LA VIDA DE ELÍAS

por Arturo W. Pink

ÍNDICE


ntroducción

La dramática aparición de Elías
El cielo cerrado
El arroyo de Querit
La prueba de la fe
El arroyo seco
Elías en Sarepta
Los apuros de una viuda
El Señor proveerá
Una Providencia oscura
Las mujeres recibieron sus muertos por resurrección
Frente al peligro
Frente a Acab
El alborotador de Israel
La llamada al  Carmelo
El   reto   de   Elías
Oídos que no oyen
La confianza de la fe
La   oración   eficaz
La   respuesta  por  fuego
El sonido de una grande lluvia
Perseverancia en la oración
La huida
En el  desierto
Abatido
Fortalecido
La cueva de Orbe
El silbo apacible y delicado
La   restauración   de   Elías
La viña de Nabot
El pecador descubierto
Un mensaje aterrador
La última misión de Elías
Un instrumento de juicio
La partida de Elías
El carro de fuego

LA VIÑA DE NABOT

El contenido d I Reyes 20 ha presentado un problema no pequeño para los que han escrito sobre el mismo. Comienza con la afirmación: “Entonces Ben adad rey de Siria juntó a todo su ejército, y con él treinta y dos bueyes> con caballos y carros; y subió, y puso cerco a Samaria, y combatióla”. Estaba tan seguro de la victoria que envió mensajeros a Acab diciendo: "Tu plata y tu oro es mío, y tus mujeres y tus hijos" (Y. 3)... Después de ver algo de los graves pecados que Acab había acumulado, era lógico suponer que el Señor iba a coronar con el éxito esta aventura de Ben adad, y a usarla para humillar y castigar a Acab y a su apóstata mujer. Pero no fue así. Por raro que parezca, nuestra sorpresa va en aumento cuando leemos que vino un profeta a Acab, diciendo: "Así ha dicho Jehová: ¿Has visto esta grande multitud? He aquí Yo te la entregaré hoy en tu mano, para que conozcas que Yo soy Jehová” (v. 13). Y en lo que sigue vemos el cumplimiento de esa predicción: "Y salió el rey de Israel, e hirió la gente de a caballo, y los carros; y deshizo a los sirios con grande estrago” (v. 21); así pues, la victoria fue para Acab y no para Vendad.

Y este incidente no es único, por cuanto la siguiente cosa que leemos es que llegándose luego el profeta al rey de Israel, le dijo: Ve, fortalécete, y considera y mira lo que has de hacer; porque pasado el año, el rey de Siria ha de venir contra ti” (v. 22). Parece raro en gran manera que el Señor fuera en ayuda de un hombre como Acab. La predicción se cumplió de nuevo, por cuanto Ben adad volvió con fuerzas tan inmensas que el ejército de Israel parecía "como dos rebañuelos de cabras; y los sirios henchían la tierra” (v. 27). Una vez más, un profeta fue a Acab y le dijo: "Así dijo Jehová: Por cuanto los sitios han dicho, Jehová es Dios de los montes, no Dios de los valles, Yo entregaré toda esta grande multitud en tu mano, para que conozcáis que Yo soy Jehová (v. 28). El resultado fue que "mataron los hijos de Israel de los sirios en un día cien mil hombres de a pie” (v. 29). Mas, debido a que Acab permitió que Ben adad escapara, otro profeta le anunció: "Tu vida será por la suya” (v. 42).

La hora en que Dios destruiría a Acab y a todos los que le seguían en la idolatría no había llegado todavía. La venganza divina; llegó, no por mano de Ben adad, sino de Hazael. Pero, si no había llegado la hora de la retribución, ¿por qué se permitió a Ben adad el amenazar la tierra de Samaria? Es la respuesta a esta pregunta la que arroja luz a todo el problema. El "día del Señor” se retrasa porque Dios es paciente para con sus elegidos “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (II Pedro 3:9,10). Las ventanas del cielo no se abrieron derramando el diluvio devastador hasta que Noé y su familia estuvieron a salvo dentro del arca. El fuego y el azufre no cayeron sobre Sodoma, hasta que Lot hubo salido de ella: “Nada podré hacer (dijo el ángel destructor) hasta que allí hayas llegado” (Génesis 19:22). Y lo mismo en este caso: la obra de juicio no pudo ser llevada a cabo hasta que Elías y su ayudante hubieron completado su trabajo y los .siete mil” que Jehová se había reservado hubieron sido llamados.

Siguiendo el relato del llamamiento de Eliseo al ministerio, la narración inspirada no nos ofrece, descripción alguna de las actividades en las cuales se ocuparon; aun así, podemos estar ciertos de que redimieron el tiempo. Es probable que instruyeran a las gentes, en partes remotas del país, en la adoración a Jehová, oponiéndose a la corrupción general, esforzándose diligentemente, aunque de modo callado, en llevar a cabo una reforma consistente. Parece ser que, siguiendo el ejemplo de Samuel (I Samuel 10:5 10; 19:20), establecieron escuelas en diversos lugares para instruir a los jóvenes en el ministerio profético y en el conocimiento de la ley de Dios, preparándoles para ser expositores de la misma al pueblo y para dirigir la salmodia, servicio verdaderamente importante. Basamos este punto de vista en la mención que se hace de los "hijos de los profetas que estaban en Betel” y "en Jericó” (II Reyes 2:3,5). Así fue cómo Elías y Eliseo pudieron proseguir su trabajo sin ser molestados durante un año o dos, por cuanto Acab, ocupado en defenderse a si mismo y su reino de enemigos poderosos, no podía entremeterse en lo que hacían. Qué maravillosos son los caminos de Dios: los reyes y sus ejércitos no son más que peones que Él mueve a su voluntad.

Podemos ver, en lo que estamos considerando, los medios varios que el Señor usa para proteger a sus siervos de quienes podrían dañarles. Él sabe cómo desviar los asaltos de sus enemigos que quieren oponerse a sus esfuerzos piadosos para hacer el bien. Él puede allanar todas las cosas y hacerlas seguras para ellos, a fin de que puedan proseguir sin impedimento en el cumplimiento de los deberes que Él les ha asignado. El Señor puede llenar las mentes y las manos de los que se oponen, con negocios urgentes y solicitudes que harán que tengan bastante trabajo para que no estorben a sus siervos en el suyo. Cuando David y sus hombres estaban en peligro en el desierto de Maón y parecía que no tenían esperanza, "vino un mensajero a Saúl, diciendo: Ven luego, porque los filisteos han hecho una irrupción en el país. Volvióse por tanto Saúl de perseguir a David, y partió contra los filisteos” (I Samuel 23:27,28). Cuán incapaces somos de determinar la razón por la que Dios permite que una nación se levante contra otra, y que sea precisamente contra esa otra y no contra cualquiera de las demás.

Los dos profetas siguieron su trabajo de predicación e instrucción de sus hermanos jóvenes durante algún tiempo, y a la vista de la promesa de 19:18, podemos llegar a la conclusión de que la bendición del Señor acompañó sus esfuerzos y de que no fueron pocos los que se convirtieron. Hubieran permanecido en esa ocupación quieta y feliz, gozosos de escapar a la atención de la corte; pero los ministros de Dios no pueden esperar vidas tranquilas y fáciles. Puede ser así por algún tiempo, especialmente después de haber estado ocupados en algún servicio duro y peligroso; empero deben estar constantemente preparados para ser sacados de su ocupación tranquila, y afrontar nuevas y más serias tareas que constituirán una prueba para su fe y requerirán todo su valor. Este fue el caso de Elías. Le esperaba otra prueba: nada menos que enfrentarse de nuevo a Acab y, esta vez, pronunciar contra él juicio condenatorio. Más, antes de considerar este hecho, hemos de estudiar aquello que lo ocasionó.

“Y acostóse en su cama, y volvió su rostro, y, no comió pan” (I Reyes 21A). Esto se refiere a Acab, quien se echó en la cama en una habitación de su palacio en un arranque de, desesperación. ¿A qué era debido? ¿Había sido derrotado por algún ejército invasor? No; sus soldados todavía estaban llenos de júbilo por su victoria sobre los sirios. ¿Habían sufrido sus profetas otra matanza? No; el culto a Baal se había resarcido del desastre terrible del Carmelo. ¿Había sido herida de muerte su consorte real? No; Jezabel, no sólo no había muerto, sino que se disponía a llevarle a hacer aun más mal. ¿Cuál era, pues, la causa de su tristeza? Nos lo dice el contexto junto a la residencia real había una viña que pertenecía a uno de sus súbditos. De pronto se encaprichó de la misma y se propuso conseguirla a fin de extender su hacienda. Los ricos no están satisfechos con lo que poseen, sino que constantemente codician más.

Acab fue a Nabot, el dueño de esa viña, y le ofreció cambiársela por otra mejor o comprársela. En apariencia, esa propuesta era razonable; mas, en realidad, no era sino una tentación sutil. “La tierra no se venderá rematadamente, porque la tierra mía es” (Levítico 25:23); “Para que la heredad de los hijos de Israel no sea traspasada de tribu en tribu; porque cada uno de los hijos de Israel se allegará a la heredad de la tribu de sus padres” (Números 36:7). De ahí que Nabot no tuviera derecho legal a vender su viña. Si no hubiera sido por esto, no hubiese habido daño alguno en aceptar la oferta de Acab; es más, hubiera sido descortés, incluso grosero, rehusar atender los deseos de su soberano. No obstante, por deseoso que Nabot estuviese de acceder a los deseos del rey, no podía hacerlo sin violar la ley divina que prohibía el enajenar parte alguna de la herencia familiar. Así pues, ante Nabot, se presentaba una prueba real y severa: había de escoger entre agradar al rey o al Rey de reyes.

Hay ocasiones cuando el creyente puede ser obligado a escoger entre el cumplir la ley humana o el obedecer la ley divina. Los tres jóvenes hebreos pasaron por esta experiencia cuando se pidió de ellos que se inclinaran y adoraran la imagen que Nabucodonosor había levantado (Daniel 3:14-15). Pedro y Juan se enfrentaron con una situación parecida cuando el Sanedrín les prohibió que predicaran en el nombre de Jesús (Hechos 4:18). Cuando un gobierno pide a un hijo de Dios que trabaje siete días a la semana, le pide que desobedezca un estatuto divino: "Acordarte has del día del reposo, para santificarlo”. Aunque es cierto que debemos al César las cosas que corresponden con toda justicia al César, no podemos, en ninguna circunstancia, dejar de dar a Dios lo que nos pide; y si se nos pide que robemos a Dios, nuestro deber es llano y simple: la ley inferior debe ceder ante la superior; la lealtad a Dios debe anteponerse a toda otra consideración. Los ejemplos de los tres hebreos y de los apóstoles no dejan lugar a dudas en este punto.

“Y Nabot respondió a Acab: Guárdeme Jehová de que yo te dé a ti la heredad de mis padres” (I Reyes 21:3). Retrocedió horrorizado ante semejante propuesta, considerándola alarmado como una tentación a cometer un pecado terrible. Nabot se atuvo a la Palabra de Dios escrita y rehusó obrar de modo contrario a la misma, aun cuando era el rey quien le pedía que se hubiera reservado para sí. Era uno de los siete mil que el Señor se había reservado para si; un miembro del remanente según la elección de gracia. En esto se conocen los tales: en su separación de los que transigen y contemporizan. Para ellos, la expresión “Así dice Jehová” tiene un valor definitivo: ni los incentivos pecuniarios ni las amenazas de castigo pueden persuadirles a desestimarla. “juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios” (Hechos 4:19), es su defensa cuando las potestades de este mundo tratan de intimidarles. Recuerda, querido lector, que el desobedecer a las autoridades humanas en aquello que choca de modo manifiesto con la ley del Señor no es pecado ni mucho menos. Además, el cristiano debería ser ejemplo para el resto de las personas guardadoras de la ley, en tanto que los derechos de Dios sobre él no sean quebrantados.

