al versículo 42 es que no debería estar ahí. 'Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo.' Este es el tema, resistir al malo, y por esto parecen suscitarse esas cuestiones de la guerra, del matar, de la pena capital. Pero luego prosigue y dice, 'antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos.' Luego de repente: 'Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.' Y de inmediato tenemos ganas de preguntar, ¿qué tiene que ver esta cuestión del pedir prestado con la del resistir al malo y de no devolverse, o con el pelear y matar? ¿Por qué aparece? Porque en él se nos da una pista para entender los principios que nuestro Señor inculca en el pasaje. Todo el tiempo piensa en el problema del 'yo' y de nuestra actitud para con nosotros mismos. Dice en efecto que si queremos ser verdaderamente cristianos debemos morir al yo. No es cuestión de si deberíamos ir a servir en el Ejército o no, ni de ninguna otra cosa; es cuestión de qué pienso de mí mismo, de mi actitud para conmigo mismo.
Es una enseñanza muy espiritual, e implica lo siguiente. Primero, debo tener una actitud adecuada para conmigo mismo y respecto al espíritu de autodefensa que se pone de inmediato en movimiento cuando me hacen algo malo. También debo examinar el deseo de venganza y el espíritu de represalia que es tan propio del yo natural. Luego está la actitud del yo respecto a las injusticias que se le hacen y respecto a las exigencias que la comunidad y el Estado le hacen. Y por fin está la actitud del yo respecto a las posesiones personales. Nuestro Señor pone al descubierto esta cosa horrible que controla al hombre natural — el yo, esa herencia terrible que proviene del hombre caído y que hace que el hombre se glorifique a sí mismo y se tenga por dios. Trata de proteger ese yo siempre y de todas las formas posibles. Pero lo hace no sólo cuando recibe ataques o cuando le quitan algo; lo hace también con la cuestión de sus posesiones. Si alguien le pide prestado, respuesta instintiva es: '¿Por qué debería desprenderme de lo mío?' Siempre es el yo.
En cuanto vemos esto, no hay contradicción entre el versículo 42 y los otros. No sólo está relacionado con ellos, sino que forma parte esencial de ellos. La tragedia de los escribas y fariseos fue que interpretaban 'ojo por ojo y diente por diente' en una forma puramente legal o como algo físico y material. Así siguen actuando los hombres. Reducen esta enseñanza sorprendente a la cuestión de la pena capital, o a si hay que participar o en las guerras. 'No', dice Cristo, 'es una cuestión espiritual, es cuestión de toda tu actitud, sobre todo de tu actitud para contigo mismo; y quisiera que vieras que si quieres ser de verdad discípulo mío debes morir a ti mismo.' Dice, si lo prefieren: 'Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo (y todos los derechos para consigo mismo y todos los derechos del yo), tome su cruz, y sígame.'


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www.iglesiareformada.com
Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión