CAPITULO LVIII
¿Roca o Arena?

Hasta ahora nos hemos ocupado sobre todo de los detalles de la metáfora de nuestro Señor acerca de los dos hombres y de las dos casas. Es evidente que, en una metáfora como ésta, lo primero que hay que hacer es examinar el conjunto mismo y descubrir su significado. Luego esto se puede aplicar a la situación espiritual que se examina. Ya hemos comenzado a hacerlo, pero debemos continuar haciéndolo más detalladamente.
¿Cuáles son las características del seudo cristiano o del cristiano puramente nominal? Podemos dividirlas en generales y específicas. En general, en ellos se encuentran las mismas cosas que observamos en el hombre insensato que construyó la casa sobre la arena. Es decir, es insensato, apresurado y superficial. No cree mucho en doctrina ni en la necesidad de entender la Biblia; desea disfrutar del cristianismo sin muchos problemas. No hay que molestarlo con todas estas doctrinas y definiciones, anda muy apurado, la instrucción le impacienta, y también la experiencia y la dirección. De hecho suele ser impaciente con todo conocimiento verdadero; ésta es la principal característica, según lo describe nuestro Señor. Hasta ahora, hemos considerado su mentalidad; y antes de pasar al próximo punto, deseo subrayar la importancia de esto. No hay nada que proporcione un indicio tan genuino de lo que alguien es, como su mentalidad en general. No está bien prescindir de ello y concentrarse sólo en lo que hace en detalle.
Pero pasando ahora a los detalles - ¿Cuáles son las características del 'falso profesante'? Lo primero respecto a él es que, como el hombre de la metáfora, lo que busca es agradarse a sí mismo. Analicemos lo que hace, escuchemos lo que dice y veremos que todo gira en torno a sí mismo. Ésta es realmente la clave para todo lo que hace y dice; el yo es el centro de su vida y el yo controla su perspectiva y todas sus acciones. Desea facilidad, comodidad y ciertos beneficios. Por ello se halla dentro de la iglesia. Desea obtener ciertas bendiciones y en esto difiere del hombre que está totalmente en el mundo, que dice no poseer ninguna creencia. Este hombre ha descubierto que en el cristianismo se ofrecen ciertas bendiciones. Se interesa por ellas, y desea saber algo acerca de las mismas y cómo obtenerlas. Siempre piensa en función de: ¿Qué puedo sacar? ¿Qué me dirá? ¿Qué beneficios me reportará si voy a buscarlo? Ésta es la clase de motivos que le mueven. Y por ser ésta su actitud, no se enfrenta realmente con la enseñanza completa del evangelio, ni desea conocer todo el consejo de Dios.
Examinemos esto detalladamente. Vimos, al examinar la metáfora, que el problema del hombre que construye la casa a toda prisa y sin fundamento sobre la arena, es que no cree en consultar manuales de arquitectura y construcción de casas, no cree en ir a un arquitecto, no desea planos ni detalles. De hecho, todos estos detalles le parecen un ajetreo innecesario y no le interesan. Lo mismo ocurre en el caso del falso creyente. En realidad, no se preocupa por estudiar la Palabra de Dios; no es un verdadero estudiante de la Biblia. Quizá tenga cierto interés por la gramática o el aspecto mecánico de la Biblia, pero no se preocupa realmente por conocer el mensaje del Libro; nunca ha querido enfrentarse con toda su enseñanza. Pablo, cuando volvió a ver a los ancianos de la iglesia de Efebo les dijo que estaba muy contento de haberles comunicado 'todo el consejo de Dios'. No se reservó nada. El mensaje que el Señor resucitado había dado, se lo dio a ellos. Algunas partes del mismo molestaban; algunas partes quizá hubiera preferido no comunicarlas, pero no era su mensaje; era el consejo de Dios y se lo había comunicado como proveniente de Dios. El creyente falso y superficial no se interesa por esto.