Acab se enojó grandemente ante la negativa de Nabot, por cuanto ello hería su orgullo; y se sintió de tal modo vejado que se comportó como un niño mimado cuando se le contraría. Se tomó tan a pecho esta desilusión que se apoderó de él una angustia que le hizo ir a la cama y negarse a tomar aliento alguno. ¡Qué cuadro más elocuente del rico pobre! No hay que envidiar a los millonarios, ni a los que ocupan lugares de preeminencia, por cuanto ni las riquezas materiales, ni los honores mundanos pueden proporcionar felicidad al corazón. Salomón comprobó esta verdad: se le permitió poseer todo lo que el hombre natural anhela, y después descubrió que todo ello no era más que “vanidad y aflicción de espíritu”. ¿No hay aquí un aviso solemne para cada uno de nosotros? Necesitamos atender aquellas palabras de Cristo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). La avaricia consiste en no conformarse con la porción que Dios me ha dado y en codiciar algo que pertenece a mi vecino. Los deseos excesivos llevan siempre a la vejación y nos hacen incapaces de disfrutar de lo que tenemos.

“Y vino a él su mujer Jezabel, y díjole: ¿Por qué está tan triste tu espíritu, y no comes pan? Y él respondió: Porque hablé con Nabot de Jezreel, y díjele que me diera su viña por dinero, o que, si más quería, le darla otra viña por ella; y él respondió: Yo no te daré mi viña” (vs. 5,6). Qué fácil es tergiversar aun lo más recto. Acab no hizo mención de los escrúpulos de conciencia que impidieron a Nabot el acceder a su petición, sino que habló como si hubiera obrado movido sólo por su rebeldía y obstinación. Al oír estas palabras, Jezabel puso de manifiesto su terrible carácter: "¿Eres tú ahora rey sobre Israel? Levántate, y come pan, y alégrate; yo te daré la viña de Nabot" (v. 7). Como decía Matthew Henry: “Con el pretexto de consolar a su afligido esposo, alimentó su orgullo y pasión, avivando el fuego de su depravación”. Ella se identificó con el deseo injusto de él, incrementó su sentimiento de frustración, le tentó a ejercer un poder arbitrario y le urgió a desestimar los derechos de otro y a contravenir la ley de Dios. ¿Vas a permitir que un súbdito se rebele contra ti? No seas tan escrupuloso; usa tu poder real; en vez de lamentarte de esta denegación, véngala.

La infame mujer planeó la estratagema más diabólica para arrancar a Nabot su herencia. En primer lugar, recurrió a la falsificación, por cuanto leemos que "escribió cartas en nombre de Acab, y sellólas con su anillo, y enviólas a los ancianos y a los principales que moraban en su ciudad con Nabot” (v. 8). En segundo lugar, fue culpable de hipocresía deliberada. “Proclamad ayuno” (v. 9); dijo esto para dar la impresión de que se había descubierto la impiedad más terrible, que amenazaba a la ciudad con el juicio divino a menos que fuera expiado el delito  la historia ofrece abundantes pruebas de que los crímenes más viles han sido perpetrados, a menudo, bajo la capa de la religión. En tercer lugar, no dudó en cometer un perjurio absoluto> sobornando a los hombres a dar un testimonio falso: "Poned a Nabot a la cabecera del pueblo (so color de darle un juicio imparcial bajo una acusación legal); y poned dos hombres perversos delante de él, que atestigüen contra él, y digan: Tú has blasfemado a Dios y al rey” (Versículos 9,10). De esta forma, aun "en lugar de la justicia, allí la iniquidad” (Eclesiastés 3:16).

Aquí tenemos una mujer que sembró pecado a manos llenas. No sólo hundió a Acab aun más en la iniquidad, sino que arrastró a los ancianos y los nobles de la ciudad al lodo de su pecado inspirado por el diablo mismo. Hizo a los hombres perversos, los testigos falsos, aun peores de lo que eran. Se convirtió en una ladrona y una criminal, hurtando a Nabot su buen nombre y herencia. Los ancianos y los príncipes de Israel fueron lo suficientemente infames para cumplir sus órdenes, lo cual es una señal inequívoca de que el reino merecía el juicio: cuando los que están en eminencia son impíos y sin conciencia, la ira de Dios no tardará en caer sobre aquellos a los cuales gobiernan. A instigación de los ancianos y príncipes, a Nabot “sacáronlo fuera de la, ciudad, y apedreároslo con piedras, y murió” (v. 13); y sus hijos sufrieron una suerte parecida (II Reyes 9:26) para que le herencia pudiera ser cortada.

Tengamos muy en cuenta que esta mujer sin principios, tan llena de ambición sin límite y lujuria de poder, no es sólo un personaje histórico, sino el símbolo que predice un sistema nefando y apóstata. Las cartas a las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3 ofrecen un perfil histórico de la cristiandad. La de Tiatira, que retrata el catolicismo romano, hace mención de "aquella mujer Jezabel” (2:20); y el paralelo entre esa reina y el sistema monstruoso que tiene su cuartel general en el Vaticano es asombroso. Jezabel no era judía, sino una princesa pagana; y el catolicismo no es un producto del cristianismo, sino del paganismo. Los eruditos nos dicen que su nombre tiene un significado doble (según el sentido sidonio y hebreo): una virgen pura, que es lo que Roma profesa ser; y un estercolero, que es lo que Roma es a los ojos de Dios. Gobernó en Israel como reina., siendo Acab un mero instrumento en sus manos: los reyes son los muñecos de Roma. Estableció un sacerdocio idólatra. Mató a los siervos del Señor. Usó métodos deshonestos y malvados para lograr sus fines. Y tuvo un final terrible.

Del mismo modo que Jezabel era un símbolo profético de ese sistema satánico conocido como el papado, Nabot era un tipo bendito del Señor Jesús. Primero, poseía una viña: lo mismo que Cristo (Mateo 21.33). Segundo, la viña de Nabot, lo mismo que la de Cristo, fue codiciada por uno que no respetaba la ley de, Dios (Mateo 21:38). Tercero, ambos fueron tentados a desobedecer a Dios y a separarse de su herencia (Mateo 4:9). Cuarto, ambos rehusaron atender a la voz del tentador. Quinto, ambos fueron acusados en falso por los que procuraban matarles. Sexto, fueron acusados de “blasfemar contra Dios y contra el rey” (Mateo 26:65; Lucas 23:1,2). Séptimo, murieron de muerte violenta. Octavo, fueron muertos "fuera" de la ciudad (Hebreos 13:12 14). Noveno, los asesinos de ambos fueron acusados de su crimen (1 Reyes 21:19; Hechos 2:22, 23). Y décimo, éstos fueron destruidos por el juicio divino (1 Reyes 21:19 23; Mateo 21:41; 22:7).

"Y como Jezabel oyó que Nabot había sido apedreado y muerto, dijo a Acab: Levántate y posee la viña de Nabot de Jezreel, que no te la quiso dar por dinero; porque Nabot no vive, sino que es muerto. Y oyendo Acab que Nabot era muerto, levantóse para descender o4 la viña de Nabot de Jezreel, para tomar posesión de ella" (vs. 15,16). A Jezabel le fue permitido llevar a cabo su designio malvado y a Acab adquirir la viña codiciada. Al hacerlo, dio testimonio aprobatorio a todo lo que había sido hecho, y vino a ser partícipe de la culpabilidad. Hay una clase de personas que rehúsan cometer personalmente un crimen, pero no tienen escrúpulo alguno en usar a sus agentes asalariados para hacerlo, y, de este modo, se aprovechan de su villanía para enriquecerse. Sepan todos esos villanos sin conciencia y todos los que se creen astutos al compartir ganancias injustas que, a los ojos de Dios, son participes de los pecados de los que cometieron el trabajo indigno en su favor, y que serán castigados junto con ellos de modo adecuado. Desde los días de Acab y Jezabel, muchos han podido alcanzar la meta de su lujuria a costa de fraudes, mentiras, falsedades y derramamiento de sangre. Pero todos ellos descubrirán a su debido tiempo que "la alegría de los impíos es breve” (Job 20:5).

Entretanto, el Señor Dios había permanecido callado como mudo espectador de los hechos. Conocía la atrocidad de los mismos, a pesar de la apariencia impía de religión y legalidad. Y Él es infinitamente superior a los reyes y dictadores, y por consiguiente está capacitado para llamarles a cuentas; Él es infinitamente justo, y por lo tanto llevará a cabo sus juicios sobre ellos sin hacer acepción de personas. Apenas había sido cometido ese crimen horrible cuando Acab fue llamado a cuentas. "Entonces fue palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo: Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel, que está en Samaria; he aquí él está en la viña de Nabot, a la cual ha descendido para tomar posesión de ella. Y hablarle has, diciendo: Así has, dicho Jehová: ¿No mataste y también has poseído? Y tornarás a hablarle, diciendo: Así ha dicho Jehová: En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, la tuya misma” (vs. 17 19). Esa era la prueba del profeta: enfrentarse al rey, acusarle de su maldad y pronunciar sentencia contra él en el nombre de Dios.
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EL PECADOR DESCUBIERTO

"Y oyendo Acab que Nabot era muerto, levantóse para descender a la viña de Nabot de Jezreel, para tomar posesión de ella” (I Reyes 21:16). El objeto codiciado (véase el v. 2) había de ser tomado. Su dueño legitimo estaba muerto, asesinado de modo brutal con la aquiescencia de Acab; y siendo el rey, ¿quién podía privarle de disfrutar de la ganancia mal adquirida? Imagínatelo deleitándose en su nueva adquisición, planeando el modo de usarla sacándole el máximo provecho, y prometiéndose gran placer al ampliar los terrenos del palacio. A los hombres les es permitido gozar hasta tal punto de su impiedad, que a veces los que lo ven han de preguntarse si existe realmente la justicia y si, después de todo, es verdadera. Si hubiera un Dios, dicen, que ama la justicia y posee el poder para evitar la injusticia flagrante, no presenciaríamos semejantes agravios infligidos a los inocentes, ni semejante triunfo de los impíos. Este no es un problema nuevo, sino que se ha dado una y otra ve en la historia de este mundo; un mundo que yace en la impiedad. Este es uno de los elementos misteriosos que se derivan del conflicto entre el bien y el mal; y es una de las pruebas más severas de nuestra fe en Dios y en su gobierno de este mundo.

El hecho de que Acab tomara posesión de la viña de Nabot nos recuerda una escena descrita en Daniel S. Allí vemos a otro rey, Belsasar, rodeado de los nobles de su corte, participando de un gran banquete. Dio orden de que los vasos de oro y plata que su padre había sacado del templo de Jerusalén le fueran traídos. Su mandato fue obedecido y los vasos fueron llenados de vino del que bebían sus mujeres y concubinas. ¡Imagínate: los utensilios sagrados de la casa de Jehová usados para tal fin! Qué extraordinario que se permitiera a un gusano de la tierra llegar hasta extremos tales de presunción e impiedad. Pero el Altísimo no ignoraba ni era indiferente ante semejante conducta. El rango de un hombre no le libra de la ira divina ni le ofrece ninguna protección contra ella cuando Dios se dispone a descargarla. No habla nadie en Samaria que pudiera impedir el que Acab tomara posesión de la viña de Nabot, ni nadie en Babilonia que pudiera oponerse a que Belsasar profanara los vasos del templo de Israel, pero habla Uno en los cielos que podía y que les llamó a juicio.

“Porque no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos lleno para hacer mal” (Eclesiastés 8:11). Debido a que la retribución no alcanza de modo inmediato a los inicuos, éstos endurecen todavía más sus corazones, hasta la temeridad, pensando que el juicio nunca les llegará. En ello yerran, por cuanto lo único que hacen es atesorar para si mismos "ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios” (Romanos 2:5). Observa bien esta palabra: "manifestación “. El “justo juicio de Dios” está ahora más o menos yaciente, pero hay una hora establecida, un "día” designado en que se manifestará de modo pleno. La venganza divina viene despacio, pero viene de modo seguro. Y Dios no ha quedado sin testimonio claro de esta verdad. A través del curso de la historia de este mundo, Él ha dado, de vez en cuando, pruebas claras de su "justo juicio” castigando de modo ejemplar a algún rebelde notorio y evidenciando su horror al mismo a la vista de todos los hombres. Así lo hizo con Acab, con Belsasar y con otros muchos; y aunque en la mayoría de los casos el cielo permanezca silencioso y aparentemente impenetrable, esas excepciones son suficientes para demostrar que los cielos gobiernan, y deberían de capacitar al que sufre la injusticia para gozar con paciencia en el alma.