En segundo lugar, escoge lo que le gusta, y se concentra en lo que le atrae. Por ejemplo, le gusta la doctrina del amor de Dios, pero no la doctrina de la justicia de Dios. No le gusta la idea de Dios como Dios santo, como Dios justo. La idea de la santidad de Dios le repele, y por ello nada lee acerca de la misma. Sabe que hay ciertos pasajes importantes en la Biblia que manifiestan el amor de Dios, y los puede recitar de memoria porque los lee muy a menudo. Piensa que lo sabe todo acerca de Juan 3:16, pero ni siquiera lo lee adecuadamente. Destaca una parte de este texto, pero no le gusta la idea de 'no se pierda'. No llega hasta el final de ese mismo capítulo tercero donde dice, "La ira de Dios está sobre él" —eso no lo cree y no le gusta. Se interesa por el amor de Dios y por el perdón. Se interesa, en otras palabras, por todo lo que le da el sentimiento de consuelo, felicidad, gozo y paz internos. Por ello, ya sea consciente o inconscientemente, al leer la Biblia, selecciona. Hay muchas personas que lo hacen. A comienzos de este siglo esta práctica estaba muy en boga. Había personas que nunca leían las Cartas del apóstol Pablo; leían sólo los Evangelios. Y no leían todos los Evangelios por qué les parecía que había cosas ofensivas, de modo que los reducían al Sermón del Monte. Pero incluso ahí, tampoco leían las Bienaventuranzas, simplemente leían acerca del 'amar a los enemigos', etc. Eran pacifistas e idealistas que no creían según decían, en devolver un golpe, sino en presentar la otra mejilla. Éste es el típico creyente falso. Escoge y selecciona lo que le gusta, y prescinde del resto. Se ve muy claro en el cuadro del hombre que construyó la casa sobre la arena- y lo mismo ocurre en el ámbito espiritual.
Deberíamos examinarnos constantemente a la luz de la Palabra. Si no leemos de forma tal que nos examine, no la estamos leyendo correctamente. Debemos hacer frente a estas cosas. ¿Tomo todo el mensaje de la Biblia? ¿Tomo todo el consejo de Dios? ¿Acepto la enseñanza referente a la ira de Dios lo mismo que la referente al amor de Dios? ¿Estoy tan dispuesto a creer en la justicia de Dios como en su misericordia; en la justicia y santidad de Dios como en su compasión y paciencia? Ésta es la cuestión. Lo característico del falso creyente es que no se enfrenta con todo; se limita a seleccionar lo que desea y gusta, y prescinde del resto. En otras palabras, su característica más destacada siempre es el no hacer frente en forma completa y honesta a la naturaleza del pecado, a los efectos del mismo, a la luz de la santidad de Dios. El problema que tiene es que nunca desea sentirse infeliz, nunca desea experimentar un sentido de disgusto consigo mismo, un sentido de incomodidad. Lo que quiere evitar a toda costa es sentirse infeliz o que le hagan sentir incómodo. No le gustan las personas que lo hacen sentir incómodo, ni los pasajes de la Biblia que hacen lo mismo y por ello escoge y selecciona. Siempre busca facilidad, comodidad y felicidad; y nunca se enfrenta adecuadamente con la doctrina bíblica del pecado, porque lo perturba y le hace sentirse inquieto. Pero al hacerlo así, elude una parte vital del gran mensaje de la Biblia. La Biblia es, en primer lugar, una exposición aterradora y una descripción gráfica de los efectos del pecado. Por esto contiene toda esa historia del Antiguo Testamento; por esto, por ejemplo, muestra a un hombre como David, uno de sus grandes héroes, sucumbiendo en un pecado grave, cometiendo adulterio y homicidio. ¿Por qué lo hace? Para inculcarnos los efectos del pecado, enseñarnos que en todos nosotros hay algo que nos puede hacer caer así, que por naturaleza todos somos falsos, impuros y viles. El falso creyente no gusta de esta enseñanza. Le desagrada tanto que incluso objeta contra la distinción que la Biblia establece entre pecado y pecados. Conocí a un hombre que solía asistir a un lugar de culto, pero que ahora ya no asiste. La razón principal de haberse retirado es que no le gustaba que el predicador hablara constantemente acerca del pecado. No le importaba escuchar hablar acerca de los pecados, porque estaba dispuesto a admitir que no era absolutamente perfecto. Pero cuando el predicador decía que la naturaleza misma del hombre es vil e impura, le parecía que iba demasiado lejos. ¡No era tan malo como todo eso! Pero la Biblia habla acerca de la naturaleza pecaminosa y dice de nosotros que hemos sido "en maldad... formados, y en pecado nos concibió nuestra madre", que todos somos "por naturaleza hijos de ira" que debemos decir, si hablamos sinceramente, que "el pecado mora en mí" y que no hay nada que baste sino el nacer de nuevo y el recibir una naturaleza nueva. El cristiano nominal y formal odia esta doctrina y la elude.