"Entonces fue palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo: Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel, que está en Samaria; he aquí 61 está en la viña de Nabot, a la cual ha descendido para tomar posesión de ella” (vs. 17,18). El Dios vivo, justo, y que odia el pecado, había observado la maldad en la que Acab habla participado voluntariamente, y decidió dictar sentencia contra él usando nada menos que al tisbita austero como portavoz. Profetas de menos experiencia habían sido enviados al rey poco antes por asuntos de menor importancia (20:13, 22., 28); mas en esta ocasión sólo el padre de los profetas fue considerado un agente adecuado. Se requería un hombre de gran valentía y de espíritu intrépido para enfrentarse al rey, acusarle de su crimen horrible y anunciarle la pena de muerte en nombre de Dios. ¿Quién mejor calificado que Elías para llevar a cabo esta empresa formidable y peligrosa? Vemos en ello que el Señor reserva las tareas más difíciles para sus siervos más experimentados y maduros. Se requieren aptitudes especiales para misiones especiales e importantes; y para desarrollar esas aptitudes hay que pasar un aprendizaje muy riguroso. Qué poco se reconocen estos principios en las iglesias hoy en día.

Pero no se nos entienda mal sobre este punto. No son dotes naturales, ni facultades intelectuales, ni lustre educacional a lo, que nos referimos. Era en vano que David saliera al encuentro del gigante filisteo revestido de la armadura de Saúl; lo sabía y la rechazó. No, estamos hablando de gracias espirituales y dones ministeriales. Lo que esta prueba severa requería era fe robusta y la intrepidez que ésta imparte; fe, no en él, sino en su Señor. Fe robusta, por cuanto la normal no hubiera bastado. Y esa fe había sido probada y disciplinada, fortalecida y aumentada en la escuela de la oración y en el campo de batalla de la experiencia. En la aridez de Galaad, en la soledad de Querit y en las necesidades de Sarepta, el profeta había habitado al abrigo del Altísimo, aprendido a conocer a Dios de modo experimental y, comprobado su suficiencia. No era un novicio falto de preparación el llamado por Jehová a actuar como su embajador en esta ocasión solemne, sino alguien que era fuerte en el Señor y en la potencia de su fortaleza.

Por otro lado, debemos tener cuidado en poner la corona donde corresponde realmente, y atribuir a Dios la honra que le es debida por capacitar y sostener a sus siervos. No tenemos nada que no lo hayamos recibido (I Corintios 4:7), y los más fuertes de nosotros son débiles como el agua cuando Él retira su ayuda de ellos. El que nos llama ha de equiparnos, por cuanto los encargos extraordinarios requieren dones extraordinarios también, que sólo el Señor puede impartir. Asentad en la ciudad de Jerusalén, dijo Cristo a los apóstoles “hasta que seáis investidos de potencia de lo alto” (Lucas 24:49). Los pecadores audaces han de ser reprobados con audacia; empero, esa firmeza y valor han de provenir de Dios. Dijo t 1 a otro de sus profetas: “Toda la casa de Israel son tiesos de frente, y duros de corazón. He aquí he hecho Yo tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra su frente. Como diamante, más fuerte que pedernal he hecho tu frente; no los temas, ni tengas miedo delante de ellos” (Ezequiel 3:7 9). Así, pues, si vemos a Elías cumpliendo ton presteza este llamamiento, fue porque podía decir: "Yo empero estoy lleno de fuerza del espíritu de Jehová, y de juicio, y de fortaleza, para denunciar a Jacob (Acab) su rebelión” (Miqueas 3:8).

"Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel, que está en Samaria; he aquí él está en la viña de Nabot, a la cual ha descendido para tomar posesión de ella.” Acab no estaba en su palacio, más Dios sabía dónde se encontraba y en qué estaba ocupado. “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los, malos y a los buenos” (Proverbios 153): no hay nada que pueda serle escondido. Acab podía enorgullecerse de que nadie le reprendiera jamás por su conducta diabólica, y de que podía disfrutar de su botín sin impedimento. Pero los pecadores, sean de la clase social que sean, no están nunca seguros. Su maldad sube ante Dios, y Él a menudo los manda buscar cuando menos lo esperan. Que nadie se engañe a sí mismo creyéndose impune por el solo hecho de haber salido airoso en sus planes inicuos. El día del ajuste de cuentas no está lejos, aunque no les llegue en esta vida. Que recuerde esto el que se halla lejos de su casa y de los seres queridos; sepa que está aún bajo la mirada del Altísimo. Que este pensamiento le libre de pecar contra Él y contra sus semejantes. Temed en la presencia de Dios, no sea que se pronuncie contra vosotros alguna sentencia terrible que os haga comprender esta verdad con un poder tal que vengáis a ser causa de terror para vosotros mismos y para los que os rodean.

"Y hablarle has, diciendo: Así ha dicho Jehová: ¿No mataste y también has poseído? Y tornarás a hablarle, diciendo: Así ha dicho Jehová: En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, la tuya misina” (Y. 19). El profeta fue enviado con un mensaje nada suave ni tranquilizador. Era suficiente para aterrorizar aun al mismo profeta: ¡cuánto más al culpable Acab! Procedía de Aquél que es Rey de reyes y Señor de señores, el Gobernador del universo, cuyos ojos omniscientes ven todas las cosas, y cuyo brazo omnipotente detiene y castiga a todos los obradores de iniquidad. Era la palabra del que declara: "¿Ocultaráse alguno, dice Jehová, en escondrijos que Yo no lo vea? ¿No hincho Yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jeremías. 23:24). "Porque sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos. No hay tinieblas ni sombra de muerte donde se encubran los que obran maldad" (Job 34:21, 22). Eran palabras acusatorias que sacaban a la luz cosas escondidas en las tinieblas, y que acusaban a Acab de sus crímenes. Eran, además, palabras condenatorias que le daban a conocer la perdición terrible que alcanzarla, sin ninguna duda, a quien había pisoteado de modo descarado la ley divina.

Estos son los mensajes que nuestra generación degenerada requiere. Es la falta de ellos lo que ha producido la condición terrible en la que se encuentra el mundo. Los predicadores falsos engañaron a los padres, y ahora los hijos han vuelto la espalda a las iglesias. “He aquí que la tempestad de Jehová saldrá con furor; y la tempestad que está aparejada, caerá sobre la cabeza de los malos” (jeremías 23:19). Esta es una figura terrible: la “tempestad” desarraiga árboles, barre casas y siembra la muerte y la desolación a su paso. ¿Qué hijo de Dios puede abrigar duda alguna de que se ha desencadenado una tempestad así en nuestros días? "No se apartará el furor de Jehová, hasta tanto qué haya hecho, y hasta tanto que haya cumplido los pensamientos de su corazón; en lo postrero de los días lo entenderéis cumplidamente” (23:20). ¿Por qué? ¿Cuál es la raíz fundamental de ello? Es ésta: “No envié Yo aquellos profetas, y ellos corrían; Yo no les hablé, y ellos profetizaban” (v. 21); profetas falsos, predicadores a los que Dios jamás llamó y quienes dijeron “mentira” en su nombre (v. 25). Hombres que rechazaron la ley divina, hicieron caso omiso de la santidad divina y silenciaron la ira divina. Hombres que llenaron las iglesias de miembros no regenerados, y luego les entre tuvieron con especulaciones acerca de la profecía.

Fueron los falsos profetas quienes obraron aquella ruina tan grande en Israel, corrompieron el trono e hicieron descender el juicio de Dios sobre la nación. Y así mismo, los falsos profetas corrompieron la cristiandad durante todo el siglo pasado. Hace cincuenta años, Spurgeon levantó su voz y usó su pluma para denunciar el "Movimiento Decadente” de las iglesias y retiró su Tabernáculo de la Unión Bautista. Después de su muerte las cosas fueron rápidamente de mal en peor, y ahora “la tempestad de Jehová” está barriendo la estructura endeble que el mundo religioso levantó. En la actualidad todo está en el crisol, y sólo el oro puro soportará la prueba ardiente. ¿Qué pueden hacer los verdaderos siervos de Dios? Levantar sus voces: “Clama a voz en cuello, no te detengas” (Isaías 58:1). Haz como Elías: denuncia el pecado en todas partes sin temor.
¿Es éste un mensaje agradable de pronunciar? No, ni muchísimo menos. ¿Un mensaje agradable para los que lo oigan? No, sino todo lo contrario. No obstante, es un mensaje penosamente necesario y criminalmente arrinconado. ¿Predicó el Señor Jesús en el templo un sermón acerca del amor de Dios, mientras su recinto sagrado se convertía en una cueva de ladrones? Así y todo, eso es lo que miles de aquellos que se dicen sus siervos han estado haciendo durante las dos o tres últimas generaciones. El Redentor, con sus ojos centelleantes y con un azote en su mano, echó de la casa de su Padre a los traficantes que la habían contaminado. Los que eran siervos verdaderos de Cristo se negaron a usar métodos carnales para añadir a la membresía muchos que profesaban creer de modo nominal solamente. Los verdaderos siervos de Cristo proclamaron los requisitos invariables del Dios santo, insistieron sobre el cumplimiento de la disciplina bíblica y abandonaron el pastorado cuando sus rebaños se rebelaron. Las potestades religiosas se alegraron de verles partir, mientras que sus compañeros en el ministerio, lejos de procurar fortalecerles, hicieron todo cuanto pudieron para perjudicarles y no se preocuparon si les vieron morir de hambre.

Pero aquellos siervos verdaderos de Cristo eran pocos en número, una minoría insignificante. La gran mayoría de los “pastores” eran mercenarios, contemporizadores que querían conservar a toda costa un empleo fácil y lucrativo. Templaron las velas con cuidado y omitieron deliberadamente en sus sermones cualquier cosa que pudiera ser desagradable a sus, oyentes impíos. Aquellos en sus congregaciones que eran hijos de Dios hambreaban de la Palabra de Dios, aunque fueron pocos los que se atrevieron a reconvenir a sus pastores, y siguieron la política de ofrecer la menor resistencia posible. El pasaje que hemos mencionado antes declara: "Y si ellos hubieran estado en mi secreto, también hubieran hecho oír mis palabras a mi pueblo; y les hubieran hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras” (Jeremías 23:22). Pero no lo hicieron, y “he aquí que la tempestad de Jehová saldrá con furor; y la tempestad que está aparejada”. ¿Puede ello extrañarnos? Dios no puede ser burlado. Son las iglesias las responsables de ello; y no hay denominación alguna, ni grupo, ni círculo de comunión que pueda alegar ser inocente.

“Y Acab dijo a Elías: ¿Me has hallado, enemigo mío? " (v. 20). ¡Qué consternación debía de apoderarse del rey al verle! El profeta debía de ser la última persona a la que esperara o deseara ver, creyendo que la amenaza de Jezabel le habría asustado y que no le molestaría más. Quizá Acab pensó que habla huido a algún país lejano o que, por aquel entonces, estaría ya muerto y enterrado; mas, ahí estaba, delante de él. El rey evidentemente se asustó y desalentó al verle ante si. Su conciencia debía de herirle por su maldad infame, y el lugar mismo en el que se encontraron no debía sino aumentar su malestar. Por consiguiente no debía de poder mirar al tisbita sin sentir terror y sin el presagio espantoso de que se le acercaba alguna amenaza temible de Jehová. Asustado y enojado gritó: "¿Me has hallado?” ¿He sido descubierto? Un corazón culpable no puede jamás gozar de paz. Si no hubiera sido consciente de cuánto merecía el mal de mano de Dios, no hubiera saludado a su siervo como "enemigo mío". Fue porque su corazón le acusaba de ser enemigo de Dios que se desconcertó de tal modo al enfrentarse a su embajador.

"Y Acab dijo a Elías: ¿Me has hallado, enemigo mío?” Ésta es la recepción que el siervo fiel de Dios ha de esperar de los impíos, principalmente de los que profesan la religión pero que, no obstante, permanecen no regenerados. Le consideran como un agitador de la paz, un alborotador de los que desean vivir confortablemente con sus pecados. Los que se ocupan en hacer el mal se enojan con el que los descubre sea un ministro del Evangelio o un policía. Odian las Escrituras porque exponen su hipocresía. El impenitente considera como amigos a aquellos que hablan de modo suave y que les ayudan a engañarse a sí mismos. “Ellos aborrecieron en la puerta al reprensor, y al que hablaba lo recto abominaron” (Amós 5:10). Fue por ello que el apóstol declaró: "Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10)  ¡qué pocos siervos de Cristo quedan! El deber del ministro es ser fiel a su Señor, y si le agrada a Él, ¿qué importa si todo el mundo religioso le desprecia y le detesta? Bienaventurados aquellos a los cuales el mundo ultraja a causa de Cristo.

Al llegar a este punto quisiéramos decir algo a los jóvenes que piensan seriamente entrar en el ministerio. Abandona tal propósito en seguida si no estás dispuesto a que te traten con desprecio y a ser "corno la hez del mundo, el deshecho de todos hasta ahora” (I Corintios 4:13). El servicio de Cristo es el último lugar para aquellos que desean ser alabados por sus semejantes. Un ministro joven se quejaba a otro de más edad, diciendo: "Los miembros de mi iglesia me tratan como si fuera el felpudo de la puerta; todos me pisotean”, a lo cual el otro contestó: “Si el Hijo de Dios condescendió a ser la puerta, no es pedirte demasiado que tú seas el felpudo.” Si no estás dispuesto a que los ancianos y los diáconos se limpien en ti los zapatos, apártate del ministerio. Y a los que ya están en él, diremos: A menos que tu predicación provoque contienda y acarree persecuciones y rebeldía contra ti, algo muy importante le falta. Si tu predicación es enemiga de la hipocresía, de la carnalidad, de la mundanalidad, de la profesión vacía de fe y de todo lo que es necesario a la piedad vital, serás considerado como enemigo de aquellos a los que te opones.

“Y él respondió: Hete encontrado.” Elías no era un hombre temeroso. Necesitaba muchísimo más que una palabra áspera para amedrentarse o impacientarse. Por ello, lejos de dolerse y volverse con mala cara, respondió como un hombre. Respondió a Acab con sus mismas palabras, y dijo: "Hete encontrado.” Te he encontrado como el ladón y el asesino en la viña de otro. Es buena cosa que el que se condena a sí mismo califique al siervo de Dios de "enemigo”, por cuanto ello muestra que el predicador ha dado en el blanco, su mensaje ha llega do a la conciencia. "Saber que os alcanzará vuestro pecado" (Números 32:23), dice Dios; y Adán, Caín, Acán, Acab, Giezi y Ananías pudieron comprobarlo. Que nadie piense que escapará de la retribución divina: sí el castigo no llega en esta vida, llegará con toda seguridad en la venidera, a no ser que dejemos de luchar contra Dios y nos refugiemos en Cristo. "He aquí, el Señor es venido con sus santos millares a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impiamente, y a todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra Él (Judas 14,15).
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UN MENSAJE ATERRADOR

"Y Acab dijo a Elías: ¿Me has hallado, enemigo mío? Y él respondió: Hete encontrado, porque te has vendido a mal hacer delante de Jehová” (I Reyes 21:20). Hemos considerado ya la pregunta de Acab y la primera parte de la respuesta del profeta; llegamos ahora a la acusación solemne que dirigió al rey. "Porque te has vendido a mal hacer delante de Jehová.” Debemos observar, en este punto, cuán indispensable es que consideremos por separado cada una de las palabras de las Sagradas Escrituras; ya que, si leemos este versículo sin la debida atención, dejaremos de diferenciarlo de una expresión que se encuentra en el Nuevo Testamento, la cual, aunque semejante en apariencia, tiene un significado muy distinto. En Romanos 7:14, el apóstol declara: "Mas yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado.” Esta afirmación ha confundido a no pocos, y algunos han entendido tan mal su sentido que lo han relacionado con la terrible acusación del profeta contra Acab. Puede que sea una divagación, pero estamos seguros que muchos de los lectores recibirán bien unos pocos comentarios expositivos sobre la diferencia de significado entre las dos expresiones.

Se observará que Romanos 7:14 comienza con la afirmación: “Porque sabemos que la ley es espiritual", que entre otras cosas equivale a decir que legisla para el alma además de para el cuerpo, y que sus exigencias alcanzan, no sólo al mero acto visible, sino también a la causa que lo motivó y al espíritu en el r   1se realiza; en una palabra, requiere conformidad y pureza interiores. Fue al mirar a los requisitos altos y santos de la ley de Dios que el apóstol declaró: “Yo soy carnal". No lo dijo a modo de excusa, ni para justificarse por quedar tan lejos del modelo divino que presenta ante nosotros, sino como condenación propia por no ser conforme al mismo. Esta es la confesión triste que hace todo cristiano sincero. "Yo soy carnal”, expresa lo que todo creyente es por naturaleza: nacido de arriba, mas sin que la “carne” que mora en él haya mejorado en lo más mínimo. Y ello no sólo es verdad cuando el creyente ha sufrido alguna caída: él es siempre "carnal”, por cuanto no puede librarse de este hecho humillante. Cuanto más crece el cristiano en la gracia, más se da cuenta de su carnalidad y de que la “carne" contamina sus acciones mejores y más santas.

"Vendido a sujeción del pecado.” Ello no quiere decir que el santo se entregue para ser el esclavo voluntario del pecado, sino que se ve en el caso y con la experiencia de un esclavo; de uno cuyo amo le obliga á hacer cosas contra sus propias inclinaciones. La traducción literal del griego es: "habiendo sido vendido bajo pecado", es decir, en la calda, en cuyo estado continuamos hasta el fin de nuestra carrera terrenal. "Vendido" para estar bajo el poder del pecado, por cuanto la vieja naturaleza jamás es hecha santa. El apóstol habla de lo que él mismo experimenta, de lo que es ante Dios, no de lo que parecía ante los ojos del mundo. Su “viejo hombre” se oponla por completo a la ley de Dios. Habla un principio malo en él contra el cual luchaba, del que deseaba ser librado, pero que seguía ejerciendo su terrible poder. A pesar de la gracia que habla recibido, se veía lejos, muy lejos de la perfección, e incapaz en todos los sentidos de alcanzarla, aunque deseándola. Fue al medirse con la ley, que requiere amor perfecto, cuando se dio cuenta de lo lejos que estaba de ella.

"Vendido a sujeción del pecado”; es decir, la corrupción interior retiene al creyente. Cuanto más progreso espiritual le es dado hacer, más descubre sus impedimentos. Es como un hombre que camina cuesta arriba con una gran carga sobre sus espaldas: cuanto más asciende, más se da cuenta de ese peso. Pero, ¿cómo armoniza esto con el versículo que dice: "el pecado no se enseñoreará de vosotros” (Romanos 6:14)? De la forma siguiente: aunque el pecado que mora en él tiraniza al creyente, en ninguna manera  prevalece contra él de modo total y absoluto. El pecado reina en el pecador y tiene un dominio completo e indiscutible sobre él; pero no así en el santo. Aun así, es una plaga que le impide alcanzar la perfección a la que ansia (véase Filipenses 3:12). Desde el punto de vista de la nueva naturaleza y según Dios le ve en Cristo, el creyente es espiritual; pero desde el punto de vista de la vieja naturaleza y según Dios le ve en sí mismo, es "carnal”. Como hijo de Adán, está "vendido a sujeción del pecado”; como hijo de Dios, “según el hombre interior”, se deleita en la ley de Dios (Romanos 7:22). Las acciones de un esclavo son, en verdad, sus propias acciones; así y todo, al no ser cometidas con el consentimiento pleno de su voluntad y deleite de su corazón, no son una prueba justa de su disposición y deseos.

El caso de Acab era infinitamente diferente del que acabamos de bosquejar: lejos de ser cautivo en contra de su voluntad, se había “vendido a mal hacer delante de Jehová”. Acab se dio de modo deliberado y sin límite a toda clase de maldad a despecho del Altísimo. Lo mismo que Balaam "amó el premio de la maldad" (II Pedro 2:15), y por consiguiente se dejó sobornar por Balac para maldecir al pueblo de Dios; así como Judas codició la plata de los príncipes de los sacerdotes, fue a encontrarles y convino con ellos en traicionar al Salvador (Mateo 26:14,15), así también, este rey apóstata se vendió “a mal hacer” sin remordimiento ni reserva algunos. El crimen horrible que cometió contra Nabot no era un acto aislado, contrario al tenor general ni al curso de su vida  como lo había sido el de David en el asunto de Urías, sino simplemente una muestra de su rebelión continuada contra Dios. "Habiéndose vendido a mal hacer delante de Jehová, despreciándole y desafiándole, estaba empleado en los negocios de su amo como un esclavo, de modo abierto, constante y diligente” (Thomas Scott).

“Te has vendido a mal hacer delante de Jehová.” Su decadencia comenzó cuando se casó con Jezabel (v. 25), paganae idólatra; y las consecuencias de esa unión terrible están registradas para nuestra instrucción. Se levantan como una luz roja, una señal de peligro y un aviso solemne para el pueblo de Dios en nuestros días. La ley prohibía de modo expreso a un israelita casarse con una gentil; y el Nuevo Testamento prohíbe de modo igualmente explícito al cristiano el casarse con una mundana. "No os juntéis en yugo con los infieles; porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas?” (II Corintios 6:14). El cristiano corre gran peligro si de modo premeditado pisotea este mandamiento divino, por cuanto la desobediencia deliberada no puede hacer otra cosa que incurrir en el desagrado notorio deDios. Si un hijo suyo se une a una mujer que no es creyente, es como si hiciera que Cristo tuviera concordia con Belial (II Corintios 6:15). Cuando un cristiano se casa con una infiel, un hijo de Dios se une a una hija de Satanás. ¡Qué combinación más terrible!

Elías denunció a Acab en tonos inequívocos por su unión desafiadora con Jezabel y por todos los males que esa unión habla producido. "Te has vendido a mal hacer delante de Jehová.” El deber primordial del siervo de Dios es éste: dar a conocer la indignación y el juicio del cielo contra el pecado. Dios es el enemigo del pecado. Él "está airado todos los días contra el impío” (Salmo 7:11). Su ira se manifiesta contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Romanos 1:18). Esa ira es el antagonismo de la santidad contra el mal, del fuego consumidor contra todo lo que es incapaz de detenerlo. El deber de todo siervo de Dios es declarar y dar a conocer la situación y la suerte terribles del pecador; que los que no están con Cristo están contra Él, que el que no camina con: Él está luchando contra Él, y que el que no se rinde a Su servicio está sirviendo al diablo. Dijo el Señor Jesús: “Aquel que hace pecado, es siervo de pecado” (Juan 8:34), está cumpliendo las órdenes de su amo y es el esclavo de sus concupiscencias, pero es un esclavo voluntario que se deleita en ello. No es un servicio que le ha sido impuesto contra sus deseos, sino que él mismo se ha vendido al mal y en él permanece por su propia voluntad. Y por consiguiente, es una servidumbre culpable por la cual ha de ser juzgado.

“Esta era, pues, la prueba que esperaba a Elías, y es, en esencia, la que espera a todo siervo de Cristo  en el día presente. Era portador de un mensaje desagradable. Se requería de é1 que se enfrentara al rey impío y que le dijese en la cara exactamente lo que era a los ojos de un Dios que odia el pecado. Es una tarea que requiere firmeza de carácter y corazón valeroso. Una tarea que requiere que la gloria de Dios ponga a un lado todas las consideraciones sentimentales. Una tarea que pide el apoyo y la cooperación de todo el pueblo de Dios. Que nadie diga ni haga nada que pueda desanimar al ministro en el cumplimiento fiel de su deber. Lejos de ellos esté el decir: "No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras” (Isaías 30:10). Que el pueblo de Dios ore fervientemente para que haya en sus ministros el espíritu de Elías, para que les sea dado “que con toda confianza" hablen la palabra (Hechos 4:29), y para que no rehuyan el anunciar todo el consejo de Dios (Hechos 20:20,27). Que procuren sustentar sus manos para que no desmayen en el d1a de la batalla (Éxodo 17:12). Qué diferencia más grande cuando el servidor de Dios sabe que le apoya un pueblo que ora. ¿Qué responsabilidad alcanza a los que se sientan en los bancos por el estado en que se halla la predicación actual?