En otras palabras, el problema que tiene, en último término, es que no desea realmente conocer a Dios. Desea la bendición de Dios, pero no desea a Dios. No desea realmente servir a Dios y rendirle culto con todo su ser; simplemente, desea ciertas cosas que cree que Dios le puede dar. Resumiendo, su problema principal es que no conoce el significado de la expresión, "tener hambre y sed de justicia". No le interesa la justicia; no le interesa la santidad. No desea realmente ser como Cristo; simplemente desea estar cómodo. Es como el hombre de la metáfora que desea construir la casa a prisa, para poder sentarse en el sillón y disfrutarla. Desea que todo lo suyo vaya bien en la vida presente y venidera. Pero lo desea a su manera y con sus condiciones. Es impaciente, le desagrada toda enseñanza e instrucción que le recuerden que esto no es suficiente si realmente desea poseer un edificio satisfactorio y duradero.
¿Cuáles son, pues, las características del verdadero cristiano? Dicho en forma positiva, es el que "hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". Nuestro Señor dice: "No todo el que me dice: Señor, Señor... sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos!' "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente." ¿Qué significa esto?
La primera parte de la respuesta es aclarar lo que no significa. Esto es sumamente importante. Obviamente no quiere decir 'justificación por las obras'. Nuestro Señor no dice aquí que el verdadero cristiano es el que, habiendo escuchado el Sermón del Monte, lo pone en práctica y de este modo se hace cristiano. ¿Por qué es imposible esa interpretación? Por la buena razón de que las Bienaventuranzas la hacen completamente imposible. Al comienzo mismo, pusimos de relieve que el Sermón del Monte debe tomarse como un todo, y así debe ser. Comenzamos con las Bienaventuranzas y la primera afirmación es: "Bienaventurados los pobres de espíritu". Podemos comenzar a tratar de conseguirlo hasta la muerte, pero nunca nos haremos 'pobres de espíritu', nunca podremos conformarnos a ninguna de las Bienaventuranzas. Es una imposibilidad completa, de modo que no puede querer decir justificación por obras. Luego tomemos el punto culminante al final del capítulo quinto: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto!' También esto es completamente imposible para el hombre con sus propias fuerzas y demuestra todavía más que este pasaje no enseña la justificación por obras. Si lo hiciera, contradeciría todo el mensaje del Nuevo Testamento que nos dice lo que no hemos conseguido hacer y que Dios lo ha hecho por nosotros enviando a su hijo al mundo —'para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible!' Nadie se justificará por medio de las obras de la ley, sino sólo por medio de la justicia de Jesucristo.
Tampoco enseña la perfección impecable. Hay personas que interpretan estas metáforas del final del Sermón del Monte, diciendo que significan que el único que puede entrar en el reino de los cielos o que le es permitido entrar, es el hombre que, habiendo leído el Sermón del Monte, pone en práctica todos sus detalles, siempre y en todas partes. También esto es obviamente imposible. Si la enseñanza fuera ésta, entonces podríamos estar seguros de que nunca ha habido ni habrá un verdadero cristiano en el mundo porque "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios". Todos hemos fallado. "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros". En consecuencia, lo que se afirma aquí no puede ser la perfección impecable.
¿De qué se trata pues? No es sino la doctrina que Santiago en su Carta sintetiza con las palabras, "La fe sin obras está muerta!' Es simplemente una definición perfecta de la fe. La fe sin obras no es fe, está muerta. La vida de fe nunca es vivir con desahogo; la fe es siempre práctica. La diferencia entre fe y asentimiento intelectual es que éste simplemente dice. 'Señor, Señor', pero no cumple su voluntad. Dicho de otro modo, no significa nada a no ser que yo lo considere a Él como Señor mío, y me haga voluntariamente siervo suyo. Mis palabras son palabras vanas, y no quiero decir realmente 'Señor, Señor', a no ser que lo obedezca. La fe sin obras está muerta.