"He aquí yo traigo mal sobre ti” (v. 21). El siervo de Dios, no sólo tiene el deber de pintar en sus colores verdaderos la senda que el pecador ha escogido, sino que ha de dar a conocer, también', el fin inevitable al que tal senda conduce. En primer lugar, y en un aspecto negativo, los que se han vendido a mal hacer delante del Señor, han sido vendidos “de balde” (Isaías 52:3). Satán les ha asegurado que, al entrar a su servicio, saldrán ganando en gran manera y que, si dan rienda suelta a sus concupiscencias, estarán alegres y gozarán de la vida. Pero, como Eva descubrió en el principio, él es mentiroso. Podríamos preguntar a los que se venden a mal hacer: "¿Por qué gastáis el dinero no en pan, y vuestro trabajo no en hartura?" (Isaías 55:2). El dar gusto a la carne no produce satisfacción a la mente, ni paz a la conciencia, ni alegría real para el corazón, sino que más bien arruina la salud y acumula desdicha. Qué negocio más ruinoso es vendernos "de balde”. Despilfarrar nuestro caudal en una vida disoluta y, luego, caer en la necesidad más calamitosa. Prestar obediencia completa a los dictados del pecado y recibir a cambio sólo golpes y reveses. ¡Qué locura servir a semejante dueño!

Pero el siervo de Dios tiene un deber aun más doloroso que cumplir, el cual es anunciar el aspecto positivo de las consecuencias de vendernos a mal hacer delante del Señor. El pecado tiene una paga terrible, querido lector. Eso es lo que hace en el momento presente de la historia del mundo. Los horrores de la guerra, con todo el sufrimiento y la angustia incalculables que lleva consigo, es la paga del pecado que reciben ahora las naciones; y las naciones que han pecado contra la luz más clara y los privilegios mayores son las que están recibiendo la paga más dura .,¿No es justo que sea así? Sí, una “justa paga de retribución” (Hebreos 2:2), es como la designa la Palabra de Verdad. Y el mismo principio es aplicable al individuo; a todo el que se vende a mal hacer delante del Señor, Él le dice: "He aquí ya traigo mal sobre ti”, juicio espantoso que anonadará y consumirá totalmente. Este es, también, el deber del siervo de Dios: declarar con toda solemnidad a todo ser rebelde contra Dios, no importa cuál sea su rango: "Impío, de cierto morirás” (Ezequiel 33:8); y el mismo versículo sigue diciendo que Dios dirá al atalaya que ha faltado a su deber: “Su sangre Yo la demandaré de tu mano.” Ojalá podamos decir con el apóstol Pablo: "Yo soy limpio de la sangre de todos” (Hechos 20:26).

"Y yo pondré' tu casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahias; por la provocación con que me provocaste a ira, y con que has hecho pecar a Israel. De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en la barbacana de Jezreel. El que de Acab fuere muerto en la ciudad, perros le comerán; y el que fuere muerto en el campo, comerlo han las aves del cielo” (versículos 22 24). El molino de Dios muele despacio, pero lo hace de modo extremadamente fino. Acab había desafiado a Jehová durante muchos años, pero el día de la retribución estaba cerca, y cuando amaneciera, el juicio divino iba a caer no sólo sobre el rey apóstata y su vil mujer, sino también sobre toda su familia; de esta forma su casa malvada sería exterminada de modo total. ¿No está escrito que "el nombre de los impíos se pudrirá” (Proverbios 10:7)? Se nos da aquí una ilustración terrible de aquel principio solemne en el gobierno de Dios: "Visito la maldad de los padres sobre los hijos” (Éxodo 20:5). Ved en ello la justicia de Dios al hacer que Acab segara lo que había sembrado: no sólo habla consentido a la muerte de Nabot (21:8), sino que los hijos de Nabot también hablan sido muertos (11 Reyes 9:26); de ahí que la retribución de Dios cayera, no sólo sobre Acab y Jezabel, sino también sobre sus hijos.

“Y yo pondré tu casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahías.” Al declarar que pondría la casa de Acab como la de los otros dos reyes impíos que le habían precedido, Dios anunció la destrucción total de sus descendientes, y ello de modo violento. Porque, de la casa de Jeroboam  cuya dinastía duró apenas veinticuatro años, leemos: "Hirió toda la casa de Jeroboam, sin dejar alma viviente de los de Jeroboam, hasta raerlo” (I Reyes 15:29); mientras que de Baasa  cuya dinastía duró tan sólo poco más de un cuarto de siglo, se nos dice que no dejó varón, "ni sus parientes ni amigos” (I Reyes 16:11). Es probable que una de las razones de que la condenación terrible que sobrevino a las familias de sus predecesores se mencionara aquí de modo tan específico, fuera el hacer más énfasis aun en la enormidad de la conducta de Acab: el haber dejado de atender a esos juicios recientes de Dios. Cuando nos negamos a atender a los avisos solemnes que la historia registra de los juicios inequívocos de Dios sobre los obradores de maldad, nuestro pecado se hace más grave, del mismo modo que la culpabilidad de nuestra generación es tanto mayor por cuanto desestimó la llamada de atención que la guerra de 1914 18 hizo a todas las naciones para que abandonaran su maldad y se volviesen al Dios de sus padres.

¿Y cuál fue el efecto que este mensaje de Jehová produjo en Acab? Al ver al profeta se desconcertó y molestó; mas cuando oyó la terrible sentencia se afectó profundamente: “rasgó sus vestidos, y puso saco sobre su carne, y ayunó, y durmió en saco, y anduvo humillado” (v. 27). No intentó defenderse ni hacer callar a Elías. Su conciencia le hirió por haber consentido al acto criminal, por apropiarse del botín, aunque sin matar al dueño del mismo. Sabía bien que el asenso a la iniquidad por parte de los que están en autoridad, los cuales deberían reprimirla, es considerado como su propia obra; y que el que recibe objetos robados es tan culpable como el mismo ladrón. Quedó humillado y confundido. Dios puede hacer que el pecador más intrépido tiemble y que el más arrogante se humille a si mismo. Pero no es oro todo lo que reluce. Puede que alguien dé grandes muestras de arrepentimiento sin que su corazón haya sido cambiad. Muchos han temido la ira de Dios y, sin embargo, no han querido dejar sus pecados. Debe tenerse  en cuenta el hecho de que no hay indicación alguna de que Acab se separara de Jezabel ni estableciera de nuevo el culto a Jehová.

Lo que aquí se nos dice de Aciab es tan solemne como aleccionador. Solemne porque es un aviso contra el peligro de ser engañados por las apariencias. Acab no se esforzó en justificar sus crímenes ni se volvió contra Elías. Es más, se humilló a sí mismo y por sus acciones visibles, reconoció la justicia de la sentencia divina. ¿Qué más podía pedirse? ¡Éste es el punto que reviste la máxima importancia! La enmienda externa de nuestros caminos, aunque buena en sí misma, no es suficiente, “lacerad vuestro corazón, y no vuestros vestidos” (Joel 2:13): es lo que Dios exige. Un hipócrita puede ir muy lejos en el cumplimiento aparente de deberes sagrados. Los pecadores más endurecidos pueden enmendarse durante un tiempo. (Marcos 6:20; Juan 5:35). Cuántos impíos ha habido quienes, en tiempos de peligro o enfermedad grave, se han humillado ante Dios; pero que han vuelto a su impiedad tan pronto como han recobrado la salud. La humillación de Acab no era más que superficial y transitoria, ya que era producida por el temor al juicio y no por el odio a sus pecados. No se nos dice que restituyera la viña de Nabot a sus herederos, y cuando no se deshacen los entuertos tenemos motivos para dudar seriamente del arrepentimiento. Más adelante diría de un siervo de Dios: "le aborrezco” (22:8), demostración clara de que no había experimentado cambio alguno en el corazón.

El caso de Acab es, también, aleccionador, por cuanto arroja luz acerca del modo como Dios trata y gobierna a los individuos en esta vida. Aunque el arrepentimiento del rey no era sino superficial, con todo, al ser una humillación externa ante Dios, constituía una confesión y un acto que honraba al Señor, y que hizo que su sentencia le fuera remitida  “Por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa” (v. 29). De este modo se le libró de la angustia de ser testigo de la matanza de sus hijos y del exterminio total de su casa. Pero no había apelación posible a la sentencia divina pronunciada contra su persona. Y el rey no pudo evitar el golpe de Dios, aunque intentó hacerlo (22:30). El Señor había dicho: "En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre” (21:19), y se nos dice que “murió pues el rey, y fue traído a Samaria;'y sepultaron al rey en Samaria. Y lavaron el carro en el estanque de Samaria; lavaron tam¬bién sus armas; y los perros lamieron su sangre, conforme a la palabra de Jehová que habla hablado” (22:37,38). El que se vende al pecado ha de recibir la paga del pecado. Para la ruina que sufrió la familia de Acab, véase II Reyes 9:25; 10:6, 7, 13, 14, 17.

“De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en la barbacana de Jezreel” (21:23). Las amenazas que pronunció el profeta no fueron palabras vanas, sino el anuncio del juicio divino que se cumpliría poco después. Jezabel sobrevivió algunos años a su marido, pero su fin fue el que Elías anunciara. Fiel a su depravada naturaleza, vemos que aun en el día de su muerte “adornó sus ojos con alcohol, y atavió su cabeza, y asomóse a una ventana" para llamar la atención (II Reyes 9:30). Es grave observar que Dios toma nota de tales cosas, no con aprobación sino con repudio; y es igualmente grave ver en este pasaje que aquellas mujeres que pintan sus rostros, se toman tanto trabajo en adornar de modo artificial sus cabellos y buscan hacerse notables pertenecen a la misma clase que esa reina vil y "maldita” criatura (v. 34). Alguno de sus propios criados la lanzó por la ventana, y su sangre salpicó la pared y su cuerpo fue pisoteado sin piedad. Poco tiempo después, cuando se dieron órdenes de que éste fuera enterrado, los perros se habían dado tanta maña que “no hallaron de ella más que la calavera, y los pies, y las palmas de las manos” (II Reyes 9:35). Dios es tan fiel y veraz al cumplir sus amenazas como lo es al cumplir sus promesas.
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LA ÚLTIMA MISIÓN DE ELIAS

Después de la muerte de Acab los juicios de Dios comenzaron a caer sobre su familia. Se nos dice acerca de su inmediato sucesor: "Y Ocozías hijo de Acab comenzó a reinar sobre Israel en Samaria, el año diecisiete de Josafat rey de Judá; y reinó dos años sobre Israel. E hizo lo malo en los ojos de Jehová, y anduvo en el camino de su padre, y en el camino de su madre, y en el camino de Jeroboam hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel: porque sirvió a Baal, y lo adoró, y provocó a ira a Jehová Dios de Israel, conforme a todas las cosas que su padre había hecho" (I Reyes 22:52 54). Qué grave y solemne es esto. Ocozías sabia muy bien de los tres años y medio de hambre que el pueblo había sufrido, de la puesta en evidencia de la impotencia de Baal, del modo en que fueron muertos a cuchillo los profetas en el Carmelo y del proceder terrible de Dios para con su padre; pero estos hechos no produjeron en él ningún efecto saludable por cuanto se negó a tomarlos en consideración. Haciendo caso omiso de esas amonestaciones espantosas, siguió con indiferencia en el pecado, y "sirvió a Baal, y lo adoró". Había determinado en su corazón hacer lo malo, y por consiguiente fue cortado en su juventud; no obstante, aun en su caso, la justicia estaba mezclada con la misericordia, ya que antes de ser quitado de este mundo le fue dada oportunidad para arrepentirse.

"Después de la muerte de Acab rebelóse Moab contra Israel” (11 Reyes 1:1). Como cumplimiento a la profecía de Balaam (Números 24.17), David había conquistado a los moabitas que vinieron a ser sus “síervos” (II Samuel 8:2), permaneciendo en sujeción al reino de Israel hasta que éste fue dividido, y entonces su vasallaje y tributos fueron transferidos a los reyes de Israel, del mismo modo que los de Edom continuaron con los reyes de Judá. Este tributo consistía en que los moabitas pagaban al rey de Israel “cien mil corderos y cien mil carneros con sus vellones” (II Reyes 3:4). Pero después de la muerte de Acab se rebelaron. En ello vemos la providencia de Dios desbaratando los asuntos de Ocozías. Esta rebelión de Moab debe ser considerada a la luz de las palabras: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos pacificará con él" (Proverbios 16:7); mas cuando nuestros caminos le desagradan, nos acechan peligros por doquier. Tanto la prosperidad espiritual como temporal dependen por entero de la bendición de Dios. Cuando alguien se porta mal con nosotros, ello debería llevarnos a examinar nuestra conducta hacia Dios. Él, a menudo, castiga al impío en conformidad a su propio pecado a fin de hacer más evidente su mano. Así lo hizo con el hijo de Acab. Al apartarse éste del Señor, Moab fue llevado a rebelarse contra él.

Esto que acabamos de señalar se refiere al proceder de Dios como gobernador, e Ilustra un principio importante que rige sus caminos” para con una nación  nos referimos a lo que tiene que ver con el tiempo, no con la eternidad; a la obra de la providencia divina, no a la esfera de la salvación. Las naciones, como tales, tienen sólo una existencia temporal, aunque los individuos que las componen tienen un destino eterno. La prosperidad y la adversidad de una nación las determina su actitud y conducta hacia Dios; de modo directo en aquellas que tienen los Oráculos vivos en sus manos de modo indirecto en las paganas, en cuyo caso se determina por su conducta hacía Su pueblo. El Antiguo Testamento nos ofrece muchos ejemplos de ello. La actitud de una nación hacia Dios ha de medirse, no tanto por el proceder del pueblo como por el carácter de sus gobernantes y de su gobierno. Estas dos cosas van unidas de modo intimo, desde luego, por cuanto una mayoría de súbditos píos tolerarán la impiedad en los que ocupan los lugares de preeminencia; y por otro lado, cuando los que dirigen y gobiernan dan un ejemplo malo, no puede esperarse que los que son gobernados destaquen por su justicia. Cualquiera que sea la forma de gobierno de un país, o el partido político que ocupe el poder, lo que constituye el factor decisivo es el carácter y las leyes de los que las dictan, por cuanto son ellos los que ocupan las posiciones de mayor responsabilidad ante Dios.

En países llamados "cristianos”, como la Gran Bretaña, los Estados Unidos de América y otros, son las iglesias las que regulan el pulso de la nación. Actúan como la "sal” en el organismo corporativo, de modo que, cuando sus caminos agradan al Señor, él les da favor a los ojos de los que les rodean. Cuando el Espíritu Santo puede obrar sin impedimentos, se manifiesta su poder, no sólo en el llamar a los elegidos, sino también en el subyugar el pecado de los no elegidos y en el hacer que la maquinaria del estado apoye la piedad, como fue más o menos notorio durante el pasado siglo. Pero, cuando el error se introduce en las iglesias y hay una relajación de la disciplina, el Espíritu es contristado y quitado su poder, y entonces los .efectos perniciosos de ello se hacen más y más aparentes en el país en el aumento del desorden y la ilegalidad. Si las iglesias persisten en su rumbo decadente, el Espíritu es apagado y sobre Elías se escribe "Icabod”, como sucede en nuestros días. Es entonces cuando la mano moderadora de Dios se retira y llegan la orgía y el libertinaje. Entonces es cuando el gobierno se convierte en un titulo hueco, ya que los que están en autoridad no tienen sino la que el pueblo ha puesto en sus manos, y por consiguiente, actúan de acuerdo con los deseos depravados de las masas. Así pues, éste es siempre el orden de las cosas: apartarse del Dios verdadero, volverse a los dioses falsos, y, como consecuencia, la alteración del orden, tanto en la forma de revolución social como de guerra internacional.

Ocozías "sirvió a Baal, y lo adoró, y provocó a ira a Jehová Dios de Israel”. El Señor es un Dios celoso; celoso de su verdad, de su honra; y cuando aquellos que se llaman a si mismos Su pueblo se vuelven a otros dioses, Su ira se enciende contra ellos. Cuántos dioses falsos, han sido adorados en la cristiandad en los últimos decenios; qué caricatura del carácter divino ha presentado la mayor parte del protestantismo  un “dios” a quien nadie teme; qué mutilación del Evangelio ha habido en las secciones "ortodoxas” de la cristiandad, hasta tal punto que é1 otro” Jesús (II Corintios 114) ha desplazado al Cristo de la Palabra de Dios. No debe sorprendernos, pues, que la reacción inevitable de las multitudes haya sido hacer dioses de Mammón y del placer, y que la nación ponga su confianza en el ejército armado y no en el brazo del Señor. Hubo algunos Elías que levantaron sus voces de testimonio del Dios vivo y de denuncia de las formas modernas de culto a Baal, pero ¿quién les prestó atención? No las iglesias, por cierto, ya que les cerraron el camino de sus púlpitos y, como el tisbita antaño, se vieron reducidos al aislamiento y a virtual destierro; y ahora parece que su última misión antes que Dios les llame a su presencia sea la de pronunciar sentencia de muerte contra todo el sistema apóstata.
“Y provocó a ira a Jehová Dios de Israel... después... rebelóse Moab contra Israel.” Aunque estas dos afirmaciones estén separadas por el fin del primer libro de Reyes y el principio del segundo, su relación entre si es demasiado obvia para que sea pasada por alto. Es como la relación entre la causa y el efecto, poniendo ésta de manifiesto a aquélla. Moab habla estado pagando tributo a Israel, pero ahora se quitaba de encima el yugo. ¿No hemos visto acontecer algo parecido al imperio británico? Un país tras otro ha ido cortando sus lazos con la Gran Bretaña y alcanzando la independencia. La Biblia no es un libro muerto que relata hechos históricos acaecidos en un pasado remoto, sino un libro vivo que anuncia principios vitales aplicables a cada época, y que describe las cosas tal como son en el día de hoy. La historia se repite, no sólo porque la naturaleza humana es fundamentalmente la misma en todos los tiempos, sino también porque los caminos de Dios y los principios por los que gobierna permanecen inalterables. Lo mismo que Ocozías provocó al Señor Dios, le han provocado las iglesias, los políticos y el pueblo de esta nación; y de la misma manera que su ira se puso de manifiesto haciendo que Moab buscara su independencia, así también podemos verla en el hacer que una colonia tras otra rompa sus lazos con la "madre patria”.

"Y Ocozías cayó por las celosías de una sala de la casa que tenía en Samaria” (v. 2). En primer lugar, queremos hacer notar que este versículo comienza con la partícula "y”, lo cual parece indicar la reacción del rey, o mejor dicho, la falta de ella, a lo que registra el versículo anterior. Lo que no dice el versículo es revelador del carácter de Oíoslas. No se volvió al Señor en busca de guía y ayuda. No se humilló ante Dios ni inquirió la causa por la cual se habla introducido en su reino semejante disturbio. No hay nada que suceda por casualidad, ni maldición que llegue sin causa (Proverbios 26:2); por consiguiente, el deber del rey era ayunar y orar, y averiguar qué era lo que habla disgustado al Señor. No; retiramos lo dicho: hubiera sido una burla extrema el que lo hubiera hecho así. No tenla ninguna necesidad de indagar: el rey sabía perfectamente bien qué era lo que estaba mal; estaba sirviendo y adorando a Baal, y hasta que los ídolos fueran abolidos, el que clamara al Señor no hubiera sido más que una comedia y una farsa piadosa. ¿Estás de acuerdo, lector? Si no es así, lee con cuidado este párrafo de nuevo. Si estás de acuerdo, ¿no puedes aplicarlo a la situación de tu propio país? Qué serio y solemne es esto  sí, es terrible. Pero si nos atenemos a los hechos tal como son en realidad, la conclusión es inevitable.

Prestemos atención a otro factor que está ausente del versículo 2. Ocozías fracasó, no sólo en el aspecto espiritual, sino también en el material. ¿Cuál debía haber sido su reacción ante la revuelta de Moab? Sencillamente, haber obrado con mano firme matándola en germen. Esta era claramente su obligación como rey. En vez de hacerlo así, siguió la política de no ofrecer resistencia, y se dio a una vida de placer. En vez de ocupar su puesto al frente de su ejército y sofocar la rebelión por la fuerza, parece que se dio a la lujuria en su palacio. En tales circunstancias, ¿cabe dudar que Dios le había entregado a un espíritu de locura? Evitó cobardemente los peligros del campo de batalla, dejó que Moab hiciese lo que bien le pareciese, sin intentar subyugarlo de nuevo,  y se entregó a una vida regalada. Quizá recordó la suerte que habla corrido su padre poco antes en el campo de batalla, y decidió que lo mejor del valor es la prudencia. Pero no hay modo de escapar de la mano de Dios cuando él ha decidido herir: estamos tan expuestos a sufrir un “accidente” en' el refugio de nuestro hogar como lo estaríamos si nos viésemos expuestos a la acción de las armas más mortíferas en el campo de batalla.
“Ocozías cayó por las celosías de una sala de la casa que tenía en Samaria.” Aquí es donde la misericordia se mezcla con la justicia; aquí es donde se le concedió al rey idólatra lugar para el arrepentimiento. ¡Qué paciente es Dios! La caída de Ocozías no fue fatal de modo inmediato, sino que hizo que tuviera que guardar cama, dándole oportunidad de meditar en sus caminos. Cuán a menudo obra el Señor de este modo tanto en su trato con las naciones como con los individuos. El emperio romano no fue construido en un día, pero tampoco fue destruido en un día. Muchos que se rebelaron contra el cielo fueron frenados en su carrera de pecado de modo repentino. Quizá les sobrevino un “accidente” que, aunque les privó de alguno de sus miembros, no les quitó la vida. Quizá ésta es la experiencia de alguno de los que leen estas páginas. Si es así, quisiéramos decir al tal con toda solemnidad: Redime el poco tiempo que te queda. A estas horas podías haber estado en el infierno, pero Dios te ha dado un poco más de tiempo para pensar acerca de la eternidad y para prepararte para ella. Ojalá su bondad te lleve a arrepentimiento. Si oyes hoy su voz, no endurezcas tu corazón. Rinde las armas de tu milicia y reconcíliate con £1, porque, ¿cómo escaparás del fuego eterno si tienes en poco una salvación tan grande?

"Y estando enfermo envió mensajeros, y díjoles: Id, y consultad a Baal zebub dios de Ecrón, si tengo de sanar de esta mi enfermedad" (v. 2). En primer lugar, Dios habla desbaratado sus planes, y luego hirió su cuerpo. Hemos mencionado lo que este rey malo no hizo; ahora vamos a considerar lo que hizo. Ninguno de los juicios que presenció logró ablandarle, y después de haber vivido sin Dios en la prosperidad, al llegar la adversidad despreció la mano que le castigaba. Saúl, al hallarse en la necesidad más extrema, consultó una pitonisa que le hizo saber su inminente ruina. Ocozías, asimismo, recurrió a los dioses diabólicos de los paganos. Estaba evidentemente inquieto por su estado de salud, de modo que envió a algunos de sus siervos a inquirir cerca de un oráculo idólatra si iba a reponerse de esa aflicción que sufría o no, lo cual es prueba de que su alma estaba en peor estado que su cuerpo. “Baales era el término comúnmente usado para designar a los dioses falsos, y cada uno de ellos tenía su oficio particular y su distrito, de ahí los títulos distintivos de Baal zebub, Baalpeor, Baal zefón y Baal berit. "Baal zebub” era el ídolo de Ecrón, ciudad de los filisteos, y tierra notable por sus “agoreros” (Isaías 2:6).

Este “Baal zebub” significa "Señor de una mosca o de las moscas”, probablemente porque, estando aquella tierra llena de moscas (como los viajeros modernos aún dicen), suponían que les protegería de las enfermedades que esparcían. En Mateo 12:24 encontramos a los fariseos llamando a Beelzebub (la forma de escribirlo de los griegos) “príncipe de los demonios”, lo cual indica que los espíritus malos eran adorados por los paganos bajo varios nombres e imágenes, como dice claramente 1 Corintios 10:20: “Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios.” Parece que en tiempos de Ocozías los sacerdotes de Baal, a través de encarnaciones de espíritus malignos, habían adquirido renombre por su conocimiento de los hechos futuros, del mismo modo que el oráculo de Delfos era tenido en gran estima por los griegos unos años después. Oíoslas, creyendo que el ídolo de Ecrón podía prever y predecir el futuro, le tributó homenaje. La pecaminosidad extrema de semejantes prácticas es puesta fuera de toda duda en pasajes tales como Levítico 20:6,27; Deuteronomio 18:10; Crónicas 10:13. De ahí que los que consultan a los adivinos, astrólogos y "espiritistas” sean culpables de un pecado terrible y se expongan a las potestades del mal.