O, para decirlo de otro modo, la fe genuina se manifiesta en la vida; se manifiesta en la persona en general y también en lo que la persona hace. Adviértase el énfasis doble - la fe se manifiesta en la persona en general, al igual que en lo que dice y hace. No debe haber contradicción entre el aspecto del hombre y su porte general y lo que dice y hace. Lo primero que se nos dice acerca del cristiano en el Sermón del Monte es que debe ser 'pobre de espíritu', y si es 'pobre de espíritu', nunca tendrá el semblante de la persona orgullosa y satisfecha de sí misma. Otra cosa que se nos dice acerca de él es que llora por el pecado y que es manso. El hombre manso nunca tiene el aspecto de estar complacido consigo mismo. Estamos hablando de lo que parece antes de que diga o haga algo. La fe genuina siempre se manifiesta en el aspecto general de] hombre, en la impresión total que da, al igual que en lo que dice y hace en concreto. A veces se ven personas que dicen, 'Señor, Señor', quienes dan casi la impresión al decirlo, de mostrarse condescendientes con Dios, tan llenos de sí mismos están, tan complacidos consigo mismos se sienten, tanta es su auto confianza. No entienden lo que Pablo quiso decir cuando afirmó a la iglesia de Corinto, "Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor!' Predicó el evangelio con un sentido de temor porque era el mensaje de Dios y estaba consciente de su propia indignidad y de la gravedad de la situación. No debemos olvidar que la fe se manifiesta tanto en el aspecto general del hombre como en lo que dice y habla.
La fe siempre se manifiesta en la totalidad de la personalidad. Podemos resumir esto con las palabras que encontramos en los capítulos primero y segundo de la primera carta de Juan, donde leemos, "Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad!' "El que dice: yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él!' Podemos entender en qué se han equivocado los que sostienen que el Sermón del Monte no se nos puede aplicar, sino que se dirigió sólo a los discípulos del tiempo de nuestro Señor, y a los judíos de un reino futuro que ha de venir. Dicen que debe ser así, porque de lo contrario se nos pone de nueve bajo la ley y no bajo la gracia. Pero las palabras que acabamos de citar de la primera carta de Juan, fueron escritas 'bajo la gracia' y Juan lo plantea concretamente así: si alguien dice, "Yo le conozco" - es decir la fe, creer en la gracia de Cristo, en el perdón gratuito del pecado - si alguien dice, "Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso". Esto no es más que repetir lo que nuestro Señor dice en este pasaje acerca de los que entrarán en el reino de los cielos: "No todo el que me dice: Señor, Señor... sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos." Y es el mensaje de todo el Nuevo Testamento. Él "se dio a sí mismo por nosotros", le dice Pablo a Tito, "para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras". Hemos sido salvados "para que fuésemos santos". Nos ha apartado para prepararnos para sí mismo, y "todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro". Ésta es la doctrina de la Biblia.
Debemos ahora aplicar todo esto en una forma todavía más detallada. ¿Qué implica poner en práctica el Sermón del Monte? ¿Cómo puede saber si soy hombre 'prudente' o 'insensato'? También en esto voy a comenzar con unas cuantas negaciones. Una de las pruebas mejores es ésta. ¿Te agravia este Sermón del Monte? ¿Te desagrada? ¿Te opones a oír predicar acerca de él? Si es así, eres persona 'insensata'. La persona insensata siempre siente disgusto por el Sermón del Monte cuando se presenta como es, en todas sus partes. ¿Sientes que te está haciendo imposibles las cosas? ¿Te molesta el nivel que exige? ¿Dices que es completamente imposible? ¿Dices, "es horrible, esta predicación es horrible, lo hace todo imposible"? ¿Es ésta tu reacción frente al mismo? Así reacciona siempre el falso creyente. Le impacienta el Sermón del Monte. Le molesta verse examinado, odia verse examinado, porque le hace sentir incómodo. El cristiano genuino es completamente diferente; no le molesta esto, como veremos. No le molesta la condenación del Sermón del Monte y nunca se defiende contra ella. Podría decirse así. Sabemos que nos traicionamos a nosotros mismos con nuestras observaciones superficiales y, a menudo, se puede definir al hombre por su reacción inmediata. Somos todos tan sutiles y hábiles que, cuando reflexionamos un momento y comenzamos a pensar acerca de algo, tenemos un poco más de precaución y cuidado en lo que decimos. Lo que realmente muestra lo que somos es nuestra respuesta instintiva, nuestra reacción inmediata. Y si nuestra reacción frente al Sermón del Monte es de resentimiento, si sentimos que es duro y difícil y que hace las cosas imposibles y que no es esa especie agradable de cristianismo que pensábamos que era, no somos creyentes verdaderos.