"Cuando un rey de Israel consultaba a un oráculo pagano, proclamaba a los gentiles su falta de confianza en Jehová; era como si la única nación favorecida con el conocimiento del Dios verdadero fuera la única nación en la cual no se conocía Dios alguno. Ello era una gran deshonra y una provocación para Jehová” (Thomas Scott). La acción de Ocozías era, en verdad, un desprecio deliberado y público del Señor, un elegir desafiadoramente aquellos caminos que hablan hecho descender la ira del cielo sobre su padre. Ello no podía pasar inadvertido, y por consiguiente, el que es Rey de reyes, como también Dios de Israel, le llamó a cuentas. Elías fue enviado a encontrar a los mensajeros del rey cuando salían a toda prisa de Samaria, y les anunció la muerte cierta del rey: “Entonces el ángel de Jehová habló a Elías tisbita, diciendo: Levántate, y sube a encontrarte con los mensajeros del rey de Samaria, y les dirás: ¿No hay Dios en Israel, que vosotros vais a consultar a Baal zebub dios de Ecrón? (v. 3). Nada escapa a Aquel a quien hemos de dar cuentas. Sus ojos están siempre puestos en los caminos de los hombres, sean monarcas o sirvientes: nadie está demasiado encumbrado o es demasiado independiente para escapar a su dominio, ni nadie es demasiado bajo o insignificante para que él le pase por alto. El Señor conoce todo lo que hacemos, decimos y pensamos, y en aquel Día seremos llamados a rendir cuentas de todo ello.

“Entonces el ángel de Jehová habló a Elías tisbita, diciendo: Levántate, y sube a encontrarte con los mensajeros del rey de Samaria, y les dirás: ¿No hay Dios en Israel, que vosotros vais a consultar a Baal Zebub dios de Ecrón?” (Y. 3). El Dios verdadero y vivo, no sólo se habla dado a conocer a Israel, sino que tenía una relación establecida por un pacto con ellos. Esto es lo que explica el que "el ángel de Jehová” se dirigiera a Elías en esta ocasión, lo que enfatizaba la relación bendita que el rey estaba repudiando; era el ángel del pacto (Éxodo 23:23, etc.). Como tal, Jehová habla dado pruebas suficientes de sí mismo a Ocozías durante su vida.

"Por tanto así ha dicho Jehová: Del lecho en que subiste no descenderás, antes morirás ciertamente" (Y. 4). Después de reprender el terrible pecado de Ocozías, el siervo de Dios pronunció sentencia contra él. Ésta fue, pues, la última y solemne misión de Elías: dictar sentencia sobre el rey apóstata. Para la viuda de Sarepta, Dios le había hecho "olor de vida para vida", mas para Acab y su hijo fue “olor de muerte para muerte”. Las tareas asignadas a los ministros del Evangelio son, en verdad, variadas, según sean llamados a dar consuelo a los hijos de Dios y alimentar a sus ovejas, o a amonestar a los impíos y denunciar a los obradores de maldad. Así fue, también, con el Ejemplo eterno: de sus labios salieron tanto bendiciones como maldiciones; aunque la mayoría de las congregaciones están mucho más acostumbradas a las primeras que a las últimas. Con todo, puede verse que las bienaventuranzas de Mateo 5 están compensadas con igual número de “ayes" en Mateo 23. Debe observarse que estos últimos fueron pronunciados por el Señor Jesús al final de su ministerio público, y aunque el fin del mundo puede que no esté cerca (nadie lo sabe), parece evidente que el fin del presente estado de cosas  la "civilización”  es inminente. Por tanto, los siervos de Cristo tienen una misión ingrata ante ellos en el día de hoy. ¡Ojalá la gracia les preserve "fieles hasta la muerte”!
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UN INSTRUMENTO DE JUICIO

“Y Elías se fue" (II Reyes 1:4). Siguiendo el mandato de su Señor, el profeta salió a encontrar a los siervos de Ocozías, entregó el mensaje que Jehová le habla dado y los mandó de nuevo a su rey, alejándose de ellos. Al partir no lo hizo con el propósito de esconderse, sino para volver a la comunión con Dios. Se retiró a “la cumbre del monte" (v. 9) que era un tipo de la separación moral y de elevación por encima del mundo. Hemos de acudir "al abrigo del Altísimo" si queremos morar "bajo la sombra del Omnipotente" (Salmo 91:1), y ello es lejos de las muchedumbres veleidosas y alborotadas; Su voz se oye en el trono de misericordia (Números 7:89). En una ocasión anterior vimos a Elías dirigirse a la cumbre del monte tan pronto como terminó su trabajo (I Reyes 18:42). Qué lección hay aquí para todos los siervos de Cristo: después de haber pronunciado el mensaje, deben retirarse de la vista de los hombres para estar a solas con Dios, como solía hacer el Salvador. "La cumbre del monte" es también un lugar de observación y visión; ojalá convirtamos nuestra habitación en un observatorio espiritual.

No hay nada en el relato sagrado que indique la nacionalidad de esos mensajeros de Ocozías. Si eran israelitas no podían ignorar la identidad del profeta cuando se les apareció repentinamente y les anunció de modo tan dramático el final trágico de su señor. Si eran extranjeros, traídos de Tiro por Jezabel, no es probable que conocieran al poderoso tisbita, por cuanto hablan pasado algunos años desde su última aparición pública. Quienesquiera que fuesen, les impresionó tanto su dominante personalidad y su tono autoritario, les atemorizó tanto su declaración y el conocimiento que tenía de la misión de ellos, que abandonaron en seguida su propósito y regresaron a palacio. El que conocía lo que Ocozías pensaba y decía podía, evidentemente, predecir el resultado de la enfermedad: así pues, no se atrevieron a proseguir su viaje a Ecrón. Ello ilustra un principio importante. Cuando un siervo de Dios recibe la energía del Espíritu, su mensaje lleva convicción y llena de terror los corazones de los oyentes; lo mismo que Herodes “temía" a Juan el Bautista (Marcos 6:20) y Félix se espantó ante Pablo (Hechos 24:25). Pero no es el hablar a los impíos del amor de Dios lo que producirá estos efectos; y los aduladores que tal hacen no recibirán bendición del cielo. Más bien reconocerá el Señor a quienes declaran, como Elías a Ocozías: “morirás ciertamente”.

“Y como los mensajeros se volvieron al rey, él les dijo: ¿Por qué pues os habéis vuelto?" (v. 5). Cuando sus siervos aparecieron tan inesperadamente, el rey debla de tener una sorpresa y un sobresalto, por cuanto sabía que no había transcurrido bastante tiempo para que fueran a Ecrón y regresaran. Su pregunta indica enojo, una reprensión por su negligencia en el cumplimiento de su deber. Los reyes de aquel tiempo estaban acostumbrados a recibir de sus súbditos una obediencia ciega, y ¡ay de aquel que se opusiera a la voluntad real! Ello sirve para poner más de manifiesto el efecto que la aparición y las palabras de Elías hicieron en ellos. Por el siguiente versículo sabemos que el profeta les habla mandado, diciendo: "Id, y volveos al rey que os envió” y repetidle mi mensaje. Y aunque el hacerlo significaba poner sus vidas en peligro, cumplieron, no obstante, la orden del profeta. Qué vergüenza para los miles que, profesando ser los siervos de Cristo, durante años han ocultado a sus oyentes lo que más necesitaban oír y lo han substituido de modo criminal por un mensaje de “paz, paz”, cuando no habla paz para ellos, y lo hicieron cuando el proclamar la verdad con fidelidad no hubiera puesto sus vidas en peligro. En verdad, esos mensajeros de Ocozías se levantarán en juicio contra tales contemporizadores infieles.
"Y ellos le respondieron: Encontramos un varón que nos dijo: Id, y volveos al rey que os envió, y decidle: Así ha dicho Jehová. ¿No hay Dios en Israel, que tú envías a consultar a Baal zebub dios de Ecrón? Por tanto, del lecho en que subiste no descenderás, antes morirás de cierto” (v. 6). Al omitir su nombre y referirse a Elías como "un varón”, parece claro que esos mensajeros del rey ignoraban la identidad del profeta. Pero estaban tan amedrentados por su apariencia y por la gravedad de sus maneras, y estaban tan convencidos de que lo que habla anunciado se verificarla, que se creyeron justificados a abandonar su viaje y regresar a su amo. Así pues, dieron cuenta sin tapujos de lo que habla acaecido e informaron fielmente del anuncio de Elías. Sabían perfectamente bien que semejante mensaje no seria bien recibido por el rey, pero, aun así, no trataron de suavizarlo ni alterar el tono con que habla sido pronunciado. No dudaron en contar a Ocozías en su cara la sentencia de muerte que había sido pronunciada contra él. Decimos otra vez que estos hombres son una afrenta para el predicador contemporizador, cobarde, que busca agradar a sus oyentes. Cuán a menudo se encuentra más sinceridad y fidelidad entre los mundanos que entre los que tienen pretensiones espirituales elevadas.

"Entonces él les dijo: ¿Qué hábito era el de aquel varón que encontrasteis, y os dijo tales palabras?” (v. 7). Sin duda el rey estaba convencido de la identidad del hombre que se habla atrevido a cruzarse en su camino y enviarle semejante mensaje; pero quería estar bien seguro y, por ello, mandó a sus siervos que le describieran el misterioso personaje: ¿cuál era su apariencia, cómo iba vestido y de qué modo se dirigió a vosotros? Eso ilustra uno de los rasgos característicos de los no regenerados: no era el mensaje lo que preocupaba a Ocozías, sino el hombre que lo pronunció; aunque su propia conciencia habla de prevenirle de que un mero hombre no podía ser el autor de semejante mensaje. Esa es la tendencia común a todos los inconversos: en vez de hablar de lo que se dice, ponen su atención en quien lo dice. Así es la pobre naturaleza caída de los hombres. Cuando un verdadero siervo de Dios es enviado a llevarles palabras escudriñadoras, la gente trata de evadirlas ocupándose de su personalidad, su elocuencia, su denominación, su filiación, cualquier cosa secundaria que sirva para excluir lo que verdaderamente tiene importancia. Pero cuando el cartero les entrega una carta importante, no se ocupan de la apariencia del cartero.

“Y ellos le respondieron: Un varón velloso, y ceñía sus lomos con un cinto de cuero” (v. 8). Refiriéndose a Juan el Bautista, quien iba “con el espíritu y virtud de Elías” (Lucas 1:17), está escrito que “tenía su vestido de pelos de camellos, y una cinta de cuero alrededor de sus lomos” (Mateo 3:4). Por ello entendemos que la vestidura de Elías era de pieles (véase Hebreos 11:37), ceñida con un cinto de cuero. De la lectura de Zacarías 13:4 se desprende que los profetas llevaban un atavío que les distinguía, ya que, hablando de los falsos profetas, dice que se vestían “de manto velloso para mentir”, es decir, para engañar al pueblo. En aquel tiempo, cuando se instruía a las gentes tanto por medio de la vista como del oído por símbolos y sombras, ese tosco vestido denotaba mortificación al mundo por parte del profeta, y expresaba la inquietud y el pesar del mismo por la idolatría e iniquidad del pueblo, del mismo modo que el ponerse un vestido de saco significaba humildad y dolor. Para otras referencias del significado simbólico del vestido de los profetas, véase I Reyes 11:28 31; Hechos 21:10 11.