Otra característica del falso creyente a este respecto es que, una vez que lo ha oído, se olvida de él. Es un creyente olvidadizo que escucha el mensaje y lo olvida de inmediato. Se interesa por un momento, luego se le va de la mente, quizá como resultado de una simple conversación a la salida de la iglesia.
Otro aspecto de los que profesan falsamente la fe es que, si bien en general admiran el Sermón y alaban su enseñanza, nunca lo ponen en práctica. O aprueban ciertas partes del mismo y prescinden de otras. Muchos parecen pensar que el Sermón del Monte sólo dice una cosa, tal como 'ama a tus amigos'. Parece que no entienden todas las demás cosas. Pero hay que tomarlo en su totalidad, los capítulos cinco, seis, y siete, las Bienaventuranzas, la ley, la instrucción, todo, forma un solo sermón.
Pero pasemos a las características positivas del verdadero creyente. Es un hombre que sí se enfrenta con esta enseñanza, con toda ella. No escoge y selecciona, deja que cada una de las partes de la Biblia le hable. No es impaciente. Se toma tiempo para leerla, no va siempre a unos pocos Salmos favoritos y los utiliza como una especie de somnífero cuando no puede dormir por la noche; deja que la Palabra toda lo examine y lo escrute. En vez de molestarle este escrutinio, lo acoge bien. Sabe que le hace bien, y por ello no se opone al dolor. Se da cuenta de que "ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza"; pero sabe que "después da (invariablemente) fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados". En otras palabras el verdadero cristiano se humilla a sí mismo bajo la Palabra. Acepta que lo que dice de él es verdad. Incluso piensa que no dice lo suficiente. No le ofende la crítica, ni la propia ni la de otras personas, sino que se dice a sí mismo, "Ni siquiera dicen la mitad, no me conocen bien!' Se humilla bajo la palabra y las críticas que ellas contienen. Admite y confiesa su fracaso completo y su indignidad total. El hombre que es justo respecto a este Sermón es el que, habiéndose humillado a sí mismo, se somete al mismo, llega a ser pobre de espíritu, llega a llorar sus pecados, se hace manso, porque sabe lo indigno que es. Se conforma de inmediato a las Bienaventuranzas debido al efecto de la Palabra en él y entonces, debido a esto, desea conformarse al prototipo y pauta que se le ofrece. He aquí una prueba muy buena. ¿Nos gustaría vivir el Sermón del Monte? ¿Es éste nuestro verdadero deseo? ¿Es ésta nuestra ambición? Si lo es, es una señal muy buena y saludable. Todo el que desea vivir este tipo y clase de vida es cristiano. Tener hambre y sed de justicia; esto es lo más importante en su vida. No se contenta con lo que es. Dice, "Oh si pudiera ser como los santos acerca de los cuales he leído, como Hudson Taylor o Brainerd, o Calvino. Con tal que pudiera ser como los hombres que vivieron en cavernas y escondrijos y se sacrificaron y lo sufrieron todo por Él. Si pudiera ser como Pablo. Si pudiera parecerme más a mi bendito Señor!' El hombre que puede decir honestamente esto, está edificando sobre la roca. Se conforma a las Bienaventuranzas. Observemos la naturaleza de la prueba. No es preguntarse pecador o perfecto; es preguntarse qué le gustaría ser, qué desea hacer. Se sigue, pues, que el verdadero creyente es el que acepta la enseñanza de nuestro Señor respecto a la ley. Debemos recordar como, en el capítulo quinto, nuestro Señor interpretó la ley antigua en forma espiritual en relación a ciertas cosas. El creyente acepta esto y cree que así es; no se contenta con abstenerse (simplemente) de cometer adulterio externo, no quiere mirar a una mujer con deseo. Dice "Así es; hay que ser puro de corazón, y no sólo en hechos, y yo deseo ser así de limpio!' Acepta plenamente la enseñanza de nuestro Señor respecto a la ley