"Entonces él dijo: Elías tisbita es” (v. 8). No había lugar a duda: el rey sabía ahora quién era el que le había enviado mensaje tan solemne. Pero, ¿qué efecto produjo en él? ¿Sintió temor y humillación? ¿Lamentó sus pecados y clamó a Dios por misericordia? Ni muchísimo menos. El terrible fin de su padre no le había enseñado nada. La aflicción terrible que sufría no le ablandó. Ni aun la proximidad de la muerte le hizo cambiar. Se encolerizó contra el profeta y tomó la determinación de destruirle. Si Elías le hubiera enviado palabras mentirosas y aduladoras las hubiera aceptado, pero no podía tolerar la verdad. Qué parecido a las gentes entre las que nos toca vivir, las cuales preferirían morir en su lugar de diversión a ser hallados sobre sus rostros ante Dios. Ocozías era joven y arrogante, y no estaba dispuesto a sufrir la reprensión ni a tolerar que nadie se opusiera a su voluntad; no, ni aun Jehová mismo. El mensaje de Elías, aunque dado en el nombre de Dios y por su expreso mandato, enfureció hasta lo sumo al monarca, quien decidió al instante que el profeta debla morir, como si éste hubiera hecho algo que no fuera cumplir con su deber.

"Y envió luego a él un capitán de cincuenta con sus cincuenta, el cual subió a él; y he aquí que él estaba sentado en la cumbre del monte. Y é1 le dijo: Varón de Dios, el rey ha dicho que desciendas" (v. 9). Ocozías no tuvo dificultad en encontrar hombres malvados, dispuestos a llevar a cabo las órdenes más perversas e implas. Esa compañía de soldados se puso en marcha con prontitud para prender al siervo de Dios. Lo encontraron sentado tranquilamente en una cima. El capitán puso toda el alma en el cumplimiento de su misión, lo que se manifestó por el modo insolente en que se dirigió a Elías como "varón de Dios", término usado a modo de escarnio e insulto. Equivalía a decir: Tú apelas a Jehová como Señor tuyo; nosotros venimos en nombre de un rey mayor que Él: ¡el rey Ocozías dice que desciendas! ¡Qué afrenta y qué blasfemia más terribles! No era sólo un insulto a Elías sino tam¬bién al Dios de Elías; un insulto que no podía dejar de ser recusado. Cuántas veces en el pasado los impíos se han mofado de cosas sagradas y han convertido los términos por los cuales Dios designa a su pueblo en epítetos peyorativos, hablando de ellos con desprecio como “los elegidos”, “los santos”, etcétera. El que ya no lo hagan es debido a. que el oro fino se ha ennegrecido; la santidad ya no es una realidad y una reprensión para los impíos. ¿A quién se le ocurriría designar a la mayoría de los clérigos como "hombres de Dios”? Éstos prefieren que se les conozca como "hombres sociables”, hombres de mundo.

“Elías respondió, y dijo al capitán de cincuenta: Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta” (v. 10). En la respuesta terrible de Elías no había venganza personal, sino un celo consumidor por la gloría de Dios a quien el capitán habla insultado de modo tan descarado. El agente real que se habla burlado del hecho de que fuera un "varón de Dios”, iba a recibir prueba concluyente de que el Creador del cielo y de la tierra reconocía al profeta como siervo suyo. La insolencia y la impiedad de ese hombre que habla insultado a Jehová y a su embajador, iban a recibir juicio sumarlo. "Y descendió fuego del ciclo, que lo consumió a él y a sus cincuenta” (v. 10). He aquí una prueba cierta de que Elías no habla obrado movido por un espíritu de venganza, porque de haber sido así Dios no hubiera respondido a su clamor. En una ocasión anterior, el “fuego de Jehová” cayó y consumió el holocausto (1 Reyes 18:38); pero, en esta ocasión, cayó sobre unos pecadores que hablan despreciado aquel sacrificio. Así será, también, cuando "se manifestará el Señor Jesús del cielo con los ángeles de su potencia, en llama de fuego, para dar el pago a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (II Tesalonicenses 1:7,8).
Era de esperar que semejante intervención de Dios sirviera para disuadir, si no al rey abandonado, si a sus sirvientes, y que éstos desistirían de intentar prender a Elías. Pero no fue así: "Volvió el rey a enviar a él otro capitán de cincuenta con sus cincuenta; y hablóle, y dijo: Varón de Dios, el rey ha dicho así: Desciende presto” (v. 11). Es difícil decir qué era, en esta ocasión, más notable, si la locura del herido Ocozías al recibir el informe del hecho terrible, o la presunción de este oficial y sus soldados. Este segundo capitán no tuvo en cuenta lo que le había acontecido a su predecesor y su tropa. ¿Atribuyó a la casualidad el azote que les sobrevino  a que algún rayo les consumió por accidente, o estaba decidido a desafiarlo todo? Lo mismo que el que le precedió, se dirigió al profeta con lenguaje lleno de desprecio insultante, aunque usando unos términos más perentorios: “Desciende presto”. Ved una vez más cómo el pecado endurece al corazón y lo sazona para el juicio. ¿Y quién te ha hecho a ti diferente? ¡A qué extremos más desesperados hubiéramos llegado si la misericordia de Dios no se hubiera interpuesto y detenido nuestra loca carrera! ¡Bendita sea la gracia soberana que me arrancó como un ascua del fuego encendido!

"Y respondióle Elías, y dijo: Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta" (v. 12). Se habían dado pruebas de que Jehová era omnisciente (v. 4), y era necesario que supieran que también es omnipotente. ¿Qué es el hombre en las manos de su Creador? Un rayo, y los cincuenta y un enemigos se convirtieron en rastrojo quemado. Y si todos los ejércitos de Israel, mejor dicho, la raza humana entera, se hubiera reunido allí, no se hubiera necesitado otro poder. Qué locura que resista al Todopoderoso, aquel que tiene "aliento de espíritu de vida en sus narices": “¡Ay del que pleitea con su Hacedor!” (Isaías 45:9). Algunos han condenado a Elías por haber destruido a aquellos hombres, olvidando que él no podía hacer descender fuego del cielo. Elías no hizo otra cosa que anunciar lo que Dios mismo había determinado hacer. Y el Señor no obró así para complacer al profeta, o para satisfacer algún sentimiento vengativo propio, sino para mostrar su poder y justicia. No puede decirse que aquellos soldados fueran inocentes, por cuanto no estaban cumpliendo ningún deber militar, sino luchando abiertamente contra el cielo, como indica el lenguaje del tercer capitán. Esto ha quedado registrado como aviso perenne para todas las generaciones los que se burlan y persiguen a los siervos fieles de Dios no escaparán a su castigo. Por otro lado, los que les ayudan y reciben no perderán su recompensa, "Y volvió a enviar el tercer capitán de cincuenta con sus cincuenta” (v. 13). Qué obstinación más terrible. Endureciendo deliberadamente su corazón, Ocozías se esforzó contra el Todopoderoso e hizo un intento más para herir al profeta. Aunque estaba en su lecho de muerte y sabia del juicio divino que había caldo sobre dos compañías de sus soldados (como parece indicarlo el v. 14), persistió en extender su mano contra el ungido de Jehová y expuso a ser destruidos a otro de sus capitanes con sus hombres. Cuán veraces son aquellas palabras de la Escritura: “Aunque majes al necio en un mortero entre granos de trigo a pisón majados, no se quitará de él su necedad" (Proverbios 27:22). ¿Por qué? Porque "el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal, y de enloquecimiento en su corazón durante su vida” (Eclesiastés 9:3). En vista de tales declaraciones inequívocas, y de los ejemplos de Faraón, Acab y Ocozías, no debería sorprendernos lo más mínimo lo que vemos y leemos que tiene lugar en el mundo en estos días. Entristecidos y apenados sí que hemos de estarlo, pero jamás perplejos y azarados.

“Y subiendo aquel tercer capitán de cincuenta, hincóse de rodillas delante de Elías, y rogóle, diciendo: Varón de Dios, ruégote que sea de valor delante de tus ojos mi vida, y la vida de estos tus cincuenta siervos. He aquí ha descendido fuego del cielo, y ha consumido los dos primeros capitanes de cincuenta, con sus cincuenta; sea ahora mi vida de valor delante de tus ojos” (vs. 13,14). Este hombre tenía una disposición distinta de la de los dos que le precedieron: Dios tiene un remanente, según la elección de gracia, aun en las fuerzas armadas. Sin atreverse a hacer nada contra Elías, usó de sumisión humilde y súplicas fervientes con marcado respeto. Era una apelación conmovedora, una verdadera oración. Atribuyó la muerte de las dos compañías anteriores a su verdadera causa, y parece que tenía un sentido temeroso de la justicia de Dios. Reconoce que sus vidas yacen en las manos del profeta y pide que les sean salvadas. De este modo Jehová proveyó, no sólo de seguridad, sino también de honor a Elías, como lo había hecho con Moisés cuando Faraón amenazó con matarle (Éxodo 11:8). La súplica de ese capitán no fue en vano. Nuestro Dios está siempre presto a perdonar al que suplica humildemente, por rebelde que haya sido; y el modo de prevalecer ante Él es inclinarnos ante Él.

"Entonces el ángel de Jehová dijo a Elías: Desciende con él; no hayas de él miedo" (v. 15). Ello demuestra claramente que Elías obraba por un impulso divino que le guiaba en las ocasiones anteriores en que tan severo se mostró. Ni Dios ni su siervo podían disfrutar quitando la vida a quienes se acercaran a ellos de un modo apropiado. Los otros habían sido heridos para castigar su escarnio e impiedad. Pero este capitán acudió con temor y temblor, no con malevolencia hacia el profeta ni desprecio hacia el Señor. Por consiguiente, halló misericordia y favor: no sólo sus vidas fueron preservadas, sino que el capitán tuvo éxito en su misión, ya que Elías fue con él al rey. Los que se humillan serán ensalzados, mientras que los que se ensalzan serán humillados. Aprendamos del ejemplo de Elías para tratar de modo benigno a aquellos que pueden haber sido usados contra nosotros, cuando evidencian su arrepentimiento y nos piden clemencia. Observad que fue "el ángel del Señor” quien se dirigió de nuevo al profeta; ¡pero qué prueba más grande de su obediencia y valor! El profeta había exasperado grandemente a Jezabel y a sus partidarios, y ahora su hijo debla de estar furioso contra él. Con todo, por cuanto el Señor le había mandado que fuera, asegurándole "no hayas de él miedo”, podía aventurarse a ir a la presencia de sus enemigos furibundos. Estos no podían mover ni un dedo en contra suyo sin el permiso de Dios. El pueblo de Dios está a salvo en sus manos, y por la fe puede apropiarse las palabras triunfales del Salmo 27:1 3.

“Y él se levantó, y descendió con él al rey” (v. 15), con presteza y confianza, sin temor a su ira. No puso ninguna objeción ni demostró temor alguno por su seguridad personal: aunque el rey estaría lleno de rabia y rodeado por numerosos cortesanos, se puso en las manos del Señor y se sintió seguro bajo su promesa y protección. Qué prueba más asombrosa de la fe del profeta y de su obediencia a Dios. Pero Elías no fue a enfrentarse al rey hasta que el Señor le mandó hacerlo, enseñando a Sus siervos a no obrar de modo temerario ni a exponerse al peligro descuidada e innecesariamente; mas, tan pronto como el Señor se lo ordenó, fue con prontitud, alentándonos a seguir la guía de la Providencia con confianza en Dios en el cumplimiento del deber, diciendo: "El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me hará el hombre” (Hebreos 13:6).

“Y dijole: Así ha dicho Jehová”, etc. (v. 16). Elías repitió al rey, sin modificarlo, lo que había dicho a sus servidores. Sin temor, y sin tratar de atenuar sus palabras, el profeta habló las de Dios de modo llano y fiel; en el nombre de Aquel en cuyas manos están la vida y la muerte, reprochó al rey sus pecados y pronunció sobre él la sentencia. Qué mensaje más terrible el que recibió: que iría de su cama al infierno. El tisbita, después de cumplir su encargo, se alejó sin ser molestado. A pesar de lo furiosos que estaban Jezabel y sus seguidores, el rey y sus siervos, quedaron tan mansos como corderos y tan silenciosos como estatuas. El profeta entró y salió de entre ellos sin ser tocado, sin recibir mayor daño que Daniel el ser echado al foso de los leones, porque confiaba en Dios. Ojalá ello hiciera que nosotros saliéramos a cumplir con nuestra misión con firmeza y humildad. "Y murió conforme a la palabra de Jehová que había hablado Elías” (v. 17).
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