También acepta la enseñanza acerca del dar limosna en secreto. No publica sus buenas obras —¡ni tampoco atrae la atención al hecho de que no las publica!—. Su mano izquierda en realidad no sabe lo que hace la mano derecha. También recuerda la enseñanza acerca de la oración y acerca de no poner la mirada en las cosas de la tierra, acerca del tener los ojos 'buenos'. Recuerda que ni siquiera debemos preocuparnos por el pan de cada día, sino que debemos dejarlo todo a nuestro Padre, quien alimenta a los pájaros y ciertamente no olvidará a sus hijos. Recuerda la instrucción acerca del no juzgar o condenar al hermano y acerca de sacar la viga del ojo propio antes de ocuparse de la paja en el ojo del hermano. Recuerda que se nos enseña a hacer a los demás lo que nos gustaría que ellos nos hicieran a nosotros; acepta toda la enseñanza en su plenitud.
Pero no sólo esto, lamenta su fracaso en no vivir así. Desea, anhela, trata, pero se da cuenta de que falla. Pero entonces cree en la siguiente porción de la enseñanza y pide, busca, llama. Cree en el mensaje que le dice que estas cosas son posibles con el Espíritu Santo y recuerda que Cristo ha dicho en este Sermón, "pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá". Y así lo hace hasta que consigue lo que busca. Esto quiere decir el 'haced estas cosas'. Significa que el deseo supremo del hombre es hacer estas cosas y ser como el Señor Jesucristo. Significa que es un hombre que no sólo desea el perdón, no sólo desea librarse del infierno e ir al cielo. Con igual intensidad, en cierto sentido, desea la santidad positiva en esta vida y en este mundo. Quiere ser justo. En su corazón canta aquel himno de Charles Wesley:
"Quisiera yo poder cantar "' Las glorias de mi Rey, Su dulce gracia proclamar, En medio de su grey!'
No sólo ser perdonado, no sólo ir al cielo sino conocer a Cristo ahora, tener a Cristo como Hermano suyo, tener a Cristo como Compañero suyo, andar con Cristo en la luz ahora, disfrutar de un anticipo del cielo aquí en este mundo temporal - éste es el hombre que edifica sobre roca. Es un hombre que ama a Dios por Dios mismo y cuyo deseo y preocupación supremos es que el hombre de Dios y la gloria de Dios sean alabados y difundidos.
Estos son los detalles en este asunto. Esto quiere decir 'hacer' estas cosas. Esto significa practicar el Sermón del Monte. Es estar de acuerdo con el Catecismo Menor en que "el fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre!' Se sabe que nunca se conseguirá la perfección, pero el deseo y el esfuerzo se encaminan hacia ahí y se confía constantemente en el Espíritu Santo, quien ha sido dado para capacitarnos para esto. Ésta es la doctrina y quienquiera que pase con éxito estas pruebas, las negativas y las positivas, puede sentirse feliz y seguro de que su casa está edificándose sobre la roca. Si, por otra parte, se ve que estas pruebas no se pueden responder satisfactoriamente, sólo una conclusión queda: se ha venido edificando sobre la arena. Y la casa caerá. Así sucederá con toda seguridad en el día del juicio; pero quizá ocurra antes de eso, cuando llegue la próxima guerra, quizá cuando la bomba de hidrógeno estalle, o cuando se pierda el dinero, los bienes, las posesiones. Se verá entonces que uno no tiene nada. Si vemos esto ahora, admitámoslo, confesémoslo a Dios sin esperar un segundo. Confesémoslo y arrojémonos en su amor y misericordia, digámosle que, al fin, deseamos ser santos y justos; pidámosle que nos dé el Espíritu y que nos revele la obra perfecta de Cristo por nosotros. Sigamos a Cristo y Él nos conducirá hasta esta santidad genuina, "sin la cual nadie verá al Señor".


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